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Conferencias y discursos
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Juan Zorrilla de San Martín
Conferencias
y discursos
prólogo de B. Fernández y Medina
MONTEVIDEO
A. BARREIRO Y RAMOS, EDITOR
1905
MONTEVIDEO. — TALLERES DE A. BARREIRO Y RAMOS
CALLE CERRO, NÚMERO 61
PROLOGO
>'
Este libro, que se publica apenas terminada una guerra civil, y
cuando las resonancias de la lucha fratricida, como una dolorosa
imprecación del pasado, parecen sentirse aún al perderse á lo le-
jos, es una afirmación en un país de negaciones ; es una afirma-
ción, no sólo del talento literario y de las energías morales del
autor, sino también del carácter de la nación que lo produce.
Después de leerlo, todos los que tengan la inteligencia de la
belleza y del bien comprenderán esa afirmación, y adquirirán la
convicción consoladora de que podemos contarnos entre los paí-
ses que, según las palabras de Pearson, tienen « la riqueza de las
grandes acciones que han formado el carácter nacional, de las
palabras aladas que han pasado al lenguaje corriente, de los
ejemplos de vidas y trabajos consagrados al servicio de la repú-
blica».
Las Conferencias y Discursos del más grande poeta del Uru-
guay y de la América Española, van á continuar, en esta forma
más duradera del libro, la misión con que su autor les dio vida
en forma oral. No son sólo «palabras de buena gracia», como
dice el Eclesiástico, sino también ideas profundas y substancia
valiosa de buenos estudios, que, en forma bellísima, fueron co-
municadas á espíritus atentos, con el arte supremo é innarto de
un orador, como pocos señor del ritmo del lenguaje, y poseedor
del don de conmover, y de transfundir su entusiasmo y sus emo-
ciones á los oyentes.
VI PROLOGO
TJn día ya lejano, el 19 de Mayo de 1879, al pie de un monu-
mento que simboliza la independencia del Uruguay, en la Flo-
rida, nació la gloria literaria de Juan Zorrilla de San Martín, con
su Leyenda Patria; y, al mismo tiempo, se revelaron sus cualida-
des incomparables de orador, que lo han hecho admirar en todas
partes. En aquel momento glorioso, en el cual hasta la natura-
leza pareció obedecer á su mágico acento, cuando, al describir el
alborear de la independencia, el sol rompió el nublado para ilu-
minar la escena, todos cuantos lo oían sintieron esa emoción in-
definible que arrebata, que hace ver agigantado al orador, y que
hace se le subyuguen pensamientos y voluntades.
Desde entonces, donde quiera que su voz ha resonado con
acento inconfundible, ya repitiendo los versos ardorosos de la
Leyenda^ ja, afirmando, en oraciones memorables, la fe cristiana
ó la fe nacional, evocando glorias humanas ó divinas, señalando
en visión profética el porvenir de la raza ó la morada definitiva
de las almas, los oyentes han sentido el estremecimiento inexpli-
cable, la emoción que no puede ocultarse ni dominarse, como si,
según la definición del mismo orador, « su voz resonara en las
cabezas de los oyentes, brillara en sus ojos, ó recorriera la piel
de sus carnes habitadas por el espíritu».
Pero se engañará el que crea que, cual en otros oradores, las
palabras que, en boca de Zorrilla de San Martín valen tanto, al
leerse serán como las obras de teatro, que sólo tienen su mérito
en acción. Nó; en las conferencias y discursos de este maravi-
lloso orador é inspiradísimo artista, no hay sólo la belleza de la
forma y de la expresión propia; son producciones destinadas á
vida más larga, si no más intensa, como obra de un pensador ori-
ginal y profundo, de un patriota, y de un creyente sincero.
A los que pudieran creer que sus producciones oratorias, á las
cuales animaron un día su arte y sus cualidades típicas, solo tu-
vieron valor de circunstancias; á todos los otros que tan justa-
mente marca Roosevelt para el gran rebaño, diciendo que no
comprenden que un poeta pueda hacer mucho más por un país
que el propietario de una usina cualquiera, este libro conven-
cerá del error.
/ Hay en este libro conferencias de rica mas no aparatosa erudi-
ción, y admirable síntesis sociológica, como la que trata del des-
cubrimiento y conquista del Río de la Plata; hay discursos de
entonación épica, como el que canta el descubrimiento del nuevo
IMtÓLOOf» Vfl
mundo y los destinos de la ra/.u, dolanto del monasterio do la Rá-
bida; c.oiicejjto f,larovi<l«nt<! ilo la (!nnofíanza en el dÍ8.;iirHO de
clausura del (^-cufíroso Pedafíóf^ico; «'xpresión exacta y feliz del
carácter de la lengua castellana y de su suerte, en la memoria
del Con{j;reso Literario y en la alocución en la Academia Kspa-
ñola; afirmaciones convencidas sobre el derecbo internacional,
en el discurso del Conpjreso .Jurídico; exaltación del beroísmo y
de la tradición nacional en el discurso sobre Lavalleja; lecciones
de sana y previsora filosofía política, en A trabajar en paz, y en
los pronunciados en el Salto y en el palacio de gobierno de Mon-
tevideo; definición exactísima de la democracia cristiana y del
génesis y carácter de nuestra revolución, en León XIII y la Amé-
rica Latina; oraciones fúnebres, ejemplares del género, y que no
hacen pensar en Bossuet ni en otros fríos modelos clásicos; alo-
cuciones líricas, subjetivas, expresiones del propio yo, como di-
ría Walt Wbitman, en el banquete á Núñez de Arce y en el que
le dieron sus amigos al regresar de Europa. . . Todas las cuerdas
de la lira admirable han sido pulsadas, y aquella lira de hierro
que pidiera el poeta para cantar su Tabaré, tuvo todas las voces ;
desde la arrebatadora del entusiasmo épico, hasta la velada por
el llanto ante la muerte del Padre, Maestro y Amigo, que fué
Monseñor Vera.
II
Vamos á hablar de esos discursos y conferencias, como si con
los lectores juntamente los hubiéramos oído, y quisiéramos" evo-
car las impresiones más intensas.
La conferencia sobre el descubrimiento y conquista del Río
de la Plata fué pronunciada en el Ateneo de Madrid. Era la época
en que el autor representaba á su país en España, y forma
parte de la serie con que aquel centro, de donde ha irradiado
tanta luz, se unió á la conmemoración del cuarto centenario de
América.
Comienza la conferencia con una presentación que podría lia- %
marse plástica del mundo americano y del hombre que lo habí- >
taba al llegar el europeo; recuerda después el descubrimiento, y
el del río de la Plata, y muestra con relieve escultórico las figu-
ras de los conquistadores, fundadores de pueblos, núcleos de na-
ciones , y de pronto dice :
VIII PROLOGO
f
« La palabra, señores, arrojada al alma, tiene la resonancia de
la piedra arrojada al abismo ; toman ambas las proporciones de
la capacidad en que sus ecos se difunden; sólo por eso puedo
acariciar la esperanza de que mi voz, al resonar en vuestro es-
píritu, sea menos indigna de los recuerdos que evoca, de los he-
chos que conmemora, de los gloriosos nombres que pronuncia ».
Se presenta así con su originalidad el orador, que es siempre
muy personal, y que establece una comunicación estrechísima
con el público.
Continúa estudiando el carácter de la colonización del Río de la
Plata, y advierte que el primer acto externo de los colonos fué
la exportación, no del oro tan funesto para España como para
América, que engendró las encomiendas, distribución de tierras y
hombres en que el hombre era un accesorio poseído por la tierra,
sino de pieles y azúcar, productos del trabajo, revelación de que
aquí no había siervos y señores, sino pastores y agricultores hu-
mildes, que vivían al lado de los propietarios, cuando no lo eran,
y compartían con ellos las penurias de la vida y partían el
mismo pan.
Habla en seguida de la calidad de los conquistadores del Plata,
y dice que Irala y Garay, como Valdivia y otros, no tienen qui-
zás en España la aureola de prestigio que rodea á Cortés y á
Pizarro : « Es, dice, que el pueblo, en general, es cautivado por
la temeraria intrepidez, la acción, la audacia inaudita, la victo-
ria clamorosa y resonante ; por la raya hecha en tierra por Pi-
zarro con la punta del puñal, por la fabulosa humareda de las
naves incendiadas por Cortés»,
Esa admiración hacia el valor puramente material es para el
autor « la forma más primitiva de la cultura humana. Todas las
mitologías más ó menos salvajes, comienzan por la divinización
del hombre valiente, temerario ; la luz de la civilización es la
que va sacando poco á poco de la sombra al pensador, al poeta,
al benefactor del hombre y de la sociedad; los representantes
del valor moral, de la fuerza de alma, que se llama virtud, van
entonces desalojando del espíritu del pueblo á los representantes
divinizados de la fuerza, á medida que el pueblo avanza hacia la
luz».
El que así se expresa ha penetrado hondamente en la historia,
y ha deducido esas síntesis que hoy llamamos sociológicas. Pro-
funda y sana filosofía que aquilata acciones y personajes y los
PRÜI.OGO IX
muestra bajo una luz ijue permite apreciarlos con toda exac-
titud.
El público selecto del Ateneo de Madrid, comprendió pronto
que oía á un pensador original, ilustradísimo, que se expresaba
como poeta, y en forma que acaso nunca había sido superada en
aquella tribuna.
La impresión que causó la conferencia debe recordarse aún
entre nosotros por 16 que reflejó la prensa española. Fué la con-
sagración literaria, y más que literaria, de Zorrilla de San Martín,
y le señaló el puesto culminante que iba á tener en las fiestas
del centenario, que debían hacer perdurar, unido al nombre de su
Patria, el del poeta, orador y diplomático que tan brillantemente
supo representarla.
•'f Cánovas del Castillo le hizo abrir las puertas de la Academia
de la Historia; el gobierno español le confirió la Gran Cruz de
Isabel la Católica ; y Sánchez Mogael, organizador con el mismo
Cánovas de las conferencias del Ateneo, al dar cuenta de la de
Zorrilla en la revista El Centenario, órgano oficial de la Junta
Directiva de las solemnidades, lo hace en estos términos :
« Ocho días después, el 25 de Febrero, dio su conferencia sobre
el Descubrimiento y Conquista del Rio de la Plata, el señor Mi-
nistro del Uruguay. Imaginación brillantíbima, corazón entu-
siasta, poeta de grandes alientos, arrebató á sus oyentes desde
los primeros períodos con el encanto y la magia de su elocuen-
cia. Las hazañas de Juan Díaz de Solís, de Ayolas, de Irala,
de Garay y de Ortiz de Zarate, tuvieron cantor inspiradísimo en
el señor Zorrilla de San Martín; la colonización del territorio
argentino, tan distinta á la de otras comarcas, expositor inteli-
gente y discreto.
« Aparte de estas condiciones, el señor Ministro del Uruguay
ofreció á sus oyentes un atractivo mayor que todos en aque-
llos momentos: el españolismo noble y generoso que rebosaba
en sus frases, el entusiasmo con que, en nombre del mundo de
Colón y de Isabel, publicaba la gratitud americana para con la
madre patria. Fué aquello un acto tan esperado como oportuno;
fué la consagración solemne de la fraternidad hispanoameri-
cana».
Y Miguel Cañé, después de referir en un interesante capítulo
de su libro Prosa ligera, las circunstancias y forma en que fué
invitado Zorrilla de San Martín para hablar en el Ateneo, dice :
PROLOGO
« Esa noche fui allí por primera vez, y con encanto respiré su
culta atmósfera, tan afectuosa para nosotros. Llegado el mo-
mento, el alma vigorosa y bien templada del poeta uruguayo
subió hasta la tribuna su pequeña envoltura mortal. El público
miró con sorpresa aquel rostro invadido por la hirsuta y rebelde
cabellera que, al avanzar sobre la frente, parecía continuarla,
para dar ancho hogar al pensamiento. Cuando empezó á hablar,
el acento, la armonía de la palabra, la vibración de la idea, la lu-
josa forma en que salía envuelta y la gracia con que se movía,
conquistaron á poco andar al auditorio, que rompió en aplau-
sos calurosos.
« Por fin, cuando Zorrilla de San Martín, de pie en la cumbre
que parte el istmo americano, como Balboa, miró, no ya los dos
océanos que tendieron su inmensa majestad á los ojos atónitos
del rudo navegante, sino el cuadro entero de esa colosal Amé-
rica latina, que empieza en el continente austral por las regio-
nes que baña el Orinoco y concluye en la glacial soledad del úl-
timo cabo del mundo habitado ; cuando, como Andrade en su
canto, descubrió una á una las naciones desprendidas del vigo-
roso cuerpo de España, sus luchas feroces, herencia de su orga-
nismo pasional, sus esfuerzos por surgir á la luz, sus riquezas,
sus esperanzas y su fe en el porvenir; cuando ligó todo ese pa-
sado al pasado de la madre patria, y confundió en la imagen
esplendorosa del triunfo definitivo que reservan los días veni-
deros, á la raza entera, entonces los ojos se llenaron de lágrimas,
los corazones se agitaron á romperse, y las manos se buscaron
instintivamente. Núñez de Arce, que estaba á mi lado, murmu-
raba á cada instante, á mi oído, palabras de gratitud, y fué con
un abrazo estrecho que recibió á Zorrilla, cuando éste descen-
dió de la tribuna ».
La resonancia de esa conferencia llegó hasta el momento de un
triunfo mucho mayor: el que obtuvo Zorrilla en la explanada
del Monasterio de la Rábida, en seguida de inaugurado el mo-
numento conmemorativo del descubrimiento de América, el 12
de Octubre, con un discurso que la prensa de Madrid fué publi-
cando en fragmentos que se le transmitían telegráficamente.
Es ese discurso el titulado El Mensaje de América; y, al leerlo,
se siente una emoción intensísima, que hace pensar en la que ha de
haber producido en el lugar y en el momento en que se pronunció.
PRÓLOGO XI
LóuHü la invocaciiin al p;oiiio invÍMÍblü ilo Ioh antiguoM poetan,
la descripción do las cosas sugestivas; el monasterio, el puerto
de Palos, ol Odi(>l, la barra del Halt«H, los liabitantos do la re-
gión, V las carabolas. ruproiluceióri de la» nuo Uovaron A, (3olón y
sus compañeros al encuentro do América; y tras osa pintura, que
hacía ver la realidad y evocaba lo pasado y lo presento también
como realidad, suenan nombres de glorias americanas, reproduc-
ción de las españolas: HoyacA y Carabobo, Las Piodras, Salta,
Junín y Ayacucho, la reconquista de Huenos Aires por ^lontovi-
deo, Chacabuco, Cancha Rayada, Maipú, Ituzaingó y Sarandí;
y los héroes: Hidalgo, Morolos, Bolívar, Sucre, San Martín, Bel-
grano, O'Higgins, Artigas y los Treinta y Tres.
Viene después la presentación de las banderas, que estaban
enarboladas en torno del monumento, y que parecían escuchar
alborozadas al orador.
< Veo desde aquí, dice, el tricolor mejicano; distingo los colo-
res del grupo de las hermanas centro-americanas, que parecen
confundirse en la gloria del cielo ; allí traza Santo ÍJomingo su
cruz blanca en el fondo transparente de este aire azul; allí es-
tán las estrellas de las amigas boreales de la América del Sur,
Venezuela, Colombia, Ecuador ; bien veo, más allá, la blanca es-
trella de Chile, solitaria en su cielo azul; y allí, el bicolor pe-
ruano, y el tricolor paraguayo más allá, y el rojo-auriverde boli-
viano, y el blanco y el azul resplandecientes de mi hermana la
República Argentina; y por fin, destacándose para mi alma de
todo el grupo, como luz en la luz, como si su azul fuera un azul
recién creado, como si su movimiento en el aire fuera personal
y señorial como ninguno, veo conmovido resplandecer el sol de
mi Uruguay sobre sus franjas bicolores ; veo que esa bandera se
desprende de su grupo aéreo, se adelanta hacia mí como mi se-
ñora. . . y siento que mis brazos se abren, que mis rodillas se
doblan, que mis ojos se humedecen, que mi garganta se anuda.
No me reprochéis, oh hermanos en la patria ibérica, esa mi de-
bilidad. Vosotros la habéis sentido como yo; habéis sentido lo
que yo. Cuando he marcado con la mano vuestro pabellón;
cuando he pronunciado con el alma, en este momento que no
volverá á sonar, el nombre de vuestra patria, que habéis acla-
mado, mi voz ha resonado en vuestras cabezas, ha brillado en
vuestros ojos, ha recorrido la piel de vuestra carne habitada por
el espíritu » .
PROLOGO
Se comprende, con sólo leerlo, la impresión que debió causar
este genial rasgo oratorio, esta inspiración en que el arte supremo
estuvo unido al patriotismo.
Se ve al orador dialogando con sus oyentes, infundiéndoles su
entusiasmo y de ellos recibiéndolo, al aplaudir, nombre tras nom-
bre, el de todas las naciones de América, para hacerse más grande,
más sonora la aclamación, al oir ese nombre del Uruguay, tan
musical, tan armonioso, que, como la bandera blanca y celeste,
iluminada por el sol, hace sentir siempre que la patria es algo
más que una combinación política y una definición geográfica.
El orador habla en seguida del mensaje de América á la madre
España, á la entidad política que perdura grande y gloriosa en
el concierto de los pueblos soberanos, la que cumplía siglos en
aquel día, la descubridora, la conquistadora, la colonizadora, la
grande.
« Ella existía en la raza, dice, cuando nosotros no habíamos
nacido; ella es, pues, la madre; no la madre anciana, pues los
pueblos no tienen edad mientras viven, sino la madre eterna-
mente nubil ».
« La América nació de una herida de gloria que esa España se
hizo en el corazón ».
Habría que citar todo el discurso, hasta las palabras del libro
de Job, hasta el Gloria á Dios con que termina, y es el único
digno de la gran raza cristiana.
Fué vina grande, una hermosa expresión de justicia para Es-
paña ese discurso que tiene conceptos que deben ser eternamente
consoladores para la madre patria.
Uno de los oyentes de la Rábida ha escrito este párrafo:
« Fué de ver la sorpresa, el asombro que produjo, entre los es-
pañoles sobre todo, yo entre ellos, aquella voz musical y vibrante,
aquel florecimiento de la lengua castellana en labios americanos,
aquella elocuencia inesperada que venía desde el otro lado del
mar, como un eco del mismo mar: fresca y honda, llena de pen-
samientos atrevidos, de ideas muy grandes y revelaciones no
atendidas. Con saberse, como se sabía, que en América se habla
el español, se ignoraba que pudiese hablarse así. Aquello fué un
triunfo; el nombre del Uruguay estaba en todas las bocas, en
muchas de ellas por la vez primera; Zorrilla de San Martín ha-
bía descubierto el Uruguay para muchos europeos (l)>.
(1) Saiz de Ulloa en El Correo de París, del 23 de Mayo de 1898.
i'itoi.fxio xin
Kl (liscui-HO Hohre Dt-revlio ¡nlcrudcittnnl ilifioro ra<li(;(iltiHuil«i
de los juitcirioros; os otro {^óiioro do oratoria. En ól prodomina
el raciocinio, no la sensibilidad; habla el jurisconsulto, el pensa-
dor, ol maoHtro ; no sólo oí artista. Fut'* pronunciado en la sesión
inaugural dol Conj;roso jurídico ilx'troamorir.ano, reunido el 20
de Octubre do 1H92; de él sólo so había publicado algún frag-
mento en ol diario de sesiones del Conj^reso.
Es notable en ese discurso la precisión de conceptos sobre las
personas y la sociedad ÍTíternacionales, el derecho entre per-
sonas jurídicas, autoritlad internacional, derecho individual v
social, guerra, revolución y arbitraje; la indicación certera sobre
divergencias de criterio entre estados americanos y europeos; las
referencias al Congreso de Montevideo y la confirmación de la
ley personal y territorial. En esos conceptos se ve cuan arrai-
gadas estaban ya en el autor las ideas que América ha ido ha-
ciendo suyas en las cuestiones internacionales, y que informan
ya tratados y actos de gran trascendencia. Hay en ese discurso
ideas propias, trascendentales, acaso nuevas en la ciencia del
derecho.
La memoria sobre la lengua castellana (que va en este libro
porque tiene la forma de una conferencia), fué presentada al Con-
greso Literario Hispano Americano, celebrado en Madrid en No-
viembre de 1892, y se refiere al tema «Razones de conveniencia
general que aconsejan la conservación en toda su integridad del
idioma castellano en los pueblos de la gran familia hispano-áme-
ricana ».
Empieza Zorrilla refiriéndose á la conmemoración del descu-
brimiento, y dice cómo debe rectificarse el error de la afirmación
histórica que designa á la toma de Constantinopla (1453) como
el hecho inicial de la era moderna, pues los sucesos que determi-
naron el tránsito de la época medioeval á la nueva época, son.
sin ningún género de duda, la toma de Granada y el descubri-
miento de América.
— Desarrollando el tema, dice que la unidad del idioma debe ser
I conservada con ahinco por España; que ella casi se identifica con
la unidad nacional; y que la América debe conservar, y conser-
vará de acuerdo con la metrópoli, la unidad de la lengua común ;
que deben vigorizarse los agentes que á ello contribuyen, y com-
batir los que propendan á menoscabar tan preciosa unidad.
XIV PROLOGO
Estudia las lenguas indígenas de América, y demuestra que, á
diferencia de lo que sucedió con la dominación de Roma sobre las
poblaciones europeas primitivas, en América, las poblaciones abo-
rígenes ban sido sustituidas por la nueva raza europea, que lle-
vaba como verbo la lengua española, y es esta exclusivamente la
que ba servido de base á las distintas sociabilidades americanas.
Reconoce que la lengua española debe sentir la influencia de las
nuevas sociabilidades cultas establecidas en América, porque el
lenguaje del pueblo es el germen de la lengua, y las lenguas y
dialectos de nuestros aborígenes han dejado profundos vestigios;
los vocablos vulgares de la fauna y de la flora indígenas se impo-
nen ; las faenas del campo, por ejemplo, distintas de las europeas,
exigen instrumentos propios, operaciones características que,
para ser designadas, han exigido la creación de nuevos vocablos,
los que, lejos de adulterar el idioma, lo enriquecen ; que otro tanto
debe afirmarse de la incorporación al vocabulario de las voces y
locuciones de otras lenguas cultas modernas, cuya influencia
puede serle favorable y puede serie perjudicial: favorable, cuando
aumenta su léxico con voces nuevas necesarias ó útiles, que no
destierran del uso popular vocablos equivalentes tanto ó más
eufónicos y expresivos, y más de acuerdo con el genio de la len-
gua ; muy perjudicial, cuando, no sólo destierra esos vocables, sino
que, introduciendo sonidos y signos gráficos contrarios al genio
de la lengua, y hasta á la disposición orgánica de los que la ha-
blan, y sobre todo, atacando la estructura sintáxica, que es el
alma del idioma, introduce en éste el germen de la corrupción y
de la muerte.
Revelan estas palabras una convicción fortalecida por estudio
y meditación, del carácter de la lengua española y de su destino
en América. El tema está tratado profundamente, y la convicción
del autor se impone á los qtie leen la memoria, acaso la más
notable, por el fondo y la forma, de las presentadas al Congreso
Literario Hispano - Americano de 1892.
He aquí una de las producciones que, con frase de Whitman,
hemos llamado expresiones del propio yo ; porque en él habla
Zorrilla de San Martín del poeta, y se identifica en la efusión de
sus sentimientos con el ilustre bardo que elogia: hablamos de
ese armonioso discurso pronunciado en el banquete á Núñez de
Arce.
nioi.odo
Itocuonla |»r¡in(>raiiH!iitL' ol orador cómo siiilió pasar las ••Htro-
fas aladas y deapertadoras del viojo poota amigo, tocando íi glo-
ria en sus clarines do plata, en la mañana de sus años, y desper-
tando en su alma nubil, como cantos nupcialfís, las primeras
rovelacionoH do puhorLad del pensamiento (;roatlor.
Define la poesía: resplandor melodioso do los seres ó de los
hechos, reflejados, al través de lo infinito, en las almas capaces
de encenderse, dando forma concreta á la luz, á la eterna vibra-
ción afinada, difumlida por el espacio invisible.
Habla del nuunlo que es dominio ile los poetas, de donde pro-
ceden los recuerdos sin imagen sensible, los deseos sin objeto
propio, las revelaciones sin procedencia, los grandes silencios
que descienden de los astros en las noches inmóviles.
Y dice que el poeta es el que se asoma á ese mundo, para hablar
« del amor puro que allí existe, del puro ideal de patria, emanación
del espíritu de los héroes, que allí vive también : de la esencia del
sacrificio y del martirio que allí se ha reconcentrado, después de
desprenderse, sin hacer sombra, de la lágrima de una madre, de
la gota de sangre de un soldado, de la oración de un santo, del
quejido de un huérfano, del grito perdido en el mar de un pesca-
dor náufrago.
De la impresión causada por este melodioso discurso, en una
fiesta que fué un torneo de oratoria, en que tomaron parte los
más esclarecidos literatos españoles, puede juzgarse por lo que
dice Benito Pérez Galdós en carta dirigida á < La Prensa »
de Buenos Aires:
« Y con Echegaray, dice el autor de los Episodios Nacionales,
cito también al ministro del Uruguay, señor Zorrilla de San
Martín, que, en aquella noche de alegrías literarias, habló en
nombre de América y de las letras americanas. Amigo de Es-
paña, ardiente admirador de nuestras glorias, que son, por la
unidad de la lengua, comunes á todos los países que tienen por
dioses mayores á Cervantes, Calderón, Quevedo, etc., expresó
con elocuentísimo arranque esa otra fraternidad no menos bella
que la expresada por Etchegaray.
« Declaro que en aquella noche feliz menudearon las gratas
sorpresas. Yo no conocía más que de nombre al digno represen-
tante de la República Oriental. Había oído hablar de sus facul-
tades oratorias, que me parecieron extraordinarias. La viveza
de su imaginación corre parejas con su dominio del idioma. Po-
PROLOGO
see, como pocos, el arte supremo de arrebatar al auditorio, y de
comunicarle el fuego de su inspiración tempestuosa. Y cuando
calla el orador y habla el caballero, ¡ qué hombre tan ameno y
simpático! En Madrid se le paga al señor Zorrilla de San Mar-
tín con un afecto vivísimo el amor que tiene á España >.
El discurso de clausura del Congreso Pedagógico, en que tuvo
el cargo de Vicepresidente, obligó á Zorrilla de San Martín á
expresar su opinión sobre la pedagogía moderna, y sobre el sis-
tema de enseñanza aplicable á la América.
Empezó por establecer que su patria, el Uruguay, era, entre las
repúblicas hispano-americanas, la que más difundida tiene la
instrucción pública y la privada en el pueblo.
« Nadie mejor que españoles y americanos, dice después, pu-
dieran y debieran reunirse para deliberar sobre los medios más
adecuados de hacer fecundo su esfuerzo en pro de la instrucción
y de la educación populares. Esos medios deben adaptarse á
las condiciones especiales del hombre á quien deben aplicarse: á
sus tradiciones, á sus creencias, á sus costumbres, á su carácter.
Recurso pedagógico habrá que, produciendo magníficos frutos
morales é intelectuales en un pueblo, puede llegar á ser de nulos
y hasta de funestos resultados en otro, cuyo carácter y costum-
bres difieran radicalmente de los de aquél. Sistema de enseñanza
puede haber, que, con ser benéfico y eficaz en una nación, no ten-
drá esas cualidades en otra. Ley de instrucción pública podría
encontrarse, que, siendo un estímulo y una simiente de progre-
sos en un país, se convierta en otro en una remora injusta y
odiosa, capaz de alimentar un monopolio irracional á expensas
de muchos gérmenes de adelanto sacrificados».
El discurso, en que se llega á conclusiones tan exactas, de tan
sana y práctica filosofía, termina con una admirable defensa y
altísimo elogio de la independencia americana y sus proceres, de-
fensa y elogio que debieron borrar el último resto de prevención
ó resitencias que quedara en mentes españolas hacia los hombres
que produjeron ó empujaron el hecho lógico de la revolución
Americana,
Y después de presentar á los hombres de la familia hispánica,
como las hordas gaélicas, sentados en torno del hogar, reunidos
en aquellos congresos para transmitir á los hijos tipos, ejemplos,
sanciones, esperanzas, armas para la lucha, termina :
l'HOl.OíiO XVÍI
< Es preciso avanzar, marchar hacia adelante, dominar la» fuer-
zas brutas de la naturaleza, vencer al enemigo que está, fuera
do nosotros, con la ciencia, con el trabajo; j»firo es menester, ante
todo, domar al enomifío que est/i dentro do nosotros, la pereza, la
sensualidad, el egoísmo, la debilidad de carácter, la falta ile fe
en el propio esfuerzo; domarlo con la fuerza del alma, con la vir-
tud. Hay algo más grande que abnegarse (> sacrificarse: es el do-
minarse, el poseerse. Hay algo más noble que realizar grandes
acciones resonantes: es el realizar buenas acciones ignoradas.
Eso es ser valiente según el concepto cristiano ; eso es lo que
transmitiremos á nuestros hijos en nuestras escuelas, con la efi-
cacia de los más perfectos recursos de la ciencia pedagógica. Eso.
restituyendo á nuestra gran familia liispánica la mente sana en
cuerpo sano, hará resplandecer para ella, con el supremo auxilio
de Dios, aquellos tiempos en que, paseando por la redondez de la
tierra por primera vez el estandarte de la Cruz y el de Castilla,
demostró que nuestra i-aza tiene las condiciones necesarias para
realizar grandes empresas, y para ser, como ninguna otra, la
protagonista del mundo».
En la fiesta celebrada en favor del « Dispensario Alfonso XIII»
habló Zorrilla de San Martín, y su tema fué El idealismo hispá-
nico. Este discurso es un gran acorde, una pensativa armonía,
que debió adaptarse noblemente al ambiente del Teatro Real de
Madrid, tan poblado de magistrales vibraciones. ¿ Es en este ó
en los otros, donde raya á mayor altura la inspiración de este
orador? Pregunta bien difícil de contestar, por cierto.
Habló primero de la caridad, de la dádiva del Uruguay, la de
menos valor, pero la más cordial ; presentó el contraste entre las
fiestas paganas ; ensalzó las cristianas, y el idealismo hispano,
que impulsó al descubrimiento de América, dando á Colón la
bandera blanca con cruz roja, para que fuera á estrecharse con
otra cruz de estrellas, que es la radiosa constelación del hemis-
ferio austral ; con la cruz de estrellas desconocidas, recién naci-
das, que, entre miríadas de astros nuevos, habían de saltar en el
cielo, como chispas de un inmenso pedernal, al chocar en el
inviolado horizonte negro las proas vencedoras de las naves es-
pañolas.
Véase ahora como evoca á Isabel, la gran cooperadora de Colón,
la que comparte con él la gloria del descubrimiento : « una mujer
PRÓLOGO. II.
XVIII PROLOGO
/
blanca, pálida, de cabellos rubios, de ojos azules casi sin mirada,
pero llenos de recuerdos más azules y más profundos que los
ojos, y con una alma tenue, que filtraría como una luz convale-
ciente al través de la carne de marfil casi sagrada».
Y después de esa evocación mágica que conmueve los corazones,
dice : « El sol naciente del ideal, tocó á España en su cumbre
más augusta y más sedienta de luz y de calor: en la frente de
Isabel. España fué grande, porque, en los ojos de su reina, vio
la realidad invisible; porque, con la fe de su mujer fuerte, creyó
en la pi'esencia inmanente de la realidad futura ; porque, en el co-
razón de su heroína profética, amó con pasión lo que no era
carne ».
Zorrilla viene á Montevideo, á hacer una visita de algunos me-
ses á su tierra. Está de paso en ella, y es reclamado por el
Instituto Verdi para hacerse oír en una fiesta dedicada á Santa
Cecilia. Pronuncia entonces su oración sobre el arte musical.
En ese discurso traza en frases sonoras, y con oportuna eru-
dición, el origen de la música, su desarrollo, su perfeccionamiento,
la obra de los genios. Y después cuenta la historia de Santa Ceci-
lia, una historia que llama bien « angélica, superhumana, ininte-
ligible para los oídos que estén llenos de tierra ».
« El dominio de la música, dice sintetizando sus ideas, co-
mienza allí donde termina el dominio de las otras artes, sin excluir
el de la palabra: emociones que no tienen nombre, ensueños que
no tienen foi'ina, vagas aspiraciones á una felicidad sin consisten-
cia real, caricias de manos que no han existido, vaguedades infini-
tas y tenuísimas, colores que no están en el iris, lágrimas que
no se han hecho materiales; todo eso, que no tiene nombre, es
ritmo, es melodía, es acorde » . . . . «La música no es ni debe ser
imitativa, sino expresiva, sugestiva, despertadora ; es lengua ha-
blada en infinitos mundos y por infinitos seres». *
III
Una brusca transición se impone á nuestro análisis; nos sale
al encuentro el discurso A trabajar en paz, pronunciad©' por
i'Uot, ()(;<> XIX
Zorrilla do Sun Miirl.ín en 18H8, cuíiikIo ucahalia do .sor electo
(liputatlo, y (leboinoH oxamiiiarlo junto con las dos r<!HoiiHnto«
oraciouos políticas, pronunciadas quince años doapuÓH, y «lue
figuran en el libro con los títulos Paz ú Loa hovibres y Obra de
■paz.
Hasta a((ui lionios visto al autor de este libro fuera do la pa-
tria, ó de paso enella; hemos presentado al señor de la palabra,
al erudito, al artista, al diplomático. Ahora debemos verlo en la
patria, en la lucha; debemos considerar al ciudadano, al político,
al leader de un principio profesado y practicado con la inque-
brantable tenacidad de las convicciones hondas y firmísimas.
Esos tres discursos, esculturales por la forma, lo son aun más
por la materia: son de piedra. En el primero, en el de 1888, pro-
clama Zorrilla sus principios sociales y políticos, los que le dicta
la filosofía cristiana confirmada por una dolorosa experiencia, y
y les jura fidelidad; en los dos segundos, en los de 1903, cumple
prácticamente su promesa con la integridad y la energía inque-
brantables de un altivo solitario.
El orador de la Rábida, después de pronunciado en Montevi-
deo el discurso de 1888, en que, aleccionado por la revolución del
Quebracho en que tomó parte, declara que el ángel de la espe-
ranza para la patria no puede ser un arcángel armado, ha pa-
sado siete años en Europa, y lia vuelto con su convicción vigo-
rosa como nunca, clara, señora de su espíritu: es preciso, ante
todo y sobre todo, extirpar en su tierra el espíritu revoluciona-
rio, germen de todos sus males; es indispensable, para ello, vi-
gorizar, levantar, prestigiar la autoridad, muy especialmente
cuando hay que optar entre ella y la tendencia á la revuelta.
Roosevelt dice en su Ideal Americano que « el hombre que pro-
duce más mal á un país libre es aquel que convence á los jóvenes
de que uno de los caminos que conducen á la gloria, á la fama y
á las ventajas temporales está en la resistencia armada al Go-
bierno, y en los esfuerzos por derribarlo». Así pensaba Zorrilla
en 1888, y así pensaba á su regreso de Europa, de acuerdo con to-
dos los grandes pensadores, y de acuei'do sobre todo con sus prin-
cipios católicos. '^'^
Ese es todo su programa político del primer momento : una vez
realizado ese primer artículo, lo demás vendrá-
Una revolución ha tenido lugar en el país durante su ausencia,
la de 1897; su espíritu, casi vencedor, se ha encarnado en una
XX PROLOGO
personalidad extraña, extravagante, casi íbamos á decir estrafa-
laria, elevada al poder por los sucesos : el presidente Cuestas.
Cuestas no es hombre que se detenga ante los antecedentes y mé-
ritos del orador de la Rábida y del Ateaeo de Madrid. Acaso
esos mismos méritos y antecedentes son para él motivó de odio.
No es hombre que pueda comprender, y mucho menos respetar, á
Zorrilla de San Martín. Al contrario, se complace en la depresión
de tales hombres.
Con un rasgo de pluma, que trasmite á París el telégrafo, lo
arroja de su puesto diplomático, agradeciéndole sus servicios,
pero sin aducir un solo fundamento, sin dictar siquiera un de-
creto de separación, sin acordarle los recursos para su viaje de
regreso, ni el tiempo necesario para preparar el de su familia
Lo obligó á emprender ese viaje con uno de sus hijos tan gra-
vemente enfermo, que murió al llegar á la patria tan honrada
por su padre.
Zorrilla de San Martín regresó silencioso á su país, trayendo
como último testimonio de su conducta de diplomático, la cruz
de Comendador de la Legión de Honor que le confirió el Gobierno
francés, y la encomienda de número de Carlos III que el Gobierno
español agregó á la gran Cruz de Isabel que antes le había dis-
cernido. Zorrilla regresó silencioso ; silenciosos lo recibieron tam-
bién esta vez sus conciudadanos; no sonó una palabra en defensa
del esclarecido representante de la nación en España y Francia ;
ni una en contra de su injusta separación. Era el momento en que
todo lo que sonaba en el país sonaba á aclamación á Cuestas.
La separación de Zorrilla había sido ordenada por Cuestas, y eso
era bastante para hacer silencio. Cuestas era una especie de
monstruo ó de dragón sagrado, que era preciso alimentar con cual-
quier género de víctima.
* Por esas crisis han pasado y pasan todos los pueblos de la
tierra, «s».
Los principios y la virtud cívica del gran orador fueron some-
tidos á dura prueba; pero Zorrilla triunfó de ella. Aunque no se
acercó á Cuestas, apoyó resueltamente en la prensa el gobierno
existente, el gobierno de Cuestas; lo apoyó hasta el fin; hasta
el momento, que él previo, en que los más apasionados ensal-
zadores del dragón sagrado, habían de convertirse en sus más
encarnizados enemigos.
Aun se recuerda bien su artículo El último cuestista, ática y
PRÓLOGO XXI
amarga ironía, digna de Juvenal, dirigiiia á los (^ur, liespués de
haber levantado á, Cuestas, pretendieron dar en tierra con ól.
Zorrilla no lo elevó ni lo hubiera jamás elevado; pero una vez
constituido en autoridad, es él quien lo sostiene; lo sostiene so-
bre todo ante la amenaza revolucionaria. En la opción, no puede
vacilar un momento: será el último cuestista, es decir, el pri-
mer enemigo de toda revolución.
Pasa Cuestas, y es elegido legalmente el señor BatUe y Ordó-
ñez. El espíritu revolucionario vuelve á agitarse en torno del
nuevo gobernante.
La actitud del orador de 18S8 no puede ser dudosa : desdeñando
toda consideración secundaria ; sacrificando intereses, amistades
y simpatías; encerrado en la torre de marfil de sus principios,
apoya en Batlle la legalidad, la normalidad, el orden; y de su lira
de hierro brotan esos dos magistrales discursos de 1903, que con-
sagran un carácter, y definen una personalidad.
Una. revolución se ha levantado frente al señor Batlle y
Ordóñez, á los quince días de su elección. El esfuerzo popular
consigue desarmarla sin lucha, y el pueblo alborozado, presidido
por la Cámara de Comercio, van en imponente manifestación á
aclamar con ese motivo al Presidente de la República, y á los
doctores José P. Ramírez y Alfonso Lamas, que fueron los in-
termediarios de pacificación.
Zorrilla de San Martín es el órgano de ese pueblo, en su dis-
curso Paz á los hombres, y en el saludo que dirige á los docto-
res Ramírez y Lamas. Es órgano del pueblo, porque el pueblo
piensa en ese momento con él. Pero bien comprende que la obra
de paz no está terminada ; el germen de guerra no está extir-
pado ; el pueblo será voluble, pero él no. Una nueva ocasión de
continuar su obra institucional se le ofrece con motivo del viaje
que hace el Presidente de la República á los departamentos del
Norte. Acepta sin vacilar la invitación que recibe, y va; va á
apoyar la autoridad constituida, á prestigiarla, á arraigarla en
las entrañas del pueblo, que aun se agita receloso como el mar
después de la tempestad. Va á ver de conjurar la nueva tempes-
tad que relampaguea en el horizonte, y que se abatirá muy pronto
sobre el país, á pesar de sus esfuerzos. Habla primeramente en
Paysandú, donde es aclamado, y pronuncia después en el Salto
el discurso que, al incorporarse en este libro, vivirá con él.
Y debe vivir, porque es modelo de oración política en la forma;
XXII PROLOGO
f
modelo de integridad de espíritu en el fondo. Debe vivir, sobre
todo, porque es lo esencial permanente en medio de lo accidental;
es la roca agarrada en el fondo, en medio de las olas que ruedan
veleidosas en la superficie ; es lo que perdura y reaparece cons-
tantemente, en medio de lo que pasa y pasa sin cesar para no vol-
ver, ó para volver transformado. Se dirá acaso que en eso no se
ve un político. Puede ser, aunque no lo concedemos ; pero si no
se ve un político, se ve un hombre. La misma incorporación de
ese discurso en este libro denuncia á ese hombre en toda su
férrea integridad.
Con haber hablado ya mucho, aun no hemos trazado, ni si-
quiera ligeramente, el rasgo fundamental de la personalidad de
Zorrilla de San Martín. Ese rasgo, que es el que se refiere al cre-
yente y al defensor de su credo religioso, al fundador y leader de
una causa cívica de principios en el Uruguay, está en todas las
páginas de este libro; pero lo encontraremos especialmente en
el discurso pronunciado en el tercer Congreso Católico del Uru-
guay, en el que, con el título León XIII y la América Latina,
pronunció en 1902, en el consagrado al Arzobispo de Montevi-
deo, y en todos los otros concordantes, que, con ser numero-
sos, no son, sin embargo, sino una parte de las palabras ger-
minales que ha sembrado en su laboriosa vida de propagan-
dista.
No cabe en nuestro carácter de prologuista de este libro el
tomar parte en la difusión de las sanas doctrinas de su autor;
para eso está el libro; sólo debemos ofrecer una rápida sem-
blanza de esa personalidad tan rara en nuestro tiempo.
La obra de Zorrilla de San Martín como propagandista cató-
lico, al presentar reunidas en este libro sus notas más salientes,
reviste unas proporciones tales, que infundirá respeto y simpatía
aun á sus propios adversarios. Ya lo hemos visto, en su discurso
de 1888, ir espontáneamente al Club Católico, á hacer refrendar
por sus correligionarios sus poderes de diputado; á refundir, en
una sola manifestación solemne, la propaganda de sus diez pri-
meros años de vida pública, es decir, de toda su vida anterior; á
quemar sus naves, desligándose de todo partido político que no
se caracterice por sus principios cristianos, á fin de consagrarse
sólo á estos; á trazar un plan de organización, y el germen del
gran programa de principios de una nueva entidad cívica.
PRÓLOGO X \ 1 1 1
En el discurso pronunciado en la Unión Católica del Uruguay
esa tendencia tiene un amplio desarrollo. En el hay todo un j)ro-
grama do principios y do acción. p]stH allí desde la proclama del
credo fumlamental y esencial do la Religión del Verbo increado
que era al principio y estaba en Dios y era Dio», hasta la pro-
clamación de la democracia, cuya verdadera esencia define el
orador admirablemente, presentándola como identificada con la
patria, y como la más pura expresión ilel principio cristiano;
desde los principios fundamentales ó indiscutibles, hasta los ar-
tículos controvertibles del programa cívico y aun político del
partido católico que entrevó en el porvenir, y cuyos cimientos
están en esas sus palabras llenas de gérmenes; desde la idea fun-
damental, hasta el detalle de la acción práctica.
«Sí, señores, dice el orador; yo soy un viejo soñador incorre-
gible. Cual si estuviera ligado por un voto superior á mi vo-
luntad, -yo he renunciado al mundo, para encerrarme en el claus-
tro solitario de mis ensueños de fe, y esperar en él la hora de la
resurrección, y apresurarla, si fuera posible, con mi labor sin
tregua ». J^^
Las ideas fundamentales de ese discurso tienen su amplio des-
arrollo científico en la conferencia que, con el título Ltón XIII
y la Améiñca Latina, pronunció Zorrilla algunos años después.
En esa notabilísima pieza oratoria se ven las profundas raíces
del árbol que ha producido, como flores y frutos, las palabras y
las ideas armoniosas diseminadas en estas conferencias y dis-
cursos. La marcha del Pontificado al través de los siglos ; la doc-
trina ortodoxa sobre el origen del poder público y su aplicación
al régimen democrático repuhlicano ; la profunda observación
que se hace sobre la actitud de la Iglesia Católica en presencia
de las transformaciones históricas de las sociedades civiles: el ma-
gistral parangón entre la revolución francesa y la revolución de
la independencia americana; la interpretación práctica, en fin. de
las instrucciones de León XIll á los católicos ciudadanos.
Todo en esa conferencia es fundamental: todo revela un cono-
cimiento profundo de la ciencia del derecho; pero no de esas fi-
losofías que, como dice Carlyle, son en los hombres el suplemento
de su práctica y una especie de barniz lógico con que se ador-
nan, epidermis de inteligencia con que se recubren y con la cual
se esfuerzan por hacer admisibles sus actos instintivos y ciegos
después que los han realizado, sino de la filosofía que, identifi-
XXIV PROLOGO
cada con la fe, es nervio de la vokintad, principio de acción,
norma sagrada de conducta, sanción íntima y eficaz.
Tracemos, siquiera sea rápidamente, la nota final, el rasgo in-
discutido de esta interesante figura. Ese rasgo está en el dis-
curso sobre Lavalleja ; lo está en ese Artigas que aparece como
una sombra gigante en la conferencia sobre León XIII de que
acabamos de hablar.
El autor de la Leyenda Patria es, en su tierra, algo así como
un símbolo. Su sola presencia ante la multitud sacude la fibra
nacional. Cuando últimamente recitó en la Plaza de la Indepen-
dencia su canto á la patria, el inmenso pueblo allí congregado
se descubrió instintivamente al verlo subir á la tribuna. Nadie ha
hecho despertar como él el sentimiento nacional; nadie ha arran-
cado al pueblo oriental las aclamaciones delirantes á la patria
que él ha arrancado cien veces al pronunciar su nombre y recor-
/ dar sus glorias. -. — ;
^..Á"^ Zorrilla ama á su patria con verdadero recogimiento. « Amar
á otra patria, más que á la suya propia, escribió últimamente, es
robar á su madre para hacer limosna». -
En ese discurso sobre Lavalleja se refleja algo de todo eso,
algo solamente, porque para verlo todo es preciso ver los ojos del
orador cuando pronuncia el nombre de su patria; hubiera sido
necesario verlo dirigir la mirada al jinete de bronce qvie se alzaba
ante él, en la plaza de la ciudad de Minas, al viejo amigo, al
viejo símbolo, y decirle con voz del alma: ¡Presentes, mi ge-
neral !
Véase ese Lavalleja de Zorrilla de San Martín ; véase el Arti-
gas del discurso sobre León XIII.
Lo que hay en ellos de más notable es que la manifestación
afectiva y conmovedora del patriotismo está unida íntimamente
al profundo raciocinio sociológico ; el canto al héroe brota con-
juntamente con su razón de ser y con la razón de ser de su in-
fluencia, de su misión, de su obra. Artigas es la idea de Hegel,
el héroe de Carlyle, el personaje reinante de Taine, la imagen
de Goethe ; es la democracia nativa ; es la patria atlántica sub-
tropical necesaria ; Lavalleja es el hijo primogénito de Artigas,
el continuador de la luz profética. Nunca se ha demostrado y
f proclamado con mayor vigor de raciocinio y de sentimiento la
existencia de la patria uruguaya independiente.
'KOhOGO
IV
QueJaa todavía otros iliacursos sin mencionar.
Do los demás hemos recordado á los lectores rasgos é impre-
siones de una lectura que antes de ellos liemos hecho.
No nos ha sido posible, porque el arte poderoso nos falta, pre-
sentarles la figura completa del autor, y ello importaba mucho,
porque estos discursos no son producciones literarias como los
poemas ó las novelas que se escriben; son hechos, son sucesos do
una vida, como dice el mismo autor. No han sido formados para
hacer un libro; han sido pronunciados para obtener un resultado
sobre uní auditorio determinado, no sólo por medio de la idea ó
de la imagen emitidas, sino por medio de la vibración de la voz,
de la actitud, de la acción. Todo eso, fundido en un solo acorde,
constituye propiamente el discurso.
El libro que de ellos se forma tiene que ser, pues, sólo uu
memordndmn ó un reflejo.
Sólo podrán apreciarlo en toda su significación é intensidad
los que nayan oído al orador. Los que no lo hayan oído, tienen
que imaginárselo al leer estas páginas.
K — El concepto de Zorrilla sobre sus producciones oratorias es
este: « Yo no pronuncio lo que escribo; escribo lo que pronuncio.
Cuando preparo un discurso en la soledad de mi estudio, pre-
dispongo mi espíritu á hablar, no á escribir; me escucho á mi
mismo: soy un simple taquígrafo ó amanuense de mi palabra in-
terna, que suena en mi oído, mientras con la imaginación veo á
mi auditorio».
Si como orador, en las facultades que podríamos llamar físi-
cas ó externas. Zorrilla de San Martin es eminentísimo, y puede
ponerse entre los grandes maestros, realiza también en sus dis-
cursos, como lo comprueba este libro, el ideal que Taine indica
en su estudio dedicado á Macaulay en la Historia de la literatura
inglesa:
« Hablar en público, dice, es vulgarizar las ideas, es arrancar
la verdad de las alturas, donde habita con algunos pensadores,
para hacerla descender en medio de la multitud; es ponerla al
XXVI riiOLOGO
nivel de los espíritus comunes, que, sin esta intervención, no la
habrían percibido nunca sino de lejos y muy por encima de ellos».
Zorrilla sabe conciliar la novedad de la frase y la intensidad
de la imagen con la naturaleza del género oratorio. Este no per-
mite el uso de frases ó imágenes que, por su intensidad estética,
no puedan ser rápidamente percibidas. Una concepción que sería
bellísima en un poema destinado á ser leído, podría ser, no sólo
inútil, sino perjudicial, en una pieza oratoria: el auditorio no se
apoderaría de ella, porque la palabra oral no da tiempo á la per-
cepción de lo que exige un poco de meditación ; toca el espíritu y
pasa.
No es posible, por otra parte, tener en constante tensión á un
auditorio ; después de las locixciones intensas, es preciso hacerlo
reposar en las sencillas, casi banales y de rápida comprensión.
Tiene, pues, que haber diferencia, y la hay, entre el estilo y ca-
rácter de estos discursos : los destinados al pueblo son distintos de
los pronunciados en una asamblea científica; en los unos se revela
el poeta; en los otros el pensador, el periodista, el profesor, el pro-
pagandista; en todos el artista, el conocedor de la materia que
trata y del auditorio á quien se dirige.
Y como síntesis, como impresión definitiva de todas las pro-
ducciones, queda la convicción de una personalidad original y
vigorosa, que se revela con las ideas dirigentes : en el extranjero.
no dejando pasar una ocasión de recordar á su patria el Uruguay.
y la representación diplomática que inviste, su convicción demo-
crática y cristiana ; en su tierra, evocando el pasado para afirmar.
en los sólidos cimientos de su gloriosa tradición, el carácter na-
cional ; para trazar los rumbos del futuro, la acción común, el de-
ber de todos, confundiéndose entre los que tienen que llenar la
misión indeclinable, y aportar el esfuerzo á la obra bendita de
una nación á consolidar, de una sociedad á conservar para la vida
cristiana y feliz.
Diplomático ó simple ciudadano, su voz cálida y vibrante sólo
se ha alzado para proclamar el ideal, para hacer afirmaciones
luminosas, para enseñar y para alabar lo bello y lo bueno. Sus
discursos todos, son hechos, buenos hechos, acciones de mérito.
Los aplausos que su elocuencia arrebatadoi'a hizo bi'otar donde
quiera, no van sin embargo indicados en la casi totalidad de eso."^
discursos y conferencias, como es costumbre en otros que se pi;-
blican. No lo necesitan, ni sei'ía posible consignarlos sin inte-
l'ltdl.oiiO XXVM
iruinpir el ti'xti> á (^mla |)nKO ; pero ho MUMittMi, CHtáii (m toiluM
lits púi^iiias ; (Misi podríii iltn-irsi;, iipliciindo utiii iin(i^r<ii <|iii! creo-
tilos Vil iisatiii, i{iu* no hay nii'iH iiu*- iiplic.Hr ol oído, coiiio on tino
de esos líennosos camcolos i|ue, deMpiiósdc rodar lar};o tiempo por
el fondo dol mar, aparecen un día entre las arenas de la playa,
para sentir la resonancia pordurablf.
Montoviiloo, KiuTo lie Itífí).
Bknjamín Fkknániíf.;^ y ^Ikdina.
Descubrimiento y Conquista
del
Río de la Plata
Conferencia dada en el Ateneo de Madrid el 25 de Enero de 1892
(Dos ediciones en Madrid : Rlvadeoeira ( 1902 ) y Fortanet ( 1902 )
SUMARIO
Exordio. — El continente americana. — El hombre americano. —
La llegada del hombre europeo. — Juan Díaz de Solís. —
El río de la Plata. — La conquista. — El charrúa.— Ma-
gallanes y Etcano. — Gaboto. — Don Pedro de Mendoza. —
Ayolas. — Irala. — Alvar Núñez. — Don Juan de Caray. —
Fundación de ciudades. — Bnenos Aires. — Asunción. — Ca-
rácter especial de la colonización del Río de la Plata. —
Don Bmno Mauricio de Zabala. — Montevideo.
Señoras :
Señores :
Sea por temeridad ; sea por el gran deseo que sentía
de incorporarme, en alguna forma, á la vida activa de
este prestigioso centro intelectual; sea por el anhelo de
conquistar honra para mi nombre por el simple hecho de
asociarlo al vuestro, ello es que acepté el honor que me
dispensó el Ateneo de Madrid, al elegirme, con cortesía
que de todas veras agradezco, para daros esta noche
una idea del descubrimiento y conquista del Rio de la
Plata, y vengo á cumplir mi compromiso.
Soy, señores, el primer americano del Sur á quien
cabe la honra de hablar desde este sitio; pero no juz-
guéis del estado intelectual de la América, y muy espe-
cialmente del país que tengo el honor de representar en
España, por lo que voy á deciros esta noche; mi voz no
es capaz de reflejar el verbo americano. No me atrevo
ni aun á invocar, para obtener vuestra preciada benevo-
lencia, el temor que en estos momentos no puede menos
de embargarme ; porque, aun sin él, nada pudiera ofre-
ceros digno de vosotros, del tema histórico que he de
CONFERENCIAS Y DISCURSOS
desarrollar, y del alto propósito que informa la serie de
conferencias, de que la mía debe formar parte, con que
el Ateneo de Madrid prepara la rememoración del des-
cubrimiento de América.
He vacilado, sobre todo después de haber oído á los
esclarecidos oradores que me han precedido en otras
conferencias, respecto de la índole que debía imprimir
al desarrollo de un tema tan vasto, tan interesante y
tan propicio á la prolija investigación histórica : ó bien
desenvolvía, con detenido criterio^ un punto controver-
tido relativo al descubrimiento y conquista del íí-ío de
la Plata, ó bien os daba una idea general y comi^rensiva,
pero por eso mismo ligera^ de aquel suceso, procurando
hacer destacar de su narración los caracteres de los he-
chos y de los hombres principales, vinculando ó esla-
bonando mis informaciones y conclusiones con la tota-
lidad de los hechos que constituyen el descubrimiento
del Nuevo Mundo, dan carácter á la época en que tuvo
lugar, y reúnen hoy á todos los hombres de la familia
ibérica á conmemorar glorias comunes, y á estrechar sus
vínculos tradicionales, en el regazo de los recuerdos
centenarios.
He optado por lo segundo, por creer que así coadyu-
varé mejor al propósito que en esta serie de conferen-
cias persigue el Ateneo, y que me fué comunicado : el
de ilustrar la opinión española sobre los principales su-
cesos del descubrimiento de América, cuyo aniversario
va á celebrarse.
Voy, pues, con ese objeto práctico, á daros las ligeras
informaciones que me habéis pedido, ó, más bien, voy á
ahorraros el trabajo de largas lecturas concordadas y
DBSCUnRIMIBNTO IM;I, IMO I)K I,.\ ri.ATA f)
prolijas, que liti refrescado para vosotros, tendentes á
apreciar, primero en su conjunto, y después en sus gran-
des detalles, el hecho memorable del descubrimiento y
conquista de América, jjor el genio, la perseverancia y
el valor españoles..
Para daros una ¡dea de aquel gran suceso, y poder en
seguida apreciar la significación relativa, geográfica,
etnológica é liistóricamente considerada, del descubri-
miento y conquista del iiío de la Plata, que se derrama
en el Atlántico, allá á los 35 grados de latitud Sur, yo
quisiera llevaros con la imaginación, señores, al extremo
de las glaciales latitudes del Norte, allá, al círculo polar
ártico, y señalaros con la mano el teatro espléndido del
drama histórico iluminado por el crepúsculo del siglo xv
y la aurora del xvi; quisiera mostraros ese continente,
especie de vertebrado colosal que se baña en dos océa-
nos, y que. tocando con sus extremidades superiores,
con la mano de la Groenlandia, la Europa, y con la que
acaso fué el istmo de Beering, el Asia, va á sumergir,
más allá de la Tierra del Fuego, su larga extremidad
inferior, entre las profundidades del mar, y los eternos
hielos inexplorados del polo antartico.
Miradlo, señores: ahí está, con su superficie de cua~
renta millones de kilómetros cuadrados; con su columna
vertebral de dos mil quinientas leguas; con sus montes
Icomo nubes, y sus llanuras, y sus selvas; con sus volca-
I nes, ardientes tributarios del cielo, y sus ríos, soberbios
tributarios del mar.
Mirad hacia abajo, desde la cima de vuestra imagi-
nación, y ved primero esas montañas que se bifurcan y
trifurcan teniendo por núcleo la Rocallosa: esos cinco
lagos, que ocupan una superficie de trescientos mil küó-
metros cuadrados ; esos ríos como mares, que se llaman
CONFERENCIAS Y DISCURSOS
el Misisipi y el San Lorenzo, y deteneos á escuchar un
momento esa voz soberana de la naturaleza : es el Niá-
gara, que se despeña cantando sus canciones inmortales,
y prolongando las vibraciones de su interminable trueno
casi hasta alcanzar las últimas del Tequendama, su
incomparable rival de la América del Sur, que habla á
su vez con su hermano el Yguazú, la más rugiente y la
más grandiosa de las cataratas del mundo.
Cruzad, señores, la gran meseta de Méjico; mirad de
paso, en pie sobre ella, al Oi'izaha y al Popocatepell ;
distinguid el golfo, el de las leyendas y las glorias, y
pensad, al mirar aquella península de California, que se
adelanta en el mar, quei es oro lo que circula por las
venas subterráneas de esa especie de viscera silícica.
Más allá, la América se estrecha para formar el istmo ;
y, como si la tierra, estrujada y casi estrangulada, res-
pirase con mayor violencia, levanta más su seno, y abren
en él sus cráteres los veintisiete volcanes activos de
Guatemala, que parecen arraigados en las entrañas del
mar; se hunde en su profundo lecho el extenso dormido
lago de Nicaragua ; asoman las Antillas sus trescientas
sesenta cabezas del fondo de las aguas, como náufragos
que sobrenadan aún del naufragio de un trozo de la tie-
rra sumergido por la lucha sin historia de dos océanos,
que, para encontrarse, quisieron acaso partir en dos la
granítica cintura del continente sin lograrlo, y busca
por fin expansión y se dilata, más allá del istmo, en
las hermosas regiones bañadas por el Magdalevia y el
Orinoco, precursores del Amazonas, el mayor de los ríos
de la tierra, el cual, al encontrarse con el océano, lejos
de sorprenderse ó arredrarse ante su azul inmensidad,
rechaza sus aguas saladas, y corre sin confundirse con
ellas en una extensión de trescientos kilómetros ; mirad
DKSÜUUUlMlliiNTO UKL lUU Uü LA l'LA TA (
por fin, al üruguaij y al /'araná, quo, naciendo en Uh en-
trañas de la Amórioa Meridional, en las .sierras del bra-
sil, quo los separa d(^ los ríos (juc van hacia el Oeste,
corren de Norte á Sur, atravesando distintas latitudes y
climas en un trayecto de fres mil xetecientos kilómetroH,
para formar el caudal del Río do la Plata, el grandioso
estuario do mi patria cuyo nombre no pronuncio sin
conmoción en este momento, y que, con una anchura dr
cuarenta leguas, se derrama en el Océano, allá á los
;i6 grados do latitud Sur.
Porque mi pensamiento tiene que detenerse, señores,
aquí, en esta costa del Atlántico, no os he mostrado,
siquiera sea de paso, esa región inmensa que hemos de-
jado á nuestra derecha en nuestro descenso de Norte á
Sur, para completar este vuelo de nuestra imaginación
sobre las cumbres: no os he hecho detener en esa tri-
furcación de los Andes, en esa región que sigue á las
.Antillas, y escucha, en medio de su eterna primavera, la
voz del Tequendama; no os he señalado la espléndida
vegetación tropical que fecunda el Amazonas; no os he
indicado siquiera la cumbre del Chimhorazo, que se
eleva en el desierto, ni el cono truncado del Cayambé,
especie de columna miliaria del mundo, sobre cuya ca-
beza blanca pasa la línea del Ecuador; ni el Pichincha
que, como el Cerbero de la fábula, ruge por sus cuatro
cráteres; ni el Cotopaxi de esbeltas formas matemáticas;
ni el Ilimani más allá, ni el Sorata, ni aquellos últimos
gigantes, guardianes de un mundo, que se levantan en
aquel extremo, y que se llaman el Descabezado, el Maipú,
y, por fin, el Aconcagua, la cumbre más elevada de los
Andes, que se pierde en las nubes, á una altura de 6.894
metros sobre el nivel del mar.
No os he indicado los valles que se extienden entre
CONFERENCIAS Y DISCURSOS
los innumerables contrafuertes de los Andes, ni los la-
gos de las cumbres, ni esa cuenca del Plata que se di-
lata entre las dos cordilleras que franjean el conti-
nente, con sus pampas sin orillas, sus ríos sin riberas j
sus azules cielos sin nubes.
Todos los climas están allí, desde el frío del polo
basta el calor del trópico, sin encontrarse, sin embargo,
en esas suntuosas comarcas, ni los mares de fuego de
los desiertos africanos, ni las regiones muertas de las
estepas del Asia; todos los cielos se proyectan en su
cielo; todos los cantos se oyen en sus bosques; todos
los metales circulan en las arterias subterráneas de ese
mundo, como corrientes de fuego que bañan las raíces
de ese bosque de piedra que se llama los Andes ; la fauna
3^ la flora todo lo invaden, sin dar casi espacio al domi-
nio de la infecunda arcilla; la naturaleza está pronta
allí á recibirlo todo, á fecundizarlo, á multiplicarlo todo.
Y sin embargo, señores, ese mundo estaba casi vacío.
La soledad, sentada en las cumbres ó discurriendo por
las riberas oceánicas, miraba el mar al morir el siglo xv ;
las estrellas desconocidas brillaban en sus constelacio-
nes ignotas, y parecían tiritar de frío.
Mirad al hombre que allí existía : procede de una no-
cbe misteriosa y vive sumergido en ella ; despojo de las
tempestades del alma y de la naturaleza, vino acaso
formando caravanas sin historia ; á excepción de algu-
nas semicivilizaciones que agrupan algunas razas en
torno á fragmentos monumentales ó vestigios de civili-
zaciones humanas sin recuerdo, el hombre vaga, des-
nudo y solitario, como el ciervo ó el tigre, por los bos-
ques, las montañas, las costas ó las llanuras; va triste :
DKKCl'HKIMIKNTO l>Kt, l(fo l)K I.A PLATA 9
Hufro acaso la nostalgia do. su olvidado divino origen;
el tiempo le ha teñido la piel con los cambiantes del
rojo; tiene la frente estrecha, los cabellos rígidos, el
pómulo saliente, los ojos pequeños, melancólicos y ne-
gros; parece que camina á tientas, en actitud huraña,
irresoluta y desconfiada; es un extranjero; en su cara
casi no se refleja el alma; parece impasible, atónito;
habla en voz baja; nunca ríe; apenas si una amarga
sonrisa contrae alguna vez sus labios, formando en ellos
una mueca desdeñosa ó sarcástica; lucha gritando, mata
rugiendo, pero muere en silencio ; no ama, no espera,
no canta sino alguna que otra melodía triste y monó-
tona, y, lo que es más triste, señores, el desgraciado no
sabe llorar.
¿Era para ese hombre el mundo espléndido sobre cu-
yas cumbres hemos volado?
j Infeliz ! Ni siquiera podía sospechar sus riquezas, ni
comprender la voz de su elocuente naturaleza, que lo
llamaba en un idioma indescifrable para él.
¿Era acaso señor y dueño, con derecho de propiedad
estable sobre ese mundo ?
Tampoco: ni siquiera lo ocupaba moralmente: era
dueño sólo de aquello en que imprimía sus escasas facul-
tades: de la pieza que hería con su flecha de punta de
sílex ó de espinas de pescado; del árbol que derribaba
para comer su fruto, ó ahuecaba al fuego para flotar en
las aguas: pero era nómada, errante; no poseía la tie-
rra; la mujer clavaba y desclavaba el toldo de pieles á
cada paso, llevando á cuestas el fardo de su hijo y de
su triste vida esclava: encendía por la mañana el hogar
en la llanura, para volverlo á encender de nuevo en la
cumbre al caer la tarde, mientras al hombre de la tribu,
que no tenía más ocupación que la guerra, se le prolon-
10 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
gaba la pupila, como á la especie felina, á fuerza de ace-
cliar para atacar á la tribu enemiga, ó esperar su siem-
pre inminente ataque, y satisfacer su suprema aspiración :
lucliar, matar ó morir.
Res sacra misera ha dicho con razón el poeta latino :
es sagrada la desgracia; por eso está bien un latido de
compasión, y aun de ternura, en el pecho del poeta ame-
ricano, señores, y también del pensador cristiano, cuando
se piensa en el inexorable destino de las razas aboríge-
nes americanas, que desaparecieron bajo el peso de una
ley providencial que ofusca la mente y contrista el
corazón.
Pero yo tengo la persuasión de que ese hombre no
era ni podía ser un principio ; era un término, un últi-
mo vestigio. Era joven y hermosa la naturaleza, y el
hombre era decrépito; el hombre agonizaba, y la natu-
raleza nacía ó renacía; el hombre temía y notaba en
todas partes funestos presagios, y la naturaleza ansia-
ba; el hombre cavaba su tumba, mientras la naturaleza
cubría de musgo y flores esa tumba, y preparaba en
ella una cuna ó un tálamo nupcial para el hombre que
esperaba ó presentía, capaz de comprenderla, de amar-
la y de hacerla madre.
Vosotros sabéis, señores, cómo el hombre llegó ; voso-
tros conocéis y habéis escuchado muchas veces la historia
de las tres sagradas carabelas ; habéis sentido repercu-
tir en vuestras almas emocionadas el débil cañonazo de
la Pinta, el grito de / Tierra ! y el Ave Maris Stella de
las tripulaciones arrodilladas en torno de la figura pro-
f ética de Colón, y ante la cruz que las guiaba. Pero
acaso no habéis oído, ni se ha interpretado aún, el grito
DESCUBRIMIENTO DKI. Itío IiK I. A IM,AT\ II
inaudito de ¡el lunnfu'e! lanzado por la naturaleza ame-
ricana, por sus bosques, por sus montañas, por sus con-
fusas lejanías atónitas, al sentir clavarse en su suelo y
flotar en sus airos las dos cruces, emblema de su reden-
ción: la cruz divina que había redimido á la humanidad
catorce siglos atrás, levantada en la cumbre del Calva-
rio, y la cruz roja en campo blanco, gloriosa enseña do
Castilla, que acababa de salvar la civilización cristiana
de Europa, enhiesta en las almenas de la torre de la
Vela de Granada.
Y yo os quiero hacer notar, señores, en apoyo de
esta idea que ha preocupado algunas veces mi imagina-
ción, exaltada por lo grande, que hay una faz misteriosa
en el descubrimiento de América : Colón 3' sus marine-
ros no la buscaban: ellos buscaban sólo el Oriente por
el Occidente ; no fueron, pues, las carabelas las que sa-
lieron al encuentro de América: fué América la que /
salió al paso á los heroicos naA'egantes. para detenerlos
y decirles: «Aquí estoy '>.
Fué recto y prodigioso el viaje, vosotros lo sabéis,
pues os lo han narrado ya desde esta tribuna oradores
más elocuentes que yo; fué asombrosamente favorable
al desarrollo de la grande empresa el sitio á que arriba-
ron las carabelas: precisamente el centro, la conjunción
de las dos Américas: parece, señores, que aquellos vien-
tos que empujaron á las videntes naves fueron grandes
inspiraciones del pecho oprimido del mundo que las espe-
raba, y que las atrajo precisamente á su corazón, al
centro mismo de su ser.
Cerca relativamente de la isla de Guanahani. á que
arribó Colón, estaba el istmo, la parte más estrecha del
12 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
continente, que, aun después de descubierto, era, comc>
tal, desconocido; según la opinión general, las tierras
recién reveladas constituían la parte oriental del Asia,
como sabéis. El mar misterioso estaba dominado: la
fe, el genio y el valor le habían arrancado su secreto ;
pero detrás de las montañas que cerraban el horizonte
de las nuevas tierras, estaba, como oculto y agazapado,
otro coloso : era el mar del Sur, el inmenso mar encar-
gado de desvanecer el error de Colón, y de revelar al
mundo que la tierra que había salido del abismo al en-
cuentro de sus mensajeros, no érala costa del Asia, sino
un nuevo é inmenso continente, que ensanchaba las
proporciones del planeta.
Vosotros ya sabéis, señores, cómo el ilustre y desven-
turado Vasco Núñez de Balboa atravesó el istmo, con
un puñado de héroes, entre montañas, bosques impene-
trables, marismas y pantanos de aliento mortífero, ani-
males venenosos y hombres fieros.
Su descubrimiento ¡Drodujo jDrofunda impresión en
España, 3^ cambió el rumbo de los proyectos. Se apres-
taba una nueva expedición á la India, cuando llegó á
la Península- la noticia de la existencia del mar de
Balboa.
¿ Luego es un nuevo continente, y no la costa orien-
tal del antiguo, lo que ha sido encontrado en esos igno-
tos mares?
¡ Pues á buscar sin dilación el paso entre uno y otro
mar al través de ese continente! se dijo. ¿Es éste gran-
de? ¿Es pequeño? ¿Está el paso cerca del istmo? ¿En-
grana esa tierra en el polo_, en lo misterioso? ¿Está allí
la fortuna ó la muerte?
Eso no detenía entonces ni hacía vacilar aquellos
corazones férreos. Era necesario buscar el paso marí-
nB.S(M'imiMIKNTÍ) DKI. It(0 DK I, A l'I.ATA l.T
timo, do Oriente A Occidente, á través dol mundo nuo-
vo, y <'l puso debía aparecer sin diliuicíu.
Y allá van, aoñores, surcando los maros desconocidos,
otras tros poqiioflas naves, que han salido el 8 de Octu-
bre (lo 151;") (k'l puorto di* Le[)o. Allí va, sereno, en el
puente de la capitana, fijos los ojos en la rosa de bitá-
cora, uno de los primeros navegantes de su tiempo : el
bizarro y honesto Juan Díaz de Solís, piloto mayor de
España, cuyo nombre hace palpitar en estos momentos»
mi corazón de americano, de rioplatense y de cristiano.
jEl buen Díaz de Solís!
Va á buscar la muerto, señores; pero sus frágiles na-
ves avanzan, y siguen avanzando, y navegan dos mil le-
guas ¡dos mil leguas, señores! hacia el Sur, sin desaliento,
hasta que allá, á los 35 grados de latitud, nota el piloto
que la tierra cambia de rumbo y se dirige al Occidente.
Se adelantan las naves en esa dirección, casi seguras
<le haber hallado el estrecho en que debían fundirse las
salobres aguas de los dos océanos; pero pronto el asom-
bro las embarga: aquella inmensa cantidad de agua
sin riberas que cortaban sus quillas era dulce y potable. ■^
/ Un mar dulce ! \
Las naves españolas surcaban por primera vez el Río j
de la Plata. I
¡ El Río de la Plata ! ¡ También había de llamarse así f
en definitiva, señores, en el mundo de Colón, que se
llama América^ el gran río, que no tiene plata, ni en
sus costas, ni en sus arenas, pero tiene en cambio, en
las primeras, los restos ignorados de Juan Díaz de Solís!
Este se adelanta con una de sus naves á reconocer el
imo de los dos caudalosos ríos que, al desembocar, for-
14 COKFBRBNCIAS Y DISCUKSOS
man el grande estuario que los naturales llamaban
Paraná- Guazú, Rio como mar; penetra en el verde
Uruguay^ que, á diferencia del Paraná^ de profuso delta,
desemboca por un solo brazo de grandes proporciones,
y fondea cerca de su ribera oriental en tierra firme : la
actual República del Uruguay, mi buena y querida
tierra.
El sitio del desembarco de Solís ha sido objeto de
reñidas controversias ; se ha controvertido y se contro-
vierte hasta el hecho de ser Solís quien primero navegó
el Río de la Plata, pues hay quien afirma que, desde
15Ó6, los navegantes holandeses y portugueses cruza-
ron sus aguas, y que los segundos, conducidos por Amé-
rico Vespucio, tomaron posesión de sus costas en nom-
bre del monarca lusitano ; podría con esas investiga-
ciones, aun no incorporadas á la historia, formarse
una conferencia no escasa de interés y novedad; pero,
como antes os lo he anunciado, no es la controversia ni
la paciente investigación histórica el objeto de este
discurso. Dejemos, pues, á los historiadores en su labo-
riosa y meritoria tarea; tomemos sólo sus conclusiones
aceptadas y corrientes hasta ahora, y acompañemos
hasta su ignorada y gloriosa tumba á Juan Díaz de So-
lís, ya que nuestro propósito es ante todo apologético.
El descubridor desembarca con algunos compañeros
en la costa, á tomar posesión de aquella hermosa tierra
subtropical, de clima europeo, en nombre del rey de
España; entre los jarales y los bosques inmediatos lo
acecha el charrúa, el indio que, con los querandíes de
la ribera occidental y las demás tribus que en esas lati-
tudes tenían derramadas la raza tupí-guaranitica y la
chaqueña, fué acaso el indio más fiero é indomable de
América, y cuya conquista ha costado más sangre espa-
DE.s('i:iuciMifc:N"ro ui-u. nm ni: i..\ n.ATA 15
ñola en el continente de Colón, se^ún el sontir autori-
zado de don Félix de Azara.
Y allí reveló dc^sgraciadamente su fiereza: el siniestro
alarido de guerra y muerte brotó de entre los jarales
repentinamente, y la flecha charnia atravesó el corazón
del descubridor y sus compañeros, que fueron destro-
zados á la vista de los que en la nave habían quedado,
y que regresaron á España con la triste nueva. Debo
omitir detalles, señores, y, con maj'or razón, controver-
sias históricas sobre los hechos que os narro. La histo-
ria etnológica del Río de la Plata está aún por estu-
diar. Se discute si fueron efectivamente las tribus
charrúas quienes sacrificaron á Solís; si lo fueron, éste
no fué devorado como se ha dicho, porque los charrúas
no eran antropófagos; se estudia aún el origen de las
diversas razas de hombres que poblaban aquellos terri-
torios, sus nombres, sus lenguas, sus costumbres, sus
caracteres antropológicos. Un campo vastísimo se ofrece
allí á la ciencia : pero en este momento, debemos decir
con el altísimo poeta: « non raggionar di loi'». Pasemos,
pues, señores, y esperemos á que los sabios nos den sus
conclusiones.
El primer jalón de la conquista del Río de la Plata
está plantado; el reguero de generosa sangre española
es la primer senda abierta á la civilización en el seno
de mi patria, y vosotros me permitiréis, señores, que el
tiempo que había de invertir en minuciosos detalles
históricos, que me están tentando, lo invierta oon prefe-
rencia en ofrecer á la memoria de aquellos primeros
mártires de la civilización americana el homenaje de
mi admiración y de mi gi-atitud.
16 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
Como se ha dicho con razón, somos nosotros, más
aún que vosotros, los que heredamos los frutos del árbol
regado con esa sangre ; somos, pues, nosotros, los ame-
ricanos, los hispánicos nacidos en América, los que en
primer término estamos en el deber de admirar la me-
moria de los que la vertieron, y de vindicarla siempre
con reconocimiento filial.
Yo, señores, hijo de la tierra en que Solís halló su
tumba, al tener que recordaros toda la sangre, todo el
heroísmo que reclamó su conquista para la civilización
cristiana á esta noble madre patria española, temo que
puedan atribuirse á lisonjero halago ó á gratitud de
huésped reconocido, las ideas y sentimientos que sobre
esos hechos y esas glorias españolas estoy en el deber
de enunciar, pues brotan espontáneas al calor de los re-
cuerdos. Pero felizmente puedo reproduciros aquí mi
sentir, manifestado en el seno de la patria, cuándo no
creí ciertamente que había de presentarse esta feliz oca-
sión de decíroslo á vosotros. Ved cómo yo expresaba,
hace diez años, en mi poema Tabaré, lo que eran la con-
quista de mi tierra y sus conquistadores :
« Como el cachorro oculto bajo el cuerpo
Del tigre provocado,
Así se oculta la uruguaya tierra
De su indómito rey bajo los arcos.
El indio ruge, al escuchar la planta
Del extranjero blanco,
Con rugidos de rabia y de deseo,
Siempre en acecho, cauteloso, huraño.
Brilla el ojo del indio en la espesura;
Suena por todos lados
Su alarido feroz; brotan rabiosos
De entre las flores sus agudos dardos.
DESCUBRIMIENTO DEL RtO DB LA PLATA 17
¿Dónde 86 escomien? Donde esconde el viento
Sus p;rito.s i^'norados;
Donde esconde la muerte las lumbreras
Que enciende sobre el haz de los pantanos.
Allí donde tan sólo se ve un p^rupo
De chircas ó de cardos,
Hay rostros escondidos y en acecho,
Siempre despiertos, sangre olfateando.
Allá en el matorral algo se mueve:
¿Quién trepa en el barranco?
¿Sentís un grito en la lejana orilla?
Es la muerte; si vais, veréis su rastro.
¿Que hay más allá? Lo ignoto, lo imprevisto,
Quizá lo sobrehumano;
Algo más que la muerte, más oscuro . . .
¿Quién se llega hasta él? ¿Quién va á retarlo?
España va; la cruz de su bandera,
Su incomparable hidalgo ;
La noble madre raza, en cuyo pecho,
Si un mundo se estrelló, se hizo pedazos.
El pueblo altivo, que, en la edad sin nombre,
Era el cerebro acaso
Del continente muerto,
Ya sumergido en el abismo atlántico,
Que, no teniendo en sí, para el cadáver
De aquel coloso espacio,
Dejó asomar, sobre la vasta tumba.
Miembro insepulto, el mundo americano.
Sólo España, ¿ quién más ? sólo ella pudo,
Con paso temerario.
Luchar con lo fatal desconocido,
Despertar el abismo, y provocarlo;
COK». T DISC.
18 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
Llegarse á herir el lomo del desierto,
Dormido entre los brazos
De la infioita soledad su madre,
Y en él clavar el pabellón ci'istiano,
Y resistir la convulsión suprema
Del monstruo aquel, al revolverse airado.
Sin que el pavor le acongojara el alma,
Ni el resistir le desarmara el brazo.
Así pensaba y así pienso, señores: sólo España, Yo
creo que es iin postulado histórico y sociológico que
los hechos heroicos no son realizados al azar por los
I pueblos : los realiza quien debe realizarlos, quien merece
realizarlos, no otro. Si sólo España comprendió á Colón,
fué porque sólo España, en aquel entonces, tenía la ca-
pacidad necesaria para contener su genio ; porque sólo
ella era, por consiguiente, tan grande como Colón. Lo
heroico no se lleva á término por casualidad ó por sor-
presa, porque el heroísmo es realidad, es persistencia,
es el grado supremo de la virtud, que significa fuerza.
Y así fué, señores : la sangre de Juan Díaz de Solís y
sus compañeros no hizo vacilar el corazón español, por-
que estaba forjado para eso; no constituyó una valla^
trazó una senda; y la conquista recomienza bien pronto,
para hacer de aquellas vastas regiones desconocidas, el
teatro de hazañas y sacrificios que emulan con los más
grandes realizados por los conquistadores de América,
y del mundo por consiguiente, y cuya narración no
puede caber desgraciadamente en los estrechos límites
de una conferencia académica, con el detalle que su in-
terés reclamaría.
Después de Solís, es Magallanes quien, en persecu-
ción del paso marítimo al través del continente, visita
DESCUBRIMIENTO 1>I2I. Itio 1>K l.A TLATA 1!>
de nuevo, el año 1020, el Río de la Plata; pero el buque
que ha enviado hacia el Norte, rogrosa á los quince
días, después de haber reconocido el espléndido río Pa-
raná, y haber adquirido la convicción de que, tanto este
como el Uiuguay, )io se desviaban hasta sus fuentes de
su rumbo hacia el Norte; no estaba, pues, allí el paso
de oriente á occidente que se buscaba.
Efectivamente: el Uruguay y el Paraná son el Eufra-
tes y el Tigris americanos, que forman la Mesopotamia
argentina, incomparablemente mayor y más fecunda
que la que, en los tiempos antiguos, dio vidaá las Níni-
ves y Babilonias de histórica opulencia.
Dejemos, pues, á Magallanes seguir su ruta ; no pode-
mos, señores, acompañarlo en su famosa expedición de
descubrimiento del estrecho de su nombre, que voz más
galana que la mía os hará conocer; él, por fin, halló el
paso, entre uno y otro océano, que tantos habían bus-
cado ; no podemos detenernos ni un instante en su se-
pulcro, en una de las islas oceánicas, ni seguir ese re-
guero de sangre española al través del mar y de las
islas, vertida por los héroes que dieron por primera vez
la vuelta al mundo á las órdenes de Sebastián Elcano,
el bizarro guipuzcoano; ni siquiera podemos saludar el
arribo á Sanlúcar de la nao Victoria^ tripulada por solos
17 hombres, restos de los 265 españoles que, con Maga-
llanes y Elcano, pasearon por primera vez el pabellón
de la Cruz y el de Castilla por toda la redondez de la
tierra. Esas hazañas sin precedente atraen casi irresis-
tiblemente nuestro espíritu; ellas nos traen á la memo-
ria, y quizá no nos hacen aparecer tan hinchada como
parece, la hipérbole del poeta popular que, en su ardo-
roso entusiasmo, nos dice que no hay un puñado de
tierra sin una tumba española ; pero las naves de Sebas-
20 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
tián Gabofco, el tercer explorador, entran al E,ío de la
Plata con una nueva expedición descubridora, y allí
me reclama mi deber de conferenciante con tema y
tiempo limitados. Seguidme tras él, señores.
Estamos en 1526, y es en esta fecha cuando, después
del descubrimiento, comienza la conquista, y conjunta-
mente la colonización del Río de la Plata.
Me permitiréis, señores, haceros una ligerísima expo-
sición de los hechos, para ofreceros en seguida las con-
sideraciones que ellos sugieren á la crítica histórica, y
dan especialísimo carácter á la conquista y población
del que será virreinato de Buenos Aires.
Sebastián Gaboto, que sale de Sevilla en 1526, inicia
la población de aquellas tierras. Penetra en el Uruguay;
en su margen oriental, confluencia con el río San Sal-
vador, deja un fuerte con un puñado de valientes, que
luchan contra el irreductible indio charrúa, hasta caer
bajo la zarpa de la indomable fiera moribunda; remonta
en seguida el Paraná, y fija allí el legendario fuerte de
JSancti Spiritu, teatro inmediatamente de una de las más
melodiosas y trágicas leyendas americanas, en que la
figura transparente de Lucia Miranda, la hermosa he-
roína del amor conyugal, flota sobre el vapor de san-
gre de la guarnición exterminada, y se ofrece hoy al
poema, más aún que á la historia, como la Elena de una
Ilíada salvaje, con el prestigio del amor y del martirio.
Sigue remontando el Paraná, y penetra al E-ío Para-
guay, donde trescientas piraguas guaraníticas, como una
invasión de cocodrilos, atacan su nave. Lucha, vence y
regresa á España, después de haber dejado iniciada la
población de aquellas regiones, sin más apoyo que el
DBSCIIHIUMIHNTO DKI, Itlo IH: I, A IM.ATA '_M
inan(lol>l(> (1«^1 Holdaflo, y algunas »*fíiiH^raH aJianzas con
las tribus salvajes circunvecinas.
Lo sucode en la labor, en 1534, don Pedro do Mendoza,
que conduce una grande expedición de catorce naves,
que llevan á su honlo 2.500 españoles y 150 alemanes.
Lle¿;an los expedicionarios á la niurfjjen derecha del gran
río, y los aires estivales que llenan sus })ulmones fati-
gados, les inspiran el nombre de la ciudad que allí fun-
daron, destinada á »er la suntuosa metrópoli del Plata:
allí amasaron con sangre los cimientos de Santa María
de Buenos Aires.
Pero el indio querandí, el rival en fiereza del cha-
rrúa de la orilla oriental, sitia y diezma noche y día á
la guarnición, y hace imposible su permanencia en
aquel sitio. Envía entonces Mendoza á sus dos bizarros
capitanes, don Juan de Ayolas y don Domingo de Irala,
á buscar al Norte un sitio más propicio y hospitalario;
y mientras Mendoza, enfermo y desalentado, regresa á
España para morir en la travesía, Ayolas é Irala, que,
como todos los héroes, se agigantan ante el peligro, cla-
van, nuevo jalón de la conquista, allá en las costas sej)-
tentrionales del río Paraguay, las estacadas y débiles
baluartes del fuerte de la Asunción^ en el que queda
Irala en lucha sin cuartel con los naturales, mientras
Ayolas, como Juan Díaz de Solís, va á buscar la muerte,
á manos de los indios, en las soledades del gran Chaco
argentino, que había cruzado hasta llegar á las fronte-
ras del Perú. ^,0s dais cuenta, señores, de lo que es cru-
zar desde la desembocadura del Plata hasta el Perú?
Aun hoy, es una empresa temeraria; entonces, realizada
por algunos hombres vestidos de hierro y armados de
imperfectos arcabuces, era una obra sobrehumana, á la
que los conquistadores daban cima todos los días.
22 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
Irala espera en la Asunción, constituida en centro de
la conquista, al nuevo adelantado designado por la corte,
don Alvar Núñez Cabeza de Vaca, que se pone en
viaje el 2 de Noviembre de 1540, y, llegando en sus na-
ves hasta Santa Catalina sobre el Atlántico, emprende
por tierra, con 300 españoles y 36 caballos, la travesía
hasta la Asunción; otro viaje asombroso y que rivaliza
con los más arduos y peligrosos de la conquista. Ima-
ginaos, señores, esa nueva travesía: de las costas del
Atlántico, hoy territorio del Brasil, á la cuenca central
del continente, al Paraguay. Alvar Núñez la hizo, atra-
vesando los ríos en piraguas, y las montañas, sabe Dios
cómo, y sin j)erder un solo hombre.
Las disensiones surgidas entonces en la Asunción, y
las rivalidades entre Irala y Alvar Núñez, no caben en
los estrechos límites de esta ligera ojeada histórica; tie-
nen, por otra parte, el mismo carácter que las otras
disensiones acaecidas en la Española, en Méjico, en el
Darién ó en el Perú, y que son un rasgo tan caracterís-
tico de nuestra raza, que forma tal vez el defecto de
nuestras cualidades.
x4.1var Núñez es conducido á España, é Irala, á fin de
legitimar su gobierno, emprende viaje al Perú, desde
cuyas fronteras manda cumplimentar á La Gasea, el
ilustre vencedor de Pizarro, y gran organizador del vi-
rreinato en el Pacífico.
La figura de Irala, una vez confirmado en el go-
bierno, es de primera magnitud en la historia de la con-
quista: noble, valiente, activo y organizador, recon-
centra en la Asunción los últimos restos de la diezmada
población de Buenos Aires, que queda, por entonces,
abandonada; tienta nuevamente la fundación de una
colonia á la entrada del Plata, en la tierra del charrúa,
UBSOnnitlMIKlNTO UK\. ufo l>K t.A l'I.ATA 22{
que inmediatamento la destro/a y aniíjiiila; orfjanizael
gobierno; recibe al })iimer obispo de la Asunción; pro-
tege y estimula el trabajo honrado y rejiroductor, y
toma posesión estable y definitiva de aquellas tierras,
sometiendo jí los indios, y reduciéndolos á jjrestar sus
servicios.
Pero ya ha surgido á su lado el que ha de emularlo
en hechos, en glorias y en virtudes: es el hidalgo vas-
congado don Juan de Garay, el verdadero y definivo
funilador de la ciudad de Buenos Aires, y el tipo pro-
tagonista acaso de aquella colonización.
Don Juan de Garay es encargado en la Asunción de
explorar el Paraná y radicar en sus márgenes la con-
quista; inicia su obra con la fundación, á orillas del río,
de la ciudad de Santa Fe, y allí, uniendo el valor indo-
mable del soldado al tino del sociólogo, reduce á las tri-
bus indígenas, que engruesan sus filas, y serán sus po-
derosos auxiliares, y aun sus colonos.
Sin él, muy triste destino hubiera cabido á la expe-
dición del nuevo adelantado, don Juan Ortiz de Zarate,
cuyo contrato con el rey Felipe II es el último asiento
celebrado para la conquista del Río de la Plata.
Don Juan Ortiz de Zarate, hombre de condiciones
muy inferiores á su época, penetra con su expedición
al Río de la Plata el año 1573, se interna en el Uruguay,
y va á levantar un fortín, precisamente donde Solís 3'
sus compañeros fueron sacrificados: en la tierra de los
charrúas, acaudillados á la sazón por el fiero y valiente
cacique Sapicán.
No tardan en comenzar las hostilidades, y los con-
quistadores tienen que abandonar la tierra firme, para
refugiarse al fin en la pequeña isla de Martín García,
en cuyas costas naufragan las naves, quedando la des-
24 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
trozada colonia en la más triste extremidad. La muerte
de todos era el más probable de los desenlaces.
Aparece entonces don Juan de Garay en su socorro.
El río Uruguay lo recibe rencoroso y fiero, como cons-
tituido en implacable aliado del charrúa, y hace nau-
fragar la nave de Garay, que arroja destrozada sobre
la costa; pero el ilustre vascongado, sacado á la orilla
en hombros por algunos de los indios que lo acompa-
ñan, empapado, jadeante, organiza rápidamente el grupo
de sus soldados que ha tomado tierra, y presenta al cha-
rrúa batalla desesperada y definitiva. El arcediano
Barco de Centenera nos la describe en todos sus hite-
resantes detalles; yo los he incorporado en lengua mu-
sical al poema del Uruguay que os he citado ; pero ellos
no tienen cabida en esta ligerísima ojeada histórica.
Una certera flecha mata el caballo de Garay; otra se
clava en su pecho ; pero el bizarro capitán se arranca
esta ensangrentada, monta en otro corcel, y conduce á
su heroico grupo á la más completa victoria, que ani-
quila para siempre al indomable charrúa, dejando muer-
tos en el campo á sus principales caciques.
Garay es entonces el verdadero protagonista en aquel
vasto teatro, y con él puede darse por terminada la con-
quista del Río de la Plata. Sucede á Ortiz de Zarate en
el gobierno de la Asunción, después de un período in-
termedio insignificante; enfrena á los salvajes, y parte
con sólo sesenta hombres á repoblar á Buenos Aires, en
cuyo puerto levanta sus pendones el 11 de Junio de 1580,
y deja para siempre enhiesta allí la bandera de Castilla,
dando á los querandíes, como en la otra orilla á los
charrúas, la última batalla, que los hace desalojar las
costas y replegarse á las tierras interiores.
Falta el rasgo definitivo de tan gloriosa vida: el sa-
DBSCirURIMIBNTO DKI, KÍO HK LA PLATA 25
crií'icio. Seguro ya do la coin})l('üi sumi.siúu do lo.s indios,
sale do Bueiioa Aires en 1584 á visitar sus provincias, en
dirección á la Asunción; y, como Solís en el Uruf^nay,
y como Ayoliis cu ol mismo Paraná, es inmolado con
todos sus compañeros por un gru¡)0 errante de indios
minuanos que acechan el desembarco, asaltan á los ex-
pedicionarios entre las sombras, y los hacen pasar del
sueño del tiempo al de la eternidad y la gloria.
La conquista de Río de la Plata puede darse por ter-
minada, señores, con el gobierno de Garay y la funda-
ción de Buenos Aires, que ha de ser la metrópoli del
virreinato; porque, al par que los hechos que acabo de
indicaros se realizaban en el litoral de los grandes ríos
tributarios del Plata, y en el del Plata mismo, otra con-
quista y otra colonización, convergentes al mismo lito-
ral, han venido desde el antiguo imperio de Manco Ca-
pac y Atahualpa, los hijos del Sol, ya dominado por las
armas españolas, y han poblado el interior del país.
Al mismo tiempo que Solís descubría por el Atlán-
tico el E-ío de la Plata, los conquistadores que iban en
pos de Balboa desde el norte, desde el istmo, por el Pa-
cífico, se acercaban á las mismas latitudes en las costas
del este, y, persiguiendo ambos grupos el paso, al tra-i
vés del continente, ó las más fáciles comunicaciones te-
rrestres, marchaban los unos al encuentro de los otros,
explorando inmensos territorios, cruzando llanuras sin
límites, bordeando pantanos intransitables, ó tramon-
tando casi inaccesibles cordilleras.
En el mismo año 1527, en que habéis visto á Gaboto
fundar en el Paraná el desventurado fuerte de Sancti
Spiritu, centinela perdido y avanzado en el desierto,
26 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
Pizarro trazaba en el Pacífico la raya aquella de Oriente
á Poniente, que debía separar los liéroes de los hombres.
En el mismo año 1535, tienen lugar la primera funda-
ción de Buenos Aires y la de Lima, núcleos de los fu-
turos virreinatos ; en el mismo 1573, en que los con-
quistadores del Plata se dirigen al Occidente con la
fundación de Santa Fe, la ciudad de Garay, los con-
quistadores del Pacífico adelantan hacia el Oriente con
la fundación de Córdoba del Tucumán, bajando á las
pampas argentinas por las gargantas de los contrafuer-
tes orientales de los Andes, y poblando á su paso el
Alto Perú, actual República de Bolivia, mientras allá
por las vertientes occidentales, otro grupo puebla el
reino de Chile, replegando hacia el extremo sur del
continente, en porfiada lucha, á las tribus araucanas
que, fieras y valientes, aunque no tan indomables como
los charrúas del Uruguay, disputan palmo á palmo á
los hombres nuevos la tierra que canta el poeta-soldado
de aquella conquista; conquista tan legendaria como la
del Plata, pero más afortunada, puesto que tuvo voz y
acento imperioso, por el solo hecho, señores, de haber
vibrado en el alma y en la lira del excelso cantor de su
grandeza.
Os he trazado, como lo veis, señores, sólo líneas gene-
rales; os he mostrado sólo el esqueleto de la grande
historia, al que vuestra imaginación inteligente y pre-
parada dará, á no dudarlo, músculos y nervios, arterias
y circulación y vida. La palabra, señores, arrojada al
alma, tiene la resonancia de la piedra arrojada al abis-
mo; toman ambas las proporciones de la capacidad en
que sus ecos se difunden ; sólo por eso puedo acariciar
DBSCUUKIMIBNTO UKI- HIo I»K I, A l'f.ATA 27
la esperanza de cjiíomi voz, al icsfuiar cu vut-stio cHpí-
ritu, sea menos ¡iidigua (J«i los recuerdos que evoca, do
los hechos que conmemora, de los gloriosos nombres que
pronuncia.
Fijad, pues, vosotros mismos las proporciones de la em-
presa que os he narrado ; recordad que el teatro cruzado
por los descubridores en todas direcciones, como si un
niño trazara líneas sobre un plano, era un territorio que
ocupaba la cuarta parte de la América Meridional, que se
extendía desde los 55 grados de latitud sur hasta cerca
de los 10 grados dentro del trópico de Capricornio, y
que ha dado territorio magnífico á las hoy repúblicas
independientes del Uruguay, Argentina, Paraguay y
Bolivia; recordad, por fin, el carácter indómito de las
tribus aborígenes aliadas del desierto pavoroso y del
bosque impenetrable, que salían á cada paso al encuen-
tro del descubridor; no olvidéis los elementos de loco-
moción y de guerra, así ofensivos como defensivos,
con que podían contar aquellos hombres, y conven-
dréis conmigo en que el descubrimiento y conquista
del Río de la Plata es de lo más grandioso y homérico
en la historia del descubrimiento y conquista del mundo
de Colón.
Indicados los hechos, me permitiréis, señores, que,
para terminar, os haga algunas ligeras consideraciones
á su respecto, y os señale los caracteres que distinguen,
de una manera clara y precisa, la colonización de aque-
llos vastos territorios.
El Río de la Plata, en la gran cuenca que lo caracte-
riza, tuvo una inapreciable fortuna: no tenía oro.
En cambio, la madre tierra, virgen y fecunda enton-
28 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
ees como hoy, y adaptable como ninguna á la vida del
hombre europeo por su clima y por sus productos, ofre-
cía su seno al trabajo que ennoblece y constituye socia-
bilidades homogéneas y solidarias. Así, el conquistador
tenía que transformarse allí inmediatamente en colono,
en pastor ó en agricultor ; tenía que renunciar á la aven-
tura y á la opresión, que es su consecuencia natural,
para radicarse, constituir su hogar, y rendir el tributo
de su trabajo á la agradecida tierra, que muy pronto
demostró que es madre generosa para aquellos que sa-
ben regar su seno con el sudor de su frente, antes que
mancharlo con la sangre de su hermano.
Y una prueba de ello la tenemos, señores, en que el
primer acto externo de los colonos, muy poco después
de la fundación de Buenos Aires, el año 1580, es la ex-
portación, no de ese oro, causa de tanta opresión y de
tanta desgracia en otras regiones, y que, en este caso,
mejor que en ningún otro, podría llamarse vil metal.,
pues no enriqueció ni á España ni á América; no de ese
oro que engendró las encomiendas, distribución de tie-
rras y hombres en que el hombre era un accesorio po-
seído por la tierra, sino de pieles y azúcar, producto del
trabajo reproductor, y que revelaban que allí no había
siervos y señores, sino pastores y agricultores humil-
des, que vivían al lado de los propietarios de la tierra,
y que compartían con sus amos las penurias de la vida,
y partían con ellos el mismo pan.
Los indígenas no domados se replegaban á las tierras
interiores; pero los sometidos, gracias especialmente al
esfuerzo del misionero, que fué el primer héroe de la
conquista, se amoldaban á la vida civil y estable de los
conquistadores, y formaban sus hogares á su lado : es
que no veían cercanas las bocas de las minas, como tum-
DB8CUBRIMIKNTO DlOf, nlo nic I.A M.ATA 29
bas (li! mandíbulas siempre abiertas para recibirlos al
caer bajo el poso de su esclavitud sin esj)orauza.
A estas circunstancias naturales, se af^rego el carác-
ter de los ilustres contjuistadores cuyos nombres he
ofrecido á vuestro recuerdo y á vuestra admiración.
Irala y Garaj' en el Río de la Plata, como Valdivia
en Chile, no tienen quizá en España, según lo he no-
tado, la aureola de prestigio guerrero que rodea á Cor-
tés ó á Pizarro : es que el pueblo, en general, es cauti-
vado por la temeraria intrepidez, la acción, la audacia
inaudita, la victoria clamorosa y resonante; por la raya
hecha en tierra por Pizarro con la punta del puñal; por
la fabulosa humareda de las naves incendiadas por Cor-
tés. Esa admiración hacia ol valor puramente material
es, si bien lo examináis, la forma más primitiva de la
cultura humana ; todas las mitologías más ó menos sal-
vajes comienzan por la divinización del hombre valiente,
temerario; la luz de la civilización es la que va sacando
poco á poco de la sombra al pensador, al poeta, al be-
nefactor del hombre y de la sociedad ; los representan-
tes del valor moral, de la fuerza de alma, que se llama
virtud, van desalojando del espíritu del pueblo á los re-
presentantes divinizados de la fuerza, á medida que el
pueblo avanza hacia la luz.
Los Pizarro y los Cortés eran héroes extraordinarios
por su valor, es cierto, y digna es su memoria, por con-
siguiente, del homenaje de la posteridad ; pero los con-
quistadores del Río de la Plata eran héroes y, al mismo
tiempo, colonizadores y magistrados. Tras de la con-
quista heroica, ya organizaban la colonia, ya fijaban
residencia al hombre, ya acallaban el espíritu de aven-
tura, y despertaban el de trabajo y de orden.
De ahí que los primitivos pobladores del Río de la
30 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
Plata puedan considerarse, nó aventureros, sino ver-
daderos inmigrantes; muchos de ellos fueron acompa-
ñados de sus mujeres é hijos; en las expediciones figu-
raban veteranos de las guerras de Flandes y Alemania,
entre los que se contaban un hermano de leche del em-
perador Carlos V, un hermano de Santa Teresa de Je-
sús, y muchos capitanes y oficiales, « gentes que fueron
sin duda, dice don Félix de Azara, los más distinguidos
é ilustres entre los conquistadores de Indias».
La grande expedición de don Pedro de Mendoza, por
ejemplo, una de las más numerosas yricas que^fueron
á América, no tuvo necesidad de reclutar gentes de poco
valer y escasas disposiciones, para formar su núcleo
principal. Gracias á las noticias traídas á España por
Gaboto, muchos hombres de gran valía se disputaban
un puesto en las naves. Muchos hijosdalgo de cuenta,
dice Díaz de Guzmán, gentiles hombres del Rey, caba-
lleros de las grandes órdenes, y apellidos de ilustre li-
naje, daban carácter á ese conjunto de hombres y fami-
lias, base de la sociabilidad ríoplatense.
Esos fueron, señores, los rasgos característicos de
aquella conquista; y ellos acaso demuestran que los con-
quistadores de América tuvieron que sufrir la influen-
cia del medio en que desarrollaban su acción, de una
manera casi inevitable ; y que á los fundados cargos que
se hacen contra los reprensibles abusos de los aventu-
reros que explotaron la encomienda ó la mita en condi-
ciones de crueldad, después de sometido el indio, podría
contestarse con amargura, pero también con verdad, en
la forma gráfica del poeta: « Crimen fueron del tiempo;
nó de España».
DKSCUHHIMIENTO Dl.f- lUO DIO Í,A l'I-ATA .il
Aquí podría (lar por loniiiiuida, señores, mi tarea; he
procurado daros una ligera idoa dol descubrimiento y
conquista del Río de la Plata, indicándoos los hechos,
los liombres y las consideraciones que, en primer tér-
mino, se ofrecen á nuestro examen; pero ni daría inte-
gridad al cuadro que esbozo, ni, dado el carácter subje-
tivo que instintivamente he impreso á esto estudio,
satisfaría una exigencia de mi alma, si no os pronun-
ciara siquiera el nombre del mariscal don Bruno Mau-
ricio de Zabala, fundador de Montevideo, mi patria,
que, con Buenos Aires, han sido las dos metrópolis del
Plata, capitales hoy de los dos pueblos hermanos que
se sientan en sus márgenes, definitiva é irrevocable-
mente independientes, bajo la protección de Dios.
Median casi dos siglos, señores, entre la fundación de
una y otra metrópoli. Los conquistadores se empeña-
ban en buscar un centro de unión imposible entre las
poblaciones del Atlántico y las del Pacífico, y, en vez
de fijarse en la desembocadura del Plata, prefirieron
internarse en el Paraguay, y fundar allí su metrópoli
atlántica. Creyeron que la Asunción debía ser el centro
de aquella conquista, que se extendía entre el Atlántico
y el Pacífico, y dejaron casi abandonado el hermoso
territorio que se desarrolla entre el Uruguay, el Plata y
el Atlántico, y que pertenecía, sin embargo, á los do-
minios españoles. Ese territorio quedó mucho tiempo
despoblado é inerme, aun después de la fundación de
I Buenos Aires, y hubo de atraer necesariamente la aten-
ción y la codicia de otras naciones que, sin el esfuerzo
del ilustre mariscal vascongado, acaso nos hubieran
arrebatado á los hijos del Uruguay lo que hoy á vos-
otros nos vincula: la sangre española, la fe, la lengua,
las tradiciones, las glorias que acabo de recordaros, y
que consideramos tan nuestras como vuestras, señores.
32 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
"^ Don Bruno Mauricio de Zabala tuvo que luchar largo
tiempo, y contra muchos y poderosos enemigos, para
, conseguir ese objeto; pero, con la fundación de Monte-
* video en 1726, salvó definitivamente para la raza espa-
ñola el hermoso territorio que hoy ocupa la República
del Uruguay; y, al darle por capital una gran plaza
fuerte, la primera de aquellas regiones ; al establecer en
ella personalmante el Cabildo^ Justicia y Regimiento que
había de constituir su gobierno político y económico,
dio á ese feraz territorio que se extiende hasta el Atlán-
tico, al oriente del Uruguay y del Plata, una persona-
lidad propia, una autonomía poderosa dentro del vi-
rreinato, y lo marcó, desde ese momento, como patri-
monio inconfundible de un futuro estado independiente.
Esa es la genealogía de todos los de América, señores:
un baluarte y un cabildo fueron en todos ellos la si-
miente de una nación.
...«» Los primeros conquistadores de América, señores,
allá en el gran siglo xvi, parece que eran guiados de un
instinto profetice: con los cimientos de las ciudades que
fundaban, echaban los de las futuras nacionalidades
americanas ; el patrimonio de cada una de éstas debía
ser el heredado de España; sus límites, los trazados por
los demarcadores españoles. ^
Pizarro funda en 1535 la ciudad de los Reyes, la her-
mosa señora del Rimac, nombre que, transformado en
Lima, es hoy el de la capital del Perú; don Pedro de
Mendoza, en el mismo año 1535, amasa con la sangre
de las dos razas en pugna, como lo hemos visto, los ci-
mientos de Buenos Aires, sobre cuyas cenizas levantará
más tarde, en 1580, la población definitiva, el ilustre
don Juan de Garay; Quesada clava las primeras esta-
cadas de Santa Pe de Bogotá, en 1538; Valdivia se fija
DiCSC'iniKIMIKNTO DKI, KÍO DiS I. A l'I.ATA íií\
en Saiitiiifío (i(^ Chile, y domina el \*allo dtl Míiporho
con sus primeros baluartes, en 1547; LosacJa, cajiitán
de Ponco de León, funda á Caracas en 15f37; Irala la
Asunción, en 1534, allá en las costas septentrionales
del río Paraguay.
Todas esas ciudades serán más tarde capitales de las
repúblicas americanas.
Don Bruno Mauricio de Zabala trazó, pues, las fron-
teras de una nueva patria hispánica al emplazar los
cañones de la cindadela de Montevideo; esta fué la
Roma cuadrada de mi patria uruguaya, y Zabala, el
gran Zabala. como le llama el deán Funes, su jjriraer
ilustre precursor. Débole, pues, señores, en este mo-
mento, un tributo de especial afecto; debo presentaros
á ese hidalgo sin tacha, cuyo nombre no puedo confun-
dir con los de los demás esforzados colonizadores del
Plata, con ser éstos lo que fueron, porque suena á mi
oído de uruguayo como una nota amiga que quiere des-
prenderse del gran acorde.
Yo he ido j)ersonalmente á Durango, señores, en el
viejo señorío de Vizcaya, sólo por conocer el sitio en
que Zabala vio la luz, al finalizar el siglo xvii; por ver
el noble solar de sus abuelos ; por respirar el aire que
él respiró ; he ido á Durango, como si fuera en piadosa
peregrinación patriótica, y como si en la cuna del hidalgo
vascongado fuera á encontrar algo de la cuna de mi
patria americana.
Conoced á Zabala, señores, conocedlo en vuestra
España.
El esforzado hidalgo recibió una educación esmerada,
y se dedicó, desde su primera juventud, á la carrera de
las armas, en la que siempre descolló por su valor se-
reno, y, muy especialmente, por la nobleza de su carác-
COKF. Y DISC. 3.
34 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
ter señorial. El mariscal era un gran señor: era el tipo
de aquellos caballeros vascones, sanos y hermosos de
cuerpo y alma, que lucharon en Roncesvalles, y cuyas
voces guerreras animan el canto de Altabiscar.
Luchó bajo las banderas de su patria en las campa-
ñas de Flandes: el bombardeo de Namur lo vio en los
puestos de mayor peligro; en el sitio de Gribraltar, en
el ataque de San Mateo, en Zaragoza y en Alcántara,
combatió bizarramente, ascendiendo siempre en su bri-
llante carrera. En el sitio de Lérida rindió á la patria
el tributo de su sangre: un proyectil enemigo le des-
trozó un brazo, que perdió ; y esa honrosa mutilación,
con muchas otras cicatrices, constituían otras tantas
condecoraciones, que el bizarro hidalgo ostentaba al
lado de la roja insignia de la orden de Calatrava.
Era ese el hombre que, el 11 de Julio de 1717, tomaba
posesión del cargo de gobernador y capitán general de
Buenos Aires, con el grado de mariscal de campo, que
le había sido conferido en premio de sus servicios.
^ Precisamente en ese mismo año, se realizaba, en las
costas del territorio á que antes me he referido, del que,
abandonado por los conquistadores, estaba á punto de
caer en manos no españolas, una tentativa más de toma
de posesión por Esteban Moreau, corsario francés que
desembarcaba en la costa de Maldonado. .¡^^
..^ Moreau ya había sido precedido en esos propósitos
por corsarios holandeses, portugueses y dinamarqueses,
desde el célebre pirata Toinás Cavendish, que apareció
por aquellas costas en 1687. —
^ Zabala desaloja á Moreau, capturándole dos de sus
buques; pero el corsario reaparece de nuevo en 1720,
aprovechando el abandono en que de nuevo queda la
costa oriental del Plata. ^
DBMCIMiUlMIKNTo !>i:(, UÍo l>K I.A IM.ATA Jló
^ Kl gdlxunador envía eiitonceH al capitán Paiulo y
Patino, quien traba un combate con el audaz aventurero,
en que éste muere, y sus tropas se rinden á discreción.
Poco tarda Zabala on tener (pui acudir una vez más ¡t
salvar para España esa codiciada región del continente.
Era ella, de mucho tiempo atrás, campo constante de
batalla entre españoles y portugueses, como quiera que
por allí pasaba la línea divisoria do sus mutuos dominios,
y la corte española había dictado las providencias necesa-
rias para impedir que Portugal ni nación alguna se apo-
derase de los puertos de Maldonado y Montevideo; pero la
falta de recursos había hecho imposible su fortificación ;
allí estaba, pues, como eterna manzana de discordia.
>, En 1723, los portugueses se posesionan resueltamente
de Montevideo, lo pueblan, lo fortifican, y, ala intima-
ción de Zabala para que sea desalojado, invocan el do-
minio de su nación sobre aquel territorio; el Uruguay
y el Plata debían ser, según ellos, la línea divisoria occi-
dental de los dominios portugueses, que hoy constituyen
la espléndida herencia de nuestros hermanos del Brasil.
El gobernador Zabala arma entonces y equipa tres
navios, que manda personalmente, y se dirige á reivin-
dicar el puerto usurpado.
No se le opone resistencia : antes de llegar á Monte-
video, el jefe portugués le comunica su retiro, « por no
quebrantar las paces, y en vista de los aparatos con que
intentaban atacarle » ; pero Zabala no incurre en la de-
sidia de sus predecesores: continúa su marcha hasta la
ensenada, la fortifica, y dispone su ocupación de una
manera sólida y permanente.
En Febrero de 1724. comienza á construir el fuerte de
San José, que se conservó hasta hace pocos años, y no
cesa en su labor, en la que despliega extraordinaria acti-
36 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
vidad y energía, hasta dejar cerrada la línea de baluartes.
Dirige entonces una expresiva comunicación ala corte,
en que da cuenta de sus procedimientos, y en la que enca-
rece la necesidad de atender aquella hermosa fracción
de los dominios españoles, y por fin consigue su objeto.
*-«« Sus procedimientos son aprobados por Real Cédula
* de 16 de Abril de 1725, en la que también se dispone
f que cuatrocientos hombres fueran á constituir la guar-
, nición de Montevideo y Maldonado, y treinta y cinco
* familias del reino de G-alicia^ y otras tantas de las islas
> Canarias, constituyeran la primitiva población. En esa
, real cédula el soberano da á Zabala muchas gracias, y,
, en su real nombre, le manda se las dé á la ciudad, mili-
. tares y demás vasallos que concurrieron á esa función. ^
Zabala realizaba, pues, el móvil supremo de sus ge-
nerosos esfuerzos. Tiene entonces que trasladarse al
Paraguay por orden expresa del virrey del Perú, para
someter á Antequera y restablecer el orden allí pertur-
bado; pero una vez llenada enérgicamente su misión,
vuelve á ocuparse de la población de Montevideo ; y no
habiendo aún llegado las familias pobladoras que se es-
peraban de España, procede, sin más dilación, á su fun-
dación solemne, con algunas familias de Buenos Aires.
Hace delinear la futura ciudad por el capitán de cora-
zas don Pedro Millán, y, el 30 de Enero de 1726, bajo
la advocación de San Felipe y Santiago, en recuerdo del
soberano á la sazón reinante, Felipe V, funda solemne
y definitivamente la hermosa ciudad, que ha de ser más
tarde capital de la República Oriental del Uruguay.
Todos sus esfuerzos se concretaron entonces á fomen-
tar la recién nacida población: declaró hijosdalgo y per-
sonas nobles de linaje y solar conocido á los poblado-
res de Montevideo y sus descendientes; ofreció trans-
\:
DIfiSCUnRI MIENTO DKfi Itlo l>K I. A l'l. Al \ H7
|)()ite librn, y aoliiros, y campos, y «^aiiaíJos, y semilIaH
y exención del pago do alcabalas, á todos los qne (luisie-
ran pasar do Buonos Aires á incor¡)orarsn á la pobla-
ción oriental; y t'uó personalmente á inspeccionarla, do-
tándola entonces de una organización ílolinitiva, al
organizaren ella el (cabildo, .lnstic'm y /'cf/iinirufo i)íir-A
su gobierno })olítico y ocomhnico.
üevistió el acto de instalación del primer cabildo toda
hi solemnidad posible; Zabala, personalmente, recibió
ol juramento á los cabildantes electos; mandó abrir los
cimientos do la iglesia parroquial al norte de la ])laza
mayor; distribuyó auxilios de todo género á los vecinos;
fundó un hospicio de franciscanos, y, terminada su obra,
regresó á Buenos Aires, donde el rey ^ para premiar ate
celo, intel'Hjenc'ia y diacreclón, demostrados en siete años
de gobierno de la provincia del E-ío de la Plata, lo pro-
movió, ya teniente general, á la presidencia de Chile.
Pero el ilustre Zabala debía vincular su nombre sólo
al Plata, y muy especialmente á Montevideo: antes de
emprender su viaje al través de los Andes, y cuando re-
gresaba del Paraguay, á donde tuvo que acudir de nuevo
á apaciguar disturbios que enérgicamente sofocó, lo
sorprendió la muerte en el Paraná, el año 173-i.
¿Preveía don Bruno Mauricio de Zabala, señores, al
desarrollar tanto empeño é inteligencia tanta en la fun-
dación de Montevideo, que estaba su ciudad destinada
á tan importantes destinos en el porvenir"?
¿La soñó acaso llamada por su rey la mmj noble
D reconquistadora ciudad, y privilegiada en la éj^oca co-
lonial con el uso de la corona real en su escudo, su-
premo honor entonces para una ciudad, en premio de
la heroica reconquista de Buenos Aires, que ella inició
en un esfuerzo que hoy causa asombro?
38 CONFEREIíCIAS Y DISCURSOS
¿Previo acaso el rápido incremento que tomó aquel
pequeño cabildo formado por él, y que, dando carácter
y personalidad propia á aquella ciudad, había de echar
los cimientos de altivez é independencia que son la base
de un pueblo libre ?
Los hombres son instrumentos de la Providencia,
señores, y los que son grandes, lo son porque ella los
( ha llamado á grandes destinos: nunca sus actos son ple-
namente conscientes en cuanto á sus resultados; pero
los hijos de la hermosa ciudad de Zabala; los hijos de
la república de que ella fué núcleo y tradición de vida
y gobierno propio, amamos y bendecimos el recuerdo del
ilustre vascongado, viendo en su esfuerzo el germen de
la patria independiente; reclamamos para él el lauro de
los grandes hombres, y sentimos la más viva satisfac-
ción cuando contribuímos, en el seno de la madre patria,
á honrar la j)ura memoria del último de los fundadores
de grandes ciudades españolas en el mundo de Colón.
Zabala significa, pues, para nosotros, algo que se
identifica con la patria misma, por que significa la hi-
dalga genealogía de la patria. Los heroicos conquista-
dores, nuestros padres, creían defender y defendían
realmente entonces colonias; pero hicieron mucho más:
echaron los cimientos de naciones que hoy son para Es-
paña, incomparablemente más que colonias: son hijas
cuyas glorias tendrán que reflejarse siempre en la ma-
dre que no olvidan ni olvidarán jamás ; son ramas de
V aquel tronco vigoroso regado al brotar en América con
~*^ la sangre de Solís, de Ayolas y de G-aray, y que, por
""^ el simple hecho de vivir hoy con vida propia y exu-
^ berante, son prueba evidente del incontrastable vigor
■w del tronco de que proceden.
Por eso, señores, como el Perú hace la apoteosis de
DBSCUHItlMIlfiNTO I)!íl- Itío DK Í,A PLATA JH>
Pizarro, como Ruchos Airos da el nomljre de Garay á
una de sus calles; como Chile levanta la estatua de Val-
divia, Monto vidoo da el nombre de Solís ú su lirincipa!
coliseo, y levanta en una de sus plazas, votada ])or el
parlamento, la estatua de su fundador, don Bruno Mau-
ricio de Zabala.
Es el altar de la raza, señores, que complementa y
preside, en el orden cronológico histórico, los otros alta-
res de la patria independiente; es la protesta de bronce
que dice al mundo, y á vosotros especialmente, que si
por ley providencial se pueden y es indispensable rom-
per vínculos políticos, no pueden romperse, ni se rom-
perán jamás los de la sangre, los de la fe, los de la len-
gua y los de las tradiciones y glorias que nos son co-
munes, y constituyen nuestro orgullo conjuntamente
con las demás glorias nacionales.
Que Dios proteja, señores, los destinos de nuestra J
familia hispánica, de los cuales jamás debemos desespe- ^
rar. ¿Quién sabe? Acaso España fué un día, geológica- ^
mente considerada, la cabeza del gran coloso destro- ^
zado y sumergido en parte por el Atlántico. Que el ^
tiempo confirme, señores, esa atrevida suposición : sea ^
ahora España la cabeza, el cerebro, el pensamiento; ^
palpite en América el corazón, mientras circula para /
siempre en todo ese inmenso organismo, dueño tal vez ^
del porvenir del mundo, la sangre y los recuerdos de /
los Cortés, de los Pizarro, de los Valdivia, de los Irala ^
3^ los Garay, de los Juan Díaz de Solís y de los Bruno f
Mauricio de Zabala.
El Mensaje de América
Discurso pronunciado en la csplanada del Monasterio de la Rábida,
después de inaugurado el monumento conmemorativo del des-
cubrimiento de América, 12 de Octubre de 1892,
( Publicado en la prensa
de Madrid en fragmentos transmitidos tcle¡;ráficamente de la Rábida)
SUMARIO
La sugestión de las cosas: El Monasterio de la Rábida, el
Puerto de Palos, el Odicl, la barra del Satcs, los habitantes
de la región, las carabelas. — La persona Hispania. — Lo
que es una nacionalidad. — La nacionalidad ibérica. — Su
curso al través del tiempo y del espacio. — Dos mensajes:
el de América á España; el del mundo españsl al genio
hispánico. — Gloria á Dios.
Y bien, señores : seré yo, pues así lo queréis, y puesto
que alguno de entre nosotros, los rej^resentantes ameri-
canos, ha de ser, seré yo, á pesar de todo, quien preste
su voz á nuestra América, que, efectivamente, necesita
hablar, que quiere hablar, que nos hace señas imperiosas
de que hablemos en este momento. No hay duda: se
siente flotar aquí un mensaje inarticulado que satura
esta atmósfera; se le siente bajar, en lluvia vibrante y
sutil, de ese cielo azul que nos envuelve . . . Yo tengo
que recogerlo, y articularlo, y transmitirlo; yo tengo
que darle alguna forma, ¿ no es verdad ? tengo que abri-
garlo en una frase que uo existe aún.
Aquí procedería, señores, la vieja invocación de lo.s
poetas al Genio invisible ; nunca mi palabra se ha sen-
tido más desproporcionada con el ambiente en que tiene
que dar un sonido ajustado á una enorme armonía:
nunca más pequeña, ante el gran momento vacío que
tiene que llenar de un pensamiento generoso que lo
ilumine; nunca más estrecha, para contener eso que
anda en el aire sobre nuestras cabezas, y para dar asilo
al tropel de ideas y sentimientos comunes, que, desper-
tados en el fondo de todos nosotros, buscan en mi boca
su verbo melodioso y perdurable, su verbo americano.
44 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
Yo quisiera imprimirle entusiasmo, con toda su signifi-
cación helénica, en theos, eco de un dios interior ; qui-
siera darle ternura filial, solemnidad religiosa, vibración
heroica, ruido de mar en playas remotas ó de bosques
tropicales sacudidos por el viento, rumor de multitud
invisible, elocuencia de tempestad ... yo quisiera más :
quisiera darle toda la expresión de un gran silencio,
que sólo el silencio es grande, ¿no es así? sólo el si-
lencio es grande, señores, ante las cosas que nos ro-
dean, y ños están mirando, y que parecen circundadas
de un nimbo de luz tenuísima que de ellas emana, como
si fueran cosas santas.
j Todo esto que nos circunda está animado de una vida
■ extraña, de un espíritu sonoro; todo: la tierra que pi-
samos, el aire que respiramos, el sol que nos alumbra,
el instante que suena en el reloj del tiempo, y que nos
recuerda que, ahora hace cuatro siglos, partió Colón
de alli, de esa punta de tierra que está allí; y esas tres
carabelas que vemos allá fondeadas, y que, á la voz
creadora del arte, han resucitado á los cuatrocientos
años de entre los barcos muertos, cruzaron por ahí, j)or
esas aguas rojizas del Odiel, y atravesaron aquella ba-
rra del Saltes, y se perdieron por allá, por detrás de
esa colina del monasterio, en busca del mar azul, que
entonces, como hoy, estaba tal cual lo hemos visto al
cruzar la ría: manso y apacible como una fiera dormida
al sol ; azul, como si todo el cielo hubiera descendido
hasta el agua transparente. /^
¡Y el viento era propicio; y era amiga la aurora; y
el viento era propicio! ¡Era el volar del espíritu, del
grande espíritu!
Aquel, señores, es el convento, el verdadero con-
vento déla Rábida; su nombre sólo, produce un esca-
Kl. MKN.SA.IK tilC A.MfCHK^A 45
lofrío c»n nuestra carne; osa e» la cni/ <l<' liimo dci la
explanada, la cruz (luo couocóíh, a(iuella on cuya pjrade-
ría do piodra, esa misma que está ahí, so sentó Colón
ol niño, mionlras «d viejo, »d mensajero, ajioyado en hu
báculo, l'uó á golpear a([uella ¡)uerta, en la (puí nos pa-
rece vamos á ver aparecer al Padre Marchena; ved
aquel caserío que comienza á blanquear en lo alto de
aípiella loma verde. (]ue termina en las barrancas gri-
ses: ¡es el puerto de Palos de Moguer! Kl campanario
va á tocar el Ángelus de mediodía, el Ángelus de aque-
lla mañana que también conocéis, de la mañana del
viaje, del más memorable de los viajes emprendidos v
por los hombres ; estos tipos j)Opulares que estamos 1
viendo en esta región de España, esos hombres que me
miran y me escuclian, y á quienes miro á mi vez con
una intensidad que ellos no comprenden quizá, son los
mismos calafates y marineros que construyeron hace
cuatro siglos aquellos barcos sagrados ; son los mismos
que los tripularon, acaudillados por los Pinzones; sus
mujeres son las mismas que allí, sobre esa costa, agita-
ban los pañuelos y levantaban en alto á sus hijos peque-
ños, y miraban al través de sus lágrimas, cómo las cara- /
belas, con las largas flámulas ondulantes al viento y el
glorioso pabellón de la cruz de sangre en campo blanco
en el mástil, se alejaban, se perdían, se perdían acaso
para siempre, en la niebla rosada del horizonte crepus-
cular de aquella perpetua mañana
Se diría, señores, que, como un alienado ó un vidente,
os estoy describiendo una aparición, ó narrándoos un en-
sueño ; y sin embargo, vosotros lo veis como yo, todo es
una verdad conmovedora y grande, que sacude el alma
americana, y le infunde un recogimiento religioso como
si la invitara á la grande oración de acción de gracias.
46 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
Pero hay aquí algo más grande que todo eso, seño-
res, muclio más grande: es su aliento el que sentimos
en el viento que nos toca.
\ / Sobre todas estas cosas, que persisten y se nos apare-
cen al través de cuatro siglos, compenetrándolo y con-
centrándolo y animándolo todo, la luz que nos envuelve,
el sol que nos calienta, las raíces de los árboles que nos
dan sombra, los ojos de esos hombres que nos miran, la
transparencia del cielo en que estamos sumergidos, y
que son las mismas que vio Colón, hay aquí algo, hay
una realidad intrínseca y trascendental, tan viviente,
más viviente que el sol, más grande que lo que vemos
con los ojos, y que, como todo esto, vive y perdura
desde los siglos pasados, y pasará á los futuros en la
plenitud de su excelsa personalidad sagrada : está Es-
paña, la nación descubridora, más grande ó más pequeña
que entonces, más feliz ó más desventurada, más prós-
pera ó más abatida, pero la misma, señores, la misma
que rodeaba á la mujer magna que se llamó Isabel, la
misma que creyó en Colón, y que, por el hecho de creer
en él, vivió de su vida, que era su fe, y fué tan grande
como él ; la misma que le dio barcos que echar á la mar,
que le dio sangre viva que sembrar en la tierra presen-
tida, sangre saturada de oxígeno secular, que ahora sen-
timos florecer en nuestras arterias americanas, y alzar ^
en ellas el salmo primaveral de nuestra raza.
Sí, señores, ella, la inmortal persona, la persona His-
pania, está aquí, y es para ella, sin duda alguna, el men-
saje que recojo en este ambiente glorioso ; sin ella, todo
esto que nos rodea serían cosas inanimadas, incapaces
de producir la conmoción que nos está clavando su ga-
rra de león en las entrañas. /
/ \
Kl, MKN.SA.nC I)K AMKUHA 47
• Yo no hablo, .siM'iortís, do la entidad polít ica ú del ««Mtado
español solaiiuMito; yo hablo de laoutidad iiumaiia,dc la
tiaiiún hispánica. Una nación es algo aHÍ como nna hn- I ^
nianidad en la humanidad, es una alma, un |)rincipio
espiritual cpio iiif'ornuí los hechos encadenados, (pie
amalgama las sangres, que ata en haces á los liombres,
y los empuja al través del tiempo y del espacio, de las
tierras y do los maros: es una herencia de recuerdos, acep-
tada por un acto colectivo instintiva y perpetuamente
renovado; es. . . en fin, yo no sé lo que es, señores, ni
quiero saberlo en este momento, mucho menos definirlo ;
me basta con sentirlo intensamente, al sentir la respi-
ración de un gran ser colectivo (¡ue se alza sobre todo
esto, y que me parece escucha las palabras que suben
de mi corazón, como si recibiera el incienso que sube
desde una ascua; yo se que, como esos grandes ríos que
se derraman en el mar, y corren muchas leguas sin con-
fundirse con él, fluyen las nacionalidades por entre el
mar de la humanidad, determinando corrientes en que
reverbera el sol. ¿De dónde proceden? ¿á dónde van?
Flotan entre dos eternidades, como el tiempo en que
viven; son un misterio, como la ley del universo. Yo
veo, y se ve claramente, esa enorme corriente ibérica
en cuyo curso inconfundible vamos envueltos; yo veo
sobre ella una forma grande, grande como una nube
brotada del oriente caucásico, empujada sin cesar hacia
el occidente, aun al través del mar inviolado, por el so-
plo del esjHritu, y cuyos bordes se esfuman en los cielos,
pero cuyo núcleo permanente camina hacia nosotros,
dejando atrás los siglos que se van hundiendo en si
mismos. En ella se revuelven y confunden los alientos
de los iberos y los celtas, y brota el alma celtíbera. 3'"
sopla el viento huracanado de Roma que suena como
H
48 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
un canto en las almenas numantinas, y estalla la tem-
pestad que se abate del Norte, y que la hace arder sin
quemarse ni consumirse, y sale el sol visigodo que ilu-
mina la masa entera de la nube, y brillan durante ocho
siglos los relámpagos intermitentes de la reconquista,
reverberando en los blancos alquiceles de los moros, y
en las coronas de hierro de los reyes fugaces, y en las
bruñidas armaduras de los héroes caballeros del roman-
cero-epopeya.
.,^ Todo eso forma una sola entidad indivisible que ab-
sorberá el nuevo mundo ; lo anima substancialmente un
espíritu, en que se funden astures y galaicos y lusita-
nos, cántabros y vascones, leoneses y castellanos y na-
varros y aragoneses y catalanes. Flota sobre todo eso
un arcángel, el mensajero de Dios que preside los desti-
nos de las razas, que refunde, que agrupa, que guía, que
señala y alumbra la ruta con su espada resplandeciente;
que pone lenguas de fuego sobre las frentes de los con-
ductores inspirados, de los Sertorios y los Viriatos, de
los Ataúlfos y los Leovigildos y los Eecaredos, de los
Rodrigos y los Pelayos, y los Cides, y los Alfonsos y
los Carlos y las Isabelas ; que resplandece en las Numan-
cias y las Granadas y las Zaragozas, y que, como el
fuego de San Telmo, arde en las puntas de los mástiles
de las tres carabelas que cruzan el mar ignoto, bajo el
influjo de la constelación de estrellas que preside la
marcha de la nube que vino del Cáucaso, y que, al cho-
car en el negro horizonte desconocido, harán saltar en
él nuevas estrellas y constelaciones nuevas, f
Sí, señores: todo eso es una persona, y esa persona
está aquí, se sienta sobre la luz de este día ; oh, sí. está
en todas partes, en todas ; pongamos el oído en nuestro
propio corazón, que hemos traído de América, y oiré-
KL MKNSAJIi Di: AMÍOUIC'A. 40
mos una voz que vicno desde adontro, y que nos dice
que también osa {)orsoua está acjuí, dí^ntro do nucHtraH
entrañas; oigamos el eco de esta mi voz que está so-
nando, y que es la vuestra, y ese eco nos dirá que tam-
bién está aquí, en nuestra lengua castellana, en nuestro
verbo español aprendido allá, detrás del mar, y que es
el acorde perdurable que ha resultado del vibrar de mi-
llones de almas que, en el correr de veinte siglos, han
alentado y se han fundido en la esplendente nube ibérica.
Es que ésta no se detuvo á orillas de ese mar que cir-
cunda esta península, señores; el fuego sacro que bri-
llaba en las puntas de los mástiles de esa Santa María,
de esa Pinta, de esa Niña, hizo fuego é hizo luz del otro
lado del Atlántico.
Como arrastra el cometa su cauda luminosa por los
espacios siderales, las carabelas arrastraban en pos de
si por el Atlántico la cauda heroica de la inmensa nube;
y ésta ató los continentes, y circundó la tierra, como
circunda á Saturno el resplandeciente anillo; allá, del
otro lado, refundió, como aquí, nuevos alientos, nuevas
almas ; allá estallaron nuevas tempestades que sacudie-
ron la masa entera de la nube ; brillaron nuevos meteo-
ros, que la iluminaron con resplandores cárdenos ; allá
continuó el romancero español en las hazañas de los des-
cubridores y conquistadores, y, por fin, en las de sus hi-
jos ; allá renacieron las Numancias y las Covadongas y
las Zaragozas, en el grito de Dolores, en los clamores de
Boyacá y Carabobo, en las voces de las Piedras, de Salta
y de Junín y de Ayacucho, en la reconquista de Buenos
Aires por Montevideo, en las cargas de Chacabuco, de
Cancha Rayada y de Maipú, en las dianas de Ituzaingó,
en la aurora de Sarandí ; allá, en el interior de la nube
ibérica, se estrecharon las sombras de Pelayo y Reca-
COHr. T DI8C.
50 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
redo, de Daoiz y de Velarde, con las de Hidalgo y Mo-
relos y Bolívar y Sucre, con las de San Martín y Bel-
grano, con las de O'Higgins y Artigas y los Treinta y
Tres; y al aliento de cántabros y castellanos y arago-
neses y catalanes, se unió el aliento de mejicanos y cen-
troamericanos, de paraguayos y colombianos y chilenos
y peruanos y bolivianos y argentinos y uruguayos.
Y no por ensancharse y dilatarse, estalló ni se disipó,
ni perdió su carácter la nube peregrinante, señores ; no
por eso ha dejado de reverberar el sol en la corriente
ibérica; no por eso ha envainado su espada de fuego el
arcángel que le imprime movimiento.
Mirad, señores, esas banderas, que, como aves mari-
nas empapadas de sol y de azul de mar, aletean en esos
altos mástiles clavados en la tierra, que circundan el
convento de la Rábida. Es la España de este lado quien-
ha enarbolado ahí esos colores, para arrancarnos á nos-
otros, á los hispánicos del otro lado, una lágrima de
gratitud y de ternura; son nuestras banderas, señores,
nuestras queridas banderas nacionales, llenas del alma
de nuestras patrias americanas, y que, al agitarse mez-
cladas con ese pabellón español de oro y llama que en-
tre ellas resplandece, son avea de la misma banda, son
flores del mismo tronco, son colores del mismo arco lu-
minoso que cruza el cielo de la historia : son las bande-
ras hispánicas. Están en su puesto, señores, están bien
ahí, junto al convento de la Rábida; benditas sean.
Veo desde aquí el tricolar mejicano ; distingo los co-
lores del grupo de las hermanas centroamericanas, que
parecen confundirse en la gloria del cielo ; allí, traza
Santo Domingo su cruz blanca en el fondo transparente
de este aire azul ; allá están las estrellas de las amigas
boreales de la América del Sur, Venezuela, Colombia^
Kl. MIONSA.Ii: |)K AMÍJldCA 51
Ecuador; bien veo, más allá, la blam a cstrulla do Ohilo,
solitaria en su (!Í»?lo azul; y allí, »'l l)ic.í)lor peruano, y <•!
tricolor parap;uayo más allá, y el rojo aurivcnlc boli-
viano, y ol blanco y ol azul resplandeí-iontoH do mi Ium -
mana la roi)iil>lica argentina; y, por fin, destacándos»'
para mi alma do todo ol grupo, como luz en la luz, como
si su azul fuera un azul recién creado, como si su mo-
vimiento en el aire fu»n*a personal y señorial como nin-
guno, veo conmovido resplandecer el sol de mi Uru-
guay sobre sus franjas bicolores, veo que esa bandera
se desprende de su grupo aéreo, se adelanta hacia mí,
como mi señora. . . y siento que mis brazos se abren,
que mis rodillas se doblan, que mis ojos se humede-
cen, que mi garganta se anuda. No me reprochéis, oh
hermanos en la patria ibérica, esa mi debilidad. Vos-
otros la habéis sentido como yo; habéis sentido lo que
yo. Cuando he marcado con la mano vuestro pabellón ;
cuando he pronunciado con el alma, en este momento
que no volverá á sonar, el nombre de vuestra patria,
que habéis aclamado, mi voz ha resonado en vuestras
cabezas, ha brillado en vuestros ojos, ha recorrido la
piel de vuestra carne habitada por el espíritu.
Y por eso he pronunciado esos nombres uno á uno,
señores, y por eso he tocado con mis ojos, uno á uno,
esos colores sagrados: para arrancar de vuestro propio
organismo la prueba viva de que el sentimiento de la
nacionalidad que proclamo, lejos de debilitar el santo
sentimiento de patria, lo vigoriza, lo incorpora á la
eterna gradación que es la eterna armonía providen-
cial: el sentimiento de patria en el de nacionalidad, el
de nacionalidad en el de raza, el de raza en el de huma-
nidad, el de humanidad creada, en el de acatamiento y
adoración al Dios Creador y Conservador de la humani
-í
52 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
dad, y de las razas, y de las naciones, y de las pa-
trias.
Y he aquí, señores, que el gran mensaje que yo debía
desentrañar de este ambiente, de lo que está fuera y de
lo que está dentro de nosotros, se ha definido, se ha
aclarado, al definir con precisión la entidad que reina
sobre nosotros, y á quien debemos dirigirnos al hablar
en este momento perdurable.
¿Cuál es ese mensaje? ¿De quién es? ¿A quién es?
Es, sin duda alguna, una gran palabra de amor y de
gloria, de filiales parabienes de nuestra América á la
madre España, á la patria española, á la entidad polí-
\ tica que perdura, grande y gloriosa, en el concierto de
^ los pueblos soberanos. Hoy es su cumplesiglos ; ella es
la descubridora, ella la conquistadora, ella la coloniza-
dora, la grande.
Ella existía en la raza, cuando nosotros no habíamos
nacido ; ella es, pues, la madre, no la madre anciana,
pues los pueblos no tienen edad mientras viven, sino la
madre eternamente nubil.
% La América nació de una herida de gloria que esa
\ España se hizo en el corazón. Sí, señores, hoy es día
I de justicias seculares.
El descubrimiento de América, su conquista, su co-
lonización, fueron un desgarrón de las entrañas de Es-
paña; por esa enorme herida se derramó su sangre so-
bre el otro mundo ; se fueron con ella muchas energías
que, si hubieran quedado aquí, en este hermoso territo-
rio, aquí hubiera dado sus frutos, engrandeciendo á esta
nación, dándole prosperidad, como prosperan material-
mente los hombres infecundos, los que no parten su pan
con sus hijos no nacidos. Hoy hace cuatro siglos, seño-
res, ganó la raza hispánica; pero perdió la nación espa-
BL MIONRAJIO DD AMÉRICA 53
üola; y lo quo ella jienliú íiió nuestra vida, fué uufHtra
herencia.
No seremos nosotros los americanos, señores, los <]U<^
le reprochemos la genial locura que nos engendró: la
decadencia es gloria en estos casos, como lo es la san-
gre perdida en la batalla gloriosa, como lo son las gran-
des cicatrices en el pecho, como lo es la santa palidez
de la mujer convalesciente, después de haber sido ma-
dre dolorosa de un hombre, que es también un mundo.
La América, señores, reconoce su deuda: en las puer-
tas del convento de la Rábida, arrodillada en esta tie-
rra que pisó Colón el mensajero, y que es la tierra santa
de la redención americana, á la que América vendrá un
día en piadosas peregrinaciones, besa hoy en la frente
á la fiera España, á la buena España; la besa sobretodo
en sus cicatrices, la llama madre, la llama grande, en el
transporte de justicia secular, que ahora afluye á mis
labios desde todas vuestras almas refundidas en la mía.
Para eso, señores, para decir esas cosas, y muchas
más que no caben en una frase, para lanzar una vez más
ese ¡viva España! sacramental que viene del otro lado
del mar, hubiera querido arrancar á nuestra América
la quinta esencia de todas sus voces intensas, y llenar
de un acorde devorador de todos los demás, la religiosa
transparencia de este día.
Pero además de ese mensaje -aclamación de todos y
cada uno de los pueblos libres americanos, al pueblo
que los precedió en la gloria de la raza y los evocó á
la vida, queda el otro, señores, el más grande, el más
solemne: es el coro litúrgico que, como enorme nube de
incienso iluminada por el sol, alza toda el alma españo-
la de ambos mundos al grande espíritu hispánico del
pasado, del presente, del porvenir, al arcángel tutelar
54 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
de nuestra raza, que flota bajo este cielo; al Dios omni-
potente, sobre todo, al Dios que vive en ese cielo y más
allá de ese cielo ; al que enciende el fuego sacro del
genio en la mente humana, bien sea en la de Colón, el
N. navegante del mar, bien sea en Pasteur el navegante
de una gota de agua: ambos descubren mundos; al que,
según el libro de Job, el profeta enorme del desierto,
pesa la fuerza de los vientos, y mide las aguas del
abismo, da leyes á la lluvia y marca á las tempestades
su camino; al que envía el rayo, y el rayo va, y vuelve
para decirle ¡ aquí estoy ! ; al que da inteligencia á los
meteoros del cielo ; al que envolvió en tinieblas la tie-
rra recién nacida, como se envuelve un niño en sus pa-
ñales . . .
Señores: ese es el único grito digno de la raza his-
pánica en este momento perdurable : el sólo digno del
momento, el sólo digno de la gran raza cristiana : ; Glo-
ria d Dios!
Derecho Internacional
Discurso pronunciado en la sesión inaugural del Congreso Jurídico
IberO'Americano, reunido en i>ladrid en celebración del 4." Cente-
nario del Descubrimiento de América. — (25 de Octubre de 1892).
( Fragmeotos ea el Diario de Sesiones del Congreso.- Madrid IS93)
SUMARIO
ContesUciÓQ al saludo del señor Cánovas del Castillo. — Objeto
y naturaleza del Congreso Jurídico Ibero -Americano. — Las
personas interuacionales. — La sociedad internacional. — El
derecho entre personas internacionales. — La autoridad in-
ternacional. — Derecho individual y derecho social. — La gue-
rra. — Las revoluciones. — ideal remoto del derecho Inter-
nacional. — El arbitraje. — Derecho internacional privado.—
Divergencia posible de criterio entre los estados europeos
y los americanos. — Ley personal y ley territorial. — El Con-
greso de Montevideo. — El hombre como persona de derecho
iaternacional. — La nacionalidad ibero- americana.
Señores:
Mucho me honra, ¡^ero también me confunde, la invi-
tación que he recibido del señor Cánovas del Castillo, el
ilustre hombre de estado que nos preside, para hacer
uso de la jDalabra en esta sesión inaugural del Congreso
Jurídico Ibero Americano; y me confunde tanto más,
señores, cuanto que tengo que mezclar mi voz á las
vibraciones pensativas, que aun perduran en vuestros
oídos y en vuestros espíritus, de la palabra elocuentísi-
ma de aquel maestro del decir y del pensar, y de la no
menos palpitante de los esclarecidos portugueses seño-
res Pinto Coelho y conde de Valencas.
Comprendo, sin embargo, que debo hacerlo, aunque
ello me imponga algún sacrificio de amor propio. Y
me lo impone, señores, porque, si bien no voy á impro-
visar en este momento convicciones ó doctrinas jurídi-
cas, y mucho menos sentimientos personales, pues vo}'
á exponer principios que he meditado, y á expresar vie-
jos afectos, tendré que confiar en gran parte á la obe-
diencia, no siempre pronta, de la palabra, la forma en
que expondré mi pensamiento, y que hubiera deseado
ofreceros lo menos indigna de vosotros que me fuera
posible.
58 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
Debo sin embargo, lo repito, aceptar sin demora la
honrosa invitación que recibo. Habiéndose escuchado
en este acto solemne las voces de los hombres de cien-
cia que han interpretado el pensar de las dos naciones
descubridoras, madres de los actuales pueblos ibero-
americanos, parece realmente indispensable que, aun-
que sea por el órgano del más modesto de los hijos de
América, llegue hasta el seno de esta asamblea un re-
flejo al menos de la mente, y un latido siquiera del co-
razón americanos.
Retribuyo, pues, señores, con gran cordialidad, en
nombre de los pueblos de América, y especialmente en
el del Uruguay mi patria, el cariñoso saludo de bienve-
nida que nos ha dirigido el señor Cánovas del Castillo,
en representación de S. M. la reina regente, en el del
pueblo y en el del gobierno españoles. Si bien se mira,
á eso hemos venido, señores, principalmente, á esta
vuestra tierra española, los representantes americanos:
á cambiar con vosotros un saludo memorable; á buscar
ocasiones de poner en armonía nuestras almas; á deli-
berar sobre nuestros destinos, con el objeto de darnos
el placer de verlos á la luz de la ciencia, y reconocerlos
comunes, solidarios, casi idénticos.
Y eso es lo que nos va á decir la ciencia jurídica, á
mi juicio, en las sesiones de este Congreso, que puede
considerarse un congreso de plenipotenciarios del co-
razón, ya que no puede llamarse un verdadero congreso
de plenipotenciarios: más que á discutir ó investigar
conclusiones jurídicas, vamos á proclamar las que, si
son aspiraciones más ó menos concretas de la humani-
dad civilizada, deben considerarse como axiomas en
la gran familia ibero-americana: la paz, la justicia; el
mutuo apoj^o en el orden del derecho internacional
DBRSCHO INTBRNACIONAI. H!)
público; la mayor armonía jurídica en el del interna-
cional privado, la mayor extensión posible, dentro de
las soberanías individuales, del imperio de las leyes
del uno en el territorio del otro.
El presidente de esta academia espera, y no sin cau-
sa, el concurso de los hombres de ciencia y de expe-
riencia, para resolver, en las sesiones del congreso que
en este acto se inaugura, esos trascendentales problemas
sometidos á su deliberación. El señor Cánovas del Cas-
tillo, que es actualmente uno de los grandes pensadores
de Europa, ha comenzado ya, en el intenso discurso que
acabamos de oir, á traernos ese concurso por su parte, al
presentarnos la verdad desnuda sobre el universal anhelo
de evitar la guerra entre los ¡pueblos; él nos ha recor-
dado los peligros inevitables, las tristes y obscuras le-,
yes, superiores á la voluntad del hombre, que perturban
el equilibrio internacional, y provocan las tempestades;
pero también ha manifestado una consoladora confian-
za en la marcha progresiva y cristiana de la ciencia del
derecho, que, si no puede hacer desaparecer por com-
pleto el mal, triste herencia de la humanidad caída,
podrá al menos atenuarlo mucho, en los futuros destinos
de los hombres y de las naciones.
Yo adhiero, señores, á las doctrinas, y también á los
generosos anhelos y esperanzas del señor Cánovas del
Castillo; ellos arraigan en las entrañas de la naturaleza
ó de la persona humana, y en la naturaleza, por con-
siguiente, de las agrupaciones de hombres que cons-
tituyen las personas colectivas, personas de derecho
internacional, que llamamos estados independientes y
soberanos, y cuya coexistencia sobre la tierra constitu-
60 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
ye, ipso fado é ipsojure, la sociedad internacional, como
se constituye ipsojure é ipso fado, la sociedad civil, que
nace de pleno derecho con la coexistencia de las perso-
nas físicas en un espacio determinado de la tierra. La
paz, la arinonía, el respeto mutuo, el mutuo auxilio, la
caridad, son el orden, son la ley, son el bien; el anta-
gonismo, la rivalidad, la guerra, el odio, son el mal, por-
que son la perturbación del orden, la violación de la
eterna Voluntad Creadora, que, en el amor necesario á
la perfección infinita de su propio Ser, que es todo amor,
traza la norma del bien absoluto, y de la absoluta feli-
cidad.
'^^ / Como lo veis, señores, yo creo en lo absoluto, en lo
/ eternamente preexistente ; yo creo en la causa de las
causas: creo en Dios. Yo creo que, así como los radios
de un círculo eran iguales, aun antes de haber sido tra-
zado el primer círculo; así como el camino más corto
entre un punto y otro era la línea recta, aun antes de
haber existido la primera línea y de haberse emprendi-
do el primer camino á la luz del primer sol, así existía
la ley del hombre, antes de existir un hombre; la ley de
la sociedad civil necesaria, antes coexistir los hombres
formando sociedad; la ley de la sociedad internacional,
antes de coexistir los estados soberanos formando el
concierto de los pueblos civilizados. *^'
Desentrañar esta última ley, señores, del estudio del
gran organismo de la sociedad internacional, y de su
funcionamiento al través del tiempo; formularla, pro-
mulgarla, sancionarla sobre todo, y trasladarla de la es-
fera moral á la jurídica, esa es la empresa en que está
empeñada, desde siglos atrás, la humanidad, que trepa
lentamente la montaña interminable, como aquel Sísifo
que llevaba sobre la cabeza la enorme piedra que soste-
DBRHCHO INTERNACIONAL 61
nía con las manos; esa es la obra (\\ie continúan esto»
congresos internacionales, con los ojos fijos en el ideal
cristiano entrevisto en la cnmbre lejana, |)í«ro iní^iiiian-
do de vez en cuando la cabeza, para mirar la tierra en
que caminan, ó volviéndola hacia atrás, para ver el ca-
mino recorrido.
Empujemos, señores, hacia arriba, la pesada piedra,
con nuestras cabezas y con nuestras manos; pensemos
y analicemos; estudiemos los hechos á la luz de los
principios; es el método deductivo; desduzcamos los
principios de la permanencia ó repetición de los hechos:
es el inductivo. Sin los principios, los hechos carecen
de legitimidad; sin los hechos, los principios no serán
prácticos. La experiencia sólo puede suministrar lo que
es; pero no lo que debe ser; y, si bien la historia nada
tiene que ver con la moral, es indudable que la moral
tiene su historia, y esta historia su influencia. Todos
sabemos, señores, que el derecho internacional es un
derecho consuetudinario; todos sabemos, y es un viejo
axioma, que la experiencia es la madre de la ciencia, y
que la razón, por poderosa que sea, muy á menudo
yerra, sin el contraste de la experiencia: verdad vulga-
rísima, de la que me parece se ha abusado demasiado en
nuestros días, y
El señor Cánovas del Castillo acaba de decir que el
derecho de gentes es la parte más atrasada del derecho
general.
Y se comprende, señores. Las personas que son su-
jeto y término de esa rama del derecho, y cuyas rela-
ciones morales y jurídicas deben regirse por él, son
personas que viven al través de los siglos, como los
62 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
hombres al través de las horas; no tienen, por otra
parte, como los hombres, una vida de ultratumba; su
destino se realiza en la tierra; sus días, como los días
genesíacoSj son épocas históricas; su marcha es muy
lenta, pues, con relación á la vida del hombre, que, en la
tierra, es un instante de aurora; su infancia es muy
larga, su madurez muy tardía. Vosotros lo sabéis, se-
ñores: la antigüedad fué una larga noche; la edad me-
dia un crepúsculo, en que el sol del cristianismo rompía
lentamente las brumas de la barbarie ; apenas son una
alborada la edad moderna y aun la contemporánea
para el derecho internacional. Los astros comenzaron á
aparecer en España, como lo ha afirmado el señor Cáno-
vas: Suárez, Victoria, Soto, Ayala. Y los astros no enve-
jecen; las doctrinas de los teólogos españoles parecen
resucitar en nuestros días, y resucitarán eternamente,
porque son la verdad. Es que nada son el tiempo y la dis-
tancia en la eterna armonía: el tiempo es un misterio ; el
sol es una estrella de la vía láctea, de la infinita nebulosa.
La humanidad, señores, es acaso un niño de cuatro mil
años ; la sociedad internacional, que ni siquiera ha en-
trado en su período constituyente, es quizá ¿lo diré,
señores? es acaso una enorme tribu de gigantes, sin más
autoridad que la del más fuerte, ya que la autoridad,
que debiera residir potencialmente en el conjunto de per-
sonas colectivas, en el conjunto de estados soberanos,
es aún una especie de res nulliiis^ que sólo pertenece al
primer ocupante, al que la ejerce de hecho.
Y eso acontece, señores, á mi sentir, porque aun no
se ha hallado la forma de determinar esa autoridad,
encarnación de la Voluntad Suprema, por medio de la
voluntad de las naciones; esa autoridad que, si no es
elemento esencial de la noción filosófica de sociedad.
IlKHKrno INTKKNACIUNAI, íiM
es, sin (luda ul^'iiiia, mi iin-ilio nrccsaiio jtiii'a (jUf la
sociedad civil, y tambióii la intoriiacional, tíüigaii fun-
ciones ordiMuuias, y realicen sus destinos: el bien eomún
de todos los pueblos, en j)r¡nier tórniino,y la felicidad d»-
los individuos, personas físicas ó personas colectivas, d»-
cuyo conjunto están formadas respectivamente, como
término final. La sociedad internacional no lia entrado
aún, como antes lo he afirmado, ni siquiera en su pe-
ríodo constituyente, y mucho menos en su período le-
gislativo; ese derecho que la rige ó debe regirla, está,
sí, muy atrasadO; señores, como lo ha afirmado el señor
Cánovas del Castillo con la autoridad de su elocuente
palabra.
Pero lo que debe ser, es, en el orden moral ; ese dere-
cho existe, señores, porque debe existir: está en las
entrañas de la naturaleza humana, y en la de las agru-
paciones de hombres que forman los estados. Leamos,
señores, en esas entrañas, como los antiguos augures
leían sus vaticinios en las entrañas de los holocaustos.
Yo veo en ellas, señores, un derecho internacional
que, como el derecho civil, presenta dos aspectos: el
del derecho individual, y el del derecho social. El pri-
mero considera á los estados en si mismos, con las fa-
cultades y atributos inherentes á su personalidad in-
violable, con destino propio, fin de sí mismos ; nunca
simples medios para que otros realicen sus destinos; los
mira, pues, como simplemente coexistentes. El segundo,
el derecho social internacional, los considera como aso-
ciados, como miembros de esa sociedad natural y nece-
saria formada ij)so jure, como antes he dicho, por la
coexistencia sobre la tierra de personas colectivas de
64 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
la misma especie, del mismo origen, del mismo destino.
Pero el derecho social no puede estar en pugna con el
individual, señores, en la sociedad internacional, como
no lo está en la civil; son rayos del mismo foco lumi-
noso; son funciones del mismo organismo; son notas
del mismo acorde.
/ Así, pues, como la sociedad civil y el derecho social
"que la rige, lejos de menoscabar la inviolable persona-
lidad del hombre, tienen por objeto esencial su conser-
vación, su desarrollo en su ambiente propio y su feli-
cidad, así la sociedad internacional,'-y el derecho social
que de ella emana y que es su ley, lejos de menoscabar
la soberanía de los estados que la forman, tiene por
objeto último el conservarla, el vigorizarla, el desarro-
llarla. No existe el hombre para el estado; existe el
estado para el hombre. No existen los estados para la
sociedad internacional ; pero debe existir ésta para los
estados soberanos. /
Yo concibo, pues, señores, en la sociedad internacio-
nal, el ejercicio de los derechos individuales por cada
una de las personas colectivas en que esos derechos ra-
dican, y concibo también el ejercicio de los derechos so-
ciales, ó, más bien dicho, de los derechos de la sociedad
internacional, por la entidad jurídica que pueda invo-
car legítimamente la personería de esa sociedad, y de-
fenderla de los injustos agresores de la felicidad común, I
que sólo puede ser el resultado de la felicidad indivi-
dual.
Llego, por consiguiente, á concebir, y hasta á vislum-
brar en el porvenir, la existencia, no sólo de un derecho
constitucional de la gran confederación humana; no
sólo la de un derecho civil y administrativo, sino tam-
bién la de un derecho penal internacional, entendiéndose
DERBCIIO INTBHNACIONAL fíTi
/ *
^ por tal, nool apoyo mutuo quo se prestan los estados
soberanos para castipfur el delito en los individuos, como
lo entienden hoy los autores al tratar de la extradición,
sino el castigo imj)uestoá los estados mismos, con el ob-
jeto de restablecer el orden moral internacional jjertur-
bado, con todas las benéficas consecuencias, en el orden
sociológico y económico, del reinado de la justicia sobre
V los pueblos.
Pero ¿quién es esa entidad jurídica que ha de dirimir
los conflictos del derecho individual de cada estado, ó
asumir la personería de la sociedad internacional, para
ejercitar y hacer prevalecer los derechos sociales que
se identifican con el orden ó la intrínseca armonía?
En una palabra, señores: ¿cuál es la forma de go-
bierno de la sociedad internacional? ¿Quién es el su-
perior entre los iguales, la encarnación del conjunto
entre los miembros soberanos que lo forman ? ¿ Cómo se
determina? ¿Cómo se designa y constituye la autori-
dad, sin incurrir en un monstruoso cesarismo interna-
cional?
He ahí el gran problema, cuya solución encierra acaso
el porvenir; pero que no conoce el ¡presente. La socie-
dad internacional, señores, seguirá, en su desarrollo al
través de los tiempos, las mismas ó parecidas etapas por
que ha atravesado la sociedad civil ó política, con la
sola diferencia que antes hemos notado : su marcha
será más lenta, sus años se contarán por siglos. Tam-
bién la sociedades políticas tuvieron su período de larga
formación ; también en ellas, la autoridad perteneció
durante mucho tiempo al más fuerte, al primer ocu-
pante. Y aun hoy, señores, ¿en qué período vivimos?
Se dice que es la fuerza la que predomina en las re-
laciones entre los estados, y se reniega por eso de la
C05F. Y DISC. 5.
\
66 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
justicia internacional, ó se abandona la labor que con-
duce á su conquista.
¿Pero acaso en las diversas sociedades políticas lia
/ dejado en absoluto de ser la fuerza el arbitro entre los
hombres, como suele serlo entre los estados ? ¿Acaso es
hoy un lieclio el reinado de la justicia, y de su hijo pri-
mogénito el derecho, en nuestras sociedades políticas?
¿Acaso las leyes internas de los estados son siempre
ordenaciones de la razón enderezadas sólo al bien co-
mún, y promulgadas por la legítima autoridad?
La autoridad que legisla, que juzga, que ejacuta la
ley, no es siempre en la sociedad civil, bien lo sabemos
por desgracia, la encarnación de la eterna justicia que
fluye del eterno amor,
Y la injusticia, señores, es la hija y es la madre del
odio. Y el odio engendra la guerra. /
Ah, la guerra! He ahí el enigma que aparece;, seño-
res, la negación de todo amor, la hija predilecta del ar-
cángel que no amó. La guerra es una esfinge que mira
con ojos inmóviles de hermosura siniestra. Su beso es
mortal, y su hija suele llamarse Gloria. ¿Y no ha
dado nacimiento á las naciones? Es otras veces un
genio vengador; es otras, un flagelo meteórico, de
fulgurante cauda roja, que purifica el ambiente si-
deral.
Pero sea lo que sea, ahí está, señores, sentada en los
horizontes internacionales, con los ojos siniestramente
hermosos, impasibles y gélidos, clavados en nosotros que
pretendemos interrogarla. Miradla: parece muda; no os
contesta. Y si llegara á contestaros, sus palabras serían
más hondas é impenetrables que el silencio, más obscu-
DBKEÜIIO INTERNACIONAL (¡7
ras que el dorso de nuestros párpados cerrados, más frías
que la piel del hombre muerto de ayer.
La guerra, sonoros, os la tiranía, ])ero. . . ¡cuántas
veces, en el hocho, la tiranía o la dictadura es la auto-
ridad, aun en la sociedad civil!
Notad, señores, yo os lo ruego, la marcha que ha se-
guido la humanidad en cuanto al criterio internacional
sancionado por la guerra.
Esta fué, durante largo tiempo, la sanción de los de-
rechos individuales en la sociedad internacional ; fué el
acto por el cual los estados se defendían, se hacían jus-
ticia por si mismos ; los pueblos tenían empeño en en-
cerrarse en los derechos individuales; aun las doctrinas
sobre equilibrios europeos é intervenciones, se funda-
ban sólo en los derechos de cada estado á su propia
seguridad, en el derecho individual internacional. Hoy
ya se invoca abiertamente el derecho social, el bien
común de los estados, el interés déla humanidad, para
justificar el empleo de la fuerza. Ya es algo más que la
intervención de un estado en el régimen interno de
otro estado, que provocó en las escuelas los anatemas
de la mitad de este siglo: es la constitución de hecho de
la autoridad en la sociedad internacional; es la aplica-
ción á ésta de los principios que rigen la organización
de las sociedades políticas. La evolución es radical,
pero se define con toda precisión, y parece incontras-
table. Es i^reciso que la ciencia se adelante á ella, y la
encauze en los límites del derecho.
Obsérvese bien, señores, y medítese en la analogía
que existe entre un estado que hace una guerra defen-
siva contra otro que, erigido en autoridad, la trae ofen- (
siva, invocando el orden internacional, y un pueblo que
se alza en revolución, para resistir al gobierno de he-
66 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
\
clio que rige la sociedad, y dice defender el orden polí-
tico. Este se proclama autoridad en la sociedad civil,
con el mismo título con que se atribuye ese carácter en
la sociedad internacional el estado agresor que, en po-
sesión de la fuerza, toma también posesión de la auto-
ridad internacional, que, como res nullius^ viene á per-
tenecer de hecho al primer ocupante.
En ambos casos existe, pues, la autoridad; en ambos
será la fuerza, será la guerra, la que, en definitiva, esta-
blecerá cual es, de hecho, la autoridad legítima; en
ambos, la sanción expresa del pueblo ó de las naciones,
que constituiría la verdadera legitimidad, queda susti-
tuida por el silencio, por la resignación de la humani-
dad ó del pueblo, y afianzada en el tiempo por la pres-
cripción ó por el hecho consumado.
Si negamos, pues, señores, la existencia de la autori-
dad en la sociedad internacional, porque es sólo la fuerza
la que en ésta la ejerce, tendremos que negar también
su existencia en la sociedad civil, porque también en ella
concurre muy á menudo esa circunstancia. La historia de
las sociedades políticas no es sino la historia de sus gran-
des revoluciones, la de sus constantes tentativas por
hallar lo que también busca la sociedad internacional: la
forma de constituir la autoridad legítima, ó de hacer
práctico el principio absoluto de justicia que debe reglar
las relaciones entre los hombres ó entre los estados.
Caen, señores, los estados débiles, víctima de los
fuertes, en la sociedad internacional, como caen, víctima
de la injusticia de los magistrados ó de los otros hom-
bres, las personas débiles, físicas ó colectivas, en la
sociedad civil.
¿No se constituyen muchas veces por la fuerza ó por
el fraude las autoridades en el seno del estado ?
IMOKKIIIO INTKHNACIONAI. f,!»
¿Pues en qué se diferencia, señores, esa senie.ncia po-
Iffica, dictada y sancionada en definitiva por la fuerza .
interna que prevalece, de la. sentencia internacional con- *
tenida en uno de esos llamados casi sarcásticamente
tratados, ¡y tratado de paz! impuestos por el vencedor
al estado vencido?
Y La consecuencia de todo esto, señores, es, á mi en-
tender, la siguiente: en la sociedad internacional, lo
mismo que en la sociedad política, el simple funciona-
miento del organismo social, que obedece á una ley di-
vina, tiende á la constitución de una autoridad, como
tienden los átomos, por su propia rotación, á agruparse
en torno de un núcleo : ó esa autoridad se constituye
de derecho, ó se constituye de hecho, que acaso fué el
derecho primitivo; pero se constituye forzosamente. >^
Sin ella, la guerra es inevitable. ^^
La solución delgran problemaquenos hemos planteado
no debe buscarse, pues, en el rechazo de la autoridad inter-
nacional, sino en hacer á ésta legítima, en buscar el mis-
terio de su forma constitutiva, desentrañándola de los
principios y de los hechos. Es el secreto del porvenir
como antes lo he afirmado; es la labor del presente.
Sustituir la autoridad de derecho, la autoridad deter-
minada por la voluntad inteligente del hombre, á la sim-
ple autoridad de hecho emanada de una fuerza ó dina-
mismo ajeno á la razón y á la libertad individuales hu-
manas, ha sido la larga y lenta labor de las sociedades
políticas; ella ha dado por resultado, hasta hoy, la pro-
clamación del principio de la soberanía po|)ular, cuj^a
forma de ejercicio perfecto busca en vano la ciencia
del derecho contitucional, que día á día se perfecciona
con la educación cívica de los pueblos.
Pues bien, señores : esa misma labor, más larga y más
70 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
lenta, pero no más sangrienta, porque no lo son más las
guerras internacionales que las civiles, esa misma labor
es la que sigue al través de los tiempos la sociedad in-
ternacional; ese mismo ideal de soberanía razonable es
el que persigue, sin lograr alcanzarlo, la ciencia del de-
recho de gentes; y ese es, señores, el ideal que hoy
congrega á todos los miembros de la gran familia ibero-
americana, en el congreso jurídico que en este acto se
inaugura, para solemnizar el cuarto centenario del des-
cubrimiento de América.
Nuestro programa propone especialmente á nuestro
estudio, como solución del problema que he planteado,
el arbitraje internacional, y el señor Cánovas del Cas-
tillo acaba de marcarlo con el dedo en su magistral
discurso, como el núcleo de nuestras deliberaciones.
Sí, señores : ahí está la palabra de orden de esta asam-
blea; el arbitraje internacional es la última palabra de
la ciencia jurídica moderna, para acercarnos á la solu-
ción del problema que acabo de indicar, ya que no es
su verdadera solución.
Todos los otros proyectos de paz universal han fra-
casado como lo sabéis : sólo el arbitraje persiste en los
dominios de la ciencia jurídica.
Pues bien, señores: los estados de nuestra América
lo aceptan unánimes ; puedo declararlo sin vacilación.
Aun más: me parece sentir en este momento, que, no
sólo el Uruguay mi patria, sino todos mis hermanos los
estados de la familia iberoamericana, me incitan á re-
clamar para nuestra América el honor de ser llamada
la patria del arbitraje internacional.
Bien sabéis, señores, que, á despecho de los que se
ÜEUECIIO INTEUNACIOXAIi 71
empeñan en buscar en la antigüedad, y aún en las eda-
des media y moderna, la genealogía del arbitraje, os
éste, como entidad jurídica, una institución contempo-
ránea; el arbitraje de Ginebra sobre el Alahama, en
1872, y las declaraciones del parlamento italiano, he-
chas más ó menos en la misma fecha á instancia de
Mancini, en favor de la cláusula compromisaria, son,
en Europa, los actos iniciales de esa nueva faz del de-
recho de gentes.
Ahora bien, señores: medio siglo antes de cpie tales
sucesos se produjeran en Europa, ya la cláusula com-
promisaria se introducía, por iniciativa de Bolívar, en
los primeros tratados de las repúblicas americanas re-
cién nacidas; ya la idea de un tribunal de arbitraje fi-
guraba en ellos. Y si bien es cierto que esa idea de arbi-
traje nacía allí vinculada á la de liga ó confederación,
opuesta á una posible reacción contra la común indepen-
dencia, no por eso perdía su carácter esencial; y si bien
la influencia de tales pactos podría considerarse circuns-
crita á la reducida esfera de acción de aquellas inci-
pientes repúblicas, bueno será recordar que, en algunos
de elloS; fueron partes Inglaterra y Estados Unidos, que,
medio siglo después, habían de someter al mismo pro-
cedimiento la solución del conflicto producido por los
célebres corsarios de la guerra de secesión.
Desde los tratados á que dieron lugar los congresos
de Panamá de 1822 y 1826 ; desde los formulados en los
congresos y conferencias de Lima (1847-48) y de San-
tiago y Washington (1856) y Lima í 1864-65), hasta
los celebrados entre el Brasil y la Argentina y el Para-
guay para arreglar arbitralmente la cuestión de límites
con este último, ó los que actualmente someten á arbi-
traje la importante cuestión de Misiones entre los dos
72 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
primeros, una serie no interrumpida de pactos interna-
cionales, concluidos entre los estados americanos, y en-
tre estos y los europeos, da testimonio, como sabéis, de
lo que afirmo : la América española podría reclamar, y
no sin títulos, el derecho de ser llamada la patria ini-
cial del arbitraje, considerado como institución jurídica.
¿Pero es realmente el arbitraje la solución del pro-
blema?
Nó, señores: no debemos hacernos ilusiones: el arbitraje
que, precedido déla mediación, los buenos oficios', lasco-
misiones de investigación, las gestiones diplomáticas,
es el gran triunfo de la razón pública en la éjDOca mo-
derna, no es, sin embargo, como antes lo he afirmado,
la soluciónque se busca; no es esa entidad, entrevista
por la ciencia jurídica y por el anhelo universal, que
ha de desempeñar, en la sociedad internacional, las
funciones que desempeña, en la civil, la autoridad legí-
tima. Esas dos entidades difieren substancialmente : la
autoridad es fuerza; el arbitraje es razón; la auto-
ridad es poder moral, y también jurídico, que engen-
dra deberes y derechos perfectos; el arbitraje es sólo
poder moral, que da origen á deberes y derechos im-
perfectos sin sanción coercitiva; la autoridad es, en
la sociedad, la encarnación de algo superior substan-
cialmente á los individuos que la componen, y que,
siendo iguales entre si, no pueden crear, por el simple
hecho de reunirse, una superioridad que obligue en
conciencia, y que no tienen individualmente considera-
dos ; el arbitraje no entraña ese espíritu superior, orde-
nador del caos, que flota sobre los estados como el
espíritu de Dios flotaba sobre las aguas antes de nacer
la luz ; encarna sólo la voluntad de los estados que á él
se someten voluntariamente; es delegación revocable
DKUKCHO INTEUNACIONAL 73
de igualdad inalienable: no es tribunal, no es eajiada,
no sale de la esfera del derecho individual de los esta-
dos coexistentes. Examínese bien la fórmula ai'lútraje
internacional obligatorio^ señores, y se la verá desvane-
cerse en el principio de contradicción; arbitraje y obli-
gación jurídica son términos que se excluyen; el arbi-
traje no ¡pertenece, })ues, al derecho constitucional de
la sociedad de los estados soberanos; es un artículo de
su derecho civil incipiente: no resuelve, por consi-
guiente, el punto relativo á la organización social de los
estados soberanos.
No debemos, pues, contar con el arbitraje, señores,
para los conflictos internacionales en que el elemento
político predomine, con prescindencia, tácita ó expresa,
del elemento jurídico. En tales casos, mal puede invo-
carse el derecho positivo, cuando se trata precisamente
de crearlo, ó, más propiamente dicho, de destruir el
existente para sustituirlo por uno nuevo.
Es claro, señores, que estoy hablando del derecho po-
sitivo con sanción coercitiva, del derecho que se iden-
tifica con la ley. El derecho, facultad ó potencia que
defiende y guarda los atributos inherentes á la perso-
nalidad, es una entidad, nó del orden físico, sino del
racional y moral. Nada tiene, pues, que ver con la
fuerza física; ésta no puede ni crearlo ni aniquilarlo. El
nuevo derecho positivo á que me refiero, germina y
crece muchas veces sobre las ruinas de la moral y
de la justicia absoluta, como esas plantas que nacen en
la tierra abonada por la ceniza de los bosques incen-
diados ; y ese derecho engendra nuevas personas colec-
tivas, que nacen, y se desarrollan, y se perpetúan, como ¡
esos liijos hermosos, y aun virtuosos, que nacen de ma- ,
dre adúltera, ó como aquellos bastardos que grababan '
74 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
entre las empresas de su heráldico escudo de nobleza
los símbolos y los emblemas de su propia bastardía,
adoptando como lema el Honni soit qtii mal y pense del
noble escudo.
Pero el arbitraje internacional, señores, es, y no es
posible dudarlo, un paso hacia adelante, hacia la ignota
cumbre que va escalando la caravana humana; el con-
greso jurídico ibero -americano lo proclamará, estoy
seguro, como un postulado de la gran familia aquí
reunida para conmemorar glorias comunes, y los repre-
sentantes de las repúblicas liis23a,noamericanas adhe-
riremos á él sin vacilar, no sólo porque así lo aconseja
la ciencia jurídica, sino porque, como antes lo he recor-
dado, el arbitraje internacional está escrito en las tra-
diciones, y aun en las leyes positivas del derecho pú-
blico americano.
También hallaréis en nosotros, señores, sinceros y en-
tusiastas adherentes á los principios de derecho inter-
nacional privado que, á falta de una imposible unidad
ó uniformidad de legislaciones internas, diriman los
conflictos de nuestras leyes respectivas, haciendo des-
aparecer, en lo posible, para ellas, las fronteras que nos
separan, y acercándonos así más y más á la constitución
jurídica de la sociedad internacional que antes he indi-
cado^ y que he entrevisto como el ideal remoto de la
humanidad.
Porque si hoy prima quizá el principio según el cual
la fuerza obligatoria de las leyes armónicas de un es-
tado en el territorio de otro, depende sólo del consen-
timiento expreso ó tácito de dichos estados, en vista de
conveniencias individuales recíprocas, existe indudable-
I)líKK<JHí> INTKKNAíMíJNAI.
mente una ley, no escrita aún, (¡ue prescril)e esa obli-
íjjación, como emanada, no del dorccho individual de los
estados, y nuiciio menos de su libi'e arbitrio, sino del
derecho social, hijo de la moral y la justicia, (jue los un»'
en sociedad perfecta; esa ley sólo espera el legislador que
la ])romulguo como la carta fundamental déla sociedad
internacional constituida del porvenir, á fin de trasla-
darla de la esfera moral á la jurídica.
Nadie más ])red¡spuosto, señores, que los pueblos de
nuestra América es[)afiola á cooperar á la sanción de
esas leyes que se ocupan del hombre en marcha al tra-
vés del universo, y persiguen la más amplia extraterrito-
rialidad del derecho, conciliada con la conservación y
el funcionamiento regular del organismo nacional de
los estados soberanos.
Yo creo ver, señores, en esas nuestras repúblicas, la
patria clásica del Derecho Internacional Privado del
porvenir, como veo en ellas, y en todos los estados me-
nos fuertes, y por lo mismo que son débiles, los defen-
sores naturales del derecho y de la justicia que consti-
tuyen su principal baluarte.
Formados por la emigración europea, que una ley
providencial pone en movimiento para distribuir la hu-
manidad sobre la tierra, los horizontes de esas repúbli-
cas jóvenes son como dos brazos siempre abiertos para
recibir á los hombres, incorporarlos á su vida rebosante,
y hacerlos parte integrante de su propio ser colectivo.
La igualdad absoluta de derechos civiles y de condición
social entre nacionales y extranjeros, es allí un postu-
lado democrático. ¿Y como nó, si los llamados extran-
jeros son nuestros padres? ¿Cómo nó, si lejos de ser
exfraneus, transeúntes, son la base de nuestro propio ho-
gar americano, y. por consiguiente, del conjunto de ho-
76 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
gares que constituye la patria independiente y soberana ?
Aun en cuanto á los derechos políticos, señores, el
extranjero, ya que me es necesario emplear la palabra,
es en nuestra patria tan extranjero cuanto él mismo
quiere serlo, pero no más; en mi país puede serlo todo,
menos presidente de la república. Nuestro ideal es lia-
cernos amables, hasta inclinar hacia nosotros ese libre
querer, respetando, sin embargo, el sentimiento de na-
cionalidad, tan delicado, tan celoso, tan natural, y que
nosotros abrigamos como el que más. De eso se deduce,
señores, que, en los estados ibero -americanos, el interés
político, el sentimiento de nacionalidad, lejos, de pugnar,
se identifica en un todo con el interés personal de los
habitantes del estado, y hace de este su objeto ; la na-
cionalidad y el domicilio ó la residencia con ánimo de
permanecer, de buscar el bienestar propio, de formar
una familia, tienen que ser ideas inseparables en pue-
blos formados principalmente por hombres de naciona-
lidades varias, que allí se han domiciliado, formando
por ese solo hecho, una nacionalidad nueva.
Si de esos hombres y de sus hijos, que somos nosotros,
no se forman las potencias americanas, señores, ¿de qué
se han de formar? ¿Qué sería de las diez y seis repú-
blicas ibero -americanas, si adoptáramos, como única
base de los estados, el principio de la nacionalidad,
que ata al hombre indefinidamente á su patria de origen,
y con él á sus hijos y á los hijos de sus hijos?
Se refundirían las unas en las otras, para refundirse
en seguida en sus metrópolis respectivas; y por ese ca-
mino, señores, ¿no iríamos á la reconstitución del an-
tiguo imperio romano de que proceden los mismos pue-
blos latinos de la Europa occidental?
DISUICCIin INTKI(NA( lONAI.
No puede siT idéntico al iiuentro, bion lo com[)rpndo,
el criterio, por mus am|)lio que sea, de los pueblos an-
tiguos y de raza honio<;énea, en los cuales las inmigra-
ciones en masa son desconocidas. No es posibb^ exigir
á esos pueblos la absoluta prescindeneia de las tradicio-
nes seculares, do las exigencias políticas, de los senti-
mientos de raza, para la resolución de los problemas de
derecho internacional privado, que sólo buscan sin em-
bargo el bien y la felicidad del hombre y de la familia,
donde quiera (¡ue se encuentren, y considerados co7iio
fin ij no como medio de las sociedades políticas.
De ahí, señores, que puedan surgir entre nosotros
algunas discrepancias de doctrina jurídica, al desarro-
llar, en este importante fraternal congreso, los temas
que se relacionan con el predominio de la ley ó estatuto
personal ó de nacionalidad, en contraposición con la
ley territorial, del domicilio, ó estatuto real. Vosotros
conocéis como yo, señores, las conclusiones á que llegó
el Congreso Sud Americano de Derecho Internacional
Privado que, á invitación del gobierno de mi país, la
república del Uruguay, y del de su querida hermana la
república Argentina, se celebró el año 1888 en la capi-
tal del Uruguay, y en el que estuvieron representados,
además de los dos estados iniciadores, los de Bolivia,
Brasil, Chile, Paraguay y Perú. En ese Congreso de
Montevideo se diseñó con bastante precisión la tenden-
cia del derecho público y jDrivado sudamericano : el
hombre, antes que la agrupación política, como objeto
del derecho internacional privado; la mayor extraterri-
torialidad del derecho, concillada con la conservación
y desarrollo de la soberanía nacional; la tierra poseída
por el hombre; no el hombre poseído y dominado inde-
finidamente por la tierra; y, como consecuencia de tales
CONFERENCIAS Y DISCURSOS
premisas, el sistema del domicilio, como el recurso m.ás
científico de solución para los conflictos que surjan
entre las diversas legislaciones, sin perjuicio de la lex
rei sitoe, y de las formas de los actos que crean vínculos
jurídicos.
Pero esos principios, señores, no son inflexibles; muy
lejos de ello; nosotros mismos debatimos largamente
sobre su extensión y aplicación. Lejos, pues, de entor-
pecer ó desarmonizar las deliberaciones de este con-
greso, bien pueden proyectar sobre él la lumbre, aun-
que sea débil, de un ideal, más ó menos remoto, 'pero
encendido y alimentado por el alma del pueblo hispano-
americano, que, como todos los jóvenes, señores, acaso
tenga sus proféticas ingenuidades.
Ese criterio sobre derecho internacional privado,
presupone, á mi sentir, un criterio, también hispano-
americano, sobre derecho internacional público, que
acaso pudiera sintetizarse en esta fórmula que yo pro-
pongo: el hombre no es persona de derecho internacio-
nal, cuando no tiene un carácter representativo. Identi-
ficar, por consiguiente, los derechos ó intereses de un
hombre con los de un estado, en las relaciones de dere-
cho piíblico; transformar el conflicto que surja entre
un hombre y el estado soberano de su residencia, en un
conflicto internacional entre estado y estado; aplicar á
la solución de ese conflicto los principios de derecho
que rigen las relaciones mutuas de las personas inter-
nacionales, y dar en él intervención ó personería á los
representantes diplomáticos, es, sin duda alguna, un
error científico, porque adiciona unidades heterogéneas,
ó atribuye al hombre un carácter representativo, y le
otorga una especie de credencial tácita perpetua para
hacer solidaria de sus actos á la nación de que procede.
UISRKCÜO INTERNACIONAL 79
Si se establece que im extranjero que es perjudicado en
el estado ile su residencia tiene derecho á recurrir, en
demautla de justicia, á su país de origen, ¿no sería de
lógica estricta el acordar al estado de la residencia de
ese extranjero una acción contra la patria de éste, en
caso de que sea el extranjero quien ocasiona el per-
juicio? ¿Y no es esto absurdo á todas luces? Es claro,
señores, que estoy hablando de las relaciones entre
estados civilizados. La protección que un estado presta
á sus subditos que se hallan entre bárbaros, no se basa
en el principio de nacionalidad, sino en el de huma-
nidad; y esa protección puede prestarla, no sólo el
estado de que procede el hombre, sino cualquiera na-
ción del mundo, como ha sucedido en la guerra decla-
rada por la humanidad entera á la esclavitud ó la pira-
tería, cualquiera que sea el origen del hombre que es su
víctima. Pero eso mismo demuestra que la interven-
ción de un estado en el seno de otro para defender
los derechos de los subditos del primero, importa negar
al segundo el carácter de pueblo civilizado, é inferirle,
por consiguiente, un injusto agravio.
En ninguna asamblea, señores, mejor que en la que
por este acto se inaugura, podrían encontrarse, promul-
garse y llevarse á ejecución las soluciones desinteresa-
damente científicas de los grandes problemas del dere-
cho internacional, sea público, sea privado. Yo siento
aquí, señores, sin abandonar el terreno del raciocinio puro
y simple, algo de esa noción vaga de patria internacional
que ha entrevisto tantas veces la humanidad sin verla
con precisión. No es aquel estado, ó confederación, ó
imperio artificial y monstruoso, con que soñaron los
80 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
empíricos, lo que se ofrece á mi examen en esta asam-
blea, en que se reúnen á deliberarlos estados proceden-
tes de las dos grandes metrópolis descubridoras y po-
bladoras de América; no es tampoco esa confusión mo-
derna de la noción de estado y de nacionalidad, que
atribuye, contra los dictados de la ciencia y la expe-
riencia, sólo al clima, á la lengua, á las tradiciones, á
las influencias étnicas, á los accidentes geográficos, el
poder jurídico de formar los estados políticos sobera-
nos; doctrina sostenida por hombres de ciencia, y con
todo, no más científica ni más consistente que Jos en-
sueños de monarquía universal. Pero 3^0 veo aquí algo
que, sin ser nada de eso, constituye, sin embargo, una
entidad sociológica que no es posible desconocer; hay
entre los estados ibero -americanos una fuerza de cohe-
sión innegable, que, sin confundirse con el vínculo
político, ni con los intereses nacionales, ni con los cál-
culos ó combinaciones internacionales, imprime á este
congreso una homogeneidad característica, muy distinta
de la que tendría una asamblea formada por otros j^ue-
blos. Existe, pues, una nación ibero-americana; 3'"0 veo
en ella el núcleo de una de las sociedades internaciona-
les parciales, de cuyo conjunto se formará acaso la gran
sociedad internacional definitivamente constituida de
que antes he hablado.
Yo no quiero entrar á analizar ese fenómeno ; me
basta con consignarlo, me basta con sentirlo en el
ambiente que nos enA^uelve. Yo no quiero hablar de
raza, de religión, de lengua, de tradiciones ; analizarlo
demasiado, sería debilitar el poder del hecho que se
ofrece directamente á nuestros ojos. Sólo quiero que
me permitáis recordar, para terminar, que esos grandes
agentes de cohesión entre los hombres y los pueblos,
bBRECUO INTDRNACIONAL di
como procodoiitos do dosigiiios providenciales, suelen
hacer su aparición en los grandes momontos históricos,
y desbaratar los veleidosos planes de los hombres, res-
tableciendo los ocpiilibrios humanos perturbados.
No reneguemos, señores, de ese agente misterioso que
nos vincula y nos vinculará, con nuestra voluntad, sin
nuestra voluntad y aun contra nuestra voluntad; culti-
vémoslo más bien, y cifremos en él las grandes esperan-
zas de la familia ibérica. Lo (juiere la historia, lo per-
mite la ciencia, y lo confirma el corazón. Y yo, señores,
lo proclamo con gran satisfacción en este momento,
como el mejor tributo que, sin disonar en la serenidad
de un congreso científico, puedo ofrecer, en nombre de
América, á la esclarecida nación que, hace cuatro siglos,
supo identificar la más pura y más fecunda de sus glo-
rias, con el primero entre los recuerdos, y la primera en-
tre las grandes efemérides del continente americano.
COSr. T DliC.
La Lengua Castellana
Memoria presentada en ci "Cüiigrcso Literario Hispano -Ameri*
cano" celebrado en Madrid, (31 de Octubre á 10 de Noviembre
de 1892 ) en la que se desarrulla el tema 1." de la sección filólo*
gica: "Razones de conveniencia $>[cncral que aconsejan la con*
servación en toda su integridad del idioma castellano en Ioü pue-
blos de la ^an familia hispano -americana".
(Actas de sesiones del Coat;reso Lilerarlu Ilijpaao- Amertcaoo)
SUMARIO
El descubrimiento de América, hecho inicial de ia edad mo*
deroa. ~ La lengua castellana en América. — Necesidad y
convenleacia de su cultivo y conservación, ante todo en Es-
paña y para España.— Proporciones y efectos de su difu-
sión en América. — El maestro Lebrija y su primera fra-
mática. — Necesidad y conveniencia de la conservación del
castellano en América. — Proposición de don Andrés Bello. —
La unidad de lengua signo de progreso y esplendor. — Las
lenguas americanas. — Su infinita variedad.— C£¡usas de
ésta. — La procedencia del hombre americano. —Las tribus
aisladas. — La conservación del idioma concillada con su
vida y su desarrolla orgánico. — La influencia popular con-
cillada con la científica. — Influencias que han obrado sobre
la lengua castellana en .América. — Acción de las lenguas
extranjeras.— El vocabulario y la sintaxis.- Principios fua-
damentaies de Max Mñller. — La herencia común.
Señores :
Es un error, que la historia deberá rectificar, el ha-
berse establecido la toraa de Constantinopla ( 1453 ) como
el hecho inicial de la edad moderna.
No es, por supuesto, menos errónea, á mi sentir, la opi-
nión de los que indican la predicación de la Reforma por
Lutero, (1517) ó la revolución francesa (1789).
No faltan autores, como sabéis, que sólo admiten dos
edades, limitadas por el nacimiento del Redentor del
mundo : la antigua ó pagana, y la moderna ó cristiana.
Aun predominando esta opinión, el hecho de la difusión
del Evangelio en un continente aparecido á la humani-
dad, no podría menos de establecer una subdivisión fun-
damental en la segunda de esas edades. El descubri-
miento de América, determinando un cambio de ley ó
de estado en un mundo nuevo, tiene que dar origen á
una nueva edad, si es que por edad debe entenderse,
como es opinión general, un período de la historia ini-
ciado por una de esas transformaciones.
Pero aun aceptando las divisiones corrientes, creo que
los sucesos que determinan el tránsito de la época me-
dioeval á la nueva época son, sin ningún género de
86 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
duda, la toma de Grranada y el descubrimiento de Amé-
rica. Esos dos acontecimientos cambian la faz de la hu-
manidad ; cierran un pasado y abren un porvenir; radi-
can definitivamente la civilización cristiana en Europa,
y, haciéndola dar un paso inaudito en su marcha pro-
videncial, que, como la del sol, avanza de oriente á occi-
dente, abren el occidente desconocido, la cuarta parte
del planeta, al paso triunfal del Evangelio.
La marcha de la cruz en la sobrevesta de los cruza-
dos al través de Europa, pero de occidente á oriente,
para reconquistar el santo sepulcro ; su mismo paso de
las catacumbas á la corona de Constantino, ejercen, á
mi sentir, menos influencia en los destinos humanos, que
su salto desde las almenas de la torre bermeja de Gra-
nada hasta las playas del nuevo mundo, al través de las
tinieblas impenetrables del mar ignoto.
Cupo á España la gloria de abrir ese nuevo horizonte
á la humanidad, y de descubrirle sus nuevos destinos.
Digitus Dei est Me.
Era quizás el premio que discernía la Providencia á
su esfuerzo de ocho siglos; era que la Providencia po-
nía la cruz que debía pasar al mundo nuevo al través
del Atlántico, en la misma mano que, como ninguna
otra, había sostenido esa cruz en el mundo antiguo, con
perseverancia secular ; era que la sangre que debía po-
blar el continente reservado al más digno de poseerlo,
tenía que ser la misma que había llenado los fosos del
antemural de la civilización cristiana en Europa, de ese
baluarte pirenaico, en cuyas crestas y gargantas los si-
glos medioevales vieron siempre de pie, con la mano en
la cruz de la espada, y el corazón en la cruz de la ban-
dera, al obstinado pueblo ibero, al centinela de hierro
que guardó las puertas últimas del mar que se apoyaban
LA LBNGUA CASTBLLANA 87
en las columnas do Hércules; era por fin, señores, quo en
la misma lengua en que había sido pronunciado el nom-
bre de Dios en Covadonga y las Navas y el Salado, para
•pie fuera oído con pavor por el infiel, al cerrar tras él
para siempre aquellas puertas, debía ser pronunciado
por primera vez en el mundo recién nacido, á fin r\o
(pie fuera escuchado con asombro de esperanza por la
selva virgen, por el desierto, por el hombre americano.
Esa lengua castellana tomó entonces posesión de
aijuel mundo iluminándolo, y aun hoy es su dueña en
gran parte.
¿Debe arrebatársele ese dominio secular?
¿Hay alguna lengua que pueda ejercer, á justo títu-
lo, contra la castellana, el derecho de reivindicación?
¿ O hay, por el contrario, razones, no sólo de conve-
niencia, sino también de naturaleza, que aconsejan ó
imponen la conservación del común idioma castellano
en los pueblos de la gran familia fundada por la madre
España en el continente que descubrió?
La conveniencia de esa conservación, sus razones,
los perjuicios de una desmembración que entrañaría la
destrucción del más precioso de los patrimonios, cons-
tituirán el tema de esta sintética memoria, cuyas defi-
ciencias deberán atribuirse, no sólo á la escasez de
facultades de su autor, á quien, sin merecerlo, habéis
honrado con la presidencia de la primera comisión de
este congreso, y, por eso, está en el deber de hablaros,
sino también á la desproporción entre lo vasto del
asunto, y el tiempo de que le es dado á aquél disponer
para su racional desarrollo.
CONFiERENCIAS Y DISCURSOS
Si en América ha habido quien lo niegue, señores,
no ha llegado á mi noticia que haya existido en Es-
paña quien ponga en duda la conveniencia de que la
lengua castellana sea conservada en todos los pueblos
americanos que actualmente la hablan. Testimonio vi-
viente de la más grande y más fecunda de las glorias
nacionales, ya que el descubrimiento de América á que
I dio cima España es la «mayor cosa, después de la
I creación del mundo, sacando la encarnación y muerte
I del que lo creó », según la gráfica expresión de Goma-
ra ; ensanche inmenso de la esfera de jurisdicción del
pensar y del sentir españoles; arteria por donde circu-
lan al través del mundo, como sangre del alma, las tra-
diciones, las costumbres^ el espíritu de esta nación, es
indudable que ningún español puede desear que las
fronteras territoriales de su patria formen un valladar
que detenga el vuelo de su pensamiento, siendo así que
el mismo impulso y el mismo esfuerzo pueden hacer
que ese pensamiento, sin perder ni el polvo brillante
de sus alas, ni el calor del alma en que nace, salve
aquellas fronteras, y se difunda por la tercera ^^arte
del mundo civilizado.
No cabe en las proporciones de esta memoria, seño-
res, el ofreceros un estudio estadístico sobre el colosal
desarrollo que ha tomado y está llamada á tomar la
población de las repúblicas iberoamericanas, dueñas
de una superficie de más de veinte millones de kilóme-
tros cuadrados; me permitiréis benévolamente, sin
embargo,- ciarme la satisfacción de citar como ejemplo,
ya que alguno he de citar, el que ofrece la república
del Uruguay, mi i3atria, la cual, nacida á la vida inde-
pendiente hace sólo sesenta años, con una población
total de setenta ú ochenta mil habitantes, diseminados
LA LENGUA CASTELLANA
011 SU priviU'giiulo torritorio do ílosciontos mil kiló-
metros, ofrece hoy on su sola capital, Montevifleo, una
población de doscientos (juince mil almas, y entrará al
siglo veinte con un millón de habitantes de raza caucá-
sica en su casi totalidarl. Toda la América de origen
ibérico, que ha seguido una [)roporción análoga, tiene
hoy una ])oblación de sesenta millones de almas, en
una superficie de más de veinte millones de kilómetros
cuadrados.
Ese es, señores, el campo de acción, trazado en un
solo rasgo, de la lengua castellana en el continente de
Colón. -^
Si se considera además que ese extraordinario aumen-
to de población se ha formado, en gran parte, por la in-
migración procedente de todos los pueblos de Europa,
de orígenes y lenguas diferentes, y que los hijos de esos
millones de hombres, franceses, ingleses, italianos, ale-
manes, que han convergido y seguirán convergiendo á
América, hablarán como nosotros la lengua castellana,
á la que, como nosotros, llamarán su lengua madre; si i
se advierte que todos esos hombres del presente y del \
porvenir, aunque originarios de diversas razas huma-
nas, oirán en lengua castellana los cantos de la cuna, en
castellano pronunciarán el nombre de Dios y el de la
Patria, y en lengua castellana darán el líltimo adiós á
las generaciones que dejen en pos de sí, legándoles, con
el idioma, el espíritu español que lo informa y vivifica,
no es concebible que jDueda existir un hijo de la tierra
de Cervantes, que no vea en la conservación de la uni-
dad de su lengua dentro de la gran familia hispano-
americana, el triunfo más sólido, el verdadero triunfo
de la España descubridora de mundos. ¿Qué ha sido,
qué queda, señores, de los antiguos dominios españoles
90 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
en Cerdeña, en Sicilia, en Ñápeles, en Flandes? Todo
se ha desvanecido en el tiempo; apenas si algún nombre
nos recuerda que allí venció España, y que allí dominó.
Y en cambio, en nuestra América, ¿qué importa la rup-
/ tura de sus vínculos políticos con la metrópoli, si los
I estados que allí han nacido son arterias por las cuales
continúa circulando la sangre melodiosa de la lengua
común, que el corazón secular, la madre España, con-
tinúa elaborando y distribuyendo por el árbol circula-
torio de la familia?
V y Es indudable, señores: el lenguaje es, para un pue-
blo, lo que la sangre para un organismo; como ésta de-
termina la constitución en el hombre, aquél determina
el temperamento en una nación, sus tendencias, su ca-
rácter. El lenguaje es una perpetua sugestión; la misma
asimilación de ideas extrañas tiene que hacerse previa
traducción de esas ideas á la propia lengua; y la traduc-
ción es, en sí misma, una transformación en substancia
propia, una adaptación á nuestro modo de ser. / ,
Cuando el americano, señores, que de veras ama á
España, recuerda, como yo lo hago en estos momentos,
la deuda de gratitud que la América tiene contraída
para la nación que le dio la civilización cristiana, no
puede menos de experimentar cierta satisfacción al
considerar ese predominio de la lengua española; le
parece que, con orgullo filial, puede decir á la madre
patria: tú conquistaste América para la civilización
cristiana, á trueque de grandes sacrificios que te exte-
nuaron; América, para pagarte tan inolvidable benefi-
cio, conquista gran parte del mundo para tí: ahí tienes
esos sesenta millones de hombres, procedentes de los
cuatro vientos, que hablan tu lengua; los hijos, y los
hijos de los hijos de esos hombres, hasta las innúmeras
LA LBNOUA CASTELLANA 91
generaciones, la llamarán, como nosotroH, lengua ma- •
dre; y tú, oh vic^ja heroína d*^ la historia, tú reinarás
en la torcera parto del mundo con sólo hablar. Y tu
reino no tendrá fin, mientras haya palabra humana.
Pero señores: para <iuo p]spañai)ueda ejercitar el dere-
cho que asiste á su lengua sobre el mundo que sacó del
mar; para que la madre patria sea, como debe ser, el
núcleo de resistencia contra las tendencias disgregado-
ras, y el de lucha inteligente en pro ele la unidad de la
lengua en toda la familia hispanoamericana, fuerza
nos será convenir en que debe tomar á pechos la con-
servación de esa unidad dentro de sus propias fronte-
ras, y dedicarse á ella con ahinco. Esa unidad casi se
identifica con la unidad nacional, como quiera que ella
fué también la conquista á que dio cima el esfuerzo
secular de la España que triunfó en Granada.
Notad, señores, una circunstancia muy digna de men-
ción al respecto: en los precisos momentos en que
España recoge las llaves del último baluarte moro; en
el momento en que entrega tres barcos y un puñado de
sus héroes al vidente genovés, para que vaya en busca
de la visión surgente del Atlántico, el maestro Lebrija
da á la prensa la primera Gramática Castellana, con el
propósito, según él mismo lo dice, de engrandecer las
cosas de su nación, y de dar á su patria, eh los momen-
tos en que las naves de Colón cruzaban el mar tene-
broso, una lengua definitiva, para imponer con ella sus
leyes de vencedor d los pueblos bárbaros ó naciones de
peregrinas lenguas que conquiste, y que tendrán que reci-
bir aquellas leyes. La lengua española se formaba, pues,
en definitiva, esi^ecialmente para la América, para
92 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
sustituir con ella las peregrinas lenguas del nuevo
mundo.
í^y El insigne maestro tenía razón: el pequeño libro que
escribía era más poderoso, para asegurar la conquista,
que los mosquetes y arcabuces de los soldados ; ella es
lo que ha quedado á España de todo su dominio. Es
bastante, sin embargo.
Pero hoy ya no existen, como en los tiempos de Le-
brija, conquistados y conquistadores, vencedores y ven-
cidos; hoy España, bien que vencedora en el tiempo y
en el espacio, no intenta imponer sus leyes : reclama
sólo, y no sin causa, el derecho, y cumple solícita con
su deber de madre, al estimular á sus hijos, de aquende
y de allende el Atlántico, á no dilapidar la preciada y
costosa herencia de la lengua común, que hace comu-
nes las glorias, común el caudal literario de los siglos
de esplendor, y da á nuestras ideas, al encenderse en
nuestro verbo común, la vibración necesaria para bri-
llar, como las constelaciones cenitales, sobre los dos
^ hemisferios.
# La América, dignamente representada en este con-
greso literario, debe adherir, señores, sin vacilar, á tal
y tan simpático propósito, y pugnará con vosotros en
defensa de su herencia. Sensible es que para ello cuente
en este momento con tan débil intérprete ; pero para que,
cuando menos en su proposición fundamental, tenga
esta memoria la debida autoridad, invocaré la opinión
del más ilustre de los filólogos americanos, de autori-
dad irrecusable. El esclarecido don Andrés Bello juzga
de tal importancia la unidad del lenguaje hispano-
americano, que no vacila en afirmar que ese era uno de
los principales fines que perseguía al escribir su Gra-
mática Castellana^ obra monumental que es honra y
LA LBNGUA 0A8TKLLANA 9: 1
prez (le las letras españolas, vjuz^o importante, rjice
el sabio venezolano, la conservación de la lengna de
nuestros padrea en su posible pureza, como un medio-
proviiieuoial ile coniunioación, y un vínculo do frater-
nidad entre las naciones de origen espauol derramadas
sobre los dos continentes». Como se ve, la proposición
del maestro americano coincide en un todo con la de
la primera sección de Filología que me cabe la honra
de elesarroUar en este congreso literario hispanoame-
ricano. Voy, pues, en buena compañía, y recorreré con
seguridad el camino.
Sí, señores: la América debe conservar y conservará,
de acuerdo con España, la unidad de la lengua común;
debe vigorizar los agentes que á ello contribuyen, y
combatir los que propenden á menoscabar tan preciosa
unidad. Pero, como lo afirma el mismo Bello, es pre-
ciso no confundir la unidad con el purismo supersti-
cioso ; ella no pugna tampoco, en manera alguna, con
el desarrollo progresivo, natural y científico, del orga-
nismo vivo del idioma, ni es parte á arrebatarle la
fuerza asimiladora que caracteriza la vida, sino que,
por el contrario, alimenta su vigor y acrecienta sus
energías, á fin de que pueda absorber sin ser absorbido;
así podrá armonizar el crecimiento con la existencia,
el movimiento con el orden, la autoridad y el uso con
la ciencia y con la lógica.
Eso es lo que demostraré en esta memoria.
Con decir que los pueblos que hoy hablan el idioma
castellano son, como no es posible dudarlo, sociabilida-
des civilizadas con personalidad y carácter propios,
dicho se está que deben considerar su lengua tan incon-
94 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
movible y permanente en su esencia y en su genio,
como su propia personalidad política y sociológica.
Dudar de la primera ó suponerla en formación caótica,
es vacilar sobre la segunda, es considerarse á sí mismo
como un embrión, como la materia cósmica de que se
formará ó no se formará un ser colectivo, pero no como
una persona social determinada y definitiva. Y huelga
decir que un pueblo que admite dudas sobre su propia
existencia de tal, no pueder ser considerado como un
pueblo.
La unidad de las lenguas con vasta jurisdicción terri-
torial ha coincidido siempre, en la historia de la huma-
nidad, con las épocas de progreso y esplendor de las
naciones; la desmembración del lenguaje, por el con-
trario, ha sido signo inequívoco de decadencia; ha
representado, en el orden moral y social, lo que el feu-
dalismo ó la anarquía en el orden político, lo que la
descomposición cadavérica en el orgánico. Los hechos
que pudiera citar en apoyo de mi afirmación han acudido
ya á vuestra memoria, segiín son ellos notorios y conclu-
yentes; pero ninguno más interesante, oportuno y digno
de estudio, que el que nos ofrecían los pueblos salvajes
de América al ser ésta descubierta. Una infinita varie-
dad de lenguas, revelación del estado de aislamiento y
de ignorancia de aquellos hombres, poblaba el conti-
nente, y era indudablemente una de las causas, y no
la menos principal, que impedía, y hubiera impedido
siempre, su civilización, si una lengua común no hu-
biera creado allí la comunicación moral é intelectual de
los hombres.
La América era un torre de Babel. Los escritores de
los primeros tiempos del descubrimiento, Fernández de
Oviedo, Solórzano, los misioneros, nos manifiestan su
I.A LBNQUA CA8TRLLANA 96
sorpresa al rosi)ec!to; <'l Padre Kirdifr, r-it-ado por «•!
erudito Fernández y González, lleva el número de len-
guas americanas á ([uinientas; en el siglo xviii, don
Juan FraiK'isr-o Lójíez afirma que se hablahan en las
indias occidentales no menos de mil (juinientas; y esta
opinión aparece confirmada por el abate Clavijero, qne
atestiguaba haber distinguido hasta treinta y cinco len-
guas diferentes, sólo en naciones conocidas de la juris-
ilicción de Méjico. En el siglo pasado, los estudios de
Buschmann, D'Orbigny, Orozco y Berra, Bancroft, Fe-
derico Muller y otros, citados también por Fernández y
González, denuncian cifras análogas; y Brinton, el ilus-
tre profesor de arqueología y de lingüística americanas,
habla de unos ochocientos cincuenta y cuatro lengua-
jes, entre idiomas y dialectos.
¿Cuáles eran las causas de esa enorme variedad de
dialectos y lenguas en el continente descubierto por
Colón?
No hay duda de que la diversidad de origen del hom-
bre americano es una de ellas. Ni mi preparación cien-
tífica en esta materia, que excede mis facultades; ni la
índole y proporciones de esta memoria, me autorizan á
desarrollar ese debatido é interesantísimo tema. Yo
creo, sin embargo, con las últimas conclusiones de la
ciencia, que existieron en nuestro planeta comunicacio-
nes terrestres ó marítimas distintas de las que conoce-
mos por la historia del hombre. Cada período geológico
ha modificado la estructura de la costra terrestre; aun
en nuestros días, sentimos de vez en cuando, como es
notorio, bajo nuestros pies, la lenta continuación subte-
rránea de ese misterioso proceso evolutivo de tierras y
de mares. Se eleva el suelo submarino del Atlántico, se
modifica el relieve de las costas, parece que, como enor-
d6 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
mes cetáceos dormidos sobre el mar, los continentes, al
moverse y cambiar lentamente de estructura, quieren
demostrarnos que, aunque sumergidos en sueño secular,
no están muertos. Existió un continente en el Atlán-
tico entre América y África; esas constelaciones de is-
las de los archipiélagos del Pacífico son restos que so-
brenadan de otros continentes tragados por el mar, son
como palabras que persisten de un idioma extinguido;
la Australia es un pedazo de una pequeña América, rota
por un zarpazo del abismo.
Sí: ha habido un día, envuelto en niebla, en que el
antiguo y el nuevo mundo se han dado la mano; por
allí, por el Atlántico y por el Pacífico, desde el occi-
dente de Europa y desde el oriente de Asia, ha pasado
á América la emigración humana, hasta que los levan-
tamientos de los Alpes, quizá, del Himalaya, de los An-
des, y los derrumbes caóticos acaecidos en el Atlántico
y en el Pacífico, interpusieron las inmensidades oceá-
nicas entre los continentes que sobrevivieron al gran
cataclismo geológico.
Quedaron, pues, en América, diversos pueblos de dis-
tintos orígenes, con diferentes caracteres antropológi-
cos, con diversas lenguas. Pero si bien es cierto que
esa es una de las causas, sin duda la principal, de la
variedad de lenguajes americanos, no lo es menos que
la desmembración ó descomposición de éstos, y la con-
siguiente formación de infinitos dialectos, á que antes
me he referido, tuvieron por causa, y fueron causa á su
vez, de la decadencia, de la ignorancia y de la barba-
rie en que la civilización cristiana encontró á los abo-
rígenes de América. Sin terciar en las disputas que se
han empeñado á este respecto, á mí me basta saber,
para apreciar dicho estado, aun entre los pueblos más
LA LENGUA CASTELLANA 97
adelantados del contiuento en la época del descubri-
miento, lo siguiente : en materia moral, no conocían á
Dios, mucho menos á Jesucristo, y ofrecían sacrificios
humanos; en materia económica, no conocían la mo-
neda; en materia industrial, no conocían la rueda.
Max Müller cita una observación de Mr. H. Bates,
que vivió muchos años entre las tribus del Amazonas,
y que es muy digna de ser tenida en cuenta, siquiera
sea por el color sugestivo con que está expuesta.
«La lengua, dice Bates, no es un guía seguro para
establecer la filiación de las tribus brasileñas, puesto
que siete ú ocho lenguas se hablan en las orillas de un
mismo río, en un espacio de 200 ó 300 millas. Hay en
las costumbres indias ciertas particularidades, que aca-
rrean la alteración de las lenguas y la separación de los
dialectos. Desde el momento en que los indios, hombres
ó mujeres, se ponen á conversar entre si, parece que
tienen un placer especial en desfigurar las palabras y
en inventar pronunciaciones nuevas. Es ciertamente
divertido el ver cómo toda la reunión estalla en risa,
cuando el gracioso del corrillo encuentra algún nuevo
término de jerga ó jerigonza; y esas palabras nuevas
permanecen muy á menudo ».
« Desde que estas corrupciones de lenguaje se produ-
cen en una familia ó en una pequeña horda, que perma-
nece á menudo, durante largos años, sin comunicación
con las demás tribus, aquellas palabras quedan consa-
gradas por el uso definitivamente. Así es como las hor-
das separadas, aunque pertenezcan á la misma tribu y
habiten las orillas del mismo río, acaban, después de un
número de años de aislamiento, por no ser entendidas
por sus hermanos. Me parece, pues, muy probable que,
en esta disposición á inventar nuevas palabras y nue-
cojnr. T Disc. 7.
98 CONFBRBÍÍCIAS Y DISCURSOS
vas pronunciaciones, y en el aislamiento en que viven
las hordas y las tribus, es en donde podemos encontrar
las causas de la asombrosa diversidad de los dialectos
de la América Meridional » .
¿No es verdad, señores, que, si bien en menores pro-
porciones, algo de lo que observaba Bates entre los sal-
vajes podría observarse en el seno de nuestras socie-
dades cultas, para atribuir á ello la decadencia ó la des-
membración de nuestra lengua común ? ¿ No es verdad
que ello nos debe mover y convidar á ponernos en
guardia, parapetados en la ciencia y el buen sentido,
contra la invasión de la ignorancia inconsciente, que
así habla de reformar ó enriquecer la lengua sin cono-
cerla, como de formar nuevos idiomas al azar?
Como desaparecen las estrellas, cuya luz de plata pa-
rece diluirse en las primeras tintas de la aurora, así
desaparecieron las lenguas primitivas de América al sa-
lir el sol de nuestra lengua castellana; y es incontro-
vertible que la marcha de la civilización en el conti-
nente, ha sido determinada por la ascensión de ese sol
en el cielo de nuestra América española. Cuando menos,
es un hecho que allí donde su luz no ha penetrado, ha
continuado la noche de la barbarie.
Pretender que los pueblos americanos retrograden de
esa luz meridiana, si nó al caos absoluto de las lenguas
aborígenes primitivas, al vago crepúsculo en que se
hallaban los pueblos occidentales de Europa antes de
la formación de sus actuales lenguas, sería renunciar,
sin causa alguna ni pretexto, al legado providencial de
los siglos. Y no otra cosa que esa regresión sería la for-
mación de dialectos en las diferentes regiones ó estados
LA LRNOUA CARTRLLANA 99
americanos, sin luá.s baso (juo la ignorancia (ic la len-
gua heredada, ó el desdan indolente en lo relativo á su
cultivo científico, y á la conservación fie mu pureza y
unidad.
Bien es verdad (pie ha habido quien afirme que la
lengua castellana llegará á ser, con el andar del tiempo,
lo que el latín clásico: una lengua muerta, que sólo vi-
virá en sus hijos: estos serán tantos cuantos sean los
estados hispano -americanos, España misma inclusive.
Pero esa hipótesis, además de ser gratuita, no puede
sernos simpática. No fué ciertamente una ventaja para
el mundo romano la desmembración de la lengua co-
mún, si es que común pudo considerarse en él la lengua
latina, como lo es hoy la castellana entre los pueblos de
América, lo que no creo. Si esa comunidad hubiera exis-
tido, nada hubiera sido más grande que su conserva-
ción. Imaginémonos, si nó, á la Italia, la Francia, la Ru-
mania, la España, el Portugal, y todos los estados
iberoamericanos hablando la misma lengua, cultiván-
dola, inoculándole la vida intelectual y moral de toda
esa gran familia latina. ¡ Qué tesoro no sería para ésta
la posesión de esa lengua común !
Pero he dicho que la hipótesis es gratuita. La des-
membración del latín, y la formación de los idiomas ro-
mances, obedecieron á causas que la ciencia ha estudiado
y establecido, y que no obran sobre el castellano. Ni las
influencias étnicas }'• antropológicas; ni las sociológicas
determinadas por las distintas invasiones del Norte en
los diversos pueblos de la Europa occidental; ni el aisla-
miento en que éstos se encontraban por falta de fáciles
comunicaciones; ni las rivalidades seculares de senti-
mientos é intereses entre los distintos pueblos, ni nada
de lo que determinó la formación del francés al lado
loó CONi'BRENClAS Y DISCURSOS
del español, ó del italiano al lado del francés, concu-
rren á formar el argentino al lado del uruguayo ó del
chileno, ni el mejicano aliado del centroamericano. Las
grandes influencias que pueden modificar la lengua
castellana se ejercerán por igual en toda su masa, en
todos los pueblos que la hablan, España inclusive; las
diferencias locales serán siempre accidentales, más de
vocabulario que de sintaxis, tal cual acontece con el
francés en las diversas regiones de Francia, ó con el es-
pañol en las d© España.
Porque es preciso no echar en olvido que la domina-
ción de Roma sobre los pueblos europeos, fué militar y
política; pero no sustituyó un pueblo á otro en las re-
giones á donde llevó sus armas. Las poblaciones euro-
peas primitivas, aunque adoptaron la lengua del vence-
dor, persistieron como entidades sociológicas, se desa-
rrollaron, constituyeron la única base de las distintas
naciones latinas. No así en América: las poblaciones
aborígenes han sido allí sustituidas por la nueva raza
europea, que llevaba como verbo la lengua española, y
es ésta exclusivamente la que ha servido de base á las
distintas sociabilidades americanas. La civilización del
nuevo mundo es, desde su origen, la civilización euro-
pea, la civilización cristiana; ñola azteca, ni la incá-
sica, ni la guaranítica, que, como entidades sociológicas,
desaparecieron desde los albores de la conquista. La
colonización europea en América fué una especie de
repoblación.
Es verdad que, así como España impuso su lengua
á las distintas regiones de América que dominó, Roma
había impuesto la suya, el latín, á los distintos pueblos
de Europa; ese predominio del latín en Europa, fué, sin
duda alguna, tan grande ó mayor que el del español en
LA LBNQUA CASTELLANA 101
América; llego á creer (lu»- lo fué más: creo que los ves-
tigios de las lenguas primitivas americanas on nuestro
lenguaje popular, no son menores (juo los (|ue (juerlan
en el español do las lenguas primitivas de los iberos,
de los celtas, de los fenicios y demás pueblos anteriores
á la dominación púnica, y aún más que á los que deja-
ron los bárbaros del Norte y los mismos árabes, con
haber éstos dominado durante largos siglos en la penín-
sula. El español, como el italiano ó el francés ó los
otros romances, es hijo exclusivamente del latín; quí-
teseles todo lo que puedan tener de celta, de godo, de
árabe, y apenas si se echará de menos; hágase con el
español, por ejemplo, la prueba que hizo Chevallet con
el francés, cuando puso el mismo pasaje de la Biblia en
celto- bretón, en tudesco, en latín y en francés, y se
verá que el mismo resultado que él obtuvo en su lengua
se ofrece en la nuestra: de 71 palabras del texto, las 66
eran latinas, 5 germánicas y 1 celta.
Pero adviértase que, si bien eso demuestra que las len-
guas romances de Europa fueron hermanas, como hijas
del latín, no por eso queda demostrado que fueron lo
mi.'inia lengua^ como lo fué desde su origen, y lo es hoy
día. el español, en todos los estados de América. Desde
el primer momento de su nacimiento en los distintos
pueblos europeos, el neo -latín de cada uno de ellos,
por los motivos antropológicos, sociológicos, políticos,
geográficos, y hasta económicos á que antes me he refe-
rido, tomó su rumbo divergente; y la dispersión hubiera
sido mucho mayor, con gran perjuicio de la gran fami-
lia latina, si, al dejar el imperio romano todo el occi-
dente de Europa á merced de las hordas invasoras con
la traslación de su capital de Roma á Bizancio, no hu-
biera existido otra gran entidad que restableciese en
102 CONTEREXCIAS Y DISCURSOS
occidente el benéfico predominio de Roma, y conservase
su preciosa lengua; esa entidad, como lo sabéis, fué la
Iglesia, que, haciendo de la capital del imperio la me-
trópoli del cristianismo, y adoptando el latín como len-
gua cristiana por excelencia, inoculó en él su indestruc-
tible vitalidad ; y haciéndolo servir de intérprete á la
civilización de la edad moderna, reservó á la gran fami-
lia latina el honor, que hoy es su gloria, de ser madre
de la humana civilización.
Pero ninguna de esas circunstancias, lo repito, con-
curre, ni remotamente, en el reinado de la lengua espa-
ñola en el continente americano ; y nada es, por consi-
guiente, más contrario á la historia y á la ciencia filo-
lógica, que la hipótesis á que me he referido, y que
combato.
No es, pues, de presumir, y menos de desear, la muerte
de la lengua madre castellana, como condición necesa-
ria para que sus hijos gocen de su autonomía política ;
esta no exige la malversación de la preciosa herencia
común, tanto más preciosa cuanto mayor sea el número
de hombres y naciones que nos entiendan cuando ha-
blemos nuestra lengua materna.
¿Debe ahora deducirse de esa doctrina, que la conser-
vación de la unidad y pureza del idioma imjDorta nece-
sariamente condenarlo á muerte y momificarlo, deján-
dolo, como la religión de los egipcios, á merced del al-
bedrío de una casta privilegiada, y haciéndolo inaccesi-
ble á la influencia popular?
Todo lo contrario : los dos factores esenciales eu la
formación y desarrollo de las lenguas son precisamente
el individuo con su iniciativa propia, y el todo social
LA LENGUA CASTELLANA 108
que en ella influyo, (juo la determina en gran parte,
y que consagra por el uso el signo creado por aquél.
En la mutua corriente entre ambos factores, consiste la
vida del lenguaje, « producto vivo del hombre interior »
como dice Schlegel. Podría, pues, afirmarse que las
lenguas están en perpetua formación, en creación in-
definida.
Las lenguas cultas, consideradas, no sólo en su desa-
rrollo, sino aun examinadas en su esencia, son hijas le-
gítimas, no de otra lengua madre, sino de los dialectos
populares precisamente : por ellos nacen y por ellos se
desarrollan.
El latín clásico, que, descompuesto por los distintos
pueblos, dio origen alas lenguas romances ó neolatinas,
era, en su origen, uno de los dialectos de los habitantes
de Italia; era, en Italia, el dialecto del Lacio; en el La-
cio, el dialecto de Roma ; en Roma, el dialecto de los
patricios.
El pueblo, pues, ha dado y dará siempre la materia
prima, si se me permite la expresión, para la cons-
trucción y desarrollo de las lenguas literarias; pero
para que estas tomen los caracteres de tales, dejando de
ser dialectos informes y sin persistQncia, es necesario
que sean fijadas, organizadas y usadas, ya no por el
pueblo solamente, sino por los Livios y los Andrónicos,
por los Catones y los Lucrecios, por los Scipiones y los
Hortensios y los Cicerones. Por eso el latín prevaleció,
y levantó su colosal predominio sobre las ruinas de
otros dialectos, que desaparecieron ó se fundieron en la
lengua soberana, absorbidos y sojuzgados por ella: por
que se formó, es decir, porque fué amasado, si me tole-
ráis la frase, por el esfuerzo de la inteligencia humana.
Eso es lo que yo llamo formarse. Todo se cubre y en-
104 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
vuelve naturalmente en formas, dice Carlyle; la única
parte utilizable de la tierra es la formada^ la que re-
presenta una suma de fuerza invertida en ella por la
industria y el ingenio del hombre. Podría decirse,
agrega el pensador inglés, si no vamos desacertados, (y
ésta sería la definición más breve ) que las formas que
crecen espontáneamente alrededor de una substancia,
corresponderán á la naturaleza real y espíritu íntimo
de la misma, y esas serán las formas verdaderas, las
buenas; pero las formas que se disponen consciente-
mente alrededor de una substancia, serán, por ese mero
hecho, falsas, no genuinas.
Así se forman^ efectivamente, los idiomas, como to-
das las cosas; así se formó el latín, y por eso preva-
leció.
Otro tanto pudiera decirse de las lenguas romances
modernas, y entre ellas de nuestro castellano, que, como
el latín en Italia, se formó en la península ibérica por
el predominio de uno de los dialectos populares, fun-
diendo en este todos los elementos asimilables de ori-
gen distinto, é inoculando, por fin, en ese limo deposi-
tado por el tiempo en el territorio de la nación española,
el aliento vital del espíritu de ésta, que cobró forma
definitiva en el verbo de sus grandes escritores.
Ahora bien, señores : si el lenguaje del pueblo es el
germen de la lengua ; si él tiene tan vital intervención
en su nacimiento, ¿ cómo no ha de tenerla en su per-
petuo desarrollo ? ¿ Cómo, pues, al pasar á América la
lengua castellana, no ha de sentir la influencia de las
nuevas sociabilidades cultas allí establecidas?
Allí dejaron las lenguas y dialectos de nuestros
LA LBMOUA CASTELLANA 106
aborígonos sus profundos vestigios; allí los vocabloH
vulgares de la fauna y de la flora indígenas se imponen,
no sólo al lenguaje jiopular, pero al mismo vocabulario
(le la ciencia; allí las faenas del campo, por ejemplo,
distintas de todo en todo de las europeas, han exigido
utensilios propios, instrumentos de labor no conocidos,
operaciones características que, para ser designadas,
han exigido la creación de nuevos vocablos: el pastor ó
el tropero, conductor á grandes distancias de nuestros
ganados innumerables ; el agricultor ó el chacarero, ha-
bitante del rancho aislado, pues allá no se conoce la
aldea; el hombre casi nómada, el gaucho de nuestras
pampas ó de nuestras colinas ; el esforzado soldado de
nuestras luchas que, con el flotante poncho al viento y
el lazo y las boleadoras sobre las ancas de su insepara-
ble amigo, recorría las llanuras ó las cuchillas, llevando
por lanza un trozo de tijera de esquilar enastado en
una tacuara ó caña americana, todas esas faenas, todos
esos tipos, y tantos más, tales y tan llenos de carácter,
han tenido que dar nacimiento á nuevas voces irrem-
plazables. Ellas, lejos de adulterar el idioma, lo enri-
({uecen, porque agregan á él, nó nuevos términos bár-
baros, de esos que, como la mala yerba en la vegetación,
se desarrollan á expensas de los vocablos útiles y cas-
tizos que ellos matan y sustituyen, sino un caudal pre-
cioso de voces con etimología racional, intérpretes de
ideas, de sentimientos, de necesidades y de objetos
nuevos.
Todo eso puede y debe incorporarse al caudal de la
lengua común sin adulterar su genio ni romper su uni-
dad científica, antes imprimiéndole, dentro de esta, una
pintoresca y sugestiva variedad.
Otro tanto debe afirmarse, y por las mismas razones.
106 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
sobre la incorporación al vocabulario de las voces y
locuciones de otras lenguas cultas modernas. La influen-
cia de estas sobre nuestra lengua común, puede serle
favorable, y puede serle perjudicial: favorable, cuando
aumenta su léxico con voces nuevas necesarias ó útiles,
que no destierran del uso popular vocablos equivalen-
tes, tanto ó más eufónicos y expresivos, y más de
acuerdo con el genio de la lengua; muy perjudicial,
cuando, no sólo destierra esos vocablos, sino que, intro-
duciendo sonidos y signos gráficos contrarios al genio
de la lengua, y hasta á la disposición orgánica de los
que la hablan, y, sobretodo, atacando la estructura sin-
táxioa, que es el alma del idioma, introduce en éste el
germen de la corrupción y de la muerte.
Bien es verdad, señores, que esa influencia deletérea
de las lenguas extranjeras sobre la lengua española, se
siente profundamente en los pueblos hispanoamerica-
nos, por lo mismo que ellos son el gran receptáculo de
la inmigración cosmopolita de que están formados prin-
cipalmente; pero no es menos cierto que ella se echa
de ver y se deplora también en España, y que no pocos
de los giros, locuciones y vocablos bárbaros que inficio-
nan el lenguaje americano han pasado antes por la san-
ción del uso español. Eso denuncia poca fe en la vitali-
dad de nuestra lengua común, en su fuerza de asimilación
conciliada con la de propia conservación. Y es preciso
que los hombres que meditan seriamente sobre el por-
venir de la patria, y el de la familia hispánica, se empe-
ñen, tanto en España como en América, por demostrar,
recordando las épocas de esplendor, que nuestra lengua
castellana, conservada en toda su pureza esencial, y des-
arrollada científicamente, tiene energías y elementos
sobrados para disputar á cualquier otra lengua la sobe-
LA LBNaUA CARTBLLANA 107
ranía on todas las osfcn'as rln la actividad humana; es
menester (|ue nosotros mismos ad<juiramos la convicción
ilt* (|in>, si el iiuiravilloso instrumento do nuestra hinp;ua
no luí producido, en los i'dl irnos siglos, los graiuliosos
acordes originales de otros tiempos o do otros pue-
blos, no debemos imputar ese silencio al instrumento,
ni mirar impasibles su inconsiderada destrucción. Ks,
pues, común y urgent«> la necesidad do luchar, tanto en
Kspaña como en América, contra las influencias disgre-
gadoras á que me he referido, sin que ello entrañe, como
algunos han (juerido suponerlo, la momificación del ha-
bla castellana. Hemos sentado quo el desarrollo progre-
sivo es la vida de una lengua; y mal puede suponerse
que de la asimilación constante, que constituye preci-
samente la vida, ha de resultar la muerte del organismo
de un idioma, es decir, la pérdida de su carácter, de su
unidad, ó, más propiamente dicho, y para expresarlo en
el término más comprensivo, la transformación brusca
ó irracional de su gramática, de su sintaxis.
Con esto no quiero afirmar que la sintaxis no sufra
también, como el léxico, transformaciones; pero, esas
transformaciones son tan lentas é insensibles, que no
son percibidas por una generación.
Yo, por mi parte, debo confesar que las influencias
extranjeras sobre la lengua castellana en América no
me sobresaltan hasta hacerme temer por la vida de la
última, ni mucho menos. Bien es verdad que esas in-
fluencias tienen que modificar algo el idioma ; pero lo
modifican mucho menos de lo que generalmente se
cree, y, sobre todo, es incomparablemente mayor la
influencia que en América ejerce el idioma castellano
sobre las ideas y costumbres y tendencias extranjeras
introducidas allí, que la que los idiomas extraños pue-
108 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
den ejercer sobre la lengua española. Y con decir que
las ideas y las costumbres propias quedan vencedoras
de las extrañas por la influencia de la lengua, dicho se
está que vencedora queda también ésta.
Creo, por otra parte, señores, que nuestra lengua es-
pañola, como todas las lenguas, contiene en su propia
esencia tesoros secretos ó inexplorados, potencias des-
conocidas, gérmenes ocultos, que bien pueden hallar
ambiente propicio j^ara desarrollarse en la tierra ame-
ricana, como otros lo han hallado y lo hallarán en tierra
española. Esa nueva eflorescencia de la lengua caste-
llana, será siempre una manifestación y un ensanche del
alma hispánica, y no hay que mirarlo con ojeriza.
Entre los filólogos modernos, ninguno acaso como
Max Müller, el célebre autor de La Extratificación del
Lenguaje^ ha sentado y desarrollado los verdaderos prin-
cipios lingüísticos. De ellos ha deducido dos fundamen-
tales, que califica de verdaderos axiomas: 1." La gramá-
tica es él elemento más esencial, y, por consiguiente, la
base de la clasificaciófi de las lenguas. 2.° Una lengua
mixta 710 es posible.
De estos dos axiomas filológicos, cuyo desarrollo no
cabe en los límites de esta memoria, debemos deducir
que la inevitable incorporación al lenguaje comiín his-
panoamericano de nuevos vocablos y locuciones no
debe ser tan inconsciente é iliterata que pugne con la
elemental estructura de la lengua, adulterando su gra-
mática.
Si eso se aceptara, á poco andar del tiempo tendrían
distintas lenguas iliteratas é informes, no ya cada uno
de los estados de la gran familia hispanoamericana,
sino cada una de sus regiones dentro de la república,
cada ciudad, dentro de la región, cada barrio dentro de
l.A l.RNUUA CAHTBLLANA 109
la cíndarl. Reprodnriríamos la Airn^rira antorior al de»-
fulniinií'iito.
No podemos aspirar A tal situación Ioh quo, en pOHP-
sión do una Icnj^iia como lacaNtcllana, somos duefiosde
un tesoro inapreciable; no va posilde sostener (jue el uso
que do esa lengua se hace en el corrillo, en la conver-
sación familiar, aun en la prensa periódica, á la que »'l
vértigo do la labor diaria no permite el esmero y la co
rrección necesarios, ha <le sobrejjonerse al uso conse-
cuente y científico, meditado y noble de los Cervantes,
Granada, Quevedo, Solís, Jovellanos, Lista, Bello, He-
redia, Valera, Meiiéndezy Pelayo, Pereda, Caro, Cuervo,
Pardo y Aliaga, Tamayo y Baus, Becquer, Fernández
Guerra, Núñez de Arce y tantos otros que, así en Es-
paña como en América, significan, no sólo el esplendor
y la gloria de la lengua española, sino su marcha y sus
modificaciones progresivas, sus palpitaciones al través
del tiempo, su energía asimiladora, la conciliación, en
una palabra, del movimiento con el orden, del uso con
la lógica, del desarrollo con la vida.
Ntíñez de Arce
Discurso pronunciado en el Banquete dado por la Asociación de Es-
critores y Artistas Españoles en honor de su Presidente Doa
Oaspar Núñez de Arce, el 5 de Enero de 1894.
Nnettro" pocU. — Añoranzas de América. — Qlorificaclóo i»
España en el poeta español. — El poeta y la poesía. — La
forma rítmica. — La región de üu madres. — El que viene
de allá. —Los qne redtwn el mensaje musical. —Lo que
trajo Núñei de Arce á sh refreso. — La aclamación de ia
raía.
Sí, sefiores: me lie dado euenta del deber que me
impone el honor que me habéis dispensado al sentarme
en este sitio, á la derecha del poeta, y estoy dispuesto
á cumplir con eso mi deber. No importa que, para ma-
yor confusión mía, tenga que proyectar mi pensa-
miento sobre ese resplandor que acaba de dejar la pa-
labra del ilustre don José de Echegaray en vuestro
espíritu deslumbrado ; no importa. Yo haré que la mía,
ya que no por lo brillante y elocuente, por lo sincera y
calurosa, sea luz en esa luz, chispa en ese fuego, gota
de agua ó de granizo en esa lluvia resonante. Yo, en
nombre de mi Uruguay, que en España represento, en
nombre de mi América, cuya voz me parece sentir vi-
brar en la mía al celebrar á Núfiez de Arce, me uno á
vosotros, señores, en la glorificación de vuestro poeta,
de nuestro poeta, debo decir, del que. siendo gloria y
esplendor de nuestro verbo común, es el símbolo ama-
ble y el más perdurable y artístico monumento de
nuestro mutuo afecto.
Y'o agradezco á la Asociación de Escritores y Artistas,
yo os agradezco á vosotros todos, señores, el que me
hayáis dado esta nueva ocasión de dejar en España
todo lo que para España traía desde mi tierra, además
COXT. T DISC
114 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
de mis mensajes oficiales : todos los mensajes de afecto,
todas las saudades ó añoranzas, ó como querrais lla-
marles, recogidas aquí y allá del alma americana en un
largo espacio de tiempo, y en los momentos de las ex-
pansiones dispersas, que brotan ingenuas y calientes en
las ocasiones propicias.
Yo os estoy reconocido, porque, así como ayer me
dabais parte en vuestras mejores glorias, incitándome á
invocar mi sangre y mi lengua, para poder llamar glo-
rias comunes á las españolas del descubrimiento de Amé-
rica, hoy me dais parte principal en vuestras alegrías,
ofreciéndome la ocasión de ensalzar en coro litúrgico
con vosotros al poeta que siempre amé, al viejo bardo
amigo, cuyas estrofas aladas y despertadoras sentí pa-
sar, tocando á gloria en sus clarines de plata, en la ma-
ñana de mis años, y despertando en mi alma nubil, como
cantos nupciales, las primeras revelaciones de pubertad
del pensamiento creador; al vigoroso poeta de las cum-
bres, cuyo pujante grito rítmico, lanzado aquí, en medio
á los combates por los grandes ideales, iba á repercutir
allá, al través del Atlántico, como el trueno de las mon-
tañas, en el fondo de las almas americanas apercibidas
también á la batalla; al poeta de la esperanza, señores,
de la esperanza que, como planta que arraiga en las
grietas de las ruinas y se alimíínta de sus jugos acres
para envolverlas en flores de ovarios dulces, brota siem-
pre de entre las dudas amontonadas en el corazón de
vuestro bardo por el humano combate, y las hace desa-
parecer en la eflorescencia triunfante de vuestra fe
cristiana secular.
Sí, señores; yo alzo mi aclamación con la vuestra, y
me siento alegre y feliz al ver que, en esta fiesta de la
familia española, no disuena del todo la voz del amigo
NI*!!)»/ 1>K AKCB 115
uinrric'rtiio; yo corono i'i la iiiadro »'n la trente «1*»1 lujo
predilecto, porque eso qutí en ella brilla y noH encanta,
no es otra cosa, miradlo bien, señores, no es otra cosa
que la huella del beso de vuestra Patria espaíiola que
lo ha besado en los ojos. Es olla la que ha hecho luz en
su alma; es ella la que ha hecho fuego en sus estrofas;
es ella la que ha hecho gloria en su vida y en su
nombre. /
Y eso es siempre el poeta, señores: una «juinta esencia;
eso es Núñez de Arce en este momento: la melodiosa
personificación de vuestra España, la de su espíritu, la
de sus ideales, la de su naturaleza, la de sus dolores, la
de sus cicatrices.
¡Y se ha dicho, sin embargo, señores, que la poesía
ya no existe, ó que, como princesa destronada y fugi-
tiva, abandona y hasta rehusa el cincelado alcázar de
la estrofa señorial en que nació, para refugiarse, con-
fundida con la plebe, en el albergue j)restado de la frase
sin sugestión y sin nimbo, hecha sólo para tener un
sentido, sin tener una alma!
Oh, nó señores; la poesía, el canto, el pensamiento
musical, ha existido y existirá; nosotros lo estamos
proclamando en esta fiesta; existirá mientras haya pue-
blos dignos de ella, pueblos capaces de reflejar la luz
solar de un ideal. Si llegara un día en que no se la en-
contrara sobre la faz de ¡atierra, no debiera decirse «ya
no hay poesía», como no debiera decirse «ya no hay
sol » porque un planeta tributario se ha sumergido en
la obscuridad ó en la penumbra, ó .se ha desprendido de
la eterna armonía de los orbes.
La poesía, señores, no es otra cosa que el resplandor
melodioso de los seres ó de los hechos, reflejado, al
través de lo infinito, en las almas capaces de encen-
116 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
derse, dando forma concreta á la luz, á la eterna vi-
bración afinada, difundida por el espacio invisible.
El historiador narra el hecho, el novelista lo detalla
y anima, el filósofo estudia sus causas; pero en el he-
cho, señores, existe algo más, existe mucho más que el
hecho mismo, y que es muy distinto de este: existe su
resplandor, su resonancia en el alma humana, su reper-
cusión melodiosa en el espíritu del pueblo; y eso es algo
que es en sí, algo sustancial que vive, que es noble ó in-
noble, es grande ó pequeño, según la capacidad ó. el tem-
ple del espíritu que crea la repercusión; algo que per-
manece y que perdura: que permanece y perdura en la
tierra si encuentra en ella una alma escogida y una
forma sensible que le den albergue, ó que se va para
siempre á la región serena de las madres impasibles, si
no halla entre nosotros una alma digna de ser su habi-
tación y su intérprete. Y allá la espera, señores, allá es-
pera su forma rítmica ; allá aguarda á su hermana mu-
cho tiempo, indefinidamente: allá, en la región déla per-
durable belleza. Sí ; yo quiero imaginarme, para creer
en él con devoción, un sitio entre los mundos, á donde
va á parar y á existir todo lo grande, todo lo bello que
ha pasado entre nosotros sin reflejo y sin historia: los
actos heroicos ignorados, los suspiros que el hombre no
escucha ni comprende, las lágrimas ahogadas en se-
creto, los llantos de los niños huérfanos, los anhelos de
los pueblos mártires, los largos ayes de las razas extin-
guidas, los deseos muertos de sed. los amores muertos
de frío, los recuerdos sepultados vivos, las esperanzas
abrigadas muertas en senos calientes y palpitantes pero
sepulcrales. Allí, en ese sitio, fuera del alcance de nues-
tra mirada, las resonancias de la tierra, las armonías
de las almas dispersas, se mezclan á las armonías de los
NÚÑBZ DE AROB 117
orbes; los amores engendran inuiiflos, las auroras abren
épocas siderales, las antorchas son estrellas recién na-
cidas (jue se oncionden para iniciar su jornada. Es do
ese mundo, señores, do donde proceden los recuerdos
sin imagen sensible, los deseos sin objeto propio, las
revelaciones sin procedencia: es de ese mundo de donde
proceden osos grandes silencios que descienden de los
astros en las noches inmóviles.
No todos podemos asomarnos á ese mundo, señores,
])orque no todos los oídos están dispuestos para resis-
tir sus voces, ni todos los ojos constituidos para recibir
sin cegar, los resplandores ígneos de su deslumbrante
realidad.
Pero es preciso que haya alguien que vaya allá, que
nos traiga algo de allá; pues así como necesitamos la
historia de los hechos pasados, para que ella sea la es-
cuela de las costumbres, así necesitamos la historia de
la resonancia de esos hechos en lo infinito, para que
ella sea la escuela de los corazones, á fin de que éstos,
al vibrar musicalmente, se ajusten al infinito acorde de
que son notas palpitantes.
Es necesario, sí, que haya alguien que vaya allá, que
se asome á eso obscuro que está fuera del alcance del
común de las gentes; alguien que, como el astrónomo
nos cuenta del ritmo de los grandes astros, nos cuente
del ritmo de las almas siderales; que nos hable del amor
puro que allí existe; del puro ideal de patria, emanación
del espíritu de los héroes, que allí vive también; de la
esencia del sacrificio y del martirio que allí se ha re-
concentrado, después de desprenderse, sin hacer sombra,
de la lágrima de una madre, de la gota de sangre de un
soldado, déla oración de un santo, del quejido de un huér-
fano, del grito perdido en el mar de un pescador náufrago.
118 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
Y el que lia logrado asomarse, el que ha visto, seño-
res, ese océano de luz y de armonías, no puede hablar
de él á los hombres con las palabras que se emplean
para contar las cosas comunes. Viene compenetrado de
substancia musical ; trae la resonancia del infinito oleaje
en la cabeza; puntos flotantes negros franjeados de
fuego intenso en las pupilas deslumbradas; soplos de
vientos armoniosos en las sienes palpitantes; acor-
des inauditos en los oídos, en la circulación de la
sangre.
El poeta, el vidente, el profeta, el mensajero, tiene
entonces que hacer palpable lo que no se toca, inteli-
gible lo confuso, limitado lo inmenso, sensible lo que no
cabe en la forma, • • . y canta ; canta con palabras habi-
tadas por ideas rítmicas ; con palabras que son emana-
ción directa de la vibración de las cosas; que se extien-
den, que se difunden, según la capacidad del alma en
que resuenan; que se abrazan en la cadencia musical
para ser algo más que palabras; que vibran en la frase
numerosa imitando á su manera las vibraciones del
alma sacudida; que resuenan al caer en la estrofa como
un collar que se rompe y se desgrana en una copa de
cristal. Entonces el sonido es idea que no ha cabido en
la palabra, y se ha difundido en el verso y en la estrofa,
haciéndolas palpitar como á un organismo vivo; enton-
ces se consuma el fecundo consorcio de la palabra vir-
gen con el pensamiento que la hace estremecer de amor;
la fusión luminosa de la idea que canta con el ritmo
que piensa; y se enhebran, como teorías de urnas ar-
moniosas, los tercetos del Raimundo Lulio, brotan las
alas á las octavas de la Lamentación de Lord Byron,
la lucha de la duda con la fe hace vibrar la estrofa de
las Tt'istezas, y se empapa en lágrimas la Elegía, y el
NÚÑBZ DE ARCE 119
Idilio en los perfumes del primer amor, y la Pesca en
laH hondas tragedias del mar, y el Luzbel, ípic acabáÍH
de oir, en las pavorosas tragedias del cielo.
Ha surgido entonces el Poeta: entonces ha surgido
Núñez de Arce con el beso de la gloria en la frente, y
con la aclamación del pueblo en los oídos; del pueblo
que, al aclamarlo, se aclama j' se ennoblece á sí mismo,
porque se incorpora á la universal armonía, porque pro-
clama su fiera capacidad para comprender lo grande, su
noble anhelo de desprenderse de lo mezquino, para ba-
ñar alguna vez su alma en el Jordán de la belleza per-
durable, hermana gemela y esplendor de la perdurable
verdad y del eterno bien.
Señores :
Yo quiero que la voz de América se una en la mía á
la vuestra, no tanto para honrar á Núñez de Arce,
cuanto á fin de reclamar para mi América el honor de
comprender y de amar al poeta con tanta intensidad
como vosotros.
El en tanto, estoy seguro, oirá conmovido esa voz,
porque la debe sentir ingenua, ingenua y penetrante
como la mirada de una estrella amiga.
El poeta ha escuchado la aclamación de su patria;
que oiga en la mía algo más: que escuche la aclama-
ción que le llega, como un huracán de los cuatro vien-
tos, de todos los extremos de la tierra en que se habla
la lengua de Cervantes.
El ha escuchado la voz de su patria : yo soy la voz
de su raza.
Señores: en su nombre, saludo á Núñez de Arce.
120 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
Aclamemos juntos, una vez más, en lengua española, en
lengua americana, al que es honra y prez de ese tesoro
común que nos vincula.
Señores : al enviado, al mensajero, al que nos ha lle-
gado de allá; al que nos ha traído la substancia lumi-
nosa y musical que, al habitar nuestra lengua común,
le ha impreso la vibración de nuestras almas, la ha ca-
lentado con el calor de nuestras entrañas, y ha fundido
en ella, en aleación indestructible, el pensar, el sentir,
el anhelar de los pueblos todos de la gran familia his-
pánica.
Congreso Pedagógico
Discurso de clausura pronunciado en el Ateneo de Madrid
( Diarlo de Senlonet del Conireío. — I89J )
SUMARIO
Loi debates del Congrego. — El propósito común de difundir la
Instrucción educadora. -Adhesión á él del Uruguay. —U
pedagogía como ciencia y como arte. - Sus relaciones con
el hombre y con las naciones. — Unión de España y los
estados hispanoamericanos para su estudio. — La antigua
y la moderna pedagogía. — Sus transformaciones. Raza la-
tina y familia hispánica. — L.a independencia americana.—
Su carácter. — Después de la lucha. — El valor pagano y el
valor cristiano.
Seiiores congrégales :
Aun teniendo que confiar la forma de mi pensamiento
al natural desaliño de una deficiente preparación, que
contrastará con la brillante elocución de los discursos
que &qu.i habéis pronunciado en el transcurso de vues-
tras sesiones, no puedo excusar la obligación en que
me veo de acceder á la invitación de vuestro esclareci-
do presidente, señor Labra, que exige mi palabra en
este acto.
Y tiene derecho á ello.
Me hicisteis el honor de noriibrarme vicepresidente
efectivo del congreso pedagógico, y lo acepté solícito:
lo acepté, porque no estaba en mi mano rehusarlo ; por-
que sabía que vosotros, pasando por sobre los escasos
merecimientos del representante, queríais honrar á la
patria americana que él representa, y yo debía recoger,
y he recogido con gratitud para ella, y sólo para ella,
aquel honor tan señalado.
Esa aceptación me impone ahora la grata obligación
de pronunciar algunas palabras en esta solemne sesión
de clausura, ya que mi asistencia á las sesiones ordina-
rias no ha podido ser constante.
124 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
Por más que españoles y americanos hubiéramos de-
seado estar todos en todas partes en las solemnida-
des de estos días de recuerdos y glorias comunes, la
circunstancia de tener que concurrir á varias de ellas,
ya personalmente, ya con trabajos científicos ó litera-
rios que han absorbido mis horas, me ha impedido asis-
tir asiduamente, como era mi deseo, á vuestras intere-
santes deliberaciones, que mucho me hubieran enseñado.
No estoy pues habilitado para referirme á ellas, ni para
apreciar debidamente las conclusiones á que habéis lle-
ga,do.
Por otra parte, en las graves cuestiones que se han
debatido en este congreso, opiniones y propósitos
opuestos se han disputado bizarramente el triunfo;
desde la enseñanza primaria, hasta la técnica y superior,
vosotros habéis oído desarrollar elocuentemente en esta
tribuna doctrinas antagónicas apasionadamente soste-
nidas ; y las que en definitiva han triunfado, no han
conseguido siempre la victoria con el sufragio unánime
del congreso. No me corresponde, pues, en este mo-
mento, referirme á ellas ; no puede ser mi objeto actual
el de agregar á las vuestras mi opinión personal, ter-
ciando en vuestros debates generosamente apasionados.
Pero en lo que sí puedo y debo suponer unanimidad
en el Congreso Pedagógico Ibero -Americano, es en el
alto propósito de difundir la instrucción educadora en
todos los pueblos de la gran familia aquí representados;
en el de propender, por los medios más eficaces, indi-
cados por la ciencia y la experiencia, al desenvolvi-
miento armónico de todas las facultades humanas, co-
menzando por hacer del niño un hombre completo,
capaz de realizar toda la perfección de que sea suscep-
tible su naturaleza, en orden á su misión en la tierra;
CONQBBSO PKUAOÓOM.'O l'¿5
en el de mejorar, en una palabra, por medio de la edu-
caci(')u, el estado intelootual y moral, y hasta el orga-
nismo físico, (mens sima in oorpore sano) de toda la
familia ibérica, considerada como una pluralidad de per-
sonas colectivas, homogéneas y solidarias.
Todos estamos convencidos, sffiores, de que no basta,
para realizar el progreso en una sociedad, el dotar á
ésta de algunos hombres sabios: es preciso levantar el
nivel general de esa sociedad. La antigüedad pagana
tuvo grandes pensadores, y, sin embargo, la civilización
antigua fué bárbara, se devoró á si misma. Es que fal-
taba el principio cristiano de la igualdad de los hom-
bres; faltaba esa solidaridad social á que antes me he
referido, y que, en lengua cristiana, se llama caridad,
anhelo de hacer partícipes á todos de nuestro progreso,
de nuestra luz. Que no quede una alma sola, si es po-
sible, sentada en las tinieblas de la ignorancia; ese es
el ideal; y eso sólo se conseguirá haciendo desaparecer
la obscuridad del ambiente social.
La civilización antigua, dice Renán, no desapareció
por falta de intensidad, sino por falta de extensión. Creo
que tiene razón, materialmente hablando.
Ahora bien, señores: en ese propósito nobilísimo, cor-
dialmente y sin reticencias puede y debe acompañaros
el representante de una república americana que, como
sus hermanas, y como vosotros, trabaja y trabajará sin
cesar por difundir en su propio seno la instrucción
educadora ; que busca los medios más adecuados para
conseguirlo; que estudia procedimientos, abre amplio
campo á la libertad y á la concurrencia de métodos,
para reconocer el triunfo á aquel que por sus resulta-
126 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
dos demuestre su mayor eficacia y perfección; que es-
timula y corona la iniciativa y el esfuerzo privados
en pro de la educación, esfuerzo compatible con el ofi-
cial y aún complementario de él; y que, como el ave
simbólica, se desgarra á veces sus propias entrañas
para alimentar con su sangre sus escuelas, que consi-
dera como las hijas predilectas de su corazón, pues en
ellas concentra sus anhelos, y cifra sus esperanzas de
un honroso porvenir.
Efectivamente, señores: el Uruguay mi patria es hoy
quizá, entre las repúblicas hispanoamericanas, la que
más difundida tiene la instrucción pública y la pri-
vada en el pueblo; la que más esfuerzos y sacrificios
ha hecho y hace por colocarla á la mayor altura de
prosperidad y de progreso. ^ .
Su representante no puede, pues, ser indiferente á
una asamblea en que se reúnen los hombres de ciencia
y de experiencia á tratar de esos asuntos; está obligado
á mirarla con especial predilección, y trasmitirá á su
país las conclusiones de este congreso con el mayor in-
terés.
Porque nadie, mejor que españoles y americanos, pu-
diera y debiera reunirse para deliberar sobre los medios
más adecuados de hacer fecundo su esfuerzo en pro de
la instrucción y de la educación del pueblo.
Esos medios deben adaptarse á las condiciones espe-
ciales del hombre á quien deben aplicarse: á sus tradi-
ciones, á sus creencias, á sus costumbres, á su carácter.
Recurso pedagógico habrá, que, produciendo magnífi-
cos frutos morales é intelectuales en un pueblo, pueda
llegar á ser de nulos y hasta de funestos resultados en
otro, cuyo carácter y costumbres difieran radicalmente
de los de aquél. Sistema de enseñanza puede haber,
(ÍONOHKHO HKtíAdÓOICO 1 ¿7
que, con ser benéiioo y eficaz «n una nación, no tendrH
esas (iualidadeH en otra. Ley de instrucción jnibliea po-
dría encontrarse, que, siendo un estímulo y una si-
miente de progresos en un país, se convierta en otro
en una rt^mora injusta y odiosa, capaz de alimentar un
monopolio irracional, á expensas de muchos gérmenes
de adelanto sacrificados.
Entre los pueblos americanos y la que aún hoy lla-
man éstos con cariño su madre patria española, existen
analogías de creencias, de tradiciones y de carácter, que
hacen aplicables á todos ellos, con pequeñas variantes,
las deliberaciones y conclusiones de un congreso como
el que me cabe la honra de clausurar; en éste se han re-
flejado las tendencias contradictorias de todos y cada
uno de aquellos pueblos, por el hecho de haberse refle-
jado las españolas; las cuestiones aquí debatidas son, en
cada uno de ellos, objeto de acalorados debates; vues-
tras pasiones, señores, son las nuestras, nuestras vues-
tras cualidades, y ¿por qué no decirlo? también nues-
tros vuestros defectos.
Ahora bien, señores: la pedagogía, elevada hoy á la
categoría de ciencia, debe tener muy en cuenta, en
sus aplicaciones prácticas, ese estudio del hombre, del
medio en que éste se desarrolla, de las influencias his-
tóricas, sociológicas, y hasta étnicas y fisiológicas, si
queréis, que determinan su carácter y sus predisposi-
ciones. Vosotros sabéis, señores, que la pedagogía mo-
derna pide en nuestro tiempo su concurso, no sólo á
las ciencias morales, sino también á las antropológicas;
busca luz y apoyo, no sólo en la psicología, sino tam-
bién en la que hoy se llama, con dudosa propiedad,
psicofísica, que. á mi sentir, no es otra cosa, aunque
pareaca lo contrario, que la confirmación del sano prin-
128 CONPERBHCIAS Y DÍSCURSOSl
cipio espiritualista, según el cual el alma es forma subs-
tancial del cuerpo humano, y el hombre un espíritu
servido por órganos, cuyo funcionamiento no puede ser
indiferente al estudio de las operaciones del alma. Vos-
otros conocéis cómo los registros y laboratorios antro-
pológicos, al par de los trabajos sobre sugestión, he-
rencia mórbida y psicológica, etc., son hoy llamados á
contribución por los maestros de la ciencia pedagógica
moderna, maestros que no he de citar, porque os son se-
guramente más familiares que á mí. Todo eso, á. pesar
del desequilibrio que, á mi sentir, tiende á introducir
actualmente en la ciencia pedagógica, al desarrollar el
estudio del organismo á expensas del principio es]DÍri-
tual que lo informa substancialmente, abre, no es posi-
ble dudarlo, nuevo campo á la investigación científica,
y contribuirá, una vez restablecido el equilibrio, al pro-
greso de la ciencia humana, y muy especialmente de la
alta psicología.
Nada tenemos que temer, para las grandes verdades,
del progreso de la ciencia verdadera, cualquiera que sea
su campo de acción; nada podrá quebrantar la existen-
tencia axiomática de ese yo que permanece inmutable
al través de las modificaciones, de esa misteriosa subs-
tancia permanente que habita nuestra carne sin ser
carne, y en la que reside la conciencia del ser inteligente
y libre.
Debemos, pues, utilizar los dictados de la ciencia en
todo cuanto juzguemos aplicable á nuestro común j)ro-
pósito ; y lo son. señores, las conclusiones de la ciencia
antropológica y de sus derivadas, al propósito que ha
congregado á españoles y americanos en la serie de se-
siones á que la presente pone término.
CÜNURBHO PBDAOÓOICO 12*.)
Y si la pedagop^ía no lia do considerarso sólo nomo
una ciencia, sino también como el arte do la enseñanza
integral ; si no ha de ser sólo teoría, sino también prác-
tica y experiencia, es indudable que el estudio y la con-
sideración del hombro á que ha de aplicarse, de su ori-
gen, de sus tradiciones, de su carácter, es indispensable,
y que la unión de españoles y americanos para el cam-
bio recíproco de las conclusiones que les dicta la racio-
nal experiencia tiene que ser fructífera.
Hasta ayer no más, señores, la historia pedagógica
de España y de América ha sido una sola; en todo el
período colonial, y en el primer medio siglo de la vida
independiente de los estados americanos, la tradición,
los métodos, el espíritu españoles han informado el mo-
vimiento pedagógico en toda la familia hispánica de
aquende y de allende el mar. En esto, como en todo, la
metrópoli dio á sus colonias todo cuanto era dado exi-
girle, es decir, todo cuanto tenía ; é ingratos seríamos
los estados americanos, si, al tratar de educación, no
recordáramos la que recibimos en herencia de la madre
patria, cualquiera que haya sido nuestro acervo here-
ditario.
Hoy día, la ciencia pedagógica sufre, como antes lo
he indicado, una transformación radical; españoles y
americanos nos sentimos arrastrados hacia el nuevo
rumbo.
Sea en buena hora, señores, sea en buena hora ; pero
no por eso podemos prescindir de lo que nos es carac-
terístico, si es que no hemos de dejarnos llevar de em-
pirismos, por más prestigiosos y deslumbrantes que
ellos sean. La ciencia, señores, es también en si misma
una herencia constantemente acrecida; lo es, por con-
siguiente, la ciencia pedagógica.
COSF. T DI8C. 9.
130 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
Desde los sistemas clásicos de educación de Grecia y
E/Oma^ en que predominaba la educación física tendente
á formar soldados robustos y ciudadanos aptos para los
fines de aquellas sociedades; desde los tiempos griegos
posteriores, (me refiero á los de Platón y Aristóteles)
en que predominó el culto de la educación estética, que
daba por resultado la formación del hombre hermoso
casi divinizado ; desde las épocas ascéticas de los padres
de la Iglesia y de los jansenistas, que determinaron la
reacción contra la divinidad pagana y sensualista de
las formas; desde las escuelas utilitarias de Descartes
y Locke, continuadas por los filósofos del siglo xviii ;
desde el cultivo predominante del gusto literario clá-
sico de los humanistas del renacimiento j de los insig-
nes maestros de la Compañía de Jesús, hasta el predo-
minio del espíritu científico que, desde Diderot hasta
Herbert Spencer, ha adelantado en rápida progresión y
dado carácter á la ciencia pedagógica contemporánea,
todo es factor, todo es elemento de juicio, todo heren-
cia del pasado que el presente analiza y transforma y
adapta, como analizará, transformará y adaptará el
porvenir lo que nosotros le leguemos, pese á la cons-
tante pretensión de las edades, que creen siempre ha-
ber pronunciado ó estar pronunciando la última pala-
bra en materia de ciencia, y se califican á si mismas de
científicas por antonomasia con encantadora sencillez.
Pero en nada como en lo relativo al recto aprove-
chamiento de los progresos de la ciencia pedagógica
debe examinarse la naturaleza del hombre que es ob-
jeto de ella; en nada pueden, y aun deben, por consi-
guiente, estar más unidos españoles y americanos.
Yo no creo, os lo confesaré francamente, en eso que
ha dado en llamarse raza latina. Bien es verdad que
CONUKBKO I'KI)A(1Ó(U(;0 181
exÍHten piu^MoH (jue hablan loiií^uiis (If^rivadiis del latín;
no es menos citirlo que (!So común origen del verbo, que
es forma musical del alma, constituye efectivamente
un vínculo poderoso entre esos pueblos, y que dentro de
ellos existen, en Eurojíay América, naciones en las que
la lengua común castellana establece un vínculo in-
destructible, como lo constituye la lengua inglesa, en-
tre las que la hablan: english-speakimj-folk^ dicen ellos,
pueblo de lengua inglesa. Pero debemos convenir en ([ue
eso no determina una raza en el sentido étnico ó fisio-
lógico, que es el que sirve de base á la clasificación
científica de las razas humanas : no existe, pues, en la es-
fera de la ciencia, una raza latina.
^A. Pero si bien juzgo inconcusa esa verdad, yo creo fir-
memente que existe, no una raza, pero si una gran na-
ción, ó, si queréis, una gran familia hispánica, que, si no
tiene como rasgos característicos, los antropológicos que
distinguen y diferencian las distintas razas humanas,
posee, en la comunidad de lengua, de religión, de cos-
tumbres, de tradiciones, de educación, un elemento de
una influencia tal en la actividad funcional del orga-
nismo del hombre, que bien puede influir en este mismo
modificándolo, y constituir esa fuerza, ó dinamismo, ó
como queráis llamarle, que reduce una pluralidad ori-
ginaria á una unidad sociológica, sin menoscabar la
personalidad independiente de las unidades libres que
componen la primera.
¿Qué importa, señores, al lado de ese nudo subcons-
ciente que nos une, qué importa la ruptura de los vín-
culos políticos que nos unieron? ¿La recordamos acaso?
¿Se atraviesa por dicha esa idea en nuestro camino,
cuando juntos recorremos el de la ciencia de nuestra
común educación? Ciertamente que nó.
132 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
Y es porque las grandes y providenciales desmem-
braciones políticas, que pudieron en un día trazar nue-
vas fronteras en el mundo hispánico distribuyéndolo
en nuevos estados, no tuvieron ni podían tener la fa-
cultad de establecer separaciones en la sangre, enten-
diéndose por tal, no tanto la sangre material que ha
sido llamada el medio ambiente interior del cuerpo, y
forma su idiosincrasia ó temperamento, cuanto la san-
gre espiritual, ese medio ambiente social interno for-
mado por la lengua, la religión, la educación, la común
historia, las tradiciones comunes. En esto, señores, no se
han trazado nuevas fronteras entre españoles y ameri-
canos; para ello hubiera sido necesario abrir surcos pro-
fundos en el corazón, y un surco en el corazón es la
muerte.
La guerra de la independencia americana no fué, ni la
considera hoy ya la historia, como una guerra entre
naciones; fué una guerra civil dentro de un mismo
pueblo ; fué la ebullición de la misma sangre en las ar-
terias del mismo árbol circulatorio.
Esa verdad, que hoy se nos impone como inconcusa,
señores, y se nos ofrece como una aparición luminosa y
amiga brotada de eso que he llamado, con más ó menos
propiedad, la subconsciencia hispánica, esa verdad no hu-
biera podido ser recordada entre nosotros hace algún
tiempo. Se consideraban los sucesos de la emancipación
americana como si fueran los episodios de una guerra
nacional entre pueblos de tradiciones enemigas y de
antagónicos destinos; caldeaban la atmósfera las pala-
bras incendiadas como teas, los mutuos cargos, los ren-
cores apasionados que envenenaban la historia, y cuya
misma intensidad revela muy á menudo el carácter civil
de la lucha; la resonancia de recientes batallas atronaba
C0N0RB60 PRDAOÓOICO 18B
HÚn los oídos, OHCurecía la víhíóii, derramaba noche en
las cabezas.
Nos estaba anoclipciondo «mi la aurora, seftorf-s, on la
nueva aurora do la gran l'ainilia ¡bórica. Las verdades
viejas, como dice un gran pensador, yacían por tierra
casi mudas, y las nuevas estaban ocultas sin atreverse
á hablar.
Ha vuelto á salir el sol en nuestra historia, y vemos
que nuestros ¡jasados disturbios, si bien nos lo habían
ocultado, no lo habían detenido en su marcha hacia el
cénit : está más alto, y á su luz vemos más claro : ve-
mos, con el mismo pensador, que la destrucción de las
antiguas formas no es la destrucción de las eternas
substancias.
^ No era cierto, hoy lo advertimos con toda precisión,
no era cierto que España hubiese sido en el mundo al
que dio todo cuanto tenía, desde su civilización cris-
tiana hasta su sangre y gran parte de su porvenir, una
madre indigna de amor : hoy los americanos le damos aún
ese nombre, que vibra como una bendición en nuestros
labios, porque comprendemos que si España no hubiera
derramado su savia en América; si la hubiera concen-
trado en si misma, hoy sería más de lo que es. No era
cierto tampoco, ¿verdad, señores? no era cierto que
nuestros proceres americanos fueran sólo insurrectos
desnaturalizados ; mirad esas banderas que ellos nos le-
garon; miradlas cómo, agrupadas ahí por vuestras pro-
pias manos, se estrechan y confunden sus colores en el
regazo de vuestra gloriosa bicolor bandera, para formar
el iris simbólico de nuestra perdurable reconciliación
doméstica.
134 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
Era, señores, que había sonado una hora grande, la
hora de la Providencia; era que los frutos maduros
tenían que desprenderse, aun desgarrando tejidos y
derramando preciosa savia, del árbol secular que le
había dado vida, y, con la vida, la potencia generadora
de nuevos seres de su especie ; era que el ave sentía su-
ficiente vigor en las alas, para ir á repetir, fuera del
nido, los cantos aprendidos en él ; era que en la sangre
española, esparcida por todo un inmenso continente,
hervía el misterio de la universal germinación, que des-
garra entrañas, agrieta rocas, y hace rodar aludes desdp
las cumbres ; era, señores, la aurora, era la primavera,
en que estallan los estambres y las yemas, se desalojan
los nidos, circula atropellada la savia fecundadora, y
aparecen nuevos astros en el cielo, y nuevas flores y
nuevos seres vivos en la tierra estremecida.
Se oyen entonces en la naturaleza los gritos de los
pájaros que, al parecer, se persiguen y se hieren en los
aires. Y no se persiguen, señores; es que se atraen;
no se hieren; es que se besan y se fecundan. Eso
eran aquellos gritos de guerra que estremecieron el
continente americano al nacer de nuestro siglo; eso
aquellos choques formidables entre legiones que, en la
igualdad de su heroísmo, demostraban la identidad de
su origen heroico: eran los besos de la gloria impresos
sobre la frente ds nuestra raza, al hacerla, una vez más,
la madre gloriosa de nuevos pueblos soberanos.
Hablemos, hoy, señores, de todo eso, como de una
página de nuestro común romancero heroico ; senté-
monos en torno del hogar, á recordar nuestras glorias,
como se sentaban los héroes de Ossián, en torno de los
abrasados troncos de la encina salvaje que ardían al
soplo del viento, á deleitar con sus cantos las sombras
tutelaroH do los caídos en la luclia, (|Uo se aHomaliuii al
borch^ di' sus luihes á escuchar ol melodioso relato dí«
los bardos.
Pero ellos nairabau sólo hi destrucción y la guerra;
ellos transmitían á sus hijos la lanza de Fingal, el es-
cudo resíinanto do Ouclnilin. y les ensenaban las piedras
cubiertas de musgo (|ue marcaban el sitio en que des-
cansaban los solos virtuosos: los guerreros valientes,
los leñadores, los desbravadores de selvas. Era la tradi-
ción escandinava, la religión norsa, que, como todas las
mitologías primitivas, divinizaba el valor salvaje. En
ella, los ángeles tutelares eran aquellas valkiries, aque-
llas vírgenes escogedoras de muertos en el campo de ba-
talla, que conducían las almas de los valientes á lamo-
rada de Odino, la divinidad implacable. Era para ellos
la mayor de las miserias el no morir matando en í-1
campo de batalla. Cuando creían próxima la muerte
natural, se causaban heridas en la propia carne, para
presentarse ensangrentados ante Odino; cuando los re-
yes ancianos se creían cercanos á su fin, se encerraban
en una nave que ardía á fuego lento, y era lanzada al
mar á toda vela, para que sepultase al héroe anciano en
tumba digna de su valor: el mar y el firmamento.
■^ Eso narraban los bardos gaélicos al son de sus arpas,
sentados en torno del hogar.
■^ Nosotros también, señores, los hombres de la familia
liispánica, nos sentamos juntos, después de la lucha, en
estos congresos, en torno del hogar; también nosotros
debemos transmitir algo á nuestros hijos, á toda la fami-
lia hispánica: tipos, ejemplos, sanciones, esperanzas,
armas para la lucha; también debemos inocular en
nuestra gran familia el deber que, hoy como en los
tiempos de Ossián, es el deber supremo del hombre : el
136 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
deber de ser valiente, de ser heroico si es preciso. Pero
el valor salvaje, que era todo en la mitología iiorsa del
implacable Odino, es muy secundario en la religión del
Divino Libertador del mundo, que, lejos de morir ma-
tando, redimió á la humanidad muriendo. Sí, es preciso
que nuestra raza sea valiente; valorees fuerza, vir, vir-
tud. Es preciso avanzar, marchar hacia adelante, domi-
nar las fuerzas bmitas de la naturaleza, vencer al ene-
migo que esta fuera de nosotros, con la ciencia, con el
trabajo; pero es menester, ante todo, domar el enemigo
que está dentro de nosotros, la pereza, la sensiialidad,
el egoísmo, la debilidad de carácter, la falta de fe en
el propio esfuerzo, domarlo con la fuerza del alma, con
la virtud. Hay algo más grande que abnegarse ó sacrifi-
carse : es el dominarse, el poseerse. Hay algo más noble
que realizar grandes acciones resonantes: es el realizar
buenas acciones ignoradas. Eso es ser valiente según
el concepto cristiano; eso es lo que transmitiremos á
nuestros hijos en nuestras escuelas, con la eficacia de
los más perfectos recursos de la ciencia pedagógica.
Eso, restituyendo á nuestra gran familia hispánica la
mente sana en cuerpo sano, hará resplandecer para ella,
con el supremo auxilio de Dios, aquellos tiempos en que,
paseando por la redondez de la tierra por primera vez
el estandarte de la Cruz y el de Castilla, demostró que
nuestra raza tiene las condiciones necesarias para reali-
zar grandes empresas, y para ser, como ninguna otra,
la protagonista del mundo.
El idealismo hispánico
Discurso pronunciado en el Teatro Real de Madrid, en la fiesta que
se celebró en favor del "Dispensario Alfonso Xlll" bajo el pa*
tronato del rey de España.
SUMARIO
L'na limosna del Uruguay. — El espíritu de caridad. — La ¡oten'
ción actual y la virtual.— Las fiestas paganas y las cris-
tianas. —El anfiteatro Flavio. — El idealismo. — ¿ Es nii
defecto de la raza? -El idealismo español descubrió Amé-
rica. — La empresa de Colón. — La locura de Culón y la de
España. — Evocación de Isabel, la mujer reina. — So apari-
ción.— El liéroe y el pueblo en que arraiga. — Los ideales
que se van. — El ideal es la sola realidad. — Coaservacióo
de los grandes ideales en e! fondo del alma hispánica.
Señoras:
Señores:
Cuando la comisión de caballeros constituida para la
fundación en Madrid de un dispensario para niños po-
bres bajo el patronato y con el nombre de S. M. don
Alfonso XIII, el rey niño, me hizo el honor de acor-
darse de mí invitándome á tomar parte en este festival
de caridad, mi primer movimiento, debo confesároslo,
fué el de declinar agradecido la invitación, con ser
tan amable y tan honrosa.
Y no era para menos, señores. Se me ofrecía, como
tribuna, el proscenio de este Teatro E-eal, de nombre re-
sonante en el mundo del arte cuyas reputaciones con-
sagra; como compañeros, á los príncipes de la elocuencia
y de la poesía españolas, cuyo solo nombre es victoria:
como auditorio, en fin, al que tal propósito, tales com-
pañeros y tal teatro tenían que congregar, j han con-
gregado efectivamente esta noche, ofreciendo á mis
ojos el espectáculo suntuoso de vuestra presencia^ se-
ñores; el de la vuestra muy especialmente, señoras, que
constituís el principal esplendor de esta fiesta espiri-
140 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
tual, y tenéis el dereclio de determinar el carácter de
mi auditorio, y, por consiguiente, el de exigirme que
llene vuestros corazones sólo de palabras y de ideas
melodiosas.
Esas circustancias, capaces de poner pavor en la vo-
luntad del oracjor más elocuente y animoso, no triunfa-
ron, sin embargo, sobre la mía, pues, como lo veis, me
resolví valientemente á venir, y he venido. Y lie ve-
nido, señores, confiado en algo que no puede menos de
protegerme á vuestros ojos : en mi propia debilidad, en
mi propio desamparo.
¿Cómo rehusar, por otra parte, lo que se me pedía
en nombre de los niños enfermos de Madrid?
Soy el representante diplomático del Uruguay en Es-
paña ; mi misión principal entre vosotros es la de hace-
ros amable el nombre de mi país. ¿Cómo hacer perder
á mi Uruguay la gratísima ocasión de dar una nueva
prueba de afecto á esta nación que le es tan querida,
poniendo, como ofrenda, en la escarcela de vuestros
niños pobres, la palabra de su representante diplomá-
tico, ya que ella ha tenido la fortuna de ser cotizada en
algo por vuestra munif ícente acogida?
Tomadla, pues, señores, sólo como tal: como una li-
mosna modesta que os envía mi patria uruguaya, para
que la agreguéis á la espléndida de arte, de belleza, de
elocuencia, que vosotros hacéis en este festival á vues-
tros niños indigentes; miradla como el óbolo aquél de
la pobre viuda del Evangelio, Ninguna dádiva habrá que
sea de menos valor que la del Uruguay; pero ninguna
tampoco más cordial ; ninguna que mejor se armonice con
el espíritu de esta fiesta; ninguna, en suma, más im-
pregnada del espíritu de caridad cristiana que os anima,
y que consiste, no tanto en dar á los pobres, cuanto en
KI. IDKAI.IHMO HISPÁNICO 141
(larHe a ellos. Yo, Ronores. y oii mí la nanlóii que rr[)ríi-
wento, 1108 (lamosa vuestros pobres niños enfermos; nos
damos á ellos, por amor de Dios, y por amor de Es-
paña.
Yo creo, señores, en el espíritu de caridad de este es-
pléndido festival; creo en él, porque creo en la bondad,
cualquiera que sea el traje con que se me presente ves-
tida; porque concibo que puede verse la humildad, y
hasta la negación de si mismo, al través de las sun-
tuosidades de una fiesta, como podía verse el orgullo
y la soberbia de una alma huraña escondida en su nido
de serpientes, al través de los agujeros de la capa de
Diógenes, el filósofo mendigo.
Yo siento que anda esta noche por el ambiente de este
vuestro espléndido Teatro Real un espíritu amable, de
alas sutiles y rosadas, cuyo aliento, difundido por el aire,
nos compenetra. Oh, sí, es un espíritu bueno, inconfun-
dible. No importa que la intención actual inmediata
que nos ha traído aquí haya sido la de buscar el solaz
de nuestro propio espíritu, y aún el de nuestros sentidos
atraídos por la belleza y el arte ; no por eso desaparece
la intención virtual de hacer el bien, el impulso inicial
que nos ha congregado, y que persiste, dando valor mo-
ral á nuestros actos, aunque todos y cada uno de ellos no
sean una renovación consciente del generoso impulso
primitivo.
Y esa intención de hacer el bien, señores, aun en las
acciones indiferentes, aun en los actos mundanos, no es
otra cosa, si bien lo examináis, que la palpitación en el
organismo social del espíritu cristiano que lo anima re-
gulando sus funciones. Bien puede no constituir un
142 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
acto de gran virtud individual en todos y cada uno de
los que á tales fiestas concurren; pero es un acto de vir-
tud social: bien puede no ser un aumento del capital
moral que forman las sociedades con las virtudes de
sus miembros; pero es la percepción de intereses del
capital de virtudes cristianas acumuladas, que forman
las costumbres, y que empujan casi inconscientemente
á los hombres al bien ; bien puede no ser un nuevo
árbol del espléndido bosque que brotó y sigue brotan-
do de las semillas del árbol divino en que ^e con-
sumó la redención del mundo ; pero es, sin duda alguna,
la recolección de los frutos de ese bosque sagrado á
cuya sombra vivimos, y que se desprenden de las ramas,
al sólo ser sacudidas por el espíritu de amor que pasa
por el viento.
Ese concepto de virtud social, señores, que, aunque
formada de actos individuales, no es un acto individual,
se ofrecerá con mayor claridad y nitidez á nuestros ojos,
por el contraste: proyectando su forma blanca sobre
el fondo oscuro de los recuerdos antiguos. ¿Pensó al-
guna vez el paganismo en divertirse á beneficio de
los pobres, de los enfermos, de los niños desvalidos?
Era todo lo contrario, señores, oh, todo lo contrario.
¿ Cómo el pueblo de B-oma, el pueblo rey, había de
pensar en aliviar el dolor humano al alegrarse y di-
vertirse, si era el dolor humano precisamente lo que
constituía la suprema diversión y el deleite supremo
de aquel pueblo?
Hoy la España cristiana celebra con fiestas memora-
bles el descubrimiento de América, y entre ellas incluye
ésta, destinada á los pequeños que sufren. Roma cele-
braba ayer sus victorias con la inauguración, por ejem-
plo, del anfiteatro Flavio.
101. IDKAMHMO IIISI'ÁNICO 148
¿Lo recordáis, HPfioroH? Aun nos (jikmIu su cscjuí'lt^lo
entre las ruinas dol loro. Jja antif^üodad no lialjía cono-
cido nada tan grandioso ; las edades posteriores no han
visto nada igual. Llenaban cien mil espectadores ávidos
de muorto su lioniiciclo. Allí (3staban los sacerdotes y
las vírgenes romanas pidiendo sangre; allí los nobles y
los plebeyos. Los esclavos no eran hombres; las muje-
res no eran personas; los gladiadores eran músculos y
sangre organizados para divertir matando y muriendo;
los mártires. . . oh, los mártires cristianos! Esos eran
también dolor, pero eran el dolor nuevo, el dolor (pie
sonríe, que redime: el dolor divinizado.
El emperador Tito inauguró ese circo con cien días
de fiesta; mataron entonces diez mil hombres cautivos,
diez mil piezas capaces de dolor, es decir, de placer, de
diversión y de alegría para el jDueblo.
Pasad, señores, de ese espectáculo, al que hoy ofrece
el Teatro Real de Madrid en esta fiesta á beneficio de
los pobres niños enfermos, y decidme si, en el fondo de
estas suntuosas apariencias, no existe la gran realidad
pristiana: la alegría de hacer el bien; el amor al des-
graciado por amor de Dios; la virtud social acumulada
á que antes me he referido ; la sombra del árbol sagra-
do que arraigó en las ruinas del anfiteatro Flavio de
una semilla que cayó del cielo, y que es hoy el único
refugio de los enfermos del cuerpo, y sobre todo, de los
dolientes del alma.
Y era necesario, señores, que, en la serie de fiestas
resonantes con que la familia hispánica, reunida en torno
de la madre común, rememora el secular aniversario del
descubrimiento de América, era necesario que hubiera
144 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
también una fiesta especialmente consagrada á aliviar
las desgracias de nuestros semejantes, y que á ella invi-
tarais á un representante de América ; era preciso que
hiciéramos juntos, españoles y americanos, alguna obra
siquiera de misericordia. Sin ella, hubiera faltado algo
que diera la nota característica de nuestra raza; nues-
tro rasgo de familia : el amor desinteresado, la caridad,
el idealismo puro.
Sí, el idealismo, señores. Yo bien sé que hay quien
imputa á nuestra raza esa generosa tendencia idealista
ó afectiva, no como una virtud, sino como una infe-
rioridad con relación á otros pueblos, ó como una falta
de aptitud para el cálculo positivo que engéndralos pro-
gresos materiales.
¿Pero será cierta, señores, esa inferioridad, iba á
decir antropológica, que se nos atribuye, y, sobre todo,
será exacto que nuestro idealismo es su causa?
Yo confieso, por mi parte, que no puedo convencerme
de que el ideal, el tipo de perfección concebido por la
razón en forma de idea, visto por la fantasía en forma
de imagen, y amado por la voluntad en forma de pasión,
pueda obstar á la ejecución de lo real, pues aquel no es
otra cosa que la forma anticipada de la realidad, j su
realización en el alma ; el ideal es, por consiguiente, y
tiene que ser necesariamente fuerza, dinamismo, acción
inmanente. Hay quien afirma que eso ideal que vive en
la esfera metafísica, y preside nuestra vida afectiva, no
solo es realidad, sino que es la sola realidad. Lo que se
toca es apariencia; la verdadera esencia es lo inma-
nente, lo intangible, lo inefable, que está en el fondo
de tales apariencias.
Pero es esa una cuestión que no cabe entre los
esplendores de esta fiesta. Si efectivamente faltan en
■L IDBALI8MO IlIgPÁNIOO 145
nuestra raza actualmonto aquellas aptitudes, yo con-
vengo en que deben adquirirse; si efectivamente existe
en nosotros un doso(|uilibrio producido por ol predo-
minio do la sensibilidad afectiva o del amor á la gran
realidad futura, sobre el cálculo que sólo considera la
realidad presente y tangible, que el equilibrio se resta-
blezca en hora buena. Todo eso podemos concederlo,
y también desearlo. Pero lo que no debemos afirmar ni
conceder, señores, es que la adquisición de eso que di-
cen que nos falta, sea incompatible con la conservación
de lo quo dicen que en alto grado tenemos : de nuestra
pasión por lo ideal, de nuestro dinamismo afectivo. Por-
que al imponérsenos el sacrificio de nuestro instintivo
amor por lo grande, por lo caballeresco y desintere-
sado, se nos impondría la triste apostasía de nuestro
propio ser. Seremos como somos, señores, ó no seremos.
Nó. Eso no podemos hacerlo, y mucho menos en es-
tos momentos en que conmemoramos el descubrimiento
de América, es decir, la más grande de las realidades,
hija exclusivamente del idealismo español.
Ese idealismo que se nos imputa, sólo él, fué el que
descubrió el nuevo mundo; por él salió de su eclipse
parcial nuestro planeta, y se proyectó en la conciencia
de este pueblo, como se proyecta la luna sobre el sol;
el nuevo mundo existió en el alma hispánica, aun antes
de haber sido vistas por los ojos de Colón las nuevas
constelaciones australes; por él, la tierra entró en po-
sesión real de si misma; por él, por ese idealismo de
que algunos reniegan, la España creyó en el genio, en
el hombre vidente que, caminando á tientas, golpeó en
las puertas del convento de la Rábida, pidiendo agua
y pan para el niño fatigado que traía de la mano.
COSF. T DISC. 10.
146 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
j Y se ha diclio, sin embargo, que fué España la que
tuvo por loco al navegante mensajero, portador del gran
secreto! Acaso lo habrán tenido por tal, señores, los
realistas, los calculistas del siglo xv ; pero aquella per-
sona España amó, sin duda alguna, amó el fantasma
incorpóreo, el fantasma de niebla y luz, como dice vues-
tro poeta : la realidad futura presentida.
Aquella España del siglo xv, desgarrada por las
caricias de león de la gloria, empobrecida por ocho
siglos de guerra intermitente, sin recursos para subve-
nir á sus más premiosas necesidades, dio á Colón tres
carabelas ... ¿Os imagináis, señores, lo que, en aquella
época y en aquel momento, representaban tres carabe-
las avaluadas en dinero? Dicen que aquello costó dos
millones de maravedís. No me detendré á verificar la
cifra, señores; pero es indudable que aquello, en aque-
llas circunstancias, reclamó efectivamente muchas mo-
nedas acuñadas. Oh, sí, no hay duda: aquello fué un
mal negocio, señores, un desastroso negocio, ¡ Qué no
tendría hoy España, si ese dinero hubiera sido colocado
á buen interés y con firmes garantías ! Pero España dio
mucho más que tres carabelas á Colón; le dio sus Pin-
zones, le dio cien marineros . . . oh, eso no es nada: aun
le dio mucho más : le dio su mayor tesoro, le dio, no las
joyas de su reina, como ha dicho la leyenda, sino el
corazón, la fe, la palabra, que era armonía, de aque-
lla mujer incomparable, diáfana joya del alma hispá-
nica ... Y aun más que todo eso, que parece insupe-
rable, aun algo más grande y más valioso que todo eso
puso en manos del navegante visionario : le dio sus ban-
deras, el estandarte real de Castilla y de León, su ban-
dera blanca con cruz roja, para que la enarbolara en su
mástil como un signo de victoria, para que trazara esa
BL IDEALISMO IIIRPÍNIGO 147
cruz de Pelayo en las largas flámulas de sus barcos, á
fin de que ella fuera á estrecharse con otra cruz que
había do salirle al paso desde lo infinito: con la cruz
de estrellas que es la radiosa constelación del hemis-
ferio austral; con la cruz de estrellas desconocidas,
recién nacidas, que, entre miriadas de astros nuevos,
habían de saltar en el cielo, como chispas de un inmen-
so pedernal, al chocar en el inviolado horizonte negro
las proas vencedoras de las naves españolas.
Con un loco no se procede así, ¿no es verdad, seño-
res? A un loco no se le confía tanto tesoro, tanta fe.
Luego, señores, convengamos en que una de dos: ó
no es cierto que Colón haya sido tomado por loco en
España, ó España, al darle su fe, y al confiarle su for-
tuna, su sangre, y sus banderas, tuvo la gloria, la exclu-
siva gloria, de ser tan loca ó más loca que Colón.
Reclamemos lo segundo, señores ; también se ha ha-
blado de la locura de la cruz. Confesemos que la Es-
paña ha sido, en ese sentido, muchas veces, la gran loca
de la historia. Por eso acogió al demente genovés, que
otras naciones más cuerdas quizá y más positivas arro-
jaron de su seno, para que viniera aquí, á pedir una li-
mosna de pan á un franciscano español, que le dio todo
su hogar, una limosna de luz á una reina española, que
le dio toda su fe, y una limosna de afecto á una mujer
española, que le dio todo su amor.
Oh, sí, es verdad, señores; la empresa de Colón era
un mal negocio, un negocio descabellado ; no era aquello,
por cierto, una de nuestras conquistas modernas, calcu-
ladas á plazo fijo; ni en si mismo, ni en sus consecuen-
cias, podía producir, ni ha producido á España, un mó-
dico interés siquiera para el capital que empleaba. Sus
acciones no se hubieran cotizado ciertamente en la ac-
tual bolsa de Londres
148 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
Y sin embargo, es un genial escritor inglés el que,
hablando de otro inglés, del hombre Shakespeare, nos'
dice con gran sinceridad : « Considerad ahora, si se nos
llegase á preguntar: ¿queréis abandonar vuestro impe-
rio de la India ó vuestro Shakespeare? ¿Preferiríais no
haber tenido nunca un imperio de la India ó no haber
tenido nunca un Shakespeare? Realmente, contesta el
inglés, con ser inglés, realmente sería esta una pregunta
grave. Las personas que ocupasen puestos oficiales con-
testarían en lenguaje oficial; pero nosotros, por nuestra
parte, también nos veríamos obligados á responder:
¡Con ó sin imperio de la India, nosotros no podemos
prescindir de nuestro Shakespeare! El imperio de la
India se irá de todos modos cualquier día; pero este
Shakespeare no se va; permanecerá siempre con nos-
otros; no podemos desprendernos de nuestro Shakes-
peare».
Eso dice un idealista inglés de alma germánica.
Y á vosotros, señores ; á nosotros debo decir^ porque
siento vuestra sangre con toda su ebullición afectiva en
mis arterias, si se nos preguntara, ¿preferiríais haberos
hecho cien veces más ricos ó no haber protegido al loco
mensajero, ó no haber descubierto América? ¿Queréis
abandonar la gloria de haber descubierto América,
sólo la gloria, á trueque de ese montón espantoso de
monedas de oro que brillan en las cajas del Banco de
Inglaterra ?
Yo no sé, señores, lo que á eso contestaría un tesorero
general de la nación, en cumplimiento de su deber ofi-
cial; pero creo que todos vosotros, aun estando entre
vosotros muchos tesoreros, estáis contestando conmigo
en este momento:
EL IDKALI8MO HISPÁNICO 149
Oh, nó; guardaos vuestros montónos de oro acuñado
ó en barras; pero nosotros nos quedamos con nuestro
loco, y aún con nuestra locura, nos quedamos con nues-
tro Colón, porque es nuestro ; nos quedamos con nues-
tra Isabel, con nuestras pobres carabelas. España no
puede vivir sin su gloria, no puede vivir sin su descu-
brimiento de América, haya costado cuanto haya cos-
tado, y cueste lo que cueste.
Pues eso, que os hace aclamar, señores, eso que mi
üalabra ha removido en vuestras entrañas, eso es rea-
lidad, es la sola realidad. De eso, que es amor, de eso
que sentís, j^ero elevado á una potencia infinita, brota-
ron los astros, flores de la divina pasión, en el campo
negro del vacío; Dios es amor; de eso mismo, reducido
á nuestras proporciones terrenas, brotó el mundo nuevo,
en el campo azul de las marinas soledades. Y eso es
idealismo, señores, es decir, la más grande de las fuer-
zas creadoras, que se pretende imputar como un defecto,
sin embargo, á la raza hispánica, y de la que se quiere
hacerla renegar á trueque de algunos bienes materiales,
como se hacía renegar á los indios americanos de su li-
bertad, en cambio de un puñado de abalorios.
Bien es verdad que también se ha dicho que no fué
España sino Isabel, la mujer Isabel, la reina Isabel, la
que acogió á Colón; fué el alma de Isabel la que, fe-
cundada en España por el beso entrañable del ideal,
concibió en su mente el mundo niño.
Oh, señores: si algún momento entre los de estos días
ha sido el momento consagrado á Isabel, la mujer reina,
ese momento es este, sin duda alguna.
Es este el ambiente propicio, pues sois vosotras, se-
150 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
ñoras, quienes le dais carácter, y á quienes debo espe-
cialmente mi palabra, es este el nimbo adecuado, para
proyectar sobre él, como una aparición, la forma lumi-
nosa de esa mujer matinal que se presentó un día en
esta vuestra tierra, con los grandes ojos abiertos á una
nueva luz que los demás no veían, y que la hacía apa-
recer como asombrada de si misma.
Si yo fuera dueño de esas palabras que se estremecen,
y son substancia en si mismas, que salen de las entra-
ñas y con las entrañas de las cosas y de las armoniosas
ideas, y son la irradiación de su intensa claridad, yo os
formaría con ellas un conjunto de notas y de líneas y de
colores milagrosos, en que veríais pasar por aquí, la
forma hierática de esa mujer que se vio aparecer en
vuestra España, con el candor profetice de la sibila vi-
dente, con la extática impasibilidad del asceta, con la
luminosa irradiación del bienaventurado, con el men-
saje sideral del genio. Os sentiríais sobrecogidos, seño-
res, al ver pasar ante vosotros, sin hollar los átomos,
una mujer blanca, pálida, de cabellos rubios, de ojos
azules casi sin mirada, pero llenos de recuerdos más azu-
les y más profundos que los ojos, y con un alma tenue
que filtraría como una luz convalesciente al través de
su carne de marfil casi sagrada. Oh, no la confundiríais,
señores, no la confundiríais: reconoceríais á la reina.
Na puede confundirse; sólo hay una.
No importa la época en que esa mujer reapareciese:
siempre veríais sobre ella el resplandor cercano de la
estrella polar.
Si se os presentara niña, en Arévalo, desamparada y
abandonada, junto á su madre doliente, al lado de su
hermano menor don Alfonso, teniendo la adversidad
por maestra, ya veríais en esa niña, una reina; si se os
BL IDEALISMO IIIRI'ÁNIOO 151
apareciese iiicontaiuiíuida eii medio de. la disolución de
la corte de su hermano Enrique IV; si la vieseis cruzar
por los claustros solitarios del monasterio de Avila, ó
entre las disensiones civiles de Segovia, ó en medio á
las enconadas parcialidades en Córdoba, en Extrema-
dura, en Sevilla, entonces veríais en ella el rayo de luz
fecundo que rompe las tinieblas de vuestra España caó-
tica; el primer lirio brotado en aquel inmenso erial de
sangre y lodo. ¡ Y qué no sentiríais, señores, si se os
apareciera bajo el dosel real en las cortes de Toledo, ó
montada en su palafrén de guerra, con la armadura ce-
ñida á su cuerpo ebúrneo, y recorriendo las huestes
españolas en los campamentos de Modín, de Málaga,
de Baza, de GuadiX; de Almería, de Granada, ó al frente
de su campo volante en Burgos, ó en la fortaleza recon-
quistada de Toro ! Entonces vierais la mujer arcángel :
los reflejos del sol en las escamas de su cota, ó en los
pliegues blancos de su brial de seda, la circundarían de
asteroides; el cielo español le formaría su inmenso
nimbo.
Y sin embargo, señores, no sería más grande que si
se nos ofreciera en sus consejos con el Gran Capitán, so-
bre las guerras de Italia ; con Cisneros, sobre la reforma
religiosa; con Montalvo, sobre las ordenanzas; con Men-
doza, sobre el imperio de las leyes y el reinado de la paz ;
conNebrija, sobre las letras; con Fray Hernando de Ta-
lavera, sobre su conciencia y su vida; con Cristóbal Co-
lón, por fin, con el genio vagabundo, en cuyos ojos ne-
gros, hermanos de los suyos, penetraban las miradas
azules de la reina, para ver en el fondo, con intensa cla-
ridad, la surgente aparición del mundo nuevo.
Ella trajo un mensaje del cielo para vosotros, seño-
res, y profetizó la España, la tocó en la frente, la sacó
152 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
del caos. Aun en su amor de mujer era profética. Amó
á Fernando de Aragón, á él solo, con una pasión igual
y distinta de la de las demás mujeres. Fernando fué el
objeto de su pasión, y la intuición su genio; vio en él la
unión de dos almas, y la de dos reinos ; sintió en su amor
idilios y tragedias; por ese amor concibió á doña Juana,
la madre de Carlos V, y concibió á España, á la España
formada por Castilla y Aragón, la madre del nuevo
mundo. El amor de Isabel hacia Fernando, de una mu-
jer adolescente, casi niña, fué más poderoso que^ las ra-
zones de estado, más que las intrigas reales, más que las
leyes aparentes de la historia. Ese amor derogó todas
las leyes, desbarató todos los planes: fué la sola realidad.
¿La queréis ver por fin, señores, revestida de la su-
prema majestad? Miradla envuelta en la majestad de
la muerte. Ha muerto joven aún. Está amortajada, se-
gún su voluntad, en el hábito franciscano ; las palabras
de su memorable testamento flotan como estrellas en
torno de su cabeza dormida: manda su alma á Dios, su
pensamiento á la patria, su cuerpo, su eterna fidelidad
de amor á Fernando. Si éste eligiese otra sepultura que
la que yo elijo, dice la augusta expirante, sea allí tras-
ladado é sepultado mi cadáver, allí, junto al cuerpo de
Su Señoría.
De esos elementos, señores, se forman los ensueños
majestuosos, y de esos sueños nacen las grandes cosas,
que sólo son grandes porque los tienen dentro : Isabel es
visión, es majestad. Fué más que soberana de Castilla;
fué soberana de si misma, reina de su inmenso corazón.
Oh, sí, señores, ¿quién puede dudarlo? Esa mujer
mensajera, que en vano intento evocar con mi palabra
sin imperio, esa mujer, que fué reina en la más honda
EL lUBALISMO HIHI'ÁNKJO 163
acepción del concepto de re.c, fué el héroe de vuestra
España. ¿Pero puede deducirse de ello que no fué Es-
paña, sino su reina, la que concibió la realidad del ideal
heroico?
Nó, por cierto. Esos héroes que descienden ó se aj)a-
recen entre los pueblos con un secreto que revelarles,
no son trozos cósmicos de un astro, caídos en un astro
distinto. El héroe, por el contrario, es algo así como el
primer fragmento del mundo en fusión que se solidifica.
La revelación á un pueblo de su destino, tiene que des-
cender á una conciencia; y como no existe más concien-
cia que la del hombre, la de un hombre, esa revelación
se realiza en el héroe, ilumina la más alta conciencia de
la estirpe, mueve la más excelsa voluntad, resplandece
en la frente más profética. Si el héroe, señores, no
arraiga en las entrañas del pueblo ; si no brota de ellas
como el árbol de las entrañas de la tierra, ó como la pa-
labra de las profundidades de la idea, el héroe es artifi-
cial, como es leña el árbol, y soplo de muerto la pala-
bra. El sol y la lluvia del cielo caerán sobre las hojas,
sin incorporarse á la grande armonía germinadora que
canta en las flores que se aman, y en los frutos que dan
simiente; el sonido articulado sin raíces, vibrará sin
arraigar en las almas, sin llevarles el sol, sin ajustarías
á la eterna armonía del verbo universal.
El sol naciente del ideal, señores, tocó á España en
su cumbre más augusta y más sedienta de luz y de ca-
lor: en la frente de Isabel. España fué grande, porque,
en los ojos de su reina, vio la realidad invisible ; por-
que, con la fe de su mujer fuerte, creyó en la presencia
inmanente de la realidad futura; porque, en el cora-
zón de su heroína profética. amó con pasión lo que no
era carne.
154 conferbnciAkS y discursos
¿Y habrá de renegar la familia hispánica, señores, de
su ingénita propensión á lo ideal? No será, por el con-
trario, la predestinada á salvarlo para el porvenir, en
medio de las obscuridades del presente?
Porque no es posible negarlo, señores; no es posible
negar desgraciadamente que hoy los grandes ideales se
van, perseguidos por un azote invisible; se les ve aban-
donar en bandas la tierra, alzar el vuelo de aquí y de
allá, como pájaros amedrentados que se dirigen al sol.
Las almas se enfrian, y los antiguos sentimientos las
abandonan. La realidad presente se juzga incompatible
con la realidad absoluta, con la que no tiene edad, con
la eternamente joven, con el tipo de perfección concebido
por la razón en forma de idea, visto por la fantasía en for-
ma de imagen, amado por la voluntad en forma de pasión.
El naturalista que despedaza un lirio para analizarlo,
cree verlo con sus instrumentos ópticos en la plenitud
de su realidad, y mejor qne los que sólo miran con los
ojos; cree verlo mejor, porque ve el polen de los estam-
bres, y percibe el estremecimiento de los ovarios; por
que da nombres y clasifica y encasilla la expresiva na-
turaleza, que es toda relación, que es un inmenso ins-
trumento de divina armonía. Ese hombre, que se clasi-
fica á si mismo con el dictado de hombre de ciencia, á
fuerza de mirar, ha acabado por no ver, señores; en ese
lirio tejido por manos invisibles, hay algo más que ova-
rios y estambres y materia colorante: hay flor, flor que
mira al hombre desde el fondo de su expresión ingenua,
flor que ríe en la trasparente profundidad de su blan-
cura. Para el naturalista, el lirio no existe.
A fuerza de disecar los secretos orgánicos de la pa-
sión, del entusiasmo, del amor, los entusiasmos, ecos de
Kl, IDKAMSMO KI.HI'ÁNICO 166
lo interior, desaparecían, el amor se aniquila. ;,Y cómo
había de sobrevivir el amor á la muorto del ideal, h^íio-
res, 8Í el amor, en su concepto esencial, no es una rea-
lidad objetiva, sino un acordó, una armonía, uiia abs-
tracción que no puede confundirse con los elementos
que por ella y en ella se vinculan? El movimiento pa-
sional del amor no tiene vuelta, como ha dicho el gran
filósofo griego, no tiene vuelta sobre si mismo ; va recto
á su objeto y se fija en él como en su término ; no so-
porta, por consiguiente, ni cálculo ni límite: es absoluto.
El amor está en dos almas, pero no es ninguna de ellas.
Y sin embargo, es realidad, es substancia, es en si.
Y eso, señores, para lo cual no tiene el lenguaje hu-
mano palabras bastante armoniosas ; eso, que se consi-
dera no entidad, eso es precisamente la sola intrínseca
realidad : es la armonía de los seres, de las cosas, de las
substancias inmateriales vibrantes con el universo mu-
sical de que forman parte, es la armonía que mantiene
ese universo, es la eterna realidad que está dentro de
todas las realidades concretas. Lo que es apariencia é
ilusión, señores, es la materia, es la carne deshabitada :
la suprema verdad es la vida, señores, y la vida no es
la cosa, es su ritmo, su armonía, su vibración ajustada
al diapasón del universo : es el espíritu.
Oh, sí, es verdad : un invierno intenso parece que ha
descendido sobre las almas ; hace en ellas mucho frío,
y los seres con alas, águilas ó alondras, religión, amor
puro, poesía, besos en los ojos y en las frentes, substan-
cias musicales, desocupan esas almas deshojadas.
Pero todo eso no se aniquila, señores. ¡ Ay del uni-
verso si tal aconteciera, si perdiera su ritmo, su vibra-
ción armoniosa, su ley de amor eternamente preexistente,
sus intrínsecos ideales !
156 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
Yo estoy persuadido, señores, de que, así como hay
estaciones del año en que los habitantes musicales del
aire, aun aquellos que no abandonan nuestras regiones,
desaparecen algún tiempo de entre nosotros para regre-
sar, así desaparecen, en ciertas épocas históricas, los me-
lodiosos habitantes del alma, los hijos de la vida afec-
tiva. Hay bosques ocultos, aun en nuestros climas, aun
á nuestro lado, en que se recogen los primeros, los pá-
jaros ahuyentados ; hay pueblos encerrados en sí mis-
mos, substraídos á las influencias invernales, que sirven
de refugio á los últimos, á los grandes ideales. Como ha
habido bosques sagrados, no estercolados para la pro-
ducción, y habitados sólo por las visiones, también exis-
ten pueblos que conservan algo de sagrado, de no ester-
colado, en el fondo de su ser.
Creamos, señores, creamos, al menos en estos momen-
tos en que rememoramos el descubrimiento de Amé-
rica, que el pueblo hispánico de ambos mundos es uno
de esos pueblos ; creamos que es en su seno, en las inti-
midades de su vida, donde están todavía refugiados los
grandes ideales que ya no cantan como antes el himmo
al sol, el salmo de la vida: fe religiosa, amor puro, fami-
lia, patria, libertad, culto caballeresco de la mujer, ca-
ridad sobre todo, señores, que es la sola realidad, que es la
santa realidad, que es la eterna realidad. Dios es cari-
dad. Creamos que todo eso está aún abrigado y oculto
en las transparentes profundidades del alma hispánica,
y que de ella alzará el vuelo, en banda resonante y mu-
sical, cuando llegue el momento de repoblar la tierra de
los casi desaparecidos mensajeros del cielo.
En la Real Academia Española
Contestación dada al conde de Cheste, Director de la Academia, al
asistir por primera vez á las sesiones de aquella, como individuo
correspondiente.
SUMARIO
La Academia Española, casa solar de la lengua bispinlca. —
lid antiguo afecto. — Su orijfeo. — Su transformacióa. —
Coaveoieocia común de la autoridad de la Academia. —
Como la Academia Española abre sus puertas al verbo
americano.
Señor director:
Debo confesar ingenuamente que las palabras que
acabo de escuchar, con que tenéis la bondad de aco-
germe en esta ilustre corporación, y que reclaman algu-
nas de mi parte, no sólo me producen una grande emo-
ción, sino que me toman muy de sorpresa.
Yo había venido esta noche, señores académicos, á
recibir, sin duda alguna, un señalado honor; pero creía
que él iba a limitarse al hecho de sentarme por vez pri-
mera, silencioso y obscuro, entre vosotros, como indivi-
duo correspondiente de esta academia. Eso hubiera
bastado, y aún sobrado, para que yo marcara esta se-
sión de la E-eal Academia Española como una sesión
memorable, memorable para mi recuerdo.
Pero el ilustre conde de Cheste, tan benevolente
como ilustre, ha querido sacar mi persona de la obscu-
ridad que le correspondía, iluminándola de lleno con
sus palabras, y con palabras de tan generoso aliento
compuestas, que os han hecho volver á todos la cabeza,
no me cabe la menor duda, para conocer al insigne
compañero que ha hecho brotar de la nada la palabra,
que en este momento puede llamarse creadora, del su-
160 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
cesor del marqués de Villana, y de Martínez de la
Rosa.
Ese hombre que buscáis, señores, no existe en mí; es
invisible é impalpable; es sólo un engendro del nobilí-
simo corazón del rico hombre que ha querido sin duda
dar en mí, con generosa opulencia, una afectuosa bien-
venida á los correspondientes americanos, recordando
quizá, entre muchas otras cosas, que él también, aun-
que honra y prez de las armas y de las letras españo-
las, vio la primera luz en la buena tierra de Colón.
Yo no soy, señores, eso que ha dicho, obligándome
para siempre, el señor conde de Cheste; no soy un no-
table, ni siquiera un mediano escritor castellano, pese
á la benevolencia de mi esclarecido amigo, vuestro in-
signe compañero don Juan Valera, para quien también
tengo una deuda, que jamás pagaré, de gratitud litera-
ria. Pero si no soy eso que ha dicho el venerable pro-
cer que nos preside, señores, yo quisiera ser lo que él
ha dicho. Oh, sí, yo quisiera ser un escritor caste-
llano ... Y como estoy plenamente persuadido de que
fué ese simple anhelo, transparentado en mis pocas
producciones literarias, el que me sirvió de título sufi-
ciente para que la Real Academia me incorporara á su
seno hace algunos años; como creo haber comprendido
su intención, que no ha sido otra que la de cooperar,
con la fundación de academias correspondientes ameri-
canas, á la obra de unión de todos los pueblos de habla
española, juzgo que no puedo ofrecer ahora un tributo
que más grato sea al oído benevolente de esta corpora-
ción, que el que consista en ratificar, en vuestra presen-
cia, mis reiteradas protestas de amor á nuestra lengua
común, y las cordialísimas de adhesión y de respeto á
esta casa solar del verbo hispánico, en que viven núes-
EN LA RBAL ACADBMIA ESPAÑOLA IGl
tros maestros, nuestros arbitros, nuestras glorias; en
que vivís vosotros, señores académicos.
Os vuelvo á declarar que la gonorosa bienvenida que
me ha dado el señor conde de Clieste me ha conmovido
muy hondamente. Yo he sido siempre en América un
fervoroso defensor de la gloria y de la autoridad de la
Academia Española, en las disputas que, allá como acá,
y como en todas partes, se levantan en torno de estas
autoridades, sobre todo en nuestros tiempos. Os haré
gracia, señores, de mis razones: son las comunes que
conocéis. Pero, más aún que un defensor, he sido y soy
un ferviente amador de esta institución. Bien es verdad
que mal puede defenderse, y ni siquiera conocerse, lo
que no se ama.
Yo recuerdo que, en mi primera juventud, mi afecto
hacia esta Academia rayaba en entusiasta ternura, en
una admiración apasionada casi inconsciente.
¿De qué había nacido ese afecto que, al despertarse
en este momento en mi alma, me hace recordar el verso
aquel de Dante que vos, señor Conde, nos habéis noble-
mente traducido en verso castellano, aquel Conosco i
segni delVantica fiamma, que es, á su vez, el Agnosco ve-
teris vestigia flamince de Virgilio, el coronado maestro ?
Yo no lo sé. Pasa en este momento por mi memoria
el recuerdo venerando de mi padre; él, como tributo
quizás á esta su patria española ausente, que él amaba
con pasión, me hacía conocer de niño muchos de vues-
tros nombres, muchos de los de vuestros predecesores
sobretodo. Oh! Esos nuestros buenos padres españoles
fueron, allá en América, vuestros verdaderos académi-
cos correspondientes, señores; lo fueron mucho más que
nosotros. Dejadme bendecir la memoria del mío en este
momento ; siento la necesidad de hacerlo .... Recuerdo
COHF. T DISC.
U.
162 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
también mi vieja Gramática de la Academia Españo-
la. . . ¡Los malos ratos que me hicisteis pasar con ella,
señores académicos; con aquellas reglas, con aquellos
verbos irregulares ! Pero esos ratos son inseparables de
las horas de infancia, y éstas nos son siempre queri-
das. . . acaso sólo por que han pasado. ¿No será algo
de todo eso, y de lo que eso sugiere, lo que despertó en
mi alma el sentimiento de admiración y de ternura ha-
cia esta casa lejana, á que antes me he referido?
Oh, si entonces, en aquellos años, se me hubiera pre-
sentado la escena de esta noche, en que el Venerable
conde de Cheste, cuyo nombre pronuncié con tanto
respeto siendo niño, me señala mi puesto á su lado y
entre vosotros, como digno de él, y me juzga acreedor
á las palabras con que me ha recibido, yo hubiera visto
pasar esta escena como un ensueño.
¡Quién me diera volver á esa época, que ya está lejos,
para poder gozar de este momento con la intensidad
con que se goza en los años en que aun se cree en la
gloria !
Vosotros sabéis, señores, lo que en esos sentimientos
se opera generalmente con el andar del tiempo: ó se
mueren de frío, ó cambian de habitación, pasando del
corazón á la cabeza, donde se transforman en convic-
ciones.
Me parece que en mi ha acontecido lo segundo, pero
sin acaecer lo primero.
Se me ocurre, señores, que así como hay corazones
que no tienen necesidad de esperar la noche para haber
terminado su día, así hay otros que prolongan el día, ó
cuando menos un crepúsculo casi más amable que la luz
XK LA RKAL AOADBMIA ESPAÑOLA 168
solar, hasta ya muy entradas las horas, casi hasta rayar
la media noche.
¿Será mi corazón uno de éstos?
Algo de eso ha do pasar dentro de él, porque yo siento
que, sin haber muerto el primitivo afecto, se ha arrai-
gado en mi entendimiento una convicción profunda
sobre la necesidad y la utilidad, comunes á españoles y
americanos, de la existencia de la autoridad de esta Aca-
demia; sobre la racional conveniencia de que, puesto
que debe existir una casa paterna de toda la familia
hispánica, lo sea esta robusta casa solar que tantos títu-
los tiene para serlo, y cuyas puertas vosotros abrís á
los escritores americanos con tan generosa cortesía, y
con un afecto tan transparente, y tan ajeno á todo in-
terés que no nos sea común.
Esta especie de recepción doméstica que me hacéis,
señor director, con ser tan íntima y sencilla, será con-
tada por mí algún día, en una forma ó en otra, á mis
compatriotas americanos. Yo contraigo en este mo-
mento el compromiso de hacerlo. Yo les haré saber có-
mo me habéis acogido ; con cuánta sinceridad me abrís
de par en par las puertas de esta casa, me ofrecéis
asiento entre vosotros cual si fuera un miembro siem-
pre esperado de la familia, y me dais parte en vuestras
deliberaciones sobre la lengua española, que, siendo
como es el tesoro común de españoles y americanos,
puede y aun debe ser custodiado con igual solicitud por
americanos y españoles. Así contribuiré, aunque débil-
mente, á disipar el error, en que suele incurrirse, de su-
poner á la Academia Española encastillada tras los mu-
ros agrietados de una rutina vetusta, é inaccesible á las
palpitaciones de la vida de nuestra lengua común. Aquí
hay sitio para todos, bien lo veo, desde que lo hay, y
164 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
tan amplio, tan generoso, para mí, el más modesto en-
tre los cultores de nuestra lengua, y el menos apto, por
consiguiente, para haceros ver las nuevas transparen-
cias y vislumbres que le haya impreso el pensamiento
americano al encenderse en ella, ó los nuevos sonidos
que nuestra palabra interior haya sabido arrancar al
maravilloso instrumento de nuestro idioma, al cobrar la
forma melodiosa de la palabra articulada.
Pero no importa, señor director; no importa, seño-
res ; no os arrepintáis de vuestro extremo de bondad
para conmigo. La prueba de la amplitud de vuestro cri-
terio aparecerá tanto más concluyente, cuanto mayor
sea la desproporción entre vuestra munificente acogida
y los méritos literarios del correspondiente americano
á quien hacéis objeto de vuestro afecto.
En la Real Academia de la Historia
Palabras pronunciadas en la Academia de la Historia de Madrid al
incorporarse á ella, y contestadas por el señor don Antonio Cá*
novas del Castillo, presidente de la Academia.
Señor Presidente :
Al asistir por primera vez á las sesiones de la Real
Academia de la Historia, debo á esta ilustre corpora-
ción una expresión siquiera de reconocimiento por el
honor que me ha dispensado al incorporarme á su seno,
aunque, si bien se examina, esa manifestación me la
debo más á mí mismo que á la academia. Sí, no hay
duda: estas palabras, con que distraigo un momento
vuestra atención, señores académicos, más que un tri-
buto que os ofrezco, son un nuevo honor que os arranco.
Yo os he agradecido ya, al aceptar por escrito este
puesto, el honor de mi elección; pero yo quiero que, en
las actas de las sesiones de esta insigne compañía de sa-
bios, quede la huella, aunque sea casi imperceptible, de
mi paso por aquí. Ya que no la de mi inteligencia, que-
dará la de mi corazón.
Sí, señor presidente : yo he experimentado un intenso
sentimiento de satisfacción al ser llamado por la Aca-
demia de la Historia á tomar parte en sus trabajos. Pero
yo bien me sé que no es el trabajo lo que vosotros
habéis querido compartir conmigo, señores ; es la gloria.
Me apresuro, pues, á recoger, y á guardar como una eje-
168 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
cutoria, la que consiste en estar entre vosotros, y quiero
hacer de estas palabras, que acaso sean las únicas que
pronuncie en este sitio, algo así como la tradición ficta,
ó la toma de posesión ánimo dómini de la gloria que
me ofrecéis.
Digo que acaso sean estas las únicas palabras que
aquí pronuncie, no sólo porque la fugacidad de mi gra-
tísima residencia en España es incompatible con el es-
tudio que, para tomar parte en vuestras deliberaciones,
os debería á vosotros, y me debería á mí mismo sobre
todo, sino porque os considero, señores académicos, como
mis maestros en la ciencia de la historia; y el tiempo que
pase entre vosotros me será siempre escaso para escu-
charos, y recoger de vosotros provechosas lecciones. Veo
á mi lado á los cultores de las ciencias históricas y de
sus anexas, cuyas reputaciones forman el acervo inte-
lectual de esta gran nación : geógrafos, cronologistas,
etnógrafos, arqueólogos y paleógrafos eminentes, que
aunan en esta academia su labor y sus conclusiones
con las de los cultores de la epigrafía, de la numismá-
tica, de la estadística, de la filosofía y de la hermenéu-
tica históricas, y con la de los maestros de la forma y
expertos en ese folk-lore ó saber popular revelador de
la vida íntima de las sociedades que pasaron.
Excuso pronunciar sus nombres, ya consagrados por
el mundo científico y literario, porque mi modesta pro-
testa de admiración y de respeto muy poco ó nada po-
dría agregar á su lustre y nombradía.
Sí, señores: tengo mucho que aprender entre voso-
tros; tengo mucho que llevar de aquí. Pero, aunque no
llevara otra cosa, me creería siempre conductor de un
tesoro, con sólo llevar en mi espíritu el recuerdo de
haber estado en vuestra compañía, señores académicos.
BN LA RBAL ACADEMIA DB LA HISTORIA 169
el de haberme dicho vuestro compañero en la labor cien-
tífica, y el de haber confundido mi pensamiento, aunque
sea en forma pasiva, con el de los más esclarecidos
cultores de la ciencia española, que son honra y prez
de esta academia y de esta nación ilustre entre las
naciones.
/
X
La música
PANEGÍRICO DE SANTA CECILIA
Conferencia dada en el "Instituto Verdi" de Montevideo, en la
noche del 22 de Noviembre de 1896
SUMARIO
De paso por la patria. — El arte. — Es educador en si mismo. —
Sobre la fórmula "el arte por el arte". — El arte al tra-
vés del tiempo. — La música. — Es cieacia, es arte y es len-
guaje. — Resumen de su historia. — El nuevo día cristiano. —
El Dante y San Francisco. — Los grandes nombres. — El arte
en el siglo XIX. — Lo que es la cración artística. — El si>
gio de Bethoven. — Los grandes nombres contemporáneos. —
¿ Dónde está santa Cecilia ? — No fué música, pero es y debe
ser la patrooa del arte musical. — Historia melodiosa de la
virgen romana. — La música es sugestión; es despertadora
de lo dormido ; exige predisposición en el alma y eo el or-
ganismo. — Oración panegírica de Cecilia. — Una frase de
Pasteur. — Camino de la luz armoniosa.
Señoras,
Señores :
De paso por mi tierra; huésped en mi propia casa, en
estos días en que he venido á buscar un poco de aire de
patria para mis pulmones y para mi alma, os confieso
que me es muy grato hacer oir en público mi voz de
vez en cuando. Así me formaré la ilusión de que, cuando
de nuevo tenga que dejar el suelo natal para seguir mi
peregrinación al través del mundo, que sabe Dios cuándo
acabará, acaso quede aquí, en el eco de mi voz, una
parte de mí mismo, la parte musical de mi persona ;
acaso así prolongue un poco más mi recuerdo en vues-
tras almas, y desvanezca el fantasma que más de una
vez me ha asaltado en mi incidental carrera diplomá-
tica: el temor de llegar á ser un desconocido, casi un
extranjero en mi tierra natal.
Creédmelo, señores: nada hay que me alarme más que
esa antipática y molesta idea en mis largas ausencias,
y por eso he aceptado, con muchísimo gusto, la cortés
invitación del Instituto Verdi; por eso debo comenzar
agradeciéndole el honor que con ella me ha dispensado.
174 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
y la ocasión que me proporciona de demostrar, en este
terreno neutral en que se rinde culto ala belleza amiga,
con cuánto interés sigo el movimiento de cultura de mi
país, con cuánto entusiasmo advierto sus progresos, que
colocan á nuestro Montevideo á la altura de las más
cultas capitales de Europa, y con cuánta resolución es-
toy siempre dispuesto á prestar mi concurso á todo
aquello que importe elevación de nuestro nivel social,
progreso en nuestras costumbres, y educación de nues-
tras almas por el cultivo del arte.
Sí, señores: el arte, que es realización de la belleza
ideal, ó, si queréis, conjunto de medios expresivos por
los cuales los puros sentimientos humanos se propagan
por vía de imitación ó simpatía, el arte, digo, es un
gran educador.
Ojalá que su influencia se hiciera sentir cada vez más
en nuestra sociedad, que muchas veces echa de menos,
al tocar las consecuencias de la ausencia de culto á lo
bello, esa delicadeza de sentimientos, ese mutuo respeto
entre los hombres que hace tan amable la vida, y que
no es otra cosa que el reinado de la caridad en las re-
laciones sociales.
Y digo que el arte es educador, señores, no sólo porque
puede ponerse al servicio de una idea moral ó cientí-
fica ajena al arte mismo ; no sólo porque sirve para
prestigiar ó ennoblecer la propaganda de la verdad ó
del bien. Ese puede ser uno de sus objetos accidentales;
pero no constituye su esencia. El arte es educador por
si mismo ; lo es, porque la belleza, la suprema belleza,
en si misma es buena y es verdadera; y, siendo la be-
lleza relativa que nosotros podemos alcanzar y gozar
sólo un reflejo de la belleza absoluta, es indudable que
la elevación que el arte produce en nuestra sensibilidad
y,
LA MÚSICA 175
importa oii si niisina una elevación do todo iiugh-
tro ser.
El simplo contacto con lo ^rand»*, enprandcoo al
hombre; el simple contacto con lo bello lo embellece.
Quien vacile en asentir á esa verdad, concederá al me-
nos que el contacto con lo pequeño nos empequeñece;
que el espectáculo constante de lo feo nos rebaja los
gustos, nos hace groseros, inconsiderados, menos ama-
bles, menos armoniosos, menos virtuosos, pues virtud
es armonía. yV.
y Hay quien se escandaliza de aquella fórmula e¡ arte
por el arte.
^ No hay que espantarse, señores, de palabras que son
de aire, y giran y se transforman según el labio que las
sopla. Lleguemos á las realidades que están en el fondo
de las jDalabras, y son su luz interior.^
¿Puede acaso negarse que la verdad por si misma en-
sancha las facultades intelectuales del hombre, y que
quien que está en contacto con más verdades ha agran-
dado y perfeccionado aquellas facultades? Eso podría
llamarse la verdad por la verdad. No es necesario que
la verdad sea útil ó buena para que su adquisición en-
sanche la inteligencia. Hay poetas que, para predisponer
su espíritu á la inspiración, se ejercitan en resolver pro-
blemas matemáticos; hay, en cambio, hombres de cien-
cia que comienzan sus investigaciones por la hipótesis
que les sugiere la imaginación, y predisponen su espí-
ritu á la inspiración como los poetas. No en balde al-
guien ha dicho que las grandes ideas vienen siempre
del corazón.
¿Puede negarse que quien está en contacto con mayor
bien, ensancha y amplía la noble capacidad de su volun-
tad en orden á su objeto propio, á su perfección, aun-
176 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
que no sea él quien realizó los actos buenos? Eso es eZ
bien por el bien. Pues de la misma manera, yo creo que
el que está en contacto con mayor belleza ensancha su
sensibilidad; y siendo el arte realización de belleza, el
arte por si mismo es moralizador, pues es perfecciona-
dor del alma humana, que es simple, indivisible en sus
facultades. Eso es la belleza por la belleza, el arte por
el arte.
Es innegable que el arte que desarrolla y educa la
sensibilidad á expensas de la inteligencia y de la volun-
tad, contribuyendo al error ó al mal, es reprobable; es
indudable que el artista que realiza una escena innoble
que arrastra la voluntad al vicio, neutraliza el efecto
psicológico de su obra, en razón directa del efecto in-
moral que produce en la voluntad. Pero de eso no
puede deducirse que el arte, para ser tal, deba necesa-
riamente proponerse inducir á la verdad y al bien ; bás-
tale, para llenar su misión, ensanchar y ennoblecer la
sensibilidad con la belleza. Y en ese sentido, la vieja
fórmula de «el arte por el arte», sólo quiere decir, en
mi concepto, «belleza para la sensibilidad», es decir,
objeto noble para la facultad que le es propia. Y eso
es verdadero, y es bueno en si mismo.
Reprobemos, pues, señores, el arte que educa la sen-
sibilidad á expensas del corazón ó de la mente, rom-
piendo el equilibrio que las facultades humanas deben
guardar en su desarrollo para el perfeccionamiento del
hombre; pero no por eso exijamos al artista otra cosa
que belleza. No le exijamos desarrollo ó demostración
de temas ; tanto valdría exigir al matemático hermosura
en la forma de los signos algebraicos con que expone
sus ecuaciones. Exijamos al artista sólo realización ó
reflejo, espontáneo en la forma, de sus sentimientos, de
LA MÚSICA 177
, - i
SUS afectos, de las aparicionoH (luc ve pasar en lo obs-
curo, (lo sus visiones impalpahlos y fugaces, do sus es-
tremecimientos geniales.
El artista nativo tiene que ser sólo artista al realizar
sus obras ; y, por lo tanto, ha de ser espontáneo. 81 el
artista es bueno, su obra sorá buena, al par que bella;
será bella en la intrínseca plenitud de la belleza. Si el
artista es malo, producirá obra mala, en la (juo la be-
lleza, encadenada á los sentidos, y sin poder ir más
allá, sin propat^arse ni multiplicarse, se verá impotente
do realizar su misión elevadora de todo el ser humano;
será obra contradictoria, que se devorará á si misma
con tanta mayor voracidad, cuanto mayor sea el predo-
minio del placer grosero que ella produzca por repug-
nantes asociaciones, sobre el verdadero deleite estético,
que es pureza, elevación espiritual, armonía.
De ahí que las grandes obras de arte sean, porque
son bellas, es decir, espontáneas, el reflejo de la época
y de la sociedad en que nacen; el arte verdadero no
miente.
De ahí que la historia del arte sea la historia de la
civilización del hombre. Seguir su curso al través de los
siglos, es poner el oído sobre el corazón de la humani-
dad; poner la mano sobre su frente que abrasa en Grecia,
deémayay comienza á enfriarse en Roma, tiene sudo-
res agónicos en Bizancio, y vuelve á palpitar vigorosa,
como el Moisés de piedra que es su símbolo, en las
épocas espléndidas del renacimiento italiano.
Yo he seguido, señores, con vivo interés, en mis via-
jes por el viejo mundo, esa marcha de oriente á occi-
dente de la belleza ideal, en las artes plásticas, en las
artes del dibujo, más bien dicho: la he visto realizada,
por medio de la línea, en los monumentos de arquitec-
COSP. Y DI8C. 12.
178 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
tura y de escultura que nos han legado las edades; por
medio del color, en las sagradas galerías pictóricas que,
desde Ñapóles hasta Madrid, nos conservan la huella de
los grandes genios. Yo quisiera hablaros de todo eso
en esta noche; llenar de alas el ambiente de este salón,
Pero al tener que hablaros, por las exigencias del mo-
mento, sólo del arte musical, que es la realización de la
belleza ideal por medio del sonido inarticulado, y al
teneros que hablar de ello unido al recuerdo de Santa
Cecilia, la melodiosa doncella romana que habéis ele-
gido por vuestra patrona, siento que el recuerdo de
mis impresiones objetivas me es inútil por completo;
un acorde lírico se levanta del fondo de mi espíritu, y
tendré que hacer un esfuerzo para que mi discurso no
se transforme en el canto matinal que acompaña el des-
pertar de tales recuerdos en el fondo de las almas reso-
nantes.
Vosotros celebráis esta noche á Santa Cecilia, y me
habéis pedido que haga algo así como la oración pane-
gírica de vuestra blanca amiga celestial.
¿Pero conocéis, señores, la historia de Santa Ce-
cilia ?
¿Sabéis acaso por qué esa joven patricia romana, que
sufrió el martirio allá por el siglo tercero de nuestra
era, ha sido de siglo en siglo, y lo es aún hoy, la pa-
trona de los artistas, y el símbolo del arte musical?
Casi estoy seguro de que nó.
Voy á decíroslo, pues. Escucharéis una vieja nove-
dad.
Para apreciar, en toda su intensidad y significado, el
predominio del recuerdo de la virgen Cecilia sobre los
LA MÚHIÜA 179
otros graiuU's nombres y recutírdos que nos ofrece la
liistoria (lo la música humana, sería nocosario recordar
siquiera esta historia; pronunciar, en busca del nombre
de Cecilia, algunos do los grandes nombres ; recorrer con
la imaginación esa inmensa vía láctea de sonidos en el
oielo del arte, sobro la vnn\ so proyecta, como la solita-
ria estrella de las mañanas tranquilas, la mirada angé-
lica y melodiosa de aquella virgen cristiana. Veamos,
pues, en donde encontramos á Cecilia en la historia de
la música.
La música comienza con la humanidad. Es ciencia, es
arte; pero también es lengua, lengua de origen divino,
como la lengua articulada. Se creyó, durante mucho
tiempo, que el lenguaje musical no difiere esencial-
mente del lenguaje hablado, y hasta se le juzgó inferior
á él por sólo servir para interpretar lo vago, lo abs-
tracto.
¡ Como si lo vago, lo abstracto, fuera inferior á lo con-
creto que llamamos real!
Hoy la misma ciencia demuestra que el lenguaje mu-
sical constituye una función distinta de la palabra, fun-
ción que responde á centros propios, á zonas determi-
nadas de la corteza cerebral. Y vosotros sabéis, señores,
que, dada la unión íntima, substancial, como dicen los
escolásticos, del alma con el cuerpo, el estudio del orga-
nismo, lejos de entrañar la negación de la existencia
del alma, es un recurso poderoso para mejor conocer las
operaciones de ésta. No importa que ese estudio haya
inducido á grandes errores; éstos pasarán, y las con-
quistas de la ciencia acrecerán la herencia de verdades
psicológicas de las generaciones humanas.
La miisica, pues, comienza, como la palabra, con la
vida de los hombres y los pueblos. Sentid esas lejanas
180 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
armonías rudimentarias: son los címbalos y los timbales
de los asirlos ; son las cornetas guerreras ó las trompe-
tas sagradas de los egipcios; son las liras y las cítaras
y las dobles flautas de los griegos ; son las trompetas
que derrumban los muros de Jericó, ó las arpas de Israel
que lloran colgadas en las márgenes del río de Babilo-
nia; son el salterio de David, que entona las alabanzas
del Señor, y acompaña los salmos y las contriciones ar-
moniosas del rey; son las quenas de los indios america-
nos, que parecen quejidos de agonizantes.
El arte comienza apoyándose apenas en el sonido y
en el ritmo.
¡Qué monótono, qué rudimentario es todo eso, sin
embargo! Casi no se oye música: no hay arte; hay sólo
lengua instintiva y balbuciente.
Escuchad en seguida cómo suenan las trompetas de
guerra de Roma la conquistadora; la música es brutal,
y sus sonidos ahogan los llantos de los esclavos, al acom-
pañar el carro del César vencedor . . .
Bien es verdad que en Grecia se inventa el llamado
sistema diatónico, que distribuye la sucesión de los so-
nidos en tonos y semitonos, lo que, según algunos, es el
verdadero origen de la música moderna; pero la música
griega no sale del sonido muerto; no piensa, no siente;
es un cuerpo sin su forma substancial : sin alma. La
Grecia podrá llamarse madre de todas las artes, me-
nos de la música: el arte musical no ha nacido aún.
Pero allá, en un extremo del mundo, también la mú-
sica acaba de hacerse oir en cantos de alborada: una
nueva inmortal aurora se ha abierto para la humanidad;
y mientras en el circo romano suenan las cornetas de
guerra mezcladas al rugido de los tigres que husmean
la sangre ; mientras el hombre antiguo canta gritando :
LA MÚSICA 181
jyloria al Ct'sar rencedor <jiio nos da pan y nos da circo!
se oye allá en la Palestina la alada armonía de los án-
ji^elcs que despiertan á los pastores, al hombre nuevo, y
i|ue cantan la eterna melodía: ¡(jhtriu d IHnn en lux altu-
ras, n paz, 1/ amor // redención á los hombres!
Ese canto an<:;élico, señores, ha sido un diapasón col-
pjado en el cielo, y (jue, í;olpeado por un martillo invi-
sible, ha dado un nuevo tono, ha marcado un nuevo
rumbo al arte musical, arte esencialmente cristiano.
Empieza á afinarse con él el murmullo de los primeros
cantos de los cristianos perseguidos, que oran en las ca-
tacumbas á la luz de sus lámparas de aceite, y sigue
esa salmodia informe y nemorosa, hasta que San Ambro-
sio y San Gregorio dan forma á los que se han llamado
cantos ambrosiano ó gregoriano, que cierran la anti-
güedad para iniciar la artística edad media.
Despierta el siglo trece.
Suenan bajo las bóvedas de la gótica catedral los
cantos de Santo Tomás y San Bernardo; aparece el
Dante en esa Italia, cuna privilegiada del arte, y, al
abandonar el latín para escribir en lengua \iilgar esa
colosal sinfonía del cielo, del infierno, del universo, que
se llama la Divina Comedia, desgarra los horizontes, y
muestra al arte su nueva senda: la verdad intrínseca.
Surge, al mismo tiempo, San Francisco de Asís, el clá-
sico santo del pueblo, de la pobreza, del arte en la na-
turaleza; él siente por todas partes un himno de ter-
nura y de amor que filtra como un efluvio de las cosas,
y se difunde entre el cielo y la tierra : él estimula á las
aves á cantar, porque cantar es alabar á Dios: él pre-
dica á la golondrina, convierte al lobo, y llama herma-
nas á las estrellas, y hermanos á los pájaros y á los
vientos y á las hormigas.
182 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
La naturaleza animada es el arte nuevo, que comienza
á andar lentamente, y llega á su apogeo medioeval con
el insigne Palestrina; sigue en la edad moderna en
Stradella, en Pergolese, en Cimarosa ; cobra nuevo vigor
y nueva gloria en Alemania conBack, con Hoendel, con
Glück y con Mozart, el niño prodigio, y abre nuestro
encendido siglo, el siglo músico por excelencia, con la
aparición esplendente de Bethoven.
Nuestro siglo, señores, escéptico, positivo, y, sobre-
todo, atormentado y versátil en materia de ideales, no
lia sido un siglo artista ; sólo la música lo salvará de
ese cargo. En las demás artes, si bien ha producido mu-
cho, nada ha creado. Los artistas, arquitectos, pintores,
escultores, decoradores, imitando todo lo pasado, repro-
duciéndolo, combinándolo, nos han presentado la histo-
ria de las evoluciones del arte, reeditándonos líneas,
colores, tipos, movimientos, con nuevos y poderosos re-
cursos de ejecución. Bien es verdad que se advierte un
progreso en la copia del natural vivo; pero en eso no
surge una nueva idea : es sólo rejDroduccióndelo externo,
que se sumerge en 'el alma del artista, y reaparece tal
como entró, sin traernos nada de ella, de sus secretos,
de sus armonías. Los artistas de nuestro siglo han pa-
sado de la copia servil de los maestros de primer orden,
á la de los de segunda categoría; de éstos han pasado á
la copia del natural: todo es copia, todo decadencia,
desde que no existe una diferencia esencial entre copiar
una estatua griega ó un cuadro del Ticiano, y copiar un
modelo desnudo en el taller. Falta en todo eso el espí-
ritu, el ideal; y por eso la muchedumbre de los artistas,
no sabiendo revelar los secretos del alma, han tendido
á revelar los del cuerpo, los groseros atributos de la
carne, ó han caído en la extravagancia. La misma arqui-
I, A MÚMICA IWÍ
tectura in<»(|rrmi, ¿ha ciciido muí líiwa piopiR, fufra de
hiH aiiti(íst óticas rormas ¡inpiU'.staH j)or laH coiiHtruccio-
nos cío lüorro? ¿ PaNará á la lii.storia un estilo, un arco,
una línoasiijuiora, con ol nomhnMJol sigloíJiczy nueve?
jArf nourraii. se dice, (irte nuevo! 8u mismo nombre
indica su t'uf;ac¡dad, «>1 j)ropüsito de no llo/^ar á sít
viejo, es decir, do no durar, desde que durar y enveje-
cer son sinónimos. Arte arqueológico, le llamará acaso
la historia, si es que la historia necesita pronunciar su
nombre.
En cambio, señores, el arte musical, como si desco-
rriera un inmenso velo gris, ha abierto en nuestro siglo
al sentimiento y á los sentidos atónitos del hombre un
horizonte desconocido : ha revelado que los sonidos tie-
nen alma; se ha levantado, porque se ha idealizado.
No sólo no ha imitado, sino que ha luchado, hasta triun-
far, por el principio según el cual el arte musical no es
imitativo, sino esencialmente expresivo; no reproduce
gemidos ni tempestades; arranca los primeros y suscita
las segundas en el alma humana, por medio de sus pro-
pios recursos. Es que el secreto de arrancar un gemido,
señores, ó el de suscitar una tempestad en el alma, exis-
tía antes de que el primer gemido humano se hubiese
hecho oir, y antes de que la primera tempestad hubiera
existido en la naturaleza, bien así como la belleza de la
forma del hombre perfecto debió existir en la mente
creadora de Dios antes de la creación del primer hombre.
El verdadero artista, señores, el artista genial, el vi-
dente, el creador, tiene que ir á beber su inspiración en
la eterna fuente, en lo increado. Si no llega hasta allí,
ya no es él el creador, sino aquel que, habiendo llegado
184 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
antes que él, le trajo la revelación ; el artista musical
va, j)ues, á leer, como el augur sagrado en las entrañas
de las víctimas, va á leer, digo, en las entrañas mismas
del sonido, para revelar al mundo su palpitación su-
gestiva, sus relaciones con el organismo humano. Es
indudable que las diferencias de ritmo, de tono, de in-
tensidad en los sonidos aislados ó combinados, deter-
minan acciones fisiológicas diversas en nuestro orga-
nismo, y que son causa y efecto á la vez de las emocio-
nes del alma; entre la pena y el placer humanos hay la
misma relación que entre el tono menor y el tono ma-
yor. El sonido también goza, también sufre.
Eso es lo que ha hecho la música moderna, y ese es
el secreto del arte. Os hablaré de ese secreto, lo más
claramente que me sea posible, por más que la suprema
W'- claridad no es siempre lauy accesible en estos casos.
Los hombres, señores, hemos recibido un organismo
que nos permite sufrir ó gozar los unos en los otros.
Sólo se hace obra de arte cuando se reviste un pensa-
miento de una de las formas del sentimiento, y se rea-
liza, en consecuencia, un signo propio á provocar en
otro organismo, en otra alma humana, que es forma
substancial de ese organismo, la conmoción que sacu-
dió al artista cuando creó su obra. Ese signo es más
que la naturaleza, porque no interpreta sólo la natura-
leza, sino la pasión, es decir, la conmoción orgánica ó
corporal que acompaña al pensamiento y á la visión
imaginativa en el momento de la inspiración. Esos sig-
nos misteriosos, señores, transmisores de la emoción, no
son la naturaleza, la realidad externa; no son, pues la
imitación; son secreto de lo vago, sugestión indefinible,
mensajeros de otras regiones, vibración de la belleza
ideal, anterior y superior á la belleza concreta.
I. A Ml'fMIOA IHT»
Ahora bien: lu nuiHica inodorna, dosd»' la rra il»; lie-
tlioven, el genial poeta del sonido eHpiritual, del HonifJo
substancia animada y pensativa, «d arto nnisical lia ha-
llado [)or fin su ruinho m nuestra época, ha mirado dn
frente las cumbres en dondí^ nace el sol. Ya no es d
simple sonido más ó menos rítmico de los antiguos : ya
no es la melodía unísona do Palostrina; el sonido en él
es idea, el motivo siuíúnico es persona, el conjunto de la
sinfonía es drama, on «píese desarrollan y entrechocan
hvs pasiones.
8urgon entonces por todas partes los geniales intér-
[)retes del nuevo mundo musical. Weber, y Mendelson,
y Schubert, y Schuman, arrojan ondas vivas de expresi-
vas armonías en Alemania, y son, con I\Ieyerbeer. los
])recursores de ese extraño genial revolucionario del
ritmo que se llama Wagner; Francia vierte su es^jíritu
resplandeciente en las liras de Auber, de Halévy. de
Adam, de Berlioz, de Gounod, y del simpático Ambroise
Thomas, cuya mano de amigo estrechaba j^o ayer no
más en París, y cuyos restos acompañaba poco después
á su glorioso sepulcro; Italia, la primaveral Italia, abre
el siglo con Rossini; nos ofrece dos genios tipos de la in-
genua melodía en Bellini y Donizetti, y, como si recor-
dara que ella es la verdadera madre del arte musical en
el mundo, se entretiene en acariciar y cubrir de laure-
les la cabeza blanca de ese viejo gigante cuyo nombre
habéis adoptado, señores, para honrar este instituto, y
ofrece al mundo, como un timbre de gloria, la eterna ju-
ventud del viejo autor de Rigoletto. que ayer no más bajó
á la tumba con el nombre de Dios y las protestas de
cristiano en los labios y en el corazón.
Señores: un músico no puede ser incrédulo, porque
ha vivido en el cielo: su fe es visión, es recuerdo.
186 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
Ahora, señores, que hemos recorrido, aunque ligerísi-
mamente, la historia del arte musical ; ahora que hemos
saltado de cumbre en cumbre al través del tiempo y del
espacio, sólo para pronunciar los nombres de los gran-
des genios de la música, ahora es el caso de no olvidar
el objeto principal de mi discurso, y de repetir la pre-
gunta que nos hacíamos al emprender nuestra excur-
sión: ¿dónde está en todo esto Santa Cecilia, que no
nos hemos encontrado con ella? ¿A qué escuela perte-
neció ? ¿ Fué acaso una artista distinguida, pues Jia sido
proclamada protectora y símbolo del arte musical?
¿ Cuál es su historia ?
Pues bien, señores; debo deciros algo raro : Santa Ce-
cilia no fué música. Y, sin embargo, no debéis temer
por su reinado ; no vamos á destronar á la virgen azul.
Santa Cecilia es y debe ser la patrona del arte musical ;
ella, solo ella.
Tengo que fundar esa mi proposición que os parecerá
paradojal.
La historia de Cecilia es una historia angélica, super-
humana, ininteligible para los oídos que estén llenos
de tierra. Dejadme que os cuente esa hermosa historia;
haceos lo más niños que podáis para escucharla. Ceci-
lia era una jovencita romana, patricia, que figuró allá
por el siglo tercero de nuestra era. Convertida al cris-
tianismo, siente brotar alas en su corazón, y ansia vo-
lar en pos de ciertas angélicas melodías que escucha
flotar en la infinita transparencia azul. Sueña con Dios,
á quien consagra todos sus pensamientos, toda su vida,
todo su ser: su alma y su cuerpo; quiere huir de la tie-
rra, para no manchar con barro la transparencia de su
veste blanca; y, obligada á contraer nupcias con unjo-
I. A MÚSICA 187
ven del patriciado romano, se presenta á él con dos co-
ronas en las manos: la nna de azahares, la corona nup-
cial, la otrade es|)¡nas, la corona áo\ martirio. Yo tongo
un ángol, le dice, un ángel de luz (|Ut^ me guarda; él es
el testigo de mis votos, y tú lo verás con tus ojos, y oi-
rás su voz, quo es armonía, si te haces digno de oir voces
del cielo, y de ver transparencias inmortales. Hazte
cristiano como yo, recibe el bautismo, y verás, y oirás, y
entenderás. El joven corre á hacerse cristiano ; un viejo
pontífice lo instruye y lo bautiza. Vuelve aquél al lado
de su esposa, y ve al ángel, y oye su voz, y eleva su espí-
ritu, y muere mártir, como su virgen compañera, derra-
mando ambos su sangre por confesar y proclamar su fe.
¿Habéis oído esa historia, señores? ¿No habéis sen-
tido pasar entre vosotros algo así como una ráfaga mu-
sical?
La Iglesia católica, la gran madre de Poesía, ha per-
petuado la pureza de esa vida y de ese martirio ; y al
recordar que, en medio de las músicas nupciales, Ce-
cilia se desprendía de la tierra, dice con la solemnidad
de su liturgia: Al son de los órganos, la virgen Cecilia
cantaba en su corazón sólo á Dios. Y la dulce virgen
cantaba: haced ¡oh Señor! inmaculados mi corazón y mi
cuerpo, para que yo no sea confundida.
Esa es toda la historia, señores; esa toda la tradición.
Es una historia vestida de blanco, con manchas de
sangre, como la túnica blanca del niño israelita, man-
chada con sangre de corderos; es un poema de inocen-
cia y de candor, de blancura y de martirio. Para escu-
charla y comprenderla, es necesario ^predisponer el al-
ma á recibir todo aquello que es sutil, fragilísimo y
casto, intangible y transparente : pensar en el último
beso de la madre, en el rayo de sol convalesciente que
188 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
la vio morir, en nuestra despedida del mundo, en nues-
tra inmersión en la luz negra de la muerte ; es necesa-
rio desprenderla de la tierra, y hacerla flotar y vivir en
los espacios siderales, en que flotan y viven los arcán-
geles, que no liacen sombra, aunque los soles los alum-
bren, cuando pasan por el azur.
Pues bien, señores: alii tenéis la razón de por qué la
virgen romana es, y debe ser, el símbolo y la protectora
de la música : porque el arte musical es la más pura y
la más transparente de las artes; porque jDara poder
gozar de ella, es necesario casi desprenderse de la tierra
y purificar el alma, como para escuchar y comprender
la historia de las vírgenes pálidas, y la de los mártires
encendidos y suspirantes : la historia de Cecilia.
La antigüedad pagana, que nos ha legado monumen-
tos de poesía, de escultura, de arquitectura, jamás supe-
rados, no nos ha transmitido un solo monumento musi-
cal. La música es un arte esencialmente espiritual, y
esencialmente cristiano, por consiguiente, como antes
he dicho.
Por eso está bien simbolizada en la diáfana virgen
del martirologio, en esa su historia que os he contado,
pura y transparente como el motivo sinfónico del viento
que pasa entre los juncos.
La música es la menos material de las artes ; ella da
un cuerpo á la emoción abstracta, conmueve por medio
del sonido, y da expresión y alma al silencio mismo.
El dominio de la música comienza allí donde termina
el dominio de las otras artes, sin excluir el de la pala-
bra: emociones que no tienen nombre, ensueños que no
tienen forma, vagas aspiraciones á una felicidad sin
consistencia real, caricias de manos que no han exis-
tido, vaguedades infinitas y tenuísimas, colores que no
LA MÚSICA lft9
están en el iris, lágrimas que no se han hecho materia-
les; todo eso, (jue no tiene nombro, es ritmo, es melodía,
es acorde. La música, sólo la música puede hablarnos fie
ello, en su idioma misterioso, y elevarnos así á las re-
giones en que todo es puro, todo es inviolado; sólo ella
puede reflejar ó interpretar la concomitancia de afec-
tos encontrados que á veces se entrechocan en el alma,
su compenetración sinfónica, sus estremecimientos caó-
ticos, sus derrumbes en el vacío, de los que emergen,
como náufragos del abismo, recuerdos huérfanos, gritos
lejanos que sobrenadan en la inmensidad, ruegos infan-
tiles é ingenuos, llamas lívidas, desmayos tenuísimos,
miradas familiares desconocidas, que nos sonríen ó nos
compadecen, voces conocidas que no hemos jamás es-
cuchado.
Por eso, señores, he afirmado, con la doctrina estética
moderna, que la música no es ni debe ser imitativa, sino
expresiva, sugestiva, despertadora; es lengua hablada
en infinitos mundos y por infinitos seres. Y por eso,
para comprenderla, como para comprender y amar y
admirar la virginidad, es necesario tener la noción si-
quiera de las armonías abstractas del universo, estar si-
quiera iniciado en la existencia de un orden de deleites
para el alma humana fuera de los deleites groseros que
nos son comunes con el bruto que no alza la cabeza ; tener
algo sideral en el alma. El sólo aspirar á esos deleites,
señores, es una elevación del hombre sobre todos los
otros seres de la tierra, es la vibración musical de la
naturaleza inteligente.
Bien es verdad que todas las artes exigen, en el que
debe gozar de ellas, una predisposición individual, se-
gún la teoría antes expuesta, una educación del espíritu:
el arte es despertador, hemos dicho, y, para despertar.
190 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
es menester que haya algo dormido. También es cierto
que, siendo el efecto del arte una conmoción orgánica,
el efecto de la obra artística tiene que cobrar las pro-
porciones del organismo que afecta, desde la estúpida
impasibilidad del incapaz de estremecerse por simpa-
tía, hasta la docilidad de los organismos perfectos, que
vibran al menor roce de alma que pasa por el viento, j
que dan á veces á la obra de arte un alcance más amplio
aún que el que sentía su propio engendrador.
Pero ninguna de las artes, señores, exige, oomo la
música, eso que yo llamaría predisposición virginal del
alma, para producir su efecto en el organismo humano;
ninguna de ellas tiene, pues, el privilegio de verse
simbolizada en la forma nivea, melodiosa, casi inma-
terial, de la virgen romana, á la que una vez más acla-
máis en esta noche como vuestra patrona, vuestro sím-
bolo y vuestra gloria.
Os he hecho, señores, el panegírico que de ella me
pedíais, en una forma ó en un idioma que acaso pueda
ser tachado de vago, de confuso, de poco oratorio,
cuando menos. Es verdad, señores, es verdad: ya os
había anunciado la dificultad de ser en esto muy claro.
Parece que yo también he querido buscar algo de su-
gestivo en esta mi ideológica sinfonía; dejar sólo en
vuestro espíritu algo así como el acorde de un arpa,
traído por el viento, y disipado por él.
Ha dicho Pasteur, según creo, el excelso sabio cris-
tiano contemporáneo, que le parece evidente que el
hombre que no tuviera más que ideas claras sería segu-
ramente un tonto. Yo lo creo evidente, señores; sería
un tonto. El mundo de lo entrevisto, de lo soñado, de
LA MÚSICA 191
lo sospechado por el hombre, de eso que no se sabe pero
que se sabe que existe, es inmenso, es incomparabln-
mente mayor que el de la realidad sensible, y hasta ma-
yor que el de la realidad ideológica que cabe en el ra-
ciocinio humano. Pasteur, con ser como es el creador
de la ciencia biológica experimental, ha adquirido la
convicción, sin duda, de que, aun en las ciencias más
prácticas, aun en los descubrimientos más experimen-
tales, el punto de partida del raciocinio y de la expe-
riencia fecunda ha sido generalmente una revelación
inconsciente de lo vago, un mensaje de lo azul, que es
el color del vacío ilimitado y misterioso que nos en-
vuelve, el tono de la infinita transparencia. Eso es lo
que quería expresar, sin duda alguna, Duclaux, el con-
tinuador de la obra de Pasteur, cuando decía que el
sabio necesita, más aún que el artista, de la imagina-
ción, pues es ésta la que le inspira la hipótesis. Reve-
laciones, profecías, mensajes, inspiraciones, desgarrones
del velo negro que nos oculta la luz : he ahí el punto
de partida de todo lo que es creación, aun científica.
Pues yo digo, para terminar, señores: un pueblo que
no entendiera sino la lengua clara de los números, y
que fuera incapaz de comprender el lenguaje vago y
sugestivo de los ritmos y los acordes, sería segura-
mente un pueblo salvaje. Y por el contrario; lo digo
con grande alegría: un pueblo que, como el nuestro,
cultiva y entiende la lengua de los ángeles ; que sos-
tiene y hace prosperar un instituto como éste, que cree
en Santa Cecilia, y levanta como bandera un girón de
su veste de nieve sutilísima, ese pueblo ve lo invisible,
oye lo inaudito, se incorpora á la eterna armonía, y ca-
mina; camina hacia la luz, hacia la cumbre, hacia el
ideal.
A trabajar en paz
Discurso pronunciado en la velada literaria que tuvo lugar en el
Club Católico de Montevideo, el 4 de Octubre de 1888
SUMARIO
Diputado católico. — Su carácter como representante del pueblo
y su proj^rama. — La confirmación social de sus poderes. —
Ratificación de sus invariables declaraciones. — La frase-
programa del Presidente de la República: "A trabajar en
paz por los intereses de la Patria". — Puesto y programa
de los católicos en la ejecución de ese propósito. — El pro-
greso material y el progreso moral. — No sólo de pan vive
el hombre. — La riqueza. — El dinero. —La inmigración y
el hombre de la tierra.— Lo que es la virtud del patrio-
tismo. — El gaucho. — La única entidad que se acerca al
pueblo para elevar su nivel moral. — La organización cató-
lica. — La parte que en ella corresponde á la mujer. — La
revolución del Quebracho. — Ineficacia de las revoluciones
para el mejoramiento moral de! pueblo. — El único recurso
eficaz.
COWF. T DISC. 13.
Vacilé, señores, mucho tiempo, antes de resolverme
á tomar parte en este acto, pues es una fiesta; pero, al
fin, por diversas consideraciones, lo estimé un deber
ineludible, y vengo sólo á cumplirlo.
Vosotros comprendéis la intención de mis palabras;
yo pasaré rápidamente á mi objeto fundamental sin más
preámbulo, porque vosotros no necesitáis que yo os
pida alguna indulgencia, alguna simpatía, para conce-
dérmelas generosas.
Es la primera vez, señores, que tengo el honor de
hacer oir mi voz en el Club Católico después de algu-
nos años, y, principalmente, después que los sucesos
que la Providencia ordenó en nuestro país en ese lapso
de tiempo, me llevaron al seno de la representación
nacional. Formada mi modestísima personalidad polí-
tica en gran parte aquí, en el seno de este Club Católico,
campo casi exclusivo de mi actividad intelectual, yo
estaba de tiempo atrás en el deber, según las exigen-
cias razonables de la vida democrática, de hacer en
este centro algunas declaraciones. Voy á aprovechar
este acto para darles forma, adaptándolas, en lo posi-
ble, á la índole de esta fiesta.
Antes de que el hecho á que me he referido se pro-
196 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
dujera, pero cuando ya se hacía posible, si no probable,
yo procuré, en declaración que vio la luz jDÚblica, defi-
nir mi carácter y mis propósitos de ciudadano, á fin de
que, en caso de que los sucesos pusieran sobre mis hom-
bros, harto débiles por cierto, la augusta investidura
de representante del pueblo, nunca pudiera verse en mí
otra cosa, nunca pudiera designárseme con otro nombre,
que con el para mí tan preciado y tan querido de di-
putado católico.
Tener ese carácter, con prescindencia de todo otro
partido político, había sido siempre el programa de mi
pasado; ese es el anhelo de mi presente, y esa la pro-
testa que hoy vuelvo á deponer en vuestras manos, para
que rija mis actos en lo porvenir. Soy sólo de mi causa
católica; en ella veo concentradas todas las aspiracio-
nes sanas de las demás actuales agrupaciones políticas
de mi país, que considero indiferentes. La causa cató-
lica es la causa verdaderamente institucional en esta
tierra; la sola que acepta la constitución de la república
íntegra, sin mutilaciones, sin reservas mentales, con el
propósito de cumplirla en todas sus partes, como el
cumplimiento del propio programa.
Con esa bandera luché desde muy joven ; con ella en
las manos, fui heridO;, acaso de muerte, en el corazón, y
alzándola en alto quiero terminar los días, cortos ó lar-
gos que Dios me acuerde sobre la tierra. Bien poco es
una vida para tal causa, señores; bien poco es una vida,
para dejar de dársela toda.
En este vivir siempre instable de nuestras turbulen-
tas democracias, señores, en que el ciudadano pasa, con
vertiginosa rapidez, de la labor tranquila al ostracismo.
Á TUABAJAU EN V\7. VM
de la prensa ó la tribuna á la conspiración ó al campo
de batalla; en que los hechos se presentan y se suceden
como las imágenes de un caleidoscojíio, y los desenlaces
jamás pueden preverse; en esta nuestra vida, en (pie la
Providencia parece empeñada en burlar todos los cálcu-
los y las previsiones todas de los hombres, dejándoles en
cambio lecciones que meditar, el ciudadano que, empu-
jado por los acontecimientos, se encuentra, como yo, sin
buscarlo ni siquiera desearlo, sentado en el recinto de las
leyes, y se ve llamado representante del pueblo, siente
una ansia viva de poner en claro sus títulos y su ejecu-
toria, pues ni siquiera ha tenido el reposo necesario
para verse á si mismo.
Yo, señores, aun aceptando, como ha aceptado el país,
las evoluciones pacíficas impuestas por providenciales
desastres, más de una vez, os lo confieso ingenuamente,
he creído ver desteñida mi investidura, al invocarla
en el recinto de las leyes. Sin méritos especiales que
me hicieran descollar entre mis conciudadanos ; sin ta-
lentos ni virtudes relevantes, únicos títulos que, según
nuestra constitución, pueden establecer preeminencias
entre los hombres, yo he sentido acaso algún momento
de desaliento, en medio á la satisfacción moral que me
proporcionaba la esperanza de ser útil á mi país y á mi
causa en la tribuna parlamentaria.
Sí, yo he sentido, señores, esos desalientos. Pero
cuando he recordado que tantas veces aquí, en este
mismo sitio, mi mente se ha identificado con vuestra
mente ; que mi corazón ha latido al unísono con el vues-
tro; que mis entusiasmos han sido los vuestros, y vues-
tras también mis amarguras en los momentos de prueba;
cuando he pensado en que. según la idílica frase del
Evangelio, puesta en labios de la hermosa mohabita, mi
198 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
Dios es vuestro Dios, mis altares son los vuestros, y co-
munes entre vosotros y yo los conceptos de patria, de
verdad, de justicia, de felicidad individual y social;
cuando he pensado y pienso por fin, en que vosotros,
señores miembros del Club Católico^ y vosotras también,
señoras, sois los intérpretes más genuinos del pensar y
del sentir de este país cristiano, me he sentido firme por
vosotros, grande en vosotros, y me he dicho á mí mismo
que, puesto que puedo ser el eco de vuestras almas, bien
puedo ser llamado representante del pueblo, á pesar de
mis escasos merecimientos personales.
Una vez más me aplaudís, señores. Yo os lo agra-
dezco ; sí, os lo agradezco. Esos vuestros aplausos, quiero
creerlo, ratifican la investidura que los sucesos han
puesto sobre mis hombros; nunca los he escuchado con
más satisfacción, nunca con mayor alegría. Os confieso
que los necesitaba.
Yo pido á Dios me dé la fuerza necesaria para ha-
cerme digno de ellos ; y, confiando en El, yo os prometo
que aquellas protestas de fe y de amor á la causa de
Cristo que vosotros oísteis de mis labios en este sitio,
cuando la felicidad me sonreía, no serán vanas, y, antes
por el contrario, se habrán retemplado y vigorizado en
el infortunio y la amargura; yo os prometo trasladar
fielmente á la tribuna parlamentaria, si no con brillo,
con entereza y energía, todas las ideas y sentimientos,
todos los anhelos, los amores, las protestas, que tan-
tas veces brotaron de mis labios en esta tribuna que me
parece animada de mis mejores recuerdos, recuerdos ar-
moniosos, cuyos acordes lejanos parecen perderse en una
larga queja impregnada de melancolía.
Esta era la declaración que os debía, señores; y, una
vez hecha, debo dar por terminado mi discurso. Yo es-
Á TltAIIA.IAU i;N I'A/ ÜKÍ
toy mal en osto sitio : no me [x-rtenece ; com^sjjondfi lioy
sólo á la juventud y á la belleza que reclaman alegría.
Sólo es propio arrojaros flores desde aquí; y las flonts
ya no brotan en mi huerto; que si brotasen, casi estoy
por creer con el poeta que sólo al tocarlas yo se marchi-
taran
Pero á todo lie venido dispuesto y preparado al ha-
cer oir mi palabra en este acto, y, sobre todo, á poner en
práctica el principio aquel de los maestros, según el
cual, el orador debe dejar á su auditorio, antes que el
auditorio interrumpa su comunicación con el orador.
Siento que aun hay contacto entre nuestros espíritus;
que no me abandonáis todavía; me dispensáis atención
benévola y generosa, y proseguiré, mientras esta m»^
dure, aunque tenga que pasar del diapasón de los afec-
tos, al menos musical del raciocinio, y sin que por eso
afirme que el raciocinio no tenga también sus resonan-
tes armonías.
Estamos en nuestro país, señores, en un período de
fundadas esperanzas, al que todos debemos colaborar.
Quien no espera vencer, está vencido.
Comenzó con una frase de nuestro presidente de la
república, que, como síntesis de un programa de go-
bierno, ha hecho camino : « Vamos á trabajar en paz
por los intereses de la Patria ».
Sea: vamos á trabajar en paz, cada uno en su puesto,
por esos intereses: por la vida y la prosperidad de la
patria; por su presente y por su porvenir; por su en-
grandecimiento, por su honor y por su gloria.
Pero en esa labor patriótica, señores, nosotros, el
Club Católico^ los que aspiramos al título de sus repre-
200 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
sentantes, tenemos nuestro puesto perfectamente carac-
terizado ; tenemos una misión que nos define y diferen-
cia, constituyendo nuestra razón de ser; tenemos pues,
un programa; somos, por consiguiente, y debemos ser
algo en la vida cívica de la nación.
Que el progreso se difunda vigoroso en este hermoso
y querido pedazo de tierra que es nuestro, y al que la
Providencia depara tan grandes destinos ; que se pue-
blen nuestras musicales colinas casi solitarias ; que silbe
por todas partes la locomotora triunfante, cruzando al
través de campos poblados de ganados de noble raza y
generosa, ó cubiertos de espigas, de mazorcas, y de pám-
panos; que barcos de todas las banderas amigas sean, en
nuestros puertos cómodos y hospitalarios, el símbolo y
la realidad del intercambio comercial que pone en con-
tacto al productor con el consumidor, centuplicando el
acervo de la riqueza nacional ; que las flámulas de humo
de las chimeneas proclamen el nacimiento y el desarro-
llo de la industria uruguaya ; que los cantos de los la-
bradores felices saluden las auroras por todas partes
también, con sus cantos de amanecer. Ese anhelo nos es
común con todos nuestros conciudadanos.
Pero nosotros creemos, y ese es el programa que nos
caracteriza y distingue, que si labor empeñosa exigen
los intereses materiales, empeño más valiente aún recla-
man los intereses morales ; porque nosotros creemos que,
si el ideal del bruto en la tierra consiste en satisfacer
del mejor modo posible todos los apetitos de su ser pu-
ramente sensitivo, en algo debe diferenciarse de él el
ser inteligente y libre, á despecho y pesar de las doctri-
nas decadentes que hacen del hombre un simple eslabón
en la cadena de los brutos, ó del bruto un simple tramo
en la escala de los hombres ; porque nosotros sostene-
Á TUAIIA.IAK KN PAZ '-"U
mos que el trabajo es bueno indudablemente, pero no
lo es en absoluto, sino en relación á su fin, desdo que
también el crimen puofle imponer trabajo ul hombre,
como se lo impone la avaricia, el epjoísmo, la acumula-
ción do riquezas destinadas al mal ó ala simple satisfac-
ción de los apetitos: porque nosotros creemos, por fin,
con el Divino Maestro, que no sólo de pan vive el hom-
bre, ni sólo de puentes y ferrocarriles pueden vivir
las naciones cristianas, y muy especialmenre nuestra
patria.
Las palabras de Jesucristo, señores, «no mío de pan
rife el hombre », demuestran bien á las claras que lo que
nuestros principios condenan no es que se busque y se
desee el pan, es decir, el bienestar general y el progreso
económico, sino que se busque y se desee sólo el pan ;
que se haga del bienestar material, déla satisfacción de
los deseos puramente sensitivos y terrenales, el único
objetivo de la actividad humana, y la fórmula de la
perfección social y política; que hagamos de los dones
de Dios una ocasión próxima de olvido de su nombre,
en vez de hacer de ellos, como lo hacen los cielos al en-
cender sus soles y sus auroras, una ocasión de recono-
cerlo, de bendecirlo, de servirlo, de glorificarlo.
No hemos, pues, desechado nosotros jamás el pro-
greso material. Bien al contrario, juzgamos que los
bienes materiales son también un don de Dios, y son á
menudo el fruto bendito del trabajo encaminado á un
fin honesto : la manifestación de la justicia. Proudhon
tuvo una vez razón, en cierto sentido, cuando dijo que
«lo útil es el aspecto práctico de lo justo».
Los pontífices de la Iglesia han estimulado siempre
el verdadero progreso, aún material; y Pío IX conde-
naba en el Syllabus, según el mismo lo enseñaba, no el
202 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
progreso ni la civilización, qne son hijos del cristia-
nismo, sino el progreso y la civilización modernos^ es
decir, la tendencia según la cual los hombres y las na-
ciones más ricas, las que tienen más trabajo material
acumulado ó en acción, las que más profusamente satis-
facen los apetitos humanos y más gozan materialmente,
son, por ese solo hecho, más civilizadas, y desempeñan
mejor su misión sobre la tierra.
Bien es cierto que la Iglesia enseña, y nosotros cree-
mos, que es heroico el abandono de las riquezas; pero
los actos heroicos no son obligatorios ni generales, y,
por otra parte, bien se puede trabajar con tesón y ener-
gía por aumentar la riqueza individual, base armónica
de la social, sin apegar á ella el corazón: ser pobre de
los que Cristo proclamó bienaventurados, en medio de
las riquezas, y hasta hacer de éstas un instrumento de
la gloria de -Dios y del adelantamiento moral del hom-
bre y de la sociedad.
Esa es la única riqueza verdaderamente respetable y
digna de ser estimulada ; nó la riqueza en sí misma, cua-
lesquiera que sean su origen y su empleo. Esa es la ri-
queza por cuyo acrecentamiento en la sociedad debe-
mos trabajar los católicos: la virtud de la riqueza, la
virtud en la riqueza.
Y hoy más que nunca, señores, es necesario poner en
guardia á hombres y á pueblos contra el predominio ab-
soluto de los bienes materiales ó del dinero que es su sím-
bolo ó su equivalente para los cambios. Verdad es, ha
dicho un gran pensador, que el dinero puede hacer mu-
cho; pero no puede hacerlo todo. Es de necesidad que
conozcamos los límites de su dominio, y que no con-
Á TKAIJAJAK ICN l'A/ 20'{
sintamos en manera al|:^nna qup los traspase, dado que
lo pretendiera.
Para ello, señores, es necesario prestigiar la virtud,
hacer que ella se cotice también en la sociedad en que
vivimos, que se cotice al menos tanto como el dinero,
como los bienes materiales; negar á éstos, no sólo una
adoración incondicional y con prescindencia de su ori-
gen, sino también un res^^eto y una consideración de
preferencia, aunque su origen sea puro.
La adquisición de bienes materiales \)0y los indivi-
duos ó las sociedades puede ser, y es realmente, como
lo he afirmado, un elemento de progreso moral ; pero
después de cierto límite, y. sobre todo, no siendo pre-
sidida por el principio cristiano que nosotros procla-
mamos, puede ser un elemento de decadencia indivi-
dual y social. Es preciso evitar que lo sea; es preciso
ser muy altivo ante esa plebej^a majestad, por más for-
nida que sea, si pretende erigirse en tirano.
Cuando un hombre de fortuna, dice Renán, trabaja
por enriquecerse más, realiza una obra que, cuando me-
nos, es profana, desde que ese hombre no puede propo-
nerse más objeto que el del goce; pero cuando el que tra-
baja es un miserable, que lo hace para elevarse más
arriba de la necesidad, ese hombre realiza una acción
virtuosa, porque establece la base de su redención, y
hace todo cuanto debe hacer por el momento.
El extraviado filósofo francés no concibe que un
rico trabaje por enriquecerse más, con un propósito que
no sea el de gozar. Yo sí lo concibo; yo concibo ricos
trabajadores virtuosos; pero cuando el rico no tiene
otro propósito que el goce, ó el predominio sobre sus
semejantes, su riqueza, efectivamente, no le da un tí-
tulo de honor, porque no importa un acto de virtud: ren-
204 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
dirle esa honra, es un acto indigno y aun corruptor. Y
lo que se dice del hombre, debe decirse de la sociedad.
Yo estoy plenamente persuadido, señores, de que la ver-
dadera causa de la decadencia moral de ciertas nacio-
nes no ha sido otra que el aumento del bienestar mate-
rial, más allá de cierto límite ; el aumento ó la conser-
vación cuando menos de ese bienestar llega á constituir
la suprema aspiración del hombre ; perder ese bienestar,
ese predominio que da el dinero, es el supremo, es el
único mal. Todo se sacrifica á esa aspiración concu-
piscente; el trabajo, tan noble en sí mismo, se transfor-
ma entonces en vértigo, que lleva á la sociedad á hun-
dirse hasta el cuello en la materia.
Sí: todo se sacrifica entonces á la posesión del di-
nero. Hasta el más fecundo de los amores de la tierra,
el que une al hombre y la mujer para constituir la fa-
milia, se ofrece en holocausto á esa siniestra y voraz di-
vinidad; los matrimonios por amor desaparecen, para
ceder su puesto á los contratos; la unión de los corazo-
nes queda sustituida por la unión de las fortunas. Eso,
que no existe y que parece felizmente imposible entre
nosotros, acontece, sin embargo, en el mundo, y en el
mundo cristiano.
Los progresos modernos corren peligro de conver-
tirse en ese vértigo, señores; la virtud, el honor, la con-
sideración, el amor del hombre, se cotizan cada vez
menos en el mundo ; sólo se cotiza la riqueza. La grati-
tud llegará á ser palabra sin sentido. En otro tiempo,
dice Lerroux, que he leído citado por Fernández Con-
cha, la sociedad tenía al menos la apariencia de una fa-
milia. . . El honor, como el más rico de todos los me-
tales, circulaba como letra de cambio ; el más pobre,
al rendir honor, tenía por lo mismo derecho á la consi-
Á TKAIIAJAU KN FAZ 206
deraoión, porquo ene homenaje (jue él rendía era una ri-
<Hieza (lo aii alma, que le reconocía aijuel á (¡uifu él ren-
ilía tal honor. Hoy no existe t^ntro los hombres otra
rit^ueza que el oro; y aquel que de él se halla privado,
nada tiene que dar á otros; y, por consiguiente, nada
podrá recibir. Ya no es, ])ues, ol homl>ro (juien reina so-
bre el hombre; es el metal (juien reina; es la propiedad
quien reina. Luego es la materia quien reina, es el oro,
es la plata; es esa porción de tierra, de lodo, de estiér-
col, lo que ejerce el imperio. . .
Hay una gran profundidad en esas observaciones, se-
ñores. Cuando no se cotizan, ó se cotizan en poco, el
honor ó la amistad, el placer ó la satisfacción que ofre-
ce el contacto de los hombres de virtud, de valer mo-
ral ó de inteligencia, es porque no hay demanda de todo
eso, porque no hay quien desee honor, ejemplos de vir-
tud, verdades, deleites intelectuales. El dinero, pues,
que se acumule suprimiendo esos deleites superiores, ó
se guardará como el ídolo del avaro, ó se invertirá en
deleites de otro género : en deleites inferiores ; en sen-
sualidades ó en faustos tendentes á ostentar el reinado
insolente del poseedor del dinero sobre los que no lo
tienen. En ese caso, la falta de demanda disminuirá la
producción de esos elementos despreciados en la socie-
dad: de la virtud, de las producciones de la inteligencia ó
del corazón ó de la sensibilidad delicada, de todo aque-
llo, en fin. que tiende á satisfacer las exigencias de lo
que no sea sensualidad y fausto. Desaparecerá, pues, la
sociabilidad afectuosa, la cultura ideal, el cambio de
buenos ejemplos y buenas inspiraciones. Esa es la razón
de la decadencia moral de muchas sociedades, señores,
esa, y no otra es la causa: el reinado del dinero, como
medio de obtener el bienestar, aun lícito, ó el deleite
206 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
ilícito, constituidos en supremo objeto de la vida hu-
mana, y como único signo de progreso social.
Los católicos, pues, trabajaremos en paz, unidos á
todos nuestros conciudadanos, por los intereses de la
patria ; pero trabajaremos guiados por los grandes idea-
les de equilibrio entre el progreso moral y el material,
que constituyen las sublimes armonías del Evangelio. Y
cuando otros piensen en las cosas, nosotros, sin descui-
dar éstas, pensaremos también en el hombre, que es tam-
bién valor, el más sublime de los valores; que es el fac-
tor más importante en los problemas económicos y po-
líticos, y cuya felicidad, no sólo material, sino también
eterna, constituye el objeto final de las sociedades cris-
tianas. Cuando otros piensen sólo en los cuerpos, alguien
habrá también, estando nosotros, que piense en las al-
mas y las valorice; cuando otros busquen que se levan-
ten al aire, como símbolo único de prosperidad, las hu-
meantes chimeneas de la fábrica, alguien habrá que, sin
apagar el fuego de los hornos, pida que se levante tam-
bién al cielo la simbólica cruz del campanario sonoro.
Trabajar es orar, ha solido decirse. Sí, es verdad en
cierto modo; pero orar es también trabajar, realizar el
más noble y fecundo de los trabajos; el que distingue
al hombre que conduce un arado, del buey que tira de él.
Y cuando otros deseen, por fin, señores, que vengan
hombres á nuestro país despoblado, muchos hombres
de otros pueblos, considerados como meros instrumen-
tos de producción, alguien habrá, allí donde nosotros es-
temos, que considere á esos hombres, no sólo como pie-
zas útiles de carne organizada importada para la má-
quina social, sino como cristianos, y que, sin rechazar
A TKAISAJAK UN PAZ 207
ese elemento inestimable de prosporidad, piense tam-
bién un poco cu el hombre de nuestra tierra, qu«' Dios
nos ha confiado expresamente, en ese nuestro pobre
gaucho, que no podemos olvidar, porque si, como dicen
algunos, no ha a[)rnn(li(lo á trabajar mucho, es porque
tuvo que pelear mucho: porque si, como dicen otros,
no está muy habituado aún á regar su tierra con el su-
dor de la frente, es porque ha tenido que regarla mu-
cho tiempo con la sangre de las venas.
Sólo así, señores, formando nuestro pueblo propio,
corrigiéndole sus vicios y conservándole sus virtudes,
sólo así evitaremos los males de que adolece nuestra
patria, y que muchos creen poder evitar modificando
las leyes ó las situaciones políticas. Nó, señores; lo que
es preciso modificar es el hombre, la masa de hombres,
el organismo social que de ésta se forma. Yo recuerdo,
cuando pienso en esta verdad, ya muy repetida, y que
en nuestro país toma un carácter propio, yo recuerdo
siempre la frase gráfica de Carlyle que, con la crudeza
que le es propia, nos dice: la Inglaterra sigue empe-
ñada todavía en la solución imposible de este desespe-
rado problema: dado un mundo de bribones, educir una
honradez de la acción combinada de todos esos caba-
lleros.
Dado un pueblo formado de hombres sin familia
cristiana, sin las virtudes domésticas que sólo se conci-
ben en la vida religiosa, sin respeto de los hijos á Ios-
padres, sin ejemplos de los padres á los hijos, sin cono-
cimiento de los mandamientos de la ley de Dios, sin
virtudes individuales, jamás educiremos del conjunto-
de esos hombres una libertad política ni un bienestar
social.
Inútil será pensar para ello en el predominio del par-
208 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
tido político A sobre el partido político B, desde que
todos los partidos políticos de nuestro país no son hoy
sino pedazos heterogéneos de la misma masa, de la mis-
ma substancia social, que no se mejora con la simple
agitación; ésta, muy generalmente, sólo saca á la su-
perficie á los menos aptos para el mejoramiento moral
del individuo, de la familia, de la sociedad.
Es este un problema, señores, que tiene que entrar
de lleno en nuestro programa católico caracterizándolo:
.el mejoramiento moral y material de nuestro pueblo.
Sólo nosotros pensaremos en él: las doctrinas -anticris-
tianas condenan á la extinción, entre los hombres como
entre los brutos, á los débiles y desamparados, consi-
derados como especies inferiores llamadas á desapare-
cer. El hombre de la patria tiene que ser uno de esos
condenados, en el concepto de los que sólo creen en el
resultado material é inmediato del esfuerzo humano.
Según esa do'ctrina, que es una regresión al paganismo,
la caridad, y el amor al hombre por amor á Dios, debe ser
sustituida por la filantropía, que es el amor al hombre
por el hombre mismo ó por la humanidad, es decir, una
simple forma del egoísmo. Nosotros, señores, que pro-
clamamos el amor del hombre por amor de Dios, pro-
clamamos, como base de la virtud cristiana del patrio-
tismo, nó la falta de amor, y menos el odio, hacia los
hombres de otras regiones, pero sí el amor de predilec-
ción hacia el hombre que Dios ha puesto á nuestro lado,
hacia aquel que, con nosotros, forma la comunidad de
hombres que constituye la patria, y comparte con noso-
tros el amor á los recuerdos, á las tradiciones, á la
tierra, á las glorias que nos son comunes, y forman
nuestro patrimonio exclusivo.
Sí, señores : nuestros principios nos imponen la pre-
A TKAIIA.IAU KN l'AZ 2<)'J
diloccióii liiifia (^I coiujuitriota (juti liubitii nuestros
campos.
Yo recuerdo siempre á ese hombro, señores, en su
origen, en sus vicisitudes, en sus glorias impersonales
é ignoradas; yo proclamo su título histórico á nuestra
gratitud, á nuestra predilección, á nuestro sacrificio, é
incorporo el de esa deuda nacional á nuestro programa.
Hablo de su título histórico, señores, es decir, del que
puede exhibir una clase de hombres en una sociedad ^
sin ser el que procede del trabajo individual, ó de la uti-
lidad actual apreciable por la simple ley de la oferta y
la demanda.
Yo recuerdo aquella época de formación de la patria,
en que Artigas, el viejo sembrador, amasaba nuestra na-
cionalidad con el limo de nuestra tierra, para inocularle
el soplo de la libertad, germen de la futura indepen-
dencia. Allí, como en un crisol sostenido por un forja-
dor hercúleo, hervían las últimas gotas de sangre del
charrúa, y se perdían en la generosa sangre española
predominante, para formar nuestro tipo popular.
Entonces veo brotar de aquel crisol á nuestro gau-
cho, libre, altivo, con sus grandes ojos negros llenos de
melancolía, con su melena al viento del desierto y su
potro á la carrera; tiene el beso de la gloria en la frente,
y con ella descubierta y levantada, atraviesa nuestras
lomas en busca del campo de batalla, cantando á media
voz, al compás del galope de su caballo, una fiera can-
ción de guerra, ó una triste cantinela de amor.
Fué el primer trovador errante de nuestros patrios
desiertos; sonaban sus tristes al compás de la guitarra
en los fogones del vivac, y en ellos exhalaba la patria
sus anhelos balbucientes de libertad; y ese hombre lu-
chaba, y moría, y nos legaba una patria sin legarnos
CONF. T DISC. 14.
210 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
siquiera su nombre, y sin pedirnos un pedazo de pan
para los hijos desvalidos que habían quedado en su
rancho abandonado, ó habían nacido en la carreta que
seguía al ejército heroico en sus marchas incesantes.
Ese hombre existe aún, señores, y constituye nuestro
pueblo. Si nosotros tenemos glorias, suyas son esas glo-
rias; y si él tiene vicios tradicionales, nuestros son esos
vicios. Lejos de pensar en arrojarlo después de haberlo
exprimido, como se arroja una corteza, estamos en el
deber de corregirlo con tesón cristiano, de incorporarlo
á todo trance al movimiento del progreso, y de hacerlo
el más apto entre todos los habitantes de la república
para la vida social.
Los principios religiosos nos imponen vínculos espe-
ciales con el compatriota, porque nos los imponen para
con la patria.
¡Qué misteriosa sugestión he visto yo siempre, seño-
res, en aquella firme predilección con que Jesucristo
miraba á Jerusalén, metrópoli entonces de Judea, pa-
tria del Hombre -Dios!
El patriotismo es una virtud esencialmente religiosa;
se ama á la patria porque Dios lo quiere, porque es ley
natural, es decir, ley grabada por el Creador en el alma
de la criatura inteligente y libre, y que ésta puede leer
en su propia naturaleza á la luz de la razón.
Por eso el ansia de solos progresos materiales, que es
la negación de religión, extingue paulatinamente el
patriotismo; de ahí que el olvido de los altos objetivos
puramente morales traiga aparejado un enfriamiento
inmediato del sentimiento patrio, en cuya formación
tienen que entrar, como elemento esencial, el desinterés,
la abnegación, el amor; de ahí que la tendencia á hacer
del hombre una máquina, que será tanto mejor y más
A TKAIIAJAK KN TAZ 'Jl 1
})rüfor¡l>U< cuanto nuís produzca, llevo á los pUí'bloH al
enorvaniieiito, al olvido dr sus tradicionen y do huh glo-
rias, y los conduzca, por fin, á la pérdida de hu propia
personalidad, es decir, á la muerte.
Ahora bien, señores : salid de nuestra capital ; atra-
vesad nuestros campos solitarios, y preguntad al habi-
tante de nuestros ranchos, al hijo de los que nos dieron
patria, si algún hombre, en cumplimiento del programa
de su partido político, se ha acercado á él alguna vez
sin más propósito que el de ayudarlo á elevar su nivel
moral y social, para hablarle de Dios, de virtudes pri-
vadas ó domésticas, de principios cristianos, de orden,
de civilización.
Ese hombre os contestará que, si algún propagandista
político se ha acercado á él, sólo ha sido para inocularle
ó ratificarle pasiones ó tradiciones instintivas, para pe-
dirle su sangre, para estimular sus instintos de guerra
en favor de su partido, para empujarlo por fin á la lu-
cha, en que han revivido todos sus malos instintos cada
vez que han comenzado á amortiguarse, y para olvidarlo
después ó sustituirlo en el trabajo por el hombre venido
de otras tierras, á pretexto de que es mejor, porque es
más dócil, más laborioso, más obediente. Ese hombre
de nuestro rancho os contestará, señores, que, si al-
guna vez ha oído en su vida el nombre de Dios ó el de
Jesucristo, y escuchado palabras de paz, de mansedum-
bre, de perdón de las injurias, de amor á la virtud y odio
al vicio, de sumisión á las leyes divinas y humanas, esas
palabras le han sido dichas, nó por los políticos que se
llaman sus amigos, sino por algún Jacinto Vera que ha
pasado por aquellos campos, ó por algún desconocido
212 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
misionero que ha cruzado aquellas soledades en busca
de almas que salvar, de pobres que evangelizar, de hom-
bres que ennoblecer, de familias que legitimar ante
Dios y ante los hombres. Y en esa obra de civilización,
señores, lejos de contar el misionero con el apoyo de
todos esos políticos que se dicen amigos del pueblo,
¡cuántas veces tiene que luchar con la hostilidad, con
el odio, con la injuria de gran parte de ellos!
Sólo, pues, el espíritu católico, como el espíritu de
Dios que flotaba sobre las aguas del caos, pasa por so-
bre las almas de nuestro pueblo, derramando sobre ellas
palabras germinadoras. Y sólo ese espíritu, señores, pe-
netra hasta la raíz de las acciones humanas, pues sólo
él influye en la conciencia del hombre, la rectifica, la
ilumina, la levanta, la constituye en sanción eficaz de
nuestros actos. Nosotros somos ese espíritu en la vida
cívica de nuestro país : somos la fe cristiana colocada
como base de todo progreso ; somos el progreso moral
antepuesto al simple progreso material ; somos la fe en
la palabra de Cristo, según la cual el pueblo, lo mismo
que el hombre, que busca el reino de Dios y su justicia,
obtendrá por añadidura todo lo demás : bienestar mate-
rial, progreso institucional, paz fecunda; somos pues, esa
paz que se busca para trabajar á su sombra por los in-
tereses de la patria.
¿No será bastante, señores, un programa como ese,
para exigir de nosotros todas nuestras energías de ciu-
dadanos, sin exclusiones ni regateos?
Estas ligeras consideraciones no son un programa
ciertamente, señores ; pero acaso pueden ser el esbozo
ó los fragmentos del que debe regular nuestra acción de
ciudadanos católicos, y darnos un carácter.
Ese es nuestro rumbo cuando menos; esos los propó-
Á TRABAJAR BN PAZ 218
sitos que deben abrigar los representantes católicos ; esa
la razón por la cual yo he reclamado y reclamo y recla-
maré ese título, y sólo ese título.
Para realizar tales propósitos, de nada sirven los pues-
tos elevados, si el que los ocupa no cuenta con el apoyo
popular y social.
Por eso vosotros, señores miembros del Cluh Católico^
debéis trabajar sin cesar porque vuestra organización
no languidezca, y porque vuestra influencia so haga sen-
tir á todo trance en todas las manifestaciones de nues-
tra vida social y también cívica. No esperéis de nuevo,
señores, á ser brutalmente agredidos en vuestros dere-
chos, para organizar vuestra defensa; no esperéis á ver
de nuevo dictadas leyes de opresión por hombres desig-
nados por la tiranía, perseguidas y expulsadas vuestras
comunidades religiosas, amordazada la cátedra sagrada.
No esperéis nada de eso para recordar que también vos-
otros sois ciudadanos, que sois el derecho, y que podéis
ser la fuerza, con sólo buscar la unión en el seno de los
principios fundamentales que os son comunes, y que de-
ben hablar más alto en vuestras almas católicas que las
tradiciones é intereses de otro orden que pudieran divi-
diros ó dispersaros. No confiéis, señores, para la defensa
de nuestra causa, en más recurso que en ese : en la unión,
en la organización, en la disciplina de los católicos. Ya
habéis palpado, señores, el resultado de los otros recur-
sos : sacrificio estéril ; confirmación de los actos de la
tiranía contra nosotros, por muchos de los que con nos-
otros decían combatirla.
214 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
También tenemos necesidad de vuestro precioso con-
curso, señoras.
Acaso alguna vez se ha procurado desdeñar el apoyo
que vosotras prestáis irresistiblemente á la gran causa
religiosa y social en nuestra patria; pero, ó mucbo me
equivoco, ó eso ha sido precisamente porque se le cree
muy poderoso.
Si la naturaleza de vuestra misión sobre la tierra no
os da derechos políticos, tenéis en cambio derechos so-
ciales ; si no hacéis las leyes, hacéis las costumbres, que
las leyes no pueden menos de respetar; si la constitu-
ción no os da la facultad de elegir á los ciudadanos para
los cargos públicos, Dios os ha dado la excelsa facul-
tad de formarlos, de inocularles el ser de vuestro ser, y,
lo que es más grande y más sutil, el perfume cristiano
de vuestras almas.
Es cierto, señoras, que vosotras no vais al campo de
batalla; pero. . . ¡el campo de batalla!
¡ Qué tristes y precarias son las esperanzas que en él
se cifran! ¡Qué distintas de las que se basan en el fiel
desempeño de nuestra misión moral sobre la tierra, se-
ñoras, en el cumplimiento estricto de nuestro deber, en
la firme confianza puesta en los principios conservado-
res católicos que son claros y precisos!
Un recuerdo me asalta en estos momentos, y me feli-
cito de ello, porque sin él hubiera quedado trunco el
pensamiento que preside mis palabras.
Hubo un momento, no muy remoto, en nuestro país, en
que todo parecía derrumbarse ; en que se dijera que todo
tambaleaba : leyes, instituciones, hasta el mismo santua-
rio. Detentadores ilegítimos de la autoridad ó del poder
público hacían de este, nó un elemento de orden y de
felicidad común, sino un instrumento, de origen espurio,
A TKAIIA.ÍAR KN' PAZ 215
de común desgracia. Poco hubiera sido la malversa-
ción de nuestros bienes materiales, ni la supresión de
las formas institucionales, si no se hubiera atentado
contra las conciencias ; no hubiera sido tanto el desco-
nocimiento de los derechos políticos de los ciudadanos,
si no se hubieran desconocido aún los civiles de los hom-
bres; no hubiera sido tan desesperante el atentado con-
tra los partidos políticos y las personas físicas, si no
hubiera existido el peligro de la patria misma, el de la
persona colectiva que forma el estado independiente y
soberano. No se trataba, pues, de las formas ó acciden-
tes, sino de las esencias. Fuimos los católicos, á causa
de nuestra altiva actitud frente al poder ilegítimo y
arbitrario, el objeto preferido de sus injustos ataques ;
se dictaron leyes fundamentales contra nosotros, bajo
la presión irresistible de un hombre; se expulsaron co-
munidades de caridad, con fractura de sus domicilios ;
se pusieron soldados al pie de las cátedras sagradas,
para impedir la predicación de la verdad evangélica, y
se proyectaban nuevas expulsiones y confiscaciones,
que llegaron á ser inminentes, y que hubieran sido irre-
parables.
Vosotras recordáis perfectamente, señoras, aquellos
días de angustia y desesperación de esta sociedad, que
clamaba sin esperanza de ser escuchada.
En esos momentos de ira hacia la tiranía, y de casi
desaliento, yo, como tantos otros, busqué el ángel de la
esperanza parala patria, y creí verlo simbolizado en un
arcángel armado que cruzaba ante mis ojos, y mostraba,
en el campo de batalla, el sitio indispensable de las rei-
vindicaciones heroicas. Formé entonces plena concien-
cia moral, y me adherí, con pasión santa y convicción
plena, á la última revolución popular, no de un partido,
216 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
sino del país entero, y cuyos sucesos me arrancaron los
girones más preciosos de mi alma.
Bien está este recuerdo, aunque parezca lo contrario,
al dirigirme especialmente á vosotras, señoras, que sois
encarnación de la ternura, del amor y de la paz.
Es que yo os debía una satisfacción, y os la quiero
dar; es que yo había dicho en este mismo sitio, y hoy
debo ratificarlo, que el ángel de la esperanza para la
patria no era un arcángel armado; yo había afirmado
que él estaba en vosotras, que formáis las nuevas gene-
raciones en el patriotismo y la virtud ; que él palpitaba
en vuestros corazones cristianos, sonreía en vuestro re-
gazo, ó dormía en esas cunas que vosotras arrullabais
con vuestros maternos y pensativos cantares.
Pues bien, señoras; desencantado, hoy creo lo que
ayer. Hoy espero incomparablemente más de vuestra
dulce y constante solicitud por inspirar á vuestros hijos
el odio al mal y á la tiranía, que del esfuerzo popular
por derrocarla. Vuestros desvelos son siempre hermo-
sos y benditos de Dios ; los esfuerzos populares son ¡ y
cuan á menudo ! disipados por la Providencia, que parece
repetirnos, en la práctica, lo que ya estaba escrito en el
libro santo : « ¡ Maldito el hombre que en el hombre
confía! »
Sí, señores : vamos, vamos todos juntos, cada cual en
su puesto, á trabajar en paz por los intereses de la pa-
tria, dispuestos á soportar las inevitables imperfeccio-
nes de nuestra sociabilidad incipiente. No nos desalen-
temos por sus tropiezos y caídas; todos los pueblos han
tropezado y han padecido congojas. Sólo han muerto
los que se han resuelto á morir.
k TKAHAJAIt KN l'AZ 217
Ya lo veis, señores; os parecería imposible que aun
quedaran energías y entusiasmos en mi espíritu mar-
chito. Es verdad: me siento viejo, aunque sin canas y
quizá sin muchos anos; pero como el muerto aquel de
la leyenda alemana, que creía percibir y distinguir desde
su tumba el casco del caballo del emperador que pasaba
sobre la tierra, yo siento, señores, cuando la voz de mi
causa eterna me llama, que llega el tiempo de arrojar
mis ropas de luto, y vestir de nuevo mi antiguo uni-
forme de soldado. Entonces creo que es y será inextin-
guible mi entusiasmo, y eterna mi juventud.
Vamos, pues, señores, vamos á trabajar, con fe en
nuestros principios, con esperanza en Dios, con pruden-
cia y fortaleza de alma, vamos á trabajar en paz por
los verdaderos intereses de la patria.
Cuando lo hayamos puesto todo de nuestra parte.
Dios hará lo demás ; jDero no antes. No tenemos el dere-
cho de pedir al Cielo que venga á suplir nuestra pereza,
nuestra indiferencia ó nuestra culpable ineptitud en
buscar el reino de Dios y su justicia. Si lo buscamos,
estemos plenamente seguros de que todo lo demás nos
será dado por añadidura: tendremos libertades públi-
cas, progresos administrativos, prosperidades económi-
cas, felicidad individual.
«Los cielos y la tierra pasarán, pero mis palabras no
pasarán». Eso fué lo que dijo el Maestro; Aquél cuyas
palabras, como estrellas polares habitadas por el Espí-
ritu, rigen y regirán, mientras existan estrellas, y aun
más allá, infinitamente más allá, los destinos de los
hombres, y de los pueblos, y de los orbes.
Á los amigos
Discurso pronunciado en el banquete ofrecido al autor por sus ami-
gos, en el salón del Club Católico al regresar de su misión diplo*
mática en España y Francia. -12 de septiembre de 1896.
SUMARIO
Contestando la bienvenida del prelado. — Agradeciendo á los ami-
gos. — Yo creo, Señor; ayuda Tú mi incredulidad. ~ La obra
literaria. — La labor diplomática. — Lo que es la Ce. — El
ciego de Jericó. — Los servicios á la causa católica. — Re-
tribuyendo el abrazo de la amistad.
Todas mis ideas, todo cuanto se me ocurría decir en
este momento embarazoso, para agradecer esta riente
manifestación de afecto que me ofrecéis, señores, tiene
que ceder el paso al reflejo de la impresión que me han
producido las palabras que mi insigne prelado acaba de
dejar caer en el fondo de mi corazón. Dejadme, pues,
estar sólo con él por un momento.
Nó, excelentísimo señor. Mis correligionarios, la causa
católica, vuestra señoría especialmente, no necesitáis
de mí en la patria; lo que os hace desear mi permanen-
cia entre mis hermanos, que yo también desearía, señor,
no son mis méritos. Advertid que estáis padeciendo una
paternal ilusión; advertid que estáis dando demasiado
crédito á vuestro afecto, y que me estáis mirando al
través de un lente que produce, en los ojos de vuestra
alma generosa, una desviación tanto más sensible, cuanto
mayor es la pureza y la diáfana curvatura del cris-
tal ; ese lente es vuestro corazón, señor, vuestro cora-
zón todo transparencia. Nó, excelentísimo señor: nin-
guno de vuestros hijos, y menos yo, es necesario aquí
para la causa católica, mientras estéis vos, que lo ha-
béis sido y lo seréis todo para ella después de Dios ;
que le dais brillo, con el de vuestro nombre ilustre, que
222 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
le dais luz, con la clarísima de vuestra inteligencia, que
le dais la sal de vuestra prudencia, el calor vital de
vuestros ejemplos, el nervio de vuestro carácter.
Yo me inclino, sin embargo, á recoger avergonzado,
pero con gratitud filial, ese aplauso inmerecido que me
tributáis, y lo guardo, como guarda el avaro sus mone-
das de oro, en el fondo de esta mi cerrada caja de cau-
dales: mi corazón, mi memoria.
También recojo vuestro aplauso, señores, amigos
míos; también lo pongo conmovido entre mis joyas. Lo
guardaré con doble llave, para sacarlo como consuelo en
las horas tristes que vendrán, y para incluirlo oportu-
namente en el acervo hereditario que se repartirán mis
hijos.
¿Que os diré, después de eso, sobre los elogios que me
habéis tributado ? Porque es preciso que yo os diga algo,
por más que nada tiene mayor intensidad que el silencio
en estos casos. ¿Deberé decir que no soy acreedor á esos
elogios? Os confieso que tengo una aversión invencible
á las fórmulas banales, á las palabras deshabitadas. Eso
lo dicen todos en las circunstancias en que yo me en-
cuentro ; y yo debo buscar algo personal que deciros,
señores; debo buscar lo más sincero, lo más real que
se halle en mí, para corresponder á la sinceridad con
que vosotros os equivocáis en favor mío.
¿ JElecordáis, señores, la frase aquella del Maestro, en el
Evangelio de San Marcos, «ayuda mi incredulidad»?
Era un padre desgraciado, como lo recordaréis, que ha-
bía traído ante el Salvador que pasaba, su hijo poseído
por un espíritu mudo ; el pobre padre le pedía su am-
paro. Jesús le dijo : Si puedes creer, todas las cosas son
Á LOS AMIGOS '¿Zi
posibles })ara ol que cree. Y el padre le contesta) llo-
rando: Yo creo, Señor; ayuda Tú mi incredulidad.
¡Ayuda Tú mi iucredulidud !
Yo creo, señores, en esto momento, que no soy verda-
deramente acreedor á esta vuestra manifestación de ex-
traordinario aplauso; pero ¿cómo evitar en mí mismo
algún sentimiento de orgullo en presencia de esta es-
pléndida fiesta, que me ofrecéis con tanta sinceridad, po-
niendo á prueba el temple de mi humildad de corazón?
Tengo que llamar á la Verdad, señores, tengo que lla-
marla en ayuda de mi incredulidad.
Y con esa ayuda, puedo deciros con ingenuo corazón
que realmente creo en lo que os digo.
Veamos, pues, esa verdad, señores.
Yo os he oído decir que celebráis en mí al poeta los
unos, al digno representante de la patria en el extran-
jero los otros, al hombre de fe, al católico todos.
Festejáis al literato, al poeta. ¿Pero qué es en mí, se-
ñores, el literato? Apenas una parte de mí mismo, un
accidente de mi vida, una forma mía, una forma amiga
que pasó, que se fué con mi juventud primera. Muy poco
ha quedado, como substancia, del paso de ese fantasma
amable por mi vida, muy poco si se compara con vues-
tros generosos tributos ; ahí están algunos cantos, sin-
ceros es verdad, pero frágiles como esas mariposas
blancas de muselina que aparecen en los soles de verano,
y desaparecen como diluidas en el mismo sol que las
trae.
Y esos mismos cantos, oh amigos, más que vosotros á
mí, soy yo quien los debo á vosotros. Y"© bien recuerdo
vuestras manifestaciones, vuestros entusiastas aplausos
en la época en que tales cantos sonaron en mí; re-
cuerdo cómo la melodiosa repercusión de vuestro aplauso
224 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
en mi alma, era en mí sugestión, estímulo, anhelo de
merecer lo que se me decía ; eran nuevos cantos, pero
cantos vuestros reflejados en mi espíritu. Os estáis,
pues, aplaudiendo á vosotros mismos, desde que es bien
notorio que el poeta, si no es un genio extraordinario
portador de mensajes inauditos, no es sino el intérprete
del medio en que vive. Y es evidente, señores, que yo
no soy un genio.
Pero también festejáis al representante de la nación
que vuelve del extranjero, y también decís que en eso
yo he merecido bien de la patria.
Eso ya es otra cosa, señores, eso ya es otra cosa. Os
he prometido la verdad, y este es el momento psicoló-
gico de la sincera confidencia.
No podéis imaginaros cuánto os agradezco vuestro
bullente tributo, que, como sabéis, otros de mis conciu-
dadanos pensaron en ofrecerme conjuntamente con vos-
otros.
¡ Si supierais, amigos míos, cuánto ha pesado sobre
mi alma esa representación de la patria en el extran-
jero, desde el momento en que, sin una preparación
larga y especial, que no se adquiere expresamente entre
nosotros, la acepté después de mucha vacilación! ¡Si
pudiera describiros la impresión que yo experimentaba,
sobre todo en los primeros tiempos, al ver enarbolada
la bandera de la patria sobre mi casa modesta^ conver-
tida en pedazo desprendido de la patria misma, en el
mástil del barco que me conducía, ó cuando la veía bri-
llar en las escarapelas de mi uniforme diplomático !
Ah, señores, esa bandera tan querida pesaba terrible-
mente sobre mi alma, se transformaba en un fantasma
casi amenazante. ¿Cómo rectificar y dignificar mis ac-
tos? ¿Cómo velar Huficientemente sobre mí mismo, so-
bre mi conducta, sobre mis palabras, liasta sobre mis
miradas, para ipio las accioiios mías no destiñeran jamás
los colores simbólicos de nuestro honor, de nuestro de-
coro y nuestras glorias?
Esas datas que habéis recordado, señores; esos mis
discursos que veo habéis seguido con interés, desde el
pronunciado en nombre de América en el monasterio
de la Rábida, desde las conferencias dadas en el Ateneo
de Madrid, ó en el Teatro Real, ó en los congresos del
centenario, hasta las palabras dichas en lengua que no
era la m^a al poner mis papeles diplomáticos en manos
del presidente de la república francesa, todo eso ha
sido, os lo confieso ingenuamente, una serie de ansieda-
des, de sobresaltos, de verdaderos pánicos para mí; por-
que, al resolverme á ocupar una posición mas visible
que la estrictamente exigida por mi cargo diplomático,
sabía que me colocaba en un puesto de mayor honor,
es cierto, pero también de mucho mayor peligro, que
acaso debía evitar. Y al alzar entonces la cabeza, y ver
la bandera de la patria que me cubría, creía sentir sa-
lir de entre sus pliegues la voz severa de un espíritu,
que yo reconocía perfectamente, y que me decía: aquí
estoy, ¡Cuántas veces hubiera yo pagado á peso de oro,
señores, la facultad de desistir de un compromiso, ó de
excusarme de subir á una tribuna ! ¡ Cuántas veces habrá
pasado por mi imaginación la idea, iba á decir el deseo,
de una enfermedad, de un accidente cualquiera, así
fuera el más desagradable, que justificara mi inasisten-
cia á un acto solemne en que debía hacerme oir!
Yo no he podido descansar hasta este momento, se-
ñores; creédmelo, porque os estoy contando la historia
de mi alma. La bandera de la patria es muy frágil, y al
COÍTF. Y DISC. 15.
226 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
mismo tiempo muy pesada, para ser llevada en hombros
al través del mundo, por quien la ama, sobre todo, como
yo la amo.
Hoy, oh amigos míos, hoy, que al fin recibo vuestro
aplauso, y el de todos mis conciudadanos, experimento
un gran reposo en el alma ; siento, os lo confieso, un
deleite inefable, y una gran necesidad de dar plena fe á
lo que vosotros me decís: que no he sido indigno del
depósito de fe que me ha confiado la patria; que he
llevado con decoro su bandera, y que la traigo, si nó con
mayor gloria, tal cual me fué entregada cuando^ menos:
pura, brillante, digna del respeto de los extraños, como
lo es del amor de los propios, de nuestro amor, oh ami-
gos míos, de nuestro apasionado amor. Gracias, porque
me hacéis creer en eso. Sí: yo quiero creerlo; yo debo
creerlo.
Vosotros celebráis en mí también, y en primer tér-
mino, al correligionario, al católico, al hombre de fe
inquebrantable, al compañero de esfuerzos y de luchas.
Pero ¿es realmente un mérito personal, señores, digno
del tributo que me ofrecéis, el haber recibido de Dios
ese don inapreciable de la fe, que constituye nuestro te-
soro, nuestra gloria, nuestra dicha?
Os he citado antes una frase inmensa del Evangelio.
Otro recuerdo de la misma índole baja no sé desde dónde
en este momento, y se posa en mi memoria : es el del
ciego de Jericó. ¿Lo recordáis? Estaba sentado cerca del
camino pidiendo limosna; oyó tropel de gente que pa-
saba, y preguntó que qué era aquello. Cuando le dijeron
que era Jesús Nazareno que pasaba, el hombre ciego
comenzó á gritar : Jesús, hijo de David, ten misericor-
Á LOS AMI008 227
dia de mí . . . Y, á posar de los que querían hacerlo ca-
llar, seguía gritando el desgraciado con más fuerza :
¡Hijo do David! ¡Hijo do David!
¿ Hocordáis ontonccs á Jesús, seíioros ? ¡ (¿uó hermoso !
jQué grande! ¡Qué bueno! ¡Oh, el Hombre Dios! Se de-
tuvo. ¿Qué quieres que te haga? dijo al hombre sin luz.
Y éste le respondió : Señor, que vea.
— Vé. . . Tu fe te ha hocho salvo.
Y el ciego vio, dice el Evangelio, y seguía á Jesús,
glorificando á Dios.
¡ Qué hondo es todo eso, señores ! ¿ No sentís, como yo,
que esas palabras divinas pasan como un escalofrío al
ras de vuestra carne?
¡Que vea! ¡Que vea! Eso es la fe, señores, eso es la
fe: anhelo humilde y sincero de luz en el hombre; luz
de Dios, palabra de Jesús de Nazaret, que abre nuestros
ojos.
Líbreme Dios de afirmar, señores, que no hay en el
acto de creer un acto de nuestro libre albedrío; sin eso
la fe no sería obligatoria, y menos meritoria. Sí, hay en
nosotros el grito del ciego, la plegaria, el clamor al Hijo
de David ; pero ¿ qué es, señores, el grito del ciego, al
lado de la palabra de Cristo : Ve ?
La fe, señores, es, para el alma, lo que el aire para
los pulmones: es necesario hacer algún esfuerzo de
nuestra parte, es verdad, para respirarlo. ¿Pero qué es
ese esfuerzo, si se le compara con la presión que hace el
aire mismo para penetrar en nuestros pulmones, y en-
cenderlos de vida?
La razón humana, señores, el acto libre del que an-
hela ver, es el pequeño movimiento de inspiración ha-
cia el cielo ; pero la fe, oh amigos míos, vosotros lo sa-
béis y lo sentís como yo, la fe es el aliento, es el espíritu,
228 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
es el Verbo de Dios que penetra en nuestra alma, y liace
en ella la luz, le trae mensajes misteriosos, evidencias
imprevistas que se abren en ella como estrellas fijas,
claridades boreales que se levantan en los horizontes y
nos marcan la eterna ruta del Norte.
Y dice el libro sagrado : Tú niegas al orgullo del sa-
bio, lo que revelas á la humildad de los pequeños.
Dejadme, pues, señores, colocarme entre los peque-
ños; dejadme humillar ante Dios, y ante vosotros, al
sentir vuestros aplausos á mi fe, á fin de no exponerme
á perder, con un acto de orgullo, esa fe que vosotros
festejáis en mí, y que no es sino un don gratuito de
Dios, un reflejo de su gloria, un soplo luminoso de su
infinita misericordia sobre el pedazo de barro de mi
corazón.
¿Por qué recordáis, señores, servicios míos que decís
prestados á la causa de nuestra fe católica, y que juntos
hemos realizado? ¿Puede acaso concebirse una fe que,
siendo verdadera, sea inactiva, en nuestros tiempos so-
bre todo?
La indiferencia es la duda ; la fe, señores, ó deja de
ser tal, ó es dinamismo, es celo, es entusiasmo, es abne-
gación. ¿ Qué otra cosa que un acto de fe activa de vues-
tra parte es esta manifestación que ofrecéis á vuestro
hermano en la causa de Cristo ?
Yo personalmente no la merezco, oh amigos míos.
Porque, ó yo he realizado esos esfuerzos que decís en
pro de nuestra causa, teniendo por móvil el cumpli-
miento del deber que me impone el don gratuito de la
fe, ó los he llevado á efecto buscando los éxitos y los
triunfos de la tierra. Si he perseguido esto último, vos-
i |X>8 AMI008 229
otros no podéis tributarmu vuestro aplauso; mis accio-
nes no hubieran sido meritorias. Y si fuera cierto que
he tenido la suerte de realizarlas buscando sólo la glo-
ria de Dios, ¿por qu(^ mo ])rfimiais, ¡imprudentes! tan
ampliamente en la tierra, y no me dejáis un pobre saldo
siquiera que hacer valer en el cielo? ¿Lo queréis todo
para vosotros, que habéis hecho loque yo?
Oh, nó, amigos míos, no sois imprudentes, ya lo sé.
Yo retiro la palabra, aunque bien habéis comprendido
todo el íntimo sentido del atrevido reproche. También
yo os he comprendido á vosotros: es la ley del corazón,
que es caridad entre cristianos, la que aquí impera, ley
irresistible; es que vosotros me tenéis a-íecto por (jue si,
y sentíais la necesidad, que yo también sentía hace mu-
cho tiempo, de fundir una vez más vuestros corazones
con el del hermano ausente, en este sitio en que tantas
veces hemos sido una sola alma, un solo pensamiento,
una sola aspiración.
Yo correspondo á vuestro abrazo de bienvenida, con
toda la efusión de mi alma; yo pongo una vez más en
vuestras manos la protesta inquebrantable de mi fe, de
mi consagración á la causa de Jesucristo en nuestra
patria; yo os pido, por fin, que me ayudéis á obtener de
Dios la gracia necesaria para que esa fe no vacile en
mi alma, y para que este vuestro viejo camarada no se
haga jamás indigno de esta manifestación de que lo ha-
béis hecho objeto, y con la que habéis comprometido
más y más sus esfuerzos y su vida.
El Arzobispo de Montevideo
Discurso pronunciado en ei banquete ofrecido al Excelentísimo y Re*
verendísimo señor Arzobispo de Montevideo, Monseñor Mariano
Soler, á su regreso del Concilio Latino 'Americano celebrado en
Roma.
SUMARIO
Ofrecimiento. — Monseñor Soler, tercer obispo de Montevideo. —
Las circunstancias de su elección. — El Arzobispo de Mon-
tevideo en el Concilio Latino-Americano. — Concepto de que
goza Monseñor Soler en el Vaticano. — Monseñor Soler se
debe á su patria. — Las actaales perturbaciones del mundo,
y la parte de responsabilidad que corresponde á los cató-
licos en ellas. — La voz de León XIII. — El significado de
las manifestaciones populares á Monseñor Soler. — El brin-
dis filial.
Excmo. y Rvmo. señor:
A mi me corresponde, como presidente de la asam-
blea de católicos, el ofreceros este banquete de bienve-
nida. Os lo ofrezco, señor, en nombre de esa asamblea:
os lo ofrezco en nombre de todos los que, sentados en
esta mesa, creen que comen el pan y beben el vino de
la casa paterna, porque vos los presidís y lo bebéis con
ellos; os lo ofrezco en nombre del pueblo católico: de
ese que habéis visto anteayer salir en masa enorme á
vuestro encuentro, alfombrar de flores vuestro camino,
y llenar las naves de nuestra catedral para recibir vues-
tra bendición; de ese que ha corrido á dar gracias á
Dios porque os había protegido en vuestro viaje, os ha-
bía iluminado en vuestra misión, y os había devuelto,
por fin, al ósculo respetuoso y cariñoso de vuestro pue-
blo que os ama, que os venera, y que se enorgullece de
su insigne prelado metropolitano.
La patria tiene ciertamente motivos para dar gracias
á Dios. Fué El quien la inspiró, sin duda alguna, cuando,
con un movimiento vigoroso y unánime, luchó contra
vos mismo, señor, para arrancaros del alma un ensueño
generoso que quería arrebataros para siempre á la pa-
234 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
tria, y para mostraros en ella vuestro verdadero campo
de acción ; en ella, en esta tierra querida que os vio na-
cer, y á la que pertenecéis porque Dios lo quiere, por-
que nosotros lo queremos, y porque vos también lo que-
réis; fué Dios quien la iluminó cuando vio en vos el
hombre predestinado á recoger la herencia del doliente
obispo mártir, y del primer obispo sembrador del Uru-
guay; fué Él, sin duda, quien la movió, cuando aclamó
en vos por la primera vez, y aclama hoy de nuevo, la
continuación de la tradición de inmaculada doctrina, de
virtud y de celo, que constituye la serie de ilustres pre-
lados que han sido el tesoro de nuestra patria ¡ qué digo
« han sido » ! que son el tesoro de nuestra patria, por-
que las patrias, señores, se forman, no sólo de sus hijos
vivos, sino también, y muy especialmente, de sus gran-
des hijos muertos.
La patria oá ha seguido, señor, con avidez, en vuestras
últimas importantísimas labores ; os ha visto subir á la
cátedra del Concilio Latino -Americano para pronun-
ciar el discurso inaugural de esa memorable asamblea
de nuestra raza, y ha sentido con gratitud, cómo se
reflejaba en su nombre el brillo de vuestro carácter, de
vuestras virtudes y de vuestro saber ; os ha visto acer-
car al Vicario de Cristo, que os llamaba para consultar
vuestras opiniones, y ha advertido cómo el augusto an-
ciano escuchaba con atención vuestros dictámenes. Os
ha visto, por fin, trabajar con energía y eficacia en el
sostenimiento y adelantos del Colegio Pío Latino Ame-
ricano de Roma, por el cual ya recorristeis una vez en
peregrinación nuestra América Española; de ese Co-
legio Latino Americano, vivero fecundo del clero de
nuestro continente, corazón que, unido íntimamente al
del representante de Cristo, derrama por las arterias de
ici. AK/<)iiisi>o i>K .M()N"ri;vii>i:() 286
iiiiostra Amórica lu savia d»' la doctrina, y envía por
todos sus ámbitos tíjcmplos do ciencia y do virtud, <jue,
como vos, señor, y como osos dos prolados insignes que
comparten con vos la ¡¡aternidad osj)iritual on ostc; ban-
quete fraternal de vuestros hijos, son honra y prez de
aquel colegio romano, y justo título de orgullo para sus
patrias respectivas.
Pero la patria os ha seguido de lejos, señor, en vues-
tras labores en la ciudad eterna. Yo, que tuve la honra
de gestionar, como enviado diplomático, la erección de
la sede metropolitana de Montevideo; yo, que tuve la
fortuna de recibir vuestra primera bendición pastoral,
cuando recibisteis vuestra excelsa investidura, yo he
podido ver de cerca todo el prestigio de vuestra per-
sona en la ciudad eterna, y todo el respeto que habéis
sabido conquistar allí con vuestras virtudes y vuestra
inteligencia.
Yo os he visto atravesar la puerta de bronce en que
termina la columnata del Bernini, y penetrar al Vati-
cano como á vuestra casa solariega; yo os he visto de-
volver, con noble inclinación de cabeza, el saludo de
la guardia suiza de casco de bronce cubierto de crin
blanca, pasar sereno ante la guardia noble, cruzar la
semiobscuridad de las antesalas del cardenal secretario
de Estado, y he oído, en pos vuestro, lo que vos no escu-
chabais ya: el acento de veneración con que se pronun-
ciaba vuestro nombre en aquella casa que es el centro
del mundo ; el tono de admiración con que allí se de-
cían los unos á los otros al veros pasar: « es el Arzobispo
de Montevideo».
¡Oh! ¡El nombre de la patria! ¡El nombre de la pa-
236 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
tria pronunciado con respeto y admiración allá lejos !
Gracias, señor, por los momentos aquellos de satisfac-
ción que experimentó mi alma, al sentir reflejarse sobre
ese querido nombre la luz solar y el prestigio que de
vuestro nombre irradiaban.
Pero yo tuve ocasión de ver algo más fundamental
que eso que deleitaba mis sentidos: tuve entonces oca-
sión de convencerme de que León XIII os tiene in
jpecto7'e, y de que vuestro nombre no se confunde entre
los de tantos prelados eminentes que cruzan constante-
mente por su pensamiento luminoso. El cardenal Ram-
polla me hablaba de vos como del liombre indiscutible
y transparente ; y oí entonces decir que el pueblo os
llamaba allá en Roma afectuosamente ü cittadino ro-
mano, no sé si porque quiere incorporar á sus glorias
la gloria de vuestro nombre, ó si porque realmente
vuestra figura clásica, reflejo fiel de vuestra alma se-
rena y siempre fija en la esencia de las cosas, recuerda
alguno de aquellos cardenales medioevales, en que el
pincel de Rafael quiso inmortalizar el tipo señorial de
la nobleza romana.
Pero nó, señores ; agradezcamos, en buena hora, ese
testimonio de veneración y simpatía del pueblo católico
de Roma, hacia nuestro insigne metropolitano; pero
apresurémonos á decir que es nuestro. Él es y será siem-
pre, con la gracia de Dios, el hijo fiel de la Iglesia Ro-
mana; pero es y será siempre, también con la gracia de
Dios, el ciudadano ilustre de la nación oriental que lo
reclama.
BL AKZOUIHPO DB MONTBVIOBO 987
Sed, pues, el bienvenido, señor, al seno de esta vues-
tra patria que os esperaba y que os necesitaba.
El mundo entero atraviesa una época de caóticas per-
turbaciones y de pálidos desalientos. Vos venís de pal-
parlo, señor, en la Europa revolucionada, que nos envía
sus doctrinas y sus ejemplos. El si^lo termina en un cre-
púsculo de cieno, después de haber comenzado en una
aiu-ora de sangre. Los ideales se van confundiendo y
obscureciendo; la humanidad pierde el rumbo. Las pro-
mesas de la revolución anticristiana eran sangrientas
ánforas vacías; se van extinguiendo también las espe-
ranzas que se cifraban en restauraciones monárquicas
ó en combinaciones puramente políticas, que prescin-
den por completo, cuando no hostilizan, el reinado so-
cial de Jesucristo.
Se busca la paz, y se enciende cada vez más la gue-
rra; se busca la riqueza, y se aumenta cada vez más la
miseria de la inmensa mayoría de los hombres; se busca
calmar y satisfacer al pueblo, incitándolo á la conquista
de sus derechos, y sólo se consigue excitar sus pasiones,
desenfrenarlo, y hacer de él el más terrible de los ene-
migos que amenazan la paz y la felicidad sociales.
¿ Cuáles sou las causas de ese deplorable estado del
mundo europeo?
Las causas son varias, señores ; pero nosotros debe-
mos fijarnos muy especialmente en la parte que han to-
mado los mismos católicos en ese derrumbe de los gran-
des ideales en Europa. Los católicos, señores, adolecen
quizá de un defecto fundamental: se toman muy á me-
nudo gran trabajo en hacer á sus contrarios el examen
de conciencia; pero no siempre se preocupan de hacer
debidamente el examen de la propia; se inoculan mutua-
mente el odio contra los tiranos exteriores de su causa.
238 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
contra los liberales impíos; pero muy pocas veces se
acuerdan de los cómplices de esos tiranos, de los propios
defectos católicos, de la falta de obediencia á los prela-
dos, y hasta al Papa mismo, de la adhesión apasionada
á la propia opinión, de la indiferencia, de la soberbia,
de la indisciplina dentro de las propias filas. Ellos han
olvidado muchas veces lo esencial, para preocuparse sólo
de lo accidental; ellos han pospuesto muchas veces la
causa soberana del catolicismo, que es donde está la
única salvación, á causas transitorias y puramente hu-
manas; se han dividido, se han dispersado, se han com-
batido, se han aniquilado, ya persiguiendo restauracio-
nes dinásticas ó ideales individuales, ya dejándose llevar
de móviles políticos, con prescindencia completa de los
ideales cristianos. Y ha sido necesario que León XIII
les dé voces, que casi no se oyen entre el fragor de las
luchas y preo.cupaciones políticas, para recordarles la
causa soberana. «Nó, les ha dicho, no identifiquéis la
causa de Dios con la de los hombres; no atéis la Igle-
sia alo que pasa, porque ella es inmutable; no la ama-
rréis á lo que lucha, porque ella es la paz en el mundo . . .
La Iglesia, agregó el gran Pontífice, no se adhiere sino á
un solo cadáver; al de Aquel que murió en la Cruz, por-
que con Él resucitará».
La voz de León XIII, señores, es la voz de la espe-
ranza; ella y sólo ella puede salvar las sociedades va-
cilantes.
Ella y sólo ella debe dirigirnos también á nosotros,
los católicos uruguayos, en nuestros esfuerzos en pro de
la felicidad moral y material de la patria.
Estas manifestaciones de que es objeto nuestro ilus-
■L AIIZOHIKPO UK MONTBVIOBO 289
tre prolado metropolitano, manifostacíoncB católicaH
como jamás so liahían visto en la ciudad de Montevideo,
son una protesta de amor y de veneración á la persona
de nuestro querido pastor ; pero son también, acaso ante
todo, una protesta de adhesión á las enseñanzas de
León XIII; son también una protesta de la necesidad
de unión y de organización que experimenta el pueblo
católico uruguayo ; son una voz que quiere llegar elo-
cuente y vigorosa á los oídos del Jefe de la Iglesia, para
decirle : aquí estamos.
Aquí estamos, pues, señor; vos sois el único repre-
sentante del Vicario de Cristo; vos sois nuestro padre y
nuestro capitán.
Queremos acompañaros, señor; queremos acataros y
obedeceros. Mareadnos el rumbo, que los católicos uru-
guayos miraremos como luz del Norte el brillo de vues-
tro báculo y de vuestra cruz pectoral; que los católicos
orientales seguiremos las cruces negras de vuestro palio,
tejido con el vellón de los corderos de Santa Inés, como
en otro tiempo seguían los soldados el penacho blanco
del rey caballero, en las gloriosas batallas de la patria
de San Luis.
Confirmad vos. señor, con vuestra bendición, nuestros
propósitos de unión y de fidelidad á la causa de Cristo
y de su Iglesia libertadora. Retribuid nuestro saludo
filial, saludándonos una vez más con la celeste frase del
Divino Maestro: «La paz sea con vosotros».
Y mirad, ¡oh señor! con cuánta cordialidad bebemos
en vuestro honor la copa que levanto en este nuestro
banquete fraternal, concentrando en la ternura de mi
palabra la armoniosa vibración de los corazones de to-
dos los que aquí estamos.
Señores: levantemos nuestra copa en honor de núes-
240 CONFIQRBNCIAS Y DISCURSOS
tro querido y venerable prelado. Que Dios bendiga
nuestros votos antes de formularlos ... Y ahora, seño-
res, pidámosle que proteja su vida, que ilumine su en-
tendimiento, que lo colme de felicidades, porque la lum-
bre de su espíritu será la luz de la patria, y la felicidad
de su vida es la dicha y la alegría de sus hijos.
Unión Católica del Uruguay
Discurso pronunciado en el tercer Congreso Católico Uruguayo,
celebrado en Montevideo, el mes de Noviembre de 1900
SUMARIO
El tercer Congreso Católico Uruguayo. — Un lapso de siete años.
— Causas. — La Unión Católica. — No se refiere á los ar-
tículos de la fe. — Tampoco á formas de gobierno ó tradi-
ciones políticas. — Objeto característico de la Unión Católica
del Uruguay.— El partido católico del porvenir. — Cifras de
sa programa. — Muertos, dormid : no es hora todavía. —
El "leader" del futuro. — Clodoveo el sicambro. — Cristo
vive, reina, impera.
cosT. r Disc. 16.
Excmo. y Rvmo. señor:
Vengo á hacerme el intérprete del espíritu de este
tercer Congreso Católico del Uruguay, el eco de vues-
tro propio espíritu, señores, y á proclamar, una vez más,
la constitución de la Unión Católica en la república.
El actual congreso es la continuación del celebrado
en Enero de 1893, continuación á su vez del primero de
la serie, que tuvo lugar el año 1889, bajo la presidencia
del limo. Monseñor Yéregui, de santa memoria y per-
durable.
Ha transcurrido, pues, un lapso de siete años, sin que
los católicos, dispersos por el territorio de la república,
se hayan reunido en estas fecundas asambleas, á pensar
en lo que más aman, y á uniformar sus opiniones y sus
esfuerzos, en pro de la causa de la civilización cristiana
en nuestra vida cívica.
¡Siete años! Es indudablemente demasiado tiempo el
que hemos pasado sin vernos, señores, Windthorst, la
pequeña eminencia alemana, llamaba á los congresos ca-
tólicos, que se reunían en torno suyo, nuestras manio-
bras de otoño. Si lo fueran entre nosotros, muy largo
hubiera sido nuestro último invierno ; muy enmohecidas
244 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
tendrían que estar nuestras armas, y Harto atrasados
sus sistemas; muy entumecidas por el frío nuestras ma-
nos, y en extremo desteñidos por el sol invernal los co-
lores de nuestra bandera.
¿Será que el anhelo por la gloria de Dios ha langui-
decido en el alma uruguaya? ¿Es que realmente ha
decaído el entusiasmo de otros tiempos en pro de la
causa católica? ¿Es que ya los cristianos de esta tierra
generosa no quieren hacer del amor á Jesucristo y á su
Iglesia su amor soberano, y la suprema de sus glorias?
¿O es acaso que el laicismo católico no se resuelve ya,
como en otros tiempos, á aceptar la misión de colabo-
rar en la obra de Dios y de su Iglesia, y está dispuesto
á abandonar á ésta en manos de sus enemigos, atraí-
dos los hombres por otros ideales, por otros intereses,
que consideran más dignos de sus labores cotidianas,
y más merecedores de sus esfuerzos y sacrificios?
Nó, señores: yo miro esta asamblea rebosante, y veo
que aquí estamos todos; á todos nos anima el espíritu
bienhechor de los mejores tiempos. Un toque de lla-
mada ha sido bastante para agrupar de nuevo á los sol-
dados leales que parecían haberse distraído, y para
hacerles recobrar la actitud atenta y marcial del que
espera, con la mirada fija en el horizonte, las nuevas vo-
ces de atención del clarín inteligente. Yo veo aquí á
los viejos compañeros de veinte años atrás, unidos á los
que en ese largo período de luchas y de esfuerzos han
ido engrosando nuestras filas ; yo he visto el entusias-
mo con que todos los delegados de la república han to-
mado parte en las deliberaciones de este congreso, y
me he convencido ¡gracias á Dios! de que, si ha habido
un eclipse en la acción católica colectiva del Uruguay,
no ha sido porque haya decrecido en luz ó en calor el
UNIÓN CATÓLICA DKL IIIUOUAT 246
astro de la fe, sino porque sobre su disco, siempre lu-
minoso, se ha proyectado la sombra de extraños acon-
tecimientos. De entre esa sombra brota de nuevo, seño-
res, la cara del astro tutelar: es la fe católica que nos
llama, y nos sonríe, y nos marca la ruta; es la concien-
cia del deber que brota del fondo de nuestros almas, dis-
persando las tinieblas ; es Cristo, Cristo Redentor del
mundo, que, al finalizar el siglo xix, nos recuerda que
aún vive, que aún reina, que aún impera, y que aún
tiene derechos absolutos sobre nosotros.
Estoy hablando, pues, á hermanos incondicionales,
á católicos que saben están en la obligación de abrazar
la causa de Jesucristo y de su Iglesia en el Uruguay
como la causa soberana, y de que su triunfo, en todas las
manifestaciones de la vida nacional, debe ser el objeto
primordial de sus esfuerzos.
¿Por qué entonces, señores, se me ha encargado que
diserte esta noche sobre la Unión Católica del Uru-
guay? ¿No existe, por dicha, esa unión entre nosotros?
¿Hay alguien que niege con Arrio, por ejemplo, la di-
vinidad del Verbo, ó con Nestorio la unión de la divi-
nidad y de la humanidad en una misma persona? ¿Hay
alguno que, con Focio ó con Lutero ó con el filoso-
fismo, proclame la rebelión contra el papa, ó el libre
examen? ¿Hay católico en esta asamblea, que se sienta
inficionado del naturalismo moderno, y niegue la exis-
tencia de lo sobrenatural ó la influencia de la gracia
divina sobre el hombre degenerado por el pecado ori-
ginal, y condenado por él á la concupiscencia y á la
muerte?
Nó, indudablemente : todos creemos en Jesucristo el
246 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
Verbo increado que era al principio y estaba en Dios
y era Dios; en el Verbo en que estaba la vida; en el
que era Luz de los hombres, resplandeciente en las ti-
nieblas; en Jesucristo, el Hijo Unigénito de Dios, na-
cido del Padre antes de los siglos, Dios de Dios, Luz de
Luz, Dios verdadero, Hombre verdadero evocado por
el Espíritu Santo en las entrañas virginales de la sola
mujer incontaminada, Redentor del mundo por el do-
lor, el sacrificio y la muerte, Juez que juzgará un día á
los vivos y á los muertos, y cuyo reino jamás tendrá
fin. Todos creemos en la Iglesia que el VerKo huma-
nado fundó sobre la tierra, sociedad perfecta, de origen
divino inmediato, independiente de todo poder hu-
mano, superior por su origen y por sus fines á toda
otra sociedad, dominadora del tiempo y del espacio, y
que comprende en su seno á todos los pueblos y nacio-
nes, sin poder ser comprendida por ninguno de ellos.
Todos creemos en la existencia de esa Iglesia en el
mundo, bajo la dirección infalible del representante de
Jesucristo, á quien protestamos nuestra incondicional
adhesión, y del obispo que Dios nos ha designado, y á
cuya autoridad, de origen también divino, prestamos
nuestro filial acatamiento.
Eso creemos ; eso, y todo cuanto la Iglesia nos dice
que es verdad revelada. Y son esas verdades las que nos
unen con vínculo indisoluble, y nos unirán siempre por
la misericordia de Dios.
En otros pueblos, señores, dentro de la unidad del
dogma y de la doctrina y de las costumbres, existen
causas poderosas que han imj)edido la unión de los ca-
tólicos, y dado el triunfo, en la sociedad política, á los
enemigos de Jesucristo. Divergencias de opinión sobre
formas de gobierno, sobre tradiciones políticas, sobre
UNIÓN CATÓLICA I>KL LRU(»LAV 217
cuestiones dinástioas s<Tular<'s, liiiii dividido ú lo« cató-
licos, 1^110, empujados por la pasiúii, niuchas veces í^íMie-
rosa, pero no siempre regulada })or la razón, han em|)e-
(jueñecido la causa eterna de Dios y de su Cristo, iden-
tificándola en absoluto con las formas transitorias y
fugaces de los hombres, hasta el punto de creer (jue la
destrucción de las antiguas forman importa la destruc-
ción de las substancias eternamente nuevas. Inútil ha
sido muchas veces que el mismo representante de Dios
haya hecho oir su voz, con dulzura primeramente, y
con severa firmeza después; inútil que haya recordado
á sus hijos los principios más elementales de la doctrina
católica, según los cuales no hay más autoridad eterna-
mente legítima que la de Dios, fuente única é inagota-
ble de toda autoridad, cualquiera que sea la forma en
que ésta se personifique.
El non servianí del ángel rebelde se ha dejado oir
algunas veces, aun entre los leales; la voz de la pasión
ó de la rutina ha dominado la misma voz del vicario de
Cristo, y la unión de los católicos ha sido imposible. Su
derrota, por consiguiente, ha resultado inevitable, y des-
graciadamente merecida, ya que los católicos no deben
aspirar á que Dios haga milagros para suplir su iner-
cia, su soberbia, su indisciplina, ó su falta de celo labo-
rioso é inteligente.
¿Existe algo de eso entre nosotros?
Nó, felizmente, señores. Entre nosotros, las nociones
de patria y democracia se identifican en nuestra alma,
como se identifican la de democracia y la de forma re-
presentativa republicana. Todos reconocemos al pue-
blo, como el cauce natural por donde debe pasar la
248 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
autoridadj desde su fuente divina hasta los hombres
que han de ejercerla eu la sociedad; todos queremos
y proclamamos y defendemos la misma legitimidad,
fundada sólo, como fundamento inmediato, en la vo-
luntad nacional genuinamente representada, que es
el medio que más racionalmente conduce al verda-
dero ideal de gobierno: el gobierno de los más aptos y
mejores; todos escuchamos, sin reservas mentales, la
palabra del papa, y no sometemos ligeramente la opi-
nión de nuestro obispo á la revisión de nuestra crítica
atrevida.
¿Cuál es entonces la unión que en este momento debo
yo inculcar á mis hermanos en Cristo y en la democra-
cia, para que el tercer Congreso Católico del Uruguay
tenga eficacia y consecuencias perdurables?
Es, señores, la unión en lo secundario, puesto que en
lo primario estamos ya unidos ; es la unión en aquello
que está librado á las controversias de los hombres, en
aquello en que todos y cada uno creemos tener razón,
con intención recta y completa buena fe; en aquello
que diferencia al ciudadano que ama á la patria, del
soldado que la defiende formando ejército. Más que la
unión católica, estoy, pues, en el deber de inculcar á
mis correligionarios la disciplina en la acción católica,
y, ante todo y sobre todo, la. acción misma, el celo por
la gloria de Jesucristo Redentor del mundo, tomada
como suprema aspiración de la vida, y abrazada como
objeto más que suficiente para absorber toda la activi-
dad de nuestra fe de cristianos, y todo el esfuerzo de
nuestro carácter de ciudadanos.
No se trata, por consiguiente, de constituir, con la
creación de la Unión Católica del Uruguay, una nueva
corporación puramente piadosa ; la práctica de la Re-
|INI(')N CATÓLICA DKI, CKCfiCAV 24Í)
ligión se prcsupono en .sus dcforisores, sti presume en la
Unión Católica; poro ella no forma el objeto que la
caracteriza y diferencia. Se trata de ejercitar una vir-
tud que es más grande aún que la piedad religiosa: la
caridad en su acepción más excelsa, que es el celo por
la gloria de Dios en la sociedad y en las almas; se trata
de constituir el núcleo de la gran masa de elemento»
cívicos católicos del país; de imprimirá éstos el movi-
miento tendente á la defensa eficaz ¡eficaz sobre todo,
señores! de nuestros principios, contra las agresiones
de que son objeto por parte de otras agrupaciones cí-
vicas; se trata de formar, con ese objeto, una entidad
directiva, compuesta de estadistas, de pensadores, de pu-
blicistas, de hombres prácticos y sagaces, conocedores
de los recursos que han de ponerse en juego, y conven-
cidos de que, como ha dicho un gran pensador, el éxito,
en la mayor parte de los casos, depende de saber cuánto
tiempo es necesario para alcanzarlo; se trata de agru-
par inteligencias, experiencias, estudios, actividades,
recursos de todo género, para influir á favor de nues-
tros principios, en la vida cívica de la nación, para ro-
dearlos de los prestigios humanos, haciendo nuestros
todos los medios buenos ó indiferentes que, según el
sentir general de las gentes en nuestra época, y no sólo
según el sentir de las personas privilegiadas por Dios
con el don de la piedad, dan prestigio á las causas en
lucha, y las conducen al triunfo. La Unión Católica, se-
ñores, no tiene por objeto principal el enfervorizarnos
en nuestra vida individual, ni el darnos ocasiones de ma-
nifestar ese santo fervor. El simple hecho de no mani-
festar ese piadoso sentimiento, aunque se experimente
vigoroso en el alma, puede llegar á ser, en ciertas oca-
siones, una gran virtud en nuestros tiempos, como puede
250 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
llegar á ser un vicio ó una debilidad su manifestación
extemporánea, que muchas veces puede ser una simple
ostentación sin grandes quilates de virtud.
Yo, señores, he consagrado, bien ó mal, pero he con-
sagrado mi vida entera á la satisfacción de ese anhelo ;
todo lo he abandonado y quiero abandonarlo por él.
Cual si estuviera ligado por un voto superior á mi vo-
luntad, he renunciado al mundo, para encerrarme en el
claustro solitario de mis ensueños de fe, y esj)erar en
él la hora de una resurrección, y apresurarla, si fuera
posible, con mi labor sin tregua.
Sí, señores : yo soy un viejo soñador incorregible.
Yo quiero creer que, en estas nuestras asambleas ca-
tólicas, estamos haciendo historia.
Yo he soñado muchas veces en un momento del por-
venir de mi patria, de mi patria cristiana, en que un
gran partido político se reunirá á recordar estas asam-
bleas, á pronunciar nuestros nombres llamándonos pre-
cursores ó predecesores, y á repetir respetuoso nuestras
palabras, las palabras pronunciadas en este congreso,
como la gloriosa genealogía de su existencia; yo he
visto, en mis ensueños, á todos mis hermanos en la fe,
agrupados en torno de la bandera soberana que hoy nos
congrega, librar briosos y compactos las generosas
batallas de los anhelos populares; yo los he seguido,
primero en las derrotas fecundas, después en el clarear
de las esperanzas luminosas, y, por fin, en las victorias
institucionales; yo los he visto prescindir de todo mó-
vil secundario, de todo propósito divergente, y he oído
correr entre sus filas numerosas el santo y seña único é
inmortal: el mismo, señores, que hoy á nosotros nos
UNIÓN ( ATí'n.ICA UKt. JRI (ÍIAV '^1
conpre^a : (^risfo rire, (^rinto reina, ('risto impera por
JOX MÍ(j/o.S (le ¡OH xiíjloH.
Y yo hü visto más; he clistiní;ui(J(^ pcrfectaiiiente,
desde mi claustro, los colores de su bandera que pasaba:
«rau los de la patria independiente amada hasta el sa-
crificio: he leído las cifras do su propjrama: eran lasdel
Evangelio, es decir, las fórmulas únicas y eternas déla
verdadera libertad.
En él estaba escrita, y puesta bajo la protección de
Dios Omnipotente, la fórmula verdadera de la democra-
cia, es decir, el orden civil en i\ue todas las fuerzas so-
ciales, jurídicas y económicas, en la plenitud de su des-
arrollo jerárquico, cooperan proporcional mente al bien
común, para tender, en último resultado, al bien prepon-
derante de las clases inferiores, al bien preponderante de
los pobres^ de los débiles, de los más semejantes á Je-
sucristo, el Hijo del obrero de Nazaret, el divino pobre
crucificado; e;i él estaba escrita, sin reservas ni reticen-
cias, la fórmula representativa republicana, el derecho de
los pueblos á hacer oir y á hacer respetar su voluntad,
libremente manifestada, en la formación de los poderes
públicos, interpretando con esa voluntad popular la vo-
luntad de Dios; pues Dios, que ha dado al hombre el
imperioso instinto social, le ha dado con él la facultad
natural de acertar en la designación de los que deben
regirla en el nombre del Señor, y para el cumplimiento
de su voluntad soberana ; yo he leído, en ese programa
político del porvenir, un plan de relaciones internacio-
nales, que definirá la personalidad y la misión de nues-
tra patria en el concierto de las naciones soberanas, y
la hará ocupar supuesto de racional influencia; he visto
escrita en él la representación proporcional del pueblo
en el seno de las asambleas legislativas, la organización
252 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
comunal que anima y vivifica los diversos núcleos de
palpitación en el organismo político, la libertad verda-
dera de enseñanza, la soberanía del padre de familia
en el seno de la sociedad doméstica, la del pueblo en el
de la sociedad civil, la de la Iglesia de Cristo, la más
santa de las soberanías, en el seno perturbado del uni-
verso. Yo he visto á esos mis bravos coreligionarios del
porvenir, cegar los fosos enemigos con los cadáveres de
sus propios derechos desconocidos y atropellados al prin-
cipio, sin por eso abandonar el orden institucional ni la
fe en la labor pacífica y perseverante, y pasar después
sobre aquellos cadáveres para escalar la cindadela que
parecía inexpugnable, y realizar en ella los otros ar-
tículos de su programa: adelantarse á la sangrienta re-
volución de las masas, realizando pacíficamente la revo-
lución de las ideas, la que funde los conceptos de justicia
y caridad, la que da al Estado cristiano una cierta in-
tervención en la organización económica de la sociedad,
en la distribución de la riqueza, en el valor absoluto del
trabajo humano; acercar á Europa las costas privile-
giadas de la patria, abriendo puertos en nuestro esplén-
dido litoral atlántico, en que está nuestro tesoro escon-
dido, el tesoro exclusivo del Uruguay entre todos sus
hermanos de la América subtropical; regular el im-
puesto, no sólo al capital, sino también á la renta; cerrar
las aduanas sólo lo suficiente para hacer de ellas fuen-
tes de recursos, sin convertirlas en obstáculo al libre des-
arrollo de las leyes naturales del intercambio comercial:
señalar, tendiendo hacia ellos, todos los progresos, todas
las audacias, todas las libertades hijas del principio
cristiano, que todas ellas caben, señores, y se desarro-
llan ampliamente en el cuadro espléndido del Evange-
lio. Porque ó no existe la democracia en el seno del
UKIüN CATÓI.KJA DKI, I IllíH.'AY 2651
mundo, sonoros, ó ella existo, en la ploiiitud de sua her-
mosas armonías, en el seno eternamente fecundo de
nuestra fe católica, la libertadora del liombre, la (jue lo
emancipa, no sólo de los tiranos que hacen violencia a
su cuerpo, sino, muy principalmente, de los que se la ha-
cen á su alma, arrancándole la libertad: las pasiones, las
concupiscencias de los vicios, las soberbias.
Eso y mucho más estaba escrito en el programa del
partido de mis ensueños. Con él se conservaba y acataba
nuestra constitución, por medio de un régimen concor-
datorio debido á la inagotable benevolencia de la Igle-
sia para con sus hijos fieles; con él demostrábamos,
como lo hace la Bélgica, la nación más libre y mejor ad-
ministrada del mundo, que el progreso moral, que se ha-
lla sólo en la Iglesia de Cristo, no sólo no está reñido, sino
que es el gran propulsor de todos los progresos mate-
riales, pues todos pueden y deben contribuir al reinado
de Jesucristo, á la difusión del Evangelio, y á la salva-
ción de las almas ; con él reivindicábamos, por fin, ese
título de liberales, que nos han arrebatado, para hacerse
con él una careta siniestra, los eternos enemigos de la
libertad cristiana.
Pero, señores, dejemos que esa ráfaga del porvenir
pase rápida sobre nuestro presente, despertando sólo lo
que debe despertarse. Es ahora en mis labios como la
ráfaga aquella de la mañana que, según el poeta, re-
fresca la frente del labrador dormido, y le dice ¡leván-
tate y trabaja!; toca las plumas del gallo entumecido, y
le dice ¡despiértate y canta!; sacude las ramas de los
árboles inmóviles, y les dice ¡despertad á vuestros ni-
dos!. . . Pero atraviesa el inmediato cementerio de la
aldea que sacude el sueño, y, al pasar sobre las tumbas
silenciosas, les dice con un ritmo melancólico y sutil:
¡ Muertos, dormid ; no es hora todavía !
254 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
No es hora todavía, señores ; sólo como de un ensueño
de nuestras almas podemos hablar del anhelo generoso
de la organización política del elemento católico ; hay
circunstancias que se oponen á ello. Pero eso, lejos de
excluir la unión eficaz de ese elemento en que están
cifradas las esperanzas de la patria, debe estimularnos
en la realización de esa unión firme en lo accidental de
que antes os he hablado, que es el objeto perseguido
por este congreso que celebramos en homenaje á Jesu-
cristo Redentor, y que bien pudiera ser un primer es-
tremecimiento que anuncie la aurora del sábado, el re-
surrexit del ángel luminoso, bajado del cielo para remo-
ver la piedra del sepulcro solitario.
Señores :
Ha habido naciones en que, por haberlo merecido,
Dios ha suscitado eminentes ciudadanos que, por sus
virtudes, sus talentos y sus prestigios, han sido acla-
mados unánimente por los católicos, como los caudillos
indiscutibles y providenciales de su causa: O'Conell en
Irlanda, Mallincrodt y "Windthosrt en Alemania, "Wal-
ker Martínez en Chile, han constituido, por si solos,
núcleos de unión y de resistencia primero, y bandera de
victoria después.
Entre nosotros, señores, ese hombre de talentos y
virtudes excepcionales, ese Windthort oriental, que
pudiera ser por si solo núcleo de unión y esperanza de
victoria, no aparece todavía ; el mensajero no ha llegado
aún ; acaso está en viaje hacia nosotros, y llegará cuando
sepamos merecerlo ; pero aún no está aquí, ó, si está,
no sabemos distinguirlo.
UNIÓN CATÓLICA DEL URUGUAY 266
J
Nos es, pues, indispensable formar una entidad colec-
tiva que lo sustituya, sumar todos nuestros pequeños
méritos, todos nuestros ])equefios prostituios, renunciar
á nuestras opiniones individuales, olvidar, aniquilar
nuestra propia personalidad, para fundir, con abnega-
ción cristiana, todos esos méritos, todos esos prestigios
en la entidad colectiva que hemos aclamado con el nom-
bre de Unión Católica.
Aseguran algunos teólogos, señores, que si se diera
el caso de un hombre que hubiera guardado la ley na-
tural, y se acercara á la muerte sin haber podido reci-
bir el bautismo, que es la llave de oro de las eternas
puertas azules, Dios enviaría expresamente un ángel
que derramara sobre la cabeza de aquel justo las rege-
neradoras aguas bautismales.
Yo casi me atr-evería á afirmar que, si se diera el
caso de que el elemento católico oriental fuera fiel á
las bases de unión en la acción, que acaba de sancionar
libremente en este tercer congreso uruguayo; si lle-
vara lealmente á la práctica la resolución de prestigiar
y vigorizar la autoridad colectiva que se ha dado con
la elección del directorio de la Unión Católica, Dios
suscitaría, tarde ó temprano, en el laicato católico
oriental, el hombre superior á nosotros, el hombre de
inteligencia, de abnegación, de acción y de carácter, de
prestigio y de autoridad, á quien podríamos aclamar
unánimemente como el caudillo laico providencial que
en otros pueblos ha sido la gloria del catolicismo, y el
tipo excelso del soldado de Cristo.
Sin ese espíritu de unión y disciplina, señores, no
aparecerá jamás el Windthort de la nación uruguaya;
y si apareciera, pasaría inadvertido, así fuera un verda-
dero genio profético. Sin esa unión, no organizaremos
256 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
jamás nuestras fuerzas ; no estaremos jamás habilita-
dos, por consiguiente, para instaurar y llevar á efecto las
grandes reivindicaciones que todos unánimemente an-
helamos.
Sí, todos las anhelamos, señores, y quisiéramos reali-
zarlas nosotros mismos, ¿no es verdad? quisiéramos
realizarlas en el día de hoy, y muy radicales, muy jus-
ticieras, sin transacciones con el mal.
¡ Oh, los extremistas, los mártires de deseo ! ¡ Qué sim-
páticos son!
Y sin embargo, señores, no siempre son los que de-
ben predominar en la acción cívica, si hemos de seguir
el consejo del Evangelio, de ser candidos como palomas,
pero también astutos como serpientes. Esos extremis-
tas, señores, no son, por otra parte, los más perseveran-
tes; no siempre se les encuentra en primera fila en los
momentos de acción. Todo leader de una grande idea,
dice un eminente pensador, tiene que luchar, por una
parte, con los enemigos abiertos y declarados de la idea;
y, por otra parte, con su defensores ó abogados extre-
mos, que desean lo imposible, y que dan la mano á sus
opositores extremos, por tal de batir á los amigos razo-
nables de dicha idea.
El generoso anhelo de realizar hoy mismo, sin pér-
dida de minuto, nuestros propósitos, señores, me re-
cuerda la historia de Clodoveo, el rey sicambro, aun
fiero y recién convertido al cristianismo. Cuando, con
los ojos muy abiertos y apoyado en su enorme mando-
ble, oía el doloroso relato de la pasión de Nuestro Señor
Jesucristo; cuando se le narraban sus persecuciones, su
prisión, sus escarnios, sus suplicios, su muerte ignomi-
niosa en medio del abandono de los hombres, el nuevo
•cristiano semibárbaro sentía que se estremecían todas
UNIÓN CATÓLICA I»HL URUGUAY 257
las fibras de su ser, apretaba nerviosamente el puño de
su espada, y decía siniestro, y noblemente rencoroso:
¡oh, porqué no eataha yo allí con mu francon! Va\ luf^ar
de decir, como debe decir un cristiano, ¡oh, porqué no
estaba yo allí con mis pecados!»
No debía el sicambro, señores, desear pelear á todo
trance por Cristo, sino sufrir con Cristo ; no debía de-
sear matar con sus francos á los judíos perseguidores y
deicidas, sino matar, ante todo y sobre todo, sus propias
pasiones, su falta de caridad, su fe en si mismo conpres-
cindencia de la inspiración y del auxilio de Dios. De la
indiferencia á la muerte de la fe, no hay más que un
paso, es cierto, señores; pero no es mucho mayor la dis-
tancia que separa el celo puramente humano, de la so-
berbia y de la muerte de la caridad.
Cuando consideremos, pues, señores, las persecucio-
nes de que es objeto la Iglesia, no pensemos, como el
bárbaro sicambro, ante todo y sobre todo, en aniquilar
á sus perseguidores ; pensemos antes en nuestras indi-
ferencias para con la causa de Jesucristo, que nos hacen
ser católicos después de todo, en vez de serlo antes que
todo; pensemos en nuestros actos de soberbia ó de amor
propio, que dificultan la unión de los católicos, único
medio de luchar con eficacia ; pensemos en la adhesión
desordenada á nuestros propios pareceres, que hace que,
como dice Kempis, seamos movidos muchas veces por
la pasión, cuando creemos que somos movidos por el
celo. Pensemos en eso, señores; ratifiquemos una y mil
veces las protestas de unión católica que hemos formu-
lado con tanto entusiasmo en este congreso, y dejemos
á Dios el resto.
Cristo no necesita, para triunfar, de la espada del rey
franco; si El rogara á su Padre, éste le enviaría doce
CONF. Y DISC. 17.
258 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
legiones de ángeles para defenderlo; pero Él, en su mi-
sericordia infinita, no ha querido arrebatar al hombre
la gloria de reemplazar á los ángeles en esa pugna su-
blime.
Démosle gracias, señores, porque nos ha elegido para
tan excelsa misión, y bendigamos una y mil veces su
nombre, porque nos ha permitido unir nuestra voz á la
voz del universo, que, al finalizar el siglo xix y comen-
zar el siglo XX, aclama á Jesucristo Redentor de la hu-
manidad, y hace flotar entre el cielo y la tierra el in-
menso clamor de gratitud y de esperanza: Cristo vive,
Cristo reina, Cristo impera, por los siglos de los
SIGLOS.
Bodas de Plata del Club Católico
Discurso pronunciado en la velada celebrada en el Club Católico
de Montevideo, para celebrar el XXV aniversario de su íun*
dación.
SUMARIO
El Clnb, casa nadre 4e (odaa las iostltuclones laicas de la re-
pública. — Sd fnndacióo por Monseñor Vera. — Sltaacióo del
país en aqael eoíonces. — Sos jóvenes fundadores. — Hora-
cio Tabares, primer presidente. — El doctor Soler. — El pri-
mer Arzobispo de Montevideo. — Obras qne se ban despren-
dido del Clnb. — " El Bien Público", los "Clrcolos de Obre-
ros", la "Unión Católica del Uruguay ". — Misión que se
ba reservado el Club. — Paz y alegría. — Los coros de ni-
ñas. — La poesía.
Pocas palabras debiera agregar, Excelentísimo Señor,
á las magistrales con que Vuestra Señoría se ha dig-
nado conmemorar el vigésimo quinto aniversario de la
fundación de nuestro Club Católico ; pero me ha cabido
la fortuna, señores, de presidir el Club en esta fecha
despertadora, y, por más que la simple palabra hablada,
y sobre todo la mía, puede disonar, si absorbe demasia-
dos compases, entre los cantos y los acordes musicales
de esta fiesta, yo estoy en el caso de llenar los deberes
de mi cargo . . .
He ahí, señores, que, mal de mi grado, y á despecho
y pesar de mi aversión á las fórmulas oratorias, me he
dejado arrastrar por una de ellas, acaso la más afónica.
Nó, señores, os ruego que no me creáis. No es el cum-
plimiento de un deber el que me hace hablar con voso-
tros en la plenitud de esta velada. Yo me alegro, con
una alegría que me parece casi infantil, de poder ser
yo quien presida, y quien celebre con la palabra, que
también puede ser melodía, las que llamaremos bodas
de plata de este nuestro Club Católico; de esta institu-
ción amable en que me parece ver concentrada mi vida
casi entera; de esta casa tan poblada de mis recuerdos,
que se asoman para mirarme de detrás de todas las co-
262 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
sas que me rodean; de este centro tan impregnado de
esa mezcla de alegría y de tristeza, de horas prósperas y
adversas, de triunfos y de desastres, de esperanzas, y de
glorias y de desencantos, que van quedando en el tiempo
detrás de nosotros, como una niebla que dejamos en el
valle á medida que vamos subiendo la cuesta, y que uno
mira largamente, cuando alcanza una cumbre en que
puede sentarse á descansar.
Veinticinco años es mucho tiempo, señores; estamos,
sin duda alguna, en una cumbre. Descansemos, pues ; des-
cansemos, ya que desde aquí se ve bien á lo lejos, y celebre-
mos á nuestro Club, que ya tiene su interesante historia.
Este Club Católico de Montevideo es la casa madre
de todas las instituciones laicas católicas de la repú-
blica; su aparición marcó una nueva era en nuestro
país. Nació en el regazo de un santo: fué Monseñor
Vera quien lo fundó ; Monseñor Vera era un santo.
Se constituyó con un pequeño núcleo de jóvenes,
casi niños, en una época muy distinta de la nues-
tra, oh sí, muy distinta. Entonces nadie odiaba á los
católicos; con despreciarlos era bastante, si es que al-
guno se atrevía á recoger el honor de ese desprecio. Los
publicistas de nuestro país, los poetas, los hombres
prestigiosos de la sociedad, del foro, de las letras inci-
pientes, eran casi unánimemente incrédulos, ó desdeño-
samente indiferentes. Y como entonces se les juzgaba
sabios eximios, su palabra, que sólo era la reproducción
de algunos escritores franceses, no siempre bien tradu-
cidos, era una palabra solemne, profética, que hacía
silencio en torno suyo. Así era de enfática. Ese énfasis
se reflejaba naturalmente en nuestra prensa, que, salvo
el pequeño y valiente semanario que se llamaba El
Mensajero del Pueblo, dirigido por don Rafael Yéregui,
BODAS 1)K l'l.ATA UVA. CLUB OATÓIJCO 2r»:i
el virtuoso sacerdoto, era unánimemente anticriHtiana
La universidad de la república constituía el vivero en
que los jóvenes se formaban |)ara la incredulidad; su
profesorado, su librería, «u atmósfera, todo era olvido
ó negación, desdén olímpico sobre todo, del principio
religioso que, fuera del templo, se refu^^iaba en la fami-
lia para no morirse de frío.
^,Quó había de ser de un joven cristiano que en esa
universidad caj'^era, y que sintiera sobre su alma el peso
de aquella atmósfera?
Quizá ese joven se sentaba en las aulas al lado de
otro que, como él, amaba sus creencias maternas, }',
como él, sufría al principio congojas de muerte al ver-
las despreciadas; pero ambos callaban, como callaba el
de enfrente, y el otro, y el otro de más allá. Se encon-
traban, pues, solos,' y, por fin, acababan por reírse como
los demás de sus propias creencias heridas de muerte.
¡Se reían de miedo y de dolor!
¿Y qué habían de hacer ante el prestigio del profesor
que creían eminente, ante las risas burlonas del corri-
llo, ante la convicción, al menos aparente, de todo el
mundo, que condenaba á desdén mortal la fe. el culto,
el sacerdocio?
Si alguna sociedad literaria de jóvenes se constituía,
ella se formaba de jóvenes estudiantes de la universi-
dad. Y es claro que ellos no podían decir y pensar sino
lo que habían oído y aprendido de sus maestros; y, para
descollar, procuraban superar á éstos en manifestacio-
nes radicales contrarias á la Religión, por lo mismo que
sabían menos que aquéllos. Eran más olímj^icos, más
dogmáticos, }'■ se llamaban á si mismos espíritus fuertes,
fundados precisamente en su desventurada debilidad.
Es ese un fenómeno común bien conocido.
264 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
Entonces fué, señores, cuando se reunieron los pri-
meros jóvenes del Club Católico en casa de Monseñor
Vera, para organizar este Club. Se reunieron á lanzar el
pequeño guantelete de hierro que arrancaban marcial-
mente de sus manos, á la incredulidad dueña del campo,
é iniciar, como ellos mismos lo decían con lírico desen-
fado, la regeneración de la jDatria. Querían tribuna
para liacer sus protestas de fe generosas y enérgicas;
para prestar en voz alta el juramento de fidelidad sobre
la empuñadura de la espada ; para cerrarse ellos mis-
mos la retirada liacia la apostasía. Los bravos conquis-
tadores quemaban sus naves. ¡ Los bravos conquista-
dores !
Tengo que defenderme de mis propios recuerdos,
señores, para no ser demasiado largo. Yo pierdo muy
fácilmente la conciencia del tiempo que transcurre,
cuando os hablo de cosas que nos son amables.
Pero dadme algunos minutos, os lo ruego, para algu-
nas de mis caras memorias personales. Yo estaba en-
tonces lejos de la patria; estudiaba en Chile, donde no
pasaba lo que aquí. Yo allí no tenía el mérito de mis
amigos de Montevideo al profesarme católico : yo estaba
en valiente compañía. Pero era yo joven también, casi
niño, como mis amigos de la tierra natal ; ansiaba vol-
ver á ella, y, como aquéllos, sentía lo que podría lla-
marse la soberbia de mi fe, la necesidad de ser, si se
quiere, perseguido, de ser odiado, pero no desdeñado
por profesarla en la patria. Yo no sé, señores, cómo
definir ese sentimiento de mi primera juventud, esa
indignación que me inspiraba la cobardía de los cató-
licos vergonzantes, ese horror que me infundía la idea
de poder yo llegar á formar parte de su manso rebaño.
IlODAH I>K I-I, ATA l)i;l, I'IA'U < ATÓMCO 'JG5
Muchas vt'cos lie j)(Misa(Jo en si no ha influido en mí
demasiado la soberbia, que tantas veces se confunde
con la dignidad, j)ara resolverme á mi actitud de cons-
tante batalla por mi fe. Pero si en eso ha habido culpa,
yo no puedo menos de decir, con el libro sagrado: oh
felix culpa, oh culpa feliz, que nos ha merecido un Re-
dentor. Mis amigos me saludaban desde aquí, me llama-
ban á su lado; yo apresuraba la terminación de mi
carrera, y les contestaba con gritos líricos llenos de en-
tusiasmo, que transponían los Andes, y que hoy, trans-
poniendo el tiempo pasado, regresan á mi memoria en
un recuerdo vibrante y lleno de color. Allá voy, les
decía; seguid en la noble empresa, y esperadme; reser-
vadme mi puesto, el último entre vosotros.
Y vine, y ocupé mi puesto, y aprendí virtudes de mis
buenos compañeros, y recogí de ellos ejemplos y entu-
siasmos, y estímulos, y luché al lado de ellos, y aquí
estoy todavía, después de veinticinco años, en el lugar
que entonces ocupé ... Y he ahí, señores, porqué os dije
al principio que siento mía grande alegría, una alegría
compleja y difícil de definir, al verme todavía aquí, en
la misma tribuna, proclamando la misma fe de mi juven-
tud, animado de la misma esperanza, y sintiendo el
mismo fuego sagrado en el corazón, á pesar de que ya
comienza á nevar en mi cabeza.
Yo doy gracias á Dios por ello. Démoslas todos los
que perseveramos, señores; hagamos de esta fiesta, ante
todo y sobre todo, luia armoniosa acción de gracias. A
medida que la eternidad se acerca, el don de la fe va to-
mando proporciones á nuestros ojos, y concluirá por
identificarse con la misma eternidad.
266 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
Acabo de recorrer, señores, ^^n cuaderno pequeño,
lleno de correcciones y enmendaduras, que contiene el
acta de fundación y las de las primeras sesiones de este
Club. Es de ver y de celebrar el candoroso celo de após-
toles de los jóvenes fundadores. Se armaban apresurada-
mente; estudiaban las posiciones propias y las del enemi-
go; discutían temas de filosofía, de apologética cristiana,
de ciencias físiconaturales; organizaban sociedades cien-
tíficas y literarias; adoptaban todas las actitudes de los
grandes reformadores. No cabe en los límites que me
he trazado el detallar ó describir aquellas sesiones tan
llenas de carácter, ni el pronunciar los nombres de aque-
llos jóvenes. No debo hacer esto último tampoco, por-
que todos ó la mayor parte de ellos están en la labor, y
deben continuar la jornada.
Aun no ha llegado, oh amigos, la época de los triun-
fos ; y si, mereciéndolos, no llegara nunca sobre la tierra
para nosotros, ¿que más quisiéramos? ¿no es verdad?
¿qué más quisiéramos nosotros?
Desdeñemos, oh amigos, los triunfos de la tierra; sólo
sirven muchas veces para arrebatarnos algún ahorro
de méritos que reservamos para el cielo, y que al fin . . .
al fin acabamos acaso por malgastar en terrenales ba-
ratijas de oropel. Sigamos todos la jornada; el triunfo
€s sólo del que persevera, y aun las penas tienen su
día de alegría para un cristiano: el último día de la vida.
Pero parece, señores, que la Providencia quiso dejar-
nos, para que lo celebremos, un símbolo personal y per-
manente de aquellos esfuerzos juveniles, arrebatando
prematuramente á la vida al que presidía las claras se-
siones de la mañana de este club. Y, ahí lo tenéis, seño-
nODAS I)K l'LATA l>KL CLfH CATí'njCO 2U7
res, (seftalando el retrato que Hecora el testero princi-
pal dol salón ) |)rt'KÍ(Ji«Muio pnrj)»'tuani('nte laH nuí^strax,
•con esa sonrisa pensativa de los (pie miran desde el
otro lado de la muerte. . .
Es Horacio Tabaros, cuyo rá[)ido coraz<>n no tuvo
necesidad de esperar la noche para haber terminado su
día; 68 un joven casi desconocido, casi sin nombre, sin
historia, y que, sin embargo, vivirá en nuestra tierra
mientras viva la causa que defendemos.
Ahí está, señores, colocado entre los proceres de la
patria: está bien, está en su puesto.
El es y será el símbolo casi inmaterial del joven cre-
yente que, habiendo bebido la fe cristiana en el regazo
materno, no sólo no reniega de ese santo legado, ni lo
arroja lejos de si con miedo y vergüenza, como el sol-
dado cobarde su uniforme, á la primera aparición del
«nemigo, para no ser reconocido, sino que, por el con-
trario, ostenta su ejecutoria de familia, de hijodalgo de
la fe, exhibe sus títulos de legatario del cielo, toma po-
sesión del solar de sus abuelos, y defiende el honor y
los blasones de su estirpe. El no reniega de la Iglesia
su madre, por verla renegada de algunos de sus herma-
nos ; él no la abandona ni se esconde por verla perse-
guida ó escarnecida ; él no puede permanecer indife-
rente ante la escena de agresión injusta. El movimiento
instintivo de su alma es radicalmente el contrario:
siente la necesidad de acometer, de interponerse entre
el agresor y la madre inerme atropellada, de aplastar
á aquél, de estrangularlo entre sus dedos, y de arro-
dillarse después ante su madre, y besarla en la frente.
y pedirle perdón por haber abrigado un rencor irresis-
tible hacia el hermano parricida.
Eso es lo que simboliza, señores, ese joven primer pre-
268 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
sidente del Club Católico, El es recuerdo, es ejemplo,
es victoria. El perdura, felizmente; está entre vosotros,
está en vosotros, oh mis jóvenes amigos que formáis en
este club; está en aquellos de vosotros que vais todos
los años á renovar y retemplar vuestra profesión de
fe personal, y la colectiva de esta institución, en nues-
tras eucarísticas reuniones en torno de la divina mesa
presidida por Cristo en persona, por Cristo -Hostia, por
Cristo amor; está en aquellos de vosotros que concurrís
á las aulas de nuestra universidad, y, profesaijdo con
fortaleza vuestra fe católica, y descollando en ellas por
vuestros talentos y vuestras virtudes, rompéis allí la
antigua hegemonía de la incredulidad, que hacía silen-
cio en torno suyo, y parecía pasearse entre vencidos;
está en aquéllos de vosotros que concilláis la cultura y
el desenfado y los prestigios de la vida social, con los
ejemplos y la caballeresca honestidad de la vida y de las
prácticas cristianas ; en aquellos de vosotros que culti-
váis las ciencias y las letras y las artes, contribuís á
levantar el nivel intelectual de nuestra patria, y pres-
táis vuestro concurso á sus progresos y á su gloria, sin
por eso apostatar de vuestra fe, antes por el contrario,
ofreciéndoos como prueba viviente de que ella es pro-
greso, es bienestar, es gloria, es alegría.
Dad gracias á Dios, oh amigos, porque sois así; El os
ha dado vuestra fe; El os ha infundido vuestra energía;
El ha encendido la lámpara sagrada en vuestras almas.
Pero confesad que este Club Católico, que os preparó
la generación anterior, ha sido uno de los instrumentos
de que El se ha valido para hacer sentir su inmensa
misericordia en vuestros jóvenes espíritus. Amad, pues,
esta casa, miradla siempre como la casa solariega que es
vuestra herencia, y celebrad conmigo, con alegría y gra-
BODAS DB PLATA DBL CLUB CATÓLICO 269
titud, el vigésimo quinto aniversario de la colocación
de sus primeros sillares.
He dicho, señores, que no me es posible recordar los
detalles de la fundación de nuestro club. Pero al lado
de la matinal figura, apagada en la muerte, de su joven
primer presidente, yo veo otra de muy distinto carác-
ter, que en vano he pretendido desvanecer en el con-
junto; ella se me ha impuesto, me ha salido al encuen-
tro de todas las páginas del primer libro de actas que
acabo de recorrer. Es la de un joven también, un joven
sacerdote, que, llegado recientemente en aquella sazón
de Roma, donde había terminado brillantemente sus es-
tudios y recibido las sagradas órdenes, se constituyó,
gracias á su rotación vertiginosa, en núcleo de atrac-
ción de todos los elementos católicos dispersos en el
país. El fué, sin duda alguna, quien sugirió á Monseñor
Vera la idea de la fundación de este club.
¡Qué entusiasmo, señores, qué actividad, qué ubicui-
dad^ iba á decir, la de aquel joven propagandista! Es-
taba en todas partes: en la cátedra, en la tribuna, en el
gabinete científico, en las academias recién nacidas, en
el corrillo de los jóvenes á que antes me he referido, y
que lo rodeaban fascinados; él es el alma, es el nervio,
es el eje de todo aquello. Funda un liceo ó universidad
católica, en que se forma la mayor parte de los que hoy
presiden nuestro movimiento ; establece sociedades cien-
tíficas y literarias; organiza museos, gabinetes y labo-
ratorios; publica libros de ciencia, de controversia, de
historia; da conferencias apologéticas, en que pone de
manifiesto su gran caudal de ciencia y de erudición:
provoca discusiones públicas, en las que se ve asaltado
270 CONFEBENCIAS Y DISCURSOS
por legiones tempestuosas que vociferan, mientras él
permanece sereno, impasible como esfinge de piedra.
Ese joven sacerdote providencial fué el organizador de
todo cuanto hoy existe en materia de organización ca-
tólica en nuestro país; él ha sido siempre, desde enton-
ces, el conservador de todo, á través de todas las difi-
cultades y desalientos, el ejemplo de toda virtud, de
toda fortaleza, de toda abnegación; él ha aceptado,
como talladas expresamente para él, todas las cruces
que son el lote obligado del propagandista católico en
nuestros tiempos ... Y, para no rechazar, señores, la
más pesada de todas, que le fué impuesta por Dios de
una manera providencial, ha aceptado por fin la cruz
pectoral de prelado del Uruguay.
Ese joven sacerdote, que fué el alma y el nervio prin-
cipal de la fundación de este club, no ha muerto, señores,
gracias á Dios, como Tabares ; está ahora, felizmente,
entre nosotros, y tiene que hacer un nuevo sacrificio
en obsequio de su causa, al resignarse á escuchar mis
palabras: es Monseñor Soler, dignísimo y querido pre-
lado metropolitano del Uruguay, que preside nuestra
fiesta, y á quien, en nombre de este club, que fué su obra,
presento reverente las protestas de nuestra gratitud y
nuestro amor. Se las presento, señores, sin el más mí-
nimo temor de envanecerlo ; oh, no hay cuidado. Yo bien
sé, señores, cuánta verdad encierran Jas palabras que
él se ha arrancado del alma generosa, para escribirlas,
como mote heráldico, en su escudo episcopal: Absit
gloriari nisi in cruce. Mi sola gloria es la cruz.
He dicho, señores, que el Club Católico de Montevi-
deo es la casa madre de todas las instituciones laicas
BODAS DID PLATA DBL CLUB CATÓLICO 271
militantes del país, y que, por consiguiente, esta fiesta
es la fiesta de todas ellas.
Efectivamente: todas las obras que, en el transcurso
de los últimos veinticinco ufios, han nacido en defensa
de la causa de Jesucristo y de su Iglesia, son ramas del
tronco aquél, brotado á su vez de un grano de mostaza
fecundado por Dios, De aquí salieron la idea, los re-
cursos y los redactores (|ue dieron nacimiento á El liien
Público^ primer diario católico de la república, que, al
través de vicisitudes de todo género, permanece aún,
más vigoroso que nunca, y celebrará muy pronto, como
el Club Católico, su vigésimo quinto aniversario; de
aquí salió el pensamiento de la celebración periódica
de nuestros primeros congresos católicos; de aquí el de
la creación de los círculos católicos de obreros, que hoy
están difundidos en toda la república, y son el tesoro de
nuestra causa; aquí nació, por fin, la Unión Católica
del Uruguay, entidad cívica á la que convergen todos
nuestros elementos de acción, incluso el mismo Club
Católico, que á ella envían sus representantes, á fin de
constituirse en un gran organismo de funciones ordena-
das, que debe pugnar, en todos los terrenos á que los
acontecimientos lo conduzcan, por el triunfo de los
ideales cristianos en nuestra patria.
Todas esas instituciones, nacidas de este fecundo
Club Católico, tienen su autonomía, sumisión, su carác-
ter determinados. Yo quisiera hablaros de todas ellas,
pues no por haberse desprendido del Club, dejan de ser
vida de su vida, y calor de su circulación. Yo quisiera
hablaros de la unión en la acción católica, de la protec-
ción á la prensa, al diario católico, cuya difusión es el
más fiel, iba á decir el único barómetro para poder
apreciar el verdadero estado del espíritu católico con
272 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
relación á la defensa de su causa. Porque es notorio, se-
ñores, que existen católicos muy piadosos, muy cum-
plidores de sus deberes religiosos, pero con los cuales
no hay que contar para nada, cuando se trata del es-
fuerzo cívico destinado á defender de la ruina los
mismos templos á que ellos concurren, las mismas co-
munidades religiosas de que ellos se sirven para sus
ejercicios de piedad individual, los mismos sacramentos
que ellos reciben con ejemplar devoción. Yo os hablaría,
señores, como lo he hecho aquí mismo hace algunos
días ante un numeroso auditorio de hombres bien in-
tencionados, del deber premioso en que están los cató-
licos, todos, absolutamente todos, de no mirar con indi-
ferencia la lucha empeñada por todas partes, y también
aquí, entre la causa de su fe religiosa y sus encarniza-
dos enemigos ; de formar en ese laicismo católico de que
tan expresivamente acaba de hablarnos nuestro ilustre
prelado metropolitano, que es su cabeza; de no dejar
abandonados á los que luchan en las primeras filas ; de
no contar con que estos lo harán todo, porque ellos nada
podrán emprender, nada podrán hacer, sin exponer su
causa á grandes fracasos por imprudencia, mientras no
nos vean á todos unidos, compactos, disciplinados y dis-
puestos á resistir y á obedecer la orden de marcha ha-
cia adelante. Oh, la indiferencia, la venenosa indiferen-
cia, la higuera maldita del Evangelio! Es niebla que
envuelve la fe rutinaria ó moribunda ó muerta, y crece
en torno de las almas frías, como los cipreses en torno
de los sepulcros.
Pero yo comprendo, señores, que el desarrollo de esos
temas no daría una nota justa en el acorde de esta fiesta;
son demasiado serios, lo comprendo. Precisamente para
-evitar esas disonancias se han desprendido del Club las
MODAS DIO I'LAIA DKI, CI-t'M (JAT(')I,ir() 27¡l
vipjorosas ontidaHos A qno antnB mo he reforido, llnvén-
dono cada una do «*Ilas, coino oaráctor propio, una [larte
d^'^ las alril)ii('i()ii(iH que, (mi mi principio, estaban todaH
en germen ó (M1 actividad, en esta institución madre.
¿Pero qué se ha reservado entonces, me diréis, como
misión caractorística, el Chib Católico do Montevideo?
Pues bien : sin haber abandonado ninguno de sus
idéalos primitivos, pues nada de lo que interesa la causa
católica puede serle ajeno, este club se ha reservado
algo de vital imj)ortancia, que lo ha mantenido y lo
mantiene, como es notorio, en plena y fácil prosperi-
dad : se ha reservado el carácter de núcleo de la cul-
tura intelectual y social que fluye de la vida y de los
principios cristianos. El club es centro de cultivo de
las ciencias, de las letras y de las artes ; es, muy espe-
cialmente, centro de reunión, de contacto, de presti-
gio para la fe, y de mutuo estímulo para la juventud
católica; es, por fin, vuestra casa, señores, vuestra casa
muy especialmente, señoras; un ensanche ó una con-
centración de vuestros salones domésticos, que, refun-
diéndose periódicamente en este salón de predilección
para vosotras, á fin de formar estas amables veladas,
trae en vosotras para nuestra causa un preciosísimo con-
curso: el perfume del hogar, el prestigio de la virtud,
la expansiva alegría que de esa virtud procede, el bri-
llo, que constituye el principal atractivo para la gene-
ralidad de las gentes, y que los enemigos de la causa
católica hubieran querido monopolizar, presentando á
esta como un simple conjunto de dolorosas é insocia-
bles austeridades.
Oh, el contento, el bienestar, la afectuosa comunica-
COSF. T DISC. 18.
274 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
ción de las gentes, la alegría de vivir! ¿Acaso las cosas
buenas han sido hedías por Dios sólo para el placer de
los malos? ¿No han de ser también premio y estímulo
para los que creen en El y agradecen sus beneficios, al
par que recurso eficaz para propender á la gloria del
Autor de toda alegría verdadera y de todo bienestar?
Oh nó, no es cierto, señores, como algunos lo han
pretendido, que el espíritu del cristianismo imponga,
como condición de la felicidad eterna, el sacrificio de la
felicidad y la alegría terrenales; no es cierto quetodas
las instituciones católicas, por el hecho de ser tales, han
de ser instituciones de penitencia.
La alegría es cristiana^ y sólo el cristianismo es ale-
gría verdadera.
El ángel que anunció á los campesinos el nacimiento
del Redentor, les dijo: No temáis, porque vengo á anun-
ciaros una grande alegría: os ha nacido un Salvador. Y
los que cantaban en lo alto anunciaban paz, paz á lo&
hombres.
Paz y alegría; ese es el espíritu de la nueva ley.
Nuestra Religión, señores, es la Religión de la alegría y
de la paz. Nada más lejos de ella que los anatemas del
filósofo indostánico, que algunos han querido presentar
como el precursor del divino Redentor de los hombres.
¡ Ay de la juventud que debe ser destruida por la vejez!
decía el vate sombrío. ¡Ay déla salud, que tantas enfer-
medades aniquilan! ¡Ay déla vida, en que el hombre
sólo algunos días permanece! ¡Todo es vacío ; toda subs-
tancia es vacío; la existencia es el mal!
La existencia es el bien, señores ; la juventud es el
bien; la salud es el bien. La fe cristiana nos enseña la
conformidad, si esos bienes nos faltan ; nos dice que su
ausencia no es el mal, y hasta nos enseña que es bien-
JI<»I)AS l»K n.ATA DKI- CLUB CATÓLICO 275
aventurado el <in(^ sufre y el (jue llora. Pero no ¡jor eso
deja do serlo también el (jue ríe con la risa (jue ch re-
flejo de la serenidad del alma, ni el que goza con grati-
tud do los dones naturales de Dios.
Víctor Hugo, en sus épocas de fe, decía á la joven y
candorosa obrera de la l)ohardilla:
Soifl joyeuse. La foi vit siius i iivislerité;
Un des reflets du ciel, c'est le rire des ferames;
La joie est la chalour qui jette dans les ames
Cette ciarte d'en haut qu'on nomme vérité.
Sí, señores; la serenidad del corazón es naturalmente
luz y sonrisa en los ojos y en los labios; es, en la voz,
afectuoso sonido; es, en el trato de las gentes, cultura,
amabilidad, deseo de compartir con nuestros semejantes
la propia felicidad, anhelo de hacer felices.
¿Qué es, en resumen, la buena educación, sino el cum-
plimiento estricto de la ley de Dios : ama á tu prójimo
como á tí mismo, y hazle grata tu compañía?
La misión social del Club Católico á que me refiero,
es, señores, mucho más importante que lo que pudiera
creerlo quien no la examina con mucha atención. Los
que creen que la Religión debe quedar recluida en el
templo, en vez de difundirse, como el aire que respira-
mos, y acompañar al hombre en todas las manifestacio-
nes de la vida, aun en sus alegrías, aun en sus pla-
ceres, están equivocados. Oh, muy equivocados : el
mundo es más grande que el recinto en que viven los
más perfectos, que, desgraciadamente, no constituyen
la mayoría de la humanidad. Encerrarse en el santua-
rio por temor de contaminarse es enterrar, imitando al
mal servidor del Evangelio, la moneda que nos ha sido
confiada, por el temor de perderla y no poder dar
276 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
cuenta de ella. Nó : es preciso hacerla producir ; es ne-
cesario que aun la vida social produzca gloria de Dios ;
es menester disputarla á sus enemigos.
Yo acabo de escuchar verdaderamente conmovido
los coros de esas niñas vestidas de blanco, que han sido
quizá, y sin quizá, el principal encanto de esta velada.
Por ellas muy especialmente, señores, no me lo nega-
réis, por ellas habéis llenado este gran salón esta noche;
á ellas creo deber, en gran parte, y no al atractivo de
mi palabra, el honor de ser escuchado de la gran mayoría
del selectísimo auditorio que me presta benevolente
atención.
He dicho que os he escuchado conmovido, amigas
mías, y debéis creérmelo. Vuestras voces ingenuas y
transparentes han pensado dentro de mi mismo, y voy
á deciros, para terminar mi ya largo discurso, el pensa-
miento que me han dejado, y que siento vibrar en mi
espíritu.
¿ Es acaso el mérito artístico de vuestras voces fun-
didas en el acorde rítmico lo que ha producido esa re-
sonancia sugestiva en mi corazón ?
Debo confesaros francamente que no creo que sea tal.
Oh nó, no es eso, ciertamente.
¿No ha tenido entonces ningún mérito artístico vues-
tro coro?
Oh, tampoco es eso: habéis cantado como cantan los
ángeles del bosque, que son los pájaros; como cantarán
acaso los pájaros del cielo, que son los ángeles .... Nó,
no temáis tampoco que os vaya á regalar con requiebros
ó palabras lisonjeras ; mis hijas están también vestidas
de blanco entre vosotras, y puedo adoptar hasta un tono
llOltAN ItK II. ATA DICI. (JLUB CATÓLICO 277
patornal, por conH¡guiont«, para lial)laroa do coKatj tn¿8
serias <|u<' <>! siniplc projM'tsito de aplaudiros ó do agra-
daros.
Mo habéis coiiiiinvido con vuestros cantos, olí amibas
mías, porque, aunque invisible para los ojos del cuerpo,
yo he estado viendo, cuando cantabais en coro, detrás
de cada una de vosotras, otra l'ornuí que se os parecía
mucho, otro coro (pn» parecía vuestro lierinano: he es-
tado viendo á vuestras madres que, hace veinte años,
antes de haber vosotras nacido, cantaban en este mismo
sitio coros semejantes, muy semejantes al vuestro, y
formaban un conjunto juvenil, envuelto en gasas blan-
cas, muy parecido, casi idéntico, al que vosotras formáis
esta noche. Los dos coros se han fundido en uno solo
dentro de mí ; acasd se ha agregado á él el que se can-
tará aquí mismo, por niñas que aun no han nacido, y
que verán como vosotros veis, en este salón del Club
Católico, un ensanche de sus hogares cristianos. Y ese
coro litúrgico del pasado, del presente y del porvenir,
que acaba de vibrar en vuestras voces, amigas mías,
significa la perpetua resurrección, la permanencia in-
conmovible en nuestro país, al través del tiempo, de lo
que es nuestro tesoro, el antemural inexpugnable y la
principal garantía de perpetuidad de nuestra fe, que se
identifica con nuestra patria: hablo de la familia cris-
tiana de este país, de esa familia tipo de virtudes, que
tiene por base la piedad religiosa que la informa y
compenetra; de esa nuestra familia tradicional inex-
pugnable, que pasa, incontaminada en su fe, fuerte en
su virtud inmaculada, al través del tiempo y de los
cambios de costumbres y de exigencias sociales: que con-
centra y aviva en si misma el calor religioso, alimentado
por la piedad, á medida que el ambiente nacional tiende
278 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
á enrarecerse ó á enfriarse por la inevitable agregación
de elementos extraños; que es nuestro refugio, nuestro
consuelo, nuestro estímulo, nuestra corona.
Esa familia, hoy como ayer, ve en el Club Católico
su casa, se siente en él como en su propio ambiente;
celebra en él sus fiestas domésticas. Pues bien : ninguna
gloria mayor podría reflejarse sobre esta institución;
ningún concurso más eficaz puede traerse á la causa
que ella defiende y representa en la jDatria ; ninguna ga-
rantía mayor de la permanencia de la fe católica en
nuestro Uruguay, al través de las inevitables variacio-
nes de costumbres.
Nosotros pasamos, pero nuestra fe permanece ; queda
en nuestros hijos, á quienes la infundimos; queda en
vosotras, amigas mías, en nuestras hijas. Nosotros de-
fendemos esa fe en la tribuna, en la prensa, en la vida
cívica; hablando, escribiendo, luchando. Vosotras, oh
amigas, vosotras la defendéis siendo felices con vues-
tra virtud, la defendéis cantando. Sed, pues, felices;
sed buenas; alegraos y cantad.
¿Os sonreís? Pues no hay para tanto, os lo aseguro.
Vosotras, y toda esa sociedad que envuelve vuestro
coro en una gran sonrisa de cariño, dais á la acción ca-
tólica, á este club especialmente, lo que dan las flores á
la naturaleza: los colores, los perfumes, las formas her-
mosas, que no son sólo apariencias, porque son vida,
germinación, promesa; vosotras nos traéis la poesía.
¿Y quién podrá negar que la poesía es un gran ele-
mento de acción, y aun de combate por el ideal cristiano
en la sociedad? Oh, nó, señores: la poesía no se va,
como ha dado en decirse en estos últimos tiempos : ella,
que es eflorescencia germinadora de nuestro ser sensi-
ble, ha sido y será siempre el nervio de las grandes
BODAS DB PLATA DBIi ULUU OATÓMCO '27i>
acciones, el aliento del combatiente, la corona del ven-
cedor.
Decir que ya no hay [¡ocsía, es decir que ya no hay ro-
sas, ni auroras, ni sepulcros, ni ruinas; que ya el incienso,
transformado por el luef^o en nube suplicante, no as-
ciende al tabernáculo de Dios; (jue ya no cuelga ni col-
gará jamás la escala de seda de Romeo en los halcones
de Julieta, mientras la alondra canta en el jardín de
tonos azulados los cantos de amanecer; que ya no hay
madres que lloran; que ya no hay niños que mueren;
que ya no puede existir un soldado herido que dispare
su fusil haciendo trinchera de la cureña de un cañón
desmontado por las balas del enemigo, mientras dirige
su última mirada á la bandera de la patria, que se es-
fuma en los albores de la vida navegante que se va,
que se pierde en la infinita transparencia que es azul.
Pero mientras eso, ¡y tanto más! exista; mientras se
sienta su repercusión rítmica en el organismo humano,
¡Droduciendo en él el estremecimiento de la pasión ge-
nerosa, existirá la ¡Doesía como el motor principal de
las acciones del hombre; y el Club Católico, al hacer de
su custodia y de su aplicación á la causa de Dios, uno
de los objetos principales de su misión ; al vincular las
severidades de la verdad con los amables prestigios de
su hermana la belleza, conservará como conserva la ra-
zón de ser de aquellos sus primeros días de vida, en que
concentraba en sí todas las obras del laicismo católico:
en que rompía la hegemonía social de la incredulidad
prepotente, y en que iniciaba el movimiento de valiente
fe cristiana, cuyas actuales y múltiples manifestaciones
son otros tantos títulos de honor para esta robusta casa
solariega del laicismo católico uruguayo.
Lavalleja
Discurso pronunciado en la plaza de la ciudad de Minas, el 12 de
Octubre de 1902, al inaugurarse la estatua ecuestre del General
Juan Antonio Lavalleja, Jefe de los Treinta y Tres.
SUMARIO
El Biouutnento de la Florida. El héroe de la patria. —Ahí está.
— El hlmco de loshimn.is: la aclamación popular. — Cómo
nacen las patrias. — .Artigas el mensajero. — La indepen-
dencia del Iruguay, ley geológica, etnológica, geográfica y
sociológica; ley superior á la voluntad de los hombres é
irrevocable. --La leona herida. — Artigas se ha ido. — La
espectativa de la patria abandonada. — El nue%o ungido. —
Lavalleja. — En la Agraciada. — A pie. — Una página de Ho-
mero. —Cheveste volverá, y volverá con caballos. — Lava-
lleja á caballo. — El caballo de Lavalleja. — Artigas, Rivera
y Lavalleja. — Los tres a artices.
Señores:
Hace veintitrés años, la patria oriental, templo en-
tonces sin altares, erigía el primer monumento á su in-
dependencia en la plaza de la Florida.
Era aquel un monumento impersonal: era una sonora
libertad vestida de blanco, que, sacudiendo en la una
mano las anillas de una cadena, extendía los dedos cris-
pados de la otra, en actitud de imprecación, y abría los
labios para dar salida á un grito perdurable, mezcla de
insulto y de rugido, lanzado contra un ser invisible y
odioso, que parecía proyectarse en las honduras de los
ojos resplandecientes de aquella resonante mujer de
piedra.
Era aquello un espíritu de mármol ; pero todos sabe-
mos bien que el instinto popular, que no entiende de
abstracciones, buscó y halló en aquel monumento un
héroe ; pronunció unánimemente su nombre : lo canta-
ron sus poetas; lo aclamaron sus multitudes. Tras la
noble cabeza griega de aquella mujer vibrante, el pue-
blo veía una cabeza varonil, caucásica pero muy crio-
lla, de rasgos duros pero muy serenos, viva, caliente,
tostada por el sol de la patria, conocida de todos, fami-
284 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
liar en las almas y en los hogares orientales; el grito
que salía de la boca de la estatua era ya descifrado por
el pueblo que lo escuchaba, que lo sentía, que lo acla-
maba; en la piedra granítica que formaba el pedestal
del monumento, comenzó desde aquel instante á mode-
larse por el tiempo la figura que estaba en todos los co-
razones : la del héroe de la patria designado y ungido
por la multitud, que jamás se engaña, cuando, al tra-
vés de las edades, levanta sobre el pavés á los hombres-
símbolo, y promulga las sentencias irrevocables de la
gloria.
Esa figura, señoreS; latente en el cívico altar de la
Florida, ha brotado por fin de la tierra, ó bajado del
cielo, después de pasar por el fuego lustral que inmor-
taliza la forma heroica; se ha movido, buscando el sitio
en que debía detenerse ; ha atravesado, jinete en su ca-
ballo de batalla, las melodiosas colinas de nuestra tie-
rra; ha reconocido en estos cerros, en estos horizontes,
en el perfume de la gramilla y del trébol de estos cam-
230S, el aliento de su niñez, el sitio bendecido en que se
meció su pobre cuna, en que aprendió de los labios de
su madre á pronunciar el nombre de Dios, en que sin-
tió por vez primera el amor á su patria, y por primera
vez oyó el mandato de lo alto que lo predestinaba á
salvarla, y se ha detenido aquí, y ha sofrenado aquí,
entre nosotros, su caballo de bronce, y ahí está.
Para que lo reconozcamos, no ha tenido que pronunciar
su nombre ; le ha bastado con hacer rodar sobre nuestras
cabezas ese grito secreto que brota de sus labios calien-
tes, recién salidos de la fragua: ¡Carabina á la espalda
y sable en mano!
I.AVAI.MCJA 286
Oh, to hornos rcoonocido, vieja y (jU( rida figura pro-
tagonista (le nuestra leyrin<hi |)atria. ¿(Jóiuo no rooono-
certo, si, más que del suelo de tn tierra, lias lirotado
del fondo de nuestras entrañas, como un florecimiento
musical de nuestra sangre?
V Te hemos reeonoeido, ¡oh el bravo entre los bravos,
oh el bueno entre los buenos ! Eres el adolescente aquel
que salió de entre estos cerros, para formar entre los
primeros en la legión de 1811; eres el más temerario y
el más humano al par do los capitanes del padre Arti-
gas ; eres el coplero aquel que iba á cantar, al son de la
guitarra campesina, los retos de la patria irreflexiva al
pie de los bastiones españoles, en las noches estivales del
primer asedio dé la ciudad cautiva; eres el que, luchando
contra ciento, sintió, como en su propia carne, el abrazo
de las boleadoras portuguesas en las patas de su ca-
ballo, que sólo conocía el temerario camino del peligro;
eres el del reto de la Agraciada, el del grito al Sa-
randí.
Sí, eres tú, viejo amigo, viejo símbolo . . .
¡Presentes, mi general!
Has escuchado el himno de la patria con que acaba-
mos de dártela bienvenida; ese canto litúrgico de nues-
tras glorias ha cobrado, al resonar en tu honor, una ca-
dencia nueva, como si se hubiera transformado en un
himno de justicia. Y has escuchado el canto de los can-
tos, el aliento sonoro de esa muchedumbre que te
aclama enternecida y delirante, para que suba muy
alto, para que suba hasta ti. y aun más allá, la primera
oración de gratitud que alza tu pueblo al congregarse
ante su altar.
¡ Presentes, mi general !
Aquí estamos : somos los mismos que te vimos y te
286 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
aclamamos en la blanca mujer sin nombre de la Florida:
si nuestros padres, que entonces lloraban á nuestro lado
al aclamarte con nosotros, no están boy aquí, es porque
todos eran viejos, y boy casi todos ban muerto ; pero aquí
vienen con nosotros nuestros bijos, que ban nacido des-
pués, y que significan el triunfo de tu nombre y el de
tu gloria al través del tiempo; la marcba triunfal de tu
recuerdo bacia el porvenir.
Señores:
Saludemos en Lavalleja la encarnación más pura y
más genuina de las tradiciones nacionales.
Las patrias, 'como los mundos, nacen del fondo de los
nublados y de las tempestades. Son primeramente una
materia cósmica luminosa, un instinto que brota de le-
yes misteriosas, leyes étnicas^ geológicas, sociológicas,
bistóricas, todas ellas emanadas del Supremo Legisla-
dor. Son después un bombre, brotado de las entrañas
del pueblo y arraigado en ellas, que concentra y que
acaudilla esos instintos ; son, por fin, una multitud que,
empujada por una ley superior á su voluntad, ajusta el
ritmo de su alma colectiva al del alma del béroe, afi-
nada á su vez con la divina armonía universal, rea-
liza bazañas legendarias, é impone al fin por la fuerza
su voluntad, órgano inconsciente de la voluntad de
Dios.
Nuestra patria, señores, la república atlántica sub-
tropical, arranca quizá del instinto innato de libertad
salvaje de nuestros primitivos aborígenes. Trozo del
continente separado de la región tropical por el clima,
y segregado también de la región andina por la forma-
I.AVALLBJA 287
(iióii ^»!oló^¡('.a, tenía (lUc, ser d iiúcloí^ dv. una naciona-
lidad independiente. Esa es la armonía.
Bien sabéis vosotros cómo nació. No os el momento
de recordar los detalles de nuestra tcmixístuosa apari-
ción ante el mundo, jíonjue «dios cantan en este mo-
meuto en vuestra memoria.
Mirad, sin embargo, mirad cómo pasa el viejo Arti-
gas por el fondo do aquel resplandor crepuscular, lle-
vando la bandera azul y blanca, cruzada diagonalmcnte
por un golpe sangriento de su espada.
Él es el mensajero, es el patriarca; él es el grande, él
es el genio, solitario como todos los astros, poseedor del
secreto del porvenir oriental, que se movía en la obscu-
ridad de su alma,' como se mueve el hombre en las sa-
gradas tinieblas de las entrañas maternales.
El fué el primero que sintió la ley providencial que
decretaba la existencia de una patria independiente
en este territorio que bañan el Uruguay, el Plata y el
Atlántico: una patria que, siendo subtropical, era al
mismo tiempo atlántica. El fué el primero que vio, con
la clarovidencia del que cierra fuertemente los ojos para
ver, cómo se desprenden los grandes ríos meridionales
de las entrañas de la América, para venir á desembocar
en el Plata, formando dos regiones distintas, dos pa-
trias, hermanas pero diferentes, á ambos lados de esos
ríos. El comprendió, ó más bien dicho, sintió en el fondo
de su ser, cómo, por una ley, no sólo sociológica sino tam-
bién geológica y etnológica, este pedazo de suelo ame-
ricano tenía que ser el territorio de una patria indepen-
diente. Porque si según las leyes sociológicas, estábamos
unidos, por la lengua y las tradiciones españolas, á nues-
tros hermanos de allende el Plata, que tienen por núcleo
geológico el levantamiento de los Andes, según las le-
288 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
yes étnicas pertenecíamos á la formación atlántica del
Brasil. Y si éstas nos unían etnológicamente á las anti-
guas posesiones portuguesas, de ellas nos separaban, no
sólo las tradiciones de lengua y de costumbres, no sólo lá
rivalidad secular de los dos pueblos descubridores, sino
también nuestra posición geográfica, que nos separa de
los dominios del trópico, y nos marca como el núcleo
inconmovible de los pueblos atlánticos subtropicales
de la América Meridional.
Si así como los orientales, señores, amamos fieramente
nuestra independencia, dejáramos de amarla algún día,
tendríamos que sobrellevarla. Seríamos independientes
con nuestra voluntad, sin nuestra voluntad, y aun con-
tra nuestra voluntad. Y el oriental que renegara de la
independencia de su patria, iría á ocupar el sitio más
lóbrego del infierno del Dante: aquel en que residen los
que « non hanno speranza di morte » , los que no tienen
ni la esperanza de morir. *
Así sintió á nuestra patria el viejo Artigas; recibió
una revelación de lo alto ; oyó y cumplió un decreto de
Dios.
¡Y cómo cumplió, señores, ese decreto irrevocable!
No lo recordemos cuando levanta el espíritu de la
revolución americana en los campos de las Piedras ; no
lo miremos cuando traza las líneas fundamentales de la
democracia del Plata, en sus instrucciones del año 13 ;
no exaltemos tampoco su fe inquebrantable en la exis-
tencia de un patrimonio de orientales, que no podía to-
carse, que no podía venderse, ni aún al precio de la ne-
cesidad. Recordémoslo más bien cuando, acosado, per-
seguido, sintiendo que todo vacilaba en torno suyo,
huye de la patria en que ya no encuentra sitio para po-
sar el pie ; pero huye con el alma y con el cuerpo del
I-AVAM,KJA 28ü
TJriiguiiy; con su vi.sión interna (juo lo envuelvo en un
nimbo luminoso, como el reflejo de un inmenso sol po-
niente; con sus hijos, con todos sus hijos, y sus familias,
y su pobre patrimonio; con toda la patria (jue lo si^ie
en sus marchas interminables á la luz de las estrellas
australes, que marchan presididas por la misteriosa
Cruz del Sud que bendice nuestro polo.
Entonces se le ve grande como ninguno entre los hé-
roes de la historia americana. Es la leona herida que
va á echarse jadeante, lejos, en el fondo del bosque, al
que ha llevado entre los dientes y dando cortos rugi-
dos á sus cachorros, que amamanta para la venganza;
es el águila que esconde su nido en las grietas de los
picachos inaccesit)les, y grazna siniestramente desde
allí, con las plumas erizadas por los vientos de tempes-
tad que sacuden los horizontes ; que mira, con los ojos
encendidos, á sus crías, su esperanza, sus aiglons, que
un día saldrán de allí para la conquista del porvenir,
cuando el águila caudal se haya perdido en las infinitas
transparencias del azul. Recordémoslo, por fin, cuando,
después de terminar su tarea de sembrador de patrias,
siente que debe cubrir el surco en que queda la semilla,
y, para arrojar sobre ella el último riego, inicia su de-
fensa heroica y desesperada, y lanza, como iiltimo pro-
yectil, un puñado caliente de la sangre de su pueblo
casi extinguido al rostro del invasor inmunerable
Artigas se ha ido. señores, y se ha ido para no vol-
ver; se ha puesto en los horizontes de la patria. Esta
parece borrarse para siempre en la mirada que su pro-
feta le dirige al transponer la frontera. La soñada patria
cosF. r Disc. 19.
290 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
atlántica subtropical es sólo una vasta soledad, atada á
las regiones del trópico con cadenas de hierro ; una len-
gua extraña se habla oficialmente en nuestro altivo
Montevideo; nuestras glorias son delitos, nuestros li-
bertadores son bandidos condenados á muierte, contra
los cuales se han de envenenar hasta las fuentes de la
historia.
Nuestras colinas han quedado solitarias ; se alargan
bajo el peso de la tristeza. Nuestro gaucho heroico no
las recorre ya, cantando á media voz una canción de
guerra ó de amor, y buscando su incorporación al ejér-
cito de la patria, conductor del arca santa de nuestra
alianza con la libertad y con la gloria ; las inmensas ye-
guadas, y las tropillas de potros salvajes recorren sin
ginetes nuestros campos, atronando la soledad con el
choque de sus cascos; las manadas de perros cimarro-
nes vagan hambrientas á lo largo de nuestras cañadas,
ó se las ve cruzar en largas hileras famélicas, con las
cabezas bajas y las colas lacias, por el lomo de nuestras
cuchillas desiertas, coronada alguna de ellas por la
copa redonda del ombú; el grito del teru-tero, el pá-
jaro vigilante de nuestros aires, resuena en el vienta
como llamados angustiosos de la patria criolla á los que
nadie contesta; el carancho se posa en la osamenta; en
la cumbre de la colina, ó sobre la línea del monte, á
orillas del río que blanquea, se ve el esqueleto del jdo-
bre hogar campesino, la tapera desierta en que ya no-
se enciende el fogón ; y el espíritu de esa patria, perso-
nificado en algún paisano viejo, ó en alguna pobre mu-
jer, parece que se agazapa en los bajos, y sube de vez
en cuando silencioso á la cuchilla, para mirar primera
hacia el Sud, á ver si viene ya á aniquilarlo el enemiga
ensoberbecido y prepotente, que impera en Montevi-
LAVALLBJA '201
cit'O, y para mirar dospuós hacia «>1 Norte, por ver hí
efectivamente se ha perdido para HÍempre, ó si vuelve
á reaparecer, alhí, sobre la última cuchilla, el poncho
blanco de Artigas, único símbolo do nufstra libertad y
de nuestra esperanza.
Nó, buena patria: Artigas ha muerto; ha ido á morir
durante treinta años en los bosques del Paraguay, y á
extinguir su lumbre bajo la ceniza de sus laureles calci-
nados; ha muerto, como el profeta conductor de los he-
breos sobre el monte Nebo, sin haber podido alcanzar
la tierra de promisión. Pero él ha recibido las tablas
de piedra de nuestra ley, en la cumbre tempestuosa del
Sinaí de nuestras primitivas glorias; él ha pensado en
el Josué de nuestro, éxodo, al trasponer para siempre,
con la frente inclinada, la frontera de la patria; él, sa-
biendo que el capitán Lavalleja, el bizarro, el temera-
rio, el casi atolondrado capitán Lavalleja, está prisio-
nero con algunos compañeros en los calabozos de Río
Janeiro, y allí tiene hambre quizá, hambre de pan y de
gloria, le ha enviado las últimas monedas de su escar-
cela de derrotado, yéndose él á vivir de limosna, para
que Lavalleja coma de su pan, y para que reciba en él
su espíritu, y, con su espíritu, su ley, su mensaje sagrado.
Es una vocación, señores. Lavalleja es el elegido, es
el ungido; Lavalleja es el hijo primogénito de Artigas.
Tiene ya en la frente la luz profética inconfundible; el
ascua ardiente lo ha tocado en la boca.
Con sólo montar á caballo y presentarse en la patria,
ostentando su mensaje luminoso, la patria lo recono- j
cera, y lo seguirá como siguió al viejo x\.rtigas : lo seguirá
porque sí.
Pero es preciso que Lavalleja monte á caballo; con
diez, con veinte, con treinta y dos hombres ; no importa
292 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
el número; pero es preciso que venga él; porque es él
el que lleva el resplandor sobre la frente.
Y ya está ahí, señores; está en una playa desierta y
primitiva; ha pisado de nuevo el suelo sojuzgado de la
patria. Están con él treinta y dos hombres Son
treinta y tres. Es la cifra, es la hora, señores . . . La vi-
sión ha descendido á nuestra tierra.
Estamos, por fin, en la aurora de la Agraciada ¡La
aurora! Pero esa no fué sólo una aurora, señores: fué
también una verdadera noche triste, triste como la no-
che sin luna de las vísperas de Otumba.
Í/> Vosotros sabéis, señores, que, al desembarcar Lava-
'^ Ueja en la Agraciada con sus treinta y dos compañeros,
todos contaban con encontrar caballos prontos al pisar
las playas de la patria. El caballo es, para nosotros, algo
más que un noble bruto : él debiera figurar en todos los
escudos americanos, como símbolo de la libertad de este
continente; el caballo fué el baluarte movible de la pa-
tria; fué el nervio vibrante de la ballesta oriental, que
despedía, como proyectil mortífero, al gaucho centauro,
armado de su lanza primitiva. >
Lavalleja contaba con encontrar su caballo en el are-
nal de la Agraciada.
Don Tomás Gómez estaba avisado; él debía traer los
caballos de la legión libertadora.
Y sin embargo, Lavalleja y sus compañeros se halla-
ron á pie, en medio de un arenal. Estaban á merced de
la primer partida enemiga que pasara. ¡Y eran las once
de la noche!
El héroe ordenó, á pesar de todo, y sin vacilar, que
las tres lanchas que los habían conducido se volviesen
inmediatamente á su punto de partida.
LAVALLBJA 21)3
Y <nu'(laron .solos, y á pir, en jikmüo <I<*1 uií-nal, y í-ii
ol corazón de una noche que pareció eterna, treinta y
(los honil)res. . . y uno más: Lavalleja.
Uno do nuestros hóroos, t'l coronel don Atanasio Sie-
rra, nos ha narrado la impresión de esos momentos; nos
ha pintado las largas horas de esa noche triste, con la
ingenua sencillez, quo nada puedo sustituir, del que es
liéroe sin darse cuenta de ello, d»'l brazo de Dios. Ho-
mero habla como él.
«Estábamos, nos dice, en una situación singular. A
nuestra espalda el monte; á nuestro frente, el caudaloso
Uruguay, sobre cuyas aguas batían los remos las tres
barcas que se alejaban; en la playa yacían recados, fre-
nos, armas de diferentes formas y tamaños: aquí dos ó
tres tercerolas, allá un sable, aquí una espada, más allá
un par de pistolas. Este desorden, agregado á nuestros
trajes completamente sucios, rotos en varias partes, y
que naturalmente no guardaban la uniformidad militar,
nos daba el aspecto de verdaderos bandidos».
«Desde las once de la noche del 19, hasta las nueve
de la mañana del 20, nuestra ansiedad fué extrema. Con-
tinuamente salíamos á la orilla del monte, y aplicábamos
el oído á la tierra, por ver si sentíamos el trote de los ca-
ballos que esperábamos. Lavalleja se paseaba tranqui-
lamente al lado de un grupo de sarandíes ; y habiéndosele
acercado don Manuel Oribe y Zufriategui, diciéndole que
eran las seis de la mañana, y Gómez no llegaba con los
caballos, les respondió sonriéndose : « Puede ser que Gó-
mez no venga, porque los brasileros lo tienen apurado;
pero Cheveste volverá, y volverá con caballos; es capaz
de sacarlos de la misma caballada de Laguna ». Cheveste,
como sabéis, era el baqueano de la legión heroica, el gatt-
cho instintivo que lee su rumbo en el viento que pasa,
294 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
en la yerba, en las estrellas, y, sobre todo, dentro de si
mismo: oye el rumbo en la circulación de su sangre.
Ahí está Lavalleja, señores : desde el primer momento
reaparece la vieja fe inquebrantable de Artigas: no ven-
deré el patrimo7iio de los orientales al bajo precio de la
necesidad.
« Cuando don Tomás Gómez, agrega el héroe narrador
con su sencillez homérica, cuando don Tomás Gómez,
acompañado de Cheveste y de don Manuel Lavalleja,
llegó con los deseados caballos, (eran las nueve de la
mañana) hubo muchos de nosotros que se abrazaron al
pescuezo de los animales, dándoles besos, como si fueran
sus queridas».
Oh! y lo eran, señores; eran mucho más que eso; los
generosos animales tenían que ser casi una parte inte-
grante de aquellos hombres, porque ellos eran los cen-
tauros de la patria, que debían dominar como señores la
extensión de nuestras sagradas colinas; porque ellos eran
la libertad americana, la libertad á caballo.,,^^^?
Lavalleja está por fin en los estribos, señores; ahora
sí, saludemos la aurora de la Agraciada. Lavalleja está
por fin á caballo; ahora sí, por fin, tenemos patria. El
héroe no se apeará de él en tres años. Ese caballo es el
mismo, señores, que acaba de ser sofrenado entre nos-
otros por la mano pujante del hijo y del sucesor de Ar-
tigas. Ha llegado hasta aquí, conduciendo orgulloso su
preciosa carga de gloria, después de haber recorrido por
todas partes las colinas de la patria, sembrando por to-
das ellas las victorias ; él sintió las espuelas de su jinete
en los primeros choques que despejaron el camino á la
legión heroica para introducirla á la patria, que abría los
I,AVAI-I,KJA 'J'.fT)
ojos resplandecientí'M en (jim llainoaba la aurora; ¿1 oyó
el relincho dol caballo do Rivera, cuando el que debía
ser el hóroe del Rincón y de las Misiones, vino á unir
sus armas y su corazón al corazón y á las armas del
jefe de los Treinta y Tres; él condujo á Laválleja, bajo
una lluvia torrencial, á deponer su espada ante la ma-
jestad do la ley, sin cambiarse sus ropas empapadas, y
cubierto del barro del camino, en la memorable asam-
blea de la Florida; él oyó, relinchando de júbilo, el clarín
de Sarandí; él salvó nuestras fronteras, y penetró con
su jinete al corazón del territorio enemigo, para escuchar
allí alborozado las dianas de Ituzaingó; y él nos lo ha
conducido, señores, hasta aquí, vencedor no sólo del es-
pacio sino también del tiempo, vencedor de los desdenes,
de las ingratitudes, de los envenenamientos de la histo-
ria, para que ese jinete de hierro estremezca nuestro co-
razón al desenvainar la espada de Sarandí, y al hacer
rodar sobre nuestras cabezas, como un trneno musical,
ese grito rechinante que brota de sus labios modelados
por el fuego: ¡Carabina a Ja espalda y sable en mano!
Y ahí, quedará, señores, y quedará para siempre en-
vuelto en el nimbo de la perdurable apoteosis; arraigado
en las entrañas de nuestra tierra, cuya vida circulará por
las arterias de ese bronce sagrado y melodioso; erguido
en los estribos, y alta, muy alta la frente, para que todos
veamos en ella el sitio en que fué tocada por el dedo del
viejo Artigas: la unción de la patria, la predestinación
luminosa de la gloria.
Artigas se alzará en Montevideo con los ojos clavados
en el Cerro, dominador de nuestro Atlántico ; Rivera debe
levantarse allá, en la frontera, mirando siempre hacia el
Norte, hacia el linde verdadero de la patria, á que él se
aferró muchas veces, y que sólo abandonó rugiendo: La-
296 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
valleja quedará aquí, en el centro, junto á su cuna. De-
jémoslo aquí, señores, dejémoslo aquí.
Y los fulgores de esas tres espadas se cruzarán al tra-
vés de nuestro sagrado territorio, como los fuegos de inex-
pugnables baterías combinadas; como las luces de faros-
estrellas que alumbrarán nuestra ruta, si alguna vez cae
la noche sobre el alma de los orientales; como los vér-
tices del cuadro que debe formar nuestro Uruguay, el
día en que el alma de la patria vuelva á tocar á llamada
en el viejo clarín de Sarandí.
León XIII y la América Latina
Conferencia dada en la velada que tuvo lugar, ct 30 de Junio de 1902,
en honor de S. S. León XIII, en el Colegio Seminario de Monte*
video.
SUMARIO
Cómo la misma Santidad de León XÜI propuso ese tema al ora-
dor. — Recuerdo díl ¡frca pontiüce. — León Xlü es el pon^
tifice suscitado por Dios para coalirmar, en forma expresa,
la independencia de la América Latina, cuyos estados san
hijos de la democracia cristiana. - La perpetua reaparición
de Cristo en la serie de los pontífices romanos. — La cuna
de la dinastía sagrada. — Pedro el pescador y sus suceso-
res. — Tocando las cumbres. — El imperio romano ; las bárba-
ros; fundación de las sociedades cristianas sobre la base de
los bárbaros convertidos. — La nueva invasión. — La revo-
lución de 1789. — Los bárbaros " sans culotte". — L'n nuevo
elemento. — El pueblo. — El origen del poder público. — La
soberanía popular. — Una e«olucióo natural precipitada por
la revolución. — León XIII aplica á los bárbaros modernos
el mismo procedimiento aplicado por la Iglesia á los anti-
guos bárbaros. — El procedimiento de la Iglesia. — Pío Vil
y Napoleón. — Pío iX. — Las dinastías. — "¡Alleí an pcu-
pie!" — El nuevo soberano originario. — La América demo-
crática y republicana. — La revolución americana no es bija
de la revolución francesa. — Caracteres que las distinguen
y diferencian. — El regalismo. — Opiniones de A\ellaneda
sobre el Congreso de Tucumán. — Teorías de Hegel, Goethe.
Cariyle y Taine. — Artigas como espíritu de la revolución
americana. — La América al encuentro de Colón. — Sale al
enccentro de Leen Xiü.
Bien sabía yo, Excmo. Señor, lo que en este momento
me esperaba; bien sabía, señores, que, en la batalla de
esta noche, me había cabido en suerte un puesto estra-
tégico, es cierto,, pero que es también el de mayor peli-
gro. Estratégico, en cuanto me ha sido dado recoger
ideas, calor de vida, sugestiones luminosas, y colocar mi
espíritu en un estado de armoniosa vibración, propicia
al verbo, con sólo haber escuchado la voz contagiosa de
mis amigos, que con tanta elocuencia os han hablado an-
tes que yo. De mayor peligro, porque fácilmente puedo
ser herido en este puesto por vuestra indiferencia, al
pretender conquistar vuestra atención y mover vues-
tros afectos, desde que la codiciada posición de vues-
tros corazones ha sido ya bizarramente ocupada por
aquellos mis justamente aj)laudidos amigos.
Pero siento que este ambiente vibra aún. y, sobre-
todo, tengo mucha fe en el tema cuyo desarrollo se me
ha encargado imperativamente: León XIII y la América
L atina.
Hay, señores, un momento de penosa inquietud y de
desaliento, que suele preceder á la composición orato-
ria, lo mismo que á la poética. Se siente entonces una
especie de pánico : las ideas dispersas flotan, como en
300 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
un vago amanecer, en torno del asunto que uno se pro-
pone desarrollar, sin posarse en él, sin reconocerse las
unas á las otras, sin formar el acorde que debe resonar
en el alma, para que ésta se ilumine, y pueda leer el
orador la revelación del dios interior que debe transmi-
tir á su auditorio.
Cuando, al pensar en el tema que debo desarrollaros,
mi espíritu se halló en ese período de malestar, un re-
cuerdo amigo, vago y blanco como una nebulosa, salió
del fondo de mi memoria, comenzó á adelantar bacia
mi conciencia, á tomar forma en mi imaginación, y, por
fin, se definió con toda la brillante nitidez de una es-
trella confidente y expresiva.
¡León XIII y la América Latina!
Sí, no hay duda; ese tema no es la primera vez que se
me propone; me fué propuesto en una circunstancia so-
lemne de mi vida: fué en Roma, lo recuerdo bien, y quien
me lo propuso fué precisamente el mismo León XIII, en
la audiencia en que le presenté una vez mis cartas cre-
denciales como enviado diplomático de mi país.
El recuerdo, pues, de la blanca persona del gran pon-
tífice, cuyo influjo en el mundo se os ha expuesto ya,
se me apareció identificado con mi tema, y comunicán-
dole su diáfano resplandor. Yo veía, yo veo en este mo-
mento, señores, á ese anciano exangüe, casi inmaterial,
que vive en la plenitud de su vigor intelectual en la
edad en que los otros hombres han muerto, en que él
mismo debía ser un muerto según el orden normal de
las cosas; al verlo reaparecer en mí, evocado para vo-
sotros, siento pasar por mis pensamientos, y recorrer de
nuevo mi carne, el escalofrío que produce la proximidad
de lo extraordinario, y que yo dominé con dificultad,
cuando me hallé en presencia de León XIII; creo sen-
LEÓN Xlll V I, A AMÍIIMíIA I-ATINA .'{01
tir ((U inis ojos la mii-julii soiiricntí', pensativa, ¡xiui-
traiito como una estrella (|Uo so abní y viene hacia nos-
otros chispeando en la obscuridad, do aquellos ojos
pequeños como pjotas ne<Tras, vivaces y movedizos, ama-
bles ó im[)oriosos, que reclamaban mi contestación á
esta pregunta que me hacían los labios pálidos y expre-
sivos del augusto anciano: ¿y cómo va vuestra Amé-
rica? ¿cómo va vuestro Uruguay? Decidme algo, pues,
de su estado político, de su estado social y religioso.
¿Qué se piensa, qué se dice allá del Papa?
Ya lo veis, señores: es mi tema, mi tema de esta no-
che. Con deciros, pues, lo que entonces dije al Papa, os
pronunciaría un buen discurso; casi estoy seguro de ello,
aun siendo yo quien lo pronuncie.
Pero yo os engañaría, señores, si os dijera que voy á
reproduciros fielmente la contestación que di entonces
á León XIII. Yo mismo no la sé. Sólo sé que hablé
largamente con él, contestando su pregunta; sólo re-
cuerdo que mi impresión primera de sobrecogimiento, se
transformó pronto en una verbosidad, casi atrevida, de
hijo consentido, que el padre de los padres recogía con
benévola sorpresa, é interrumpía con signos que yo creí
de aprobación; sólo sé que ese recuerdo reproduce aún
en mis ojos el agrio de una lágrima brotada de muy
hondo, que me fué arrancada por la mano trémula y
fría, pálida y azulada como la de un convalesciente, que
León XIII colocó fuertemente sobre mi cabeza incli-
nada, para hundir en mi alma su indeleble bendición
paternal, en el nombre del Padre y del Hijo y del Es-
píritu Santo.
Pero si no sé con precisión lo que entonces dije al
blanco anciano, estoy casi seguro de haberle dicho lo
que entonces estaba en mi espíritu, 5^ aun permanece en
302 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
él; lo que hoy quiero deciros á vosotros, señores, y cons-
tituirá la proposición de mi discurso : que León XIII
es, para nuestra América Latina, algo más que un nue-
vo y gran pontífice en la serie maravillosa de los suce-
sores del príncipe pescador; es el pontífice suscitado
por Dios, en el momento oportuno, para bendecir y con-
firmar de una manera expresa y definitiva, y en nombre
del Único y Eterno Soberano de hombres y de naciones,
el nacimiento á la vida independiente de las repúblicas
americanas, de estas hijas legítimas y predilectas de la
democracia cristiana, que, si rompieron los vínculos que
las ligaban con sus antiguos reyes, lo hicieron obede-
ciendo á un secreto impulso providencial, y sin romper
por eso, antes vigorizándolos más y más, los vínculos
esenciales que las ligaban con su Dios, y con su augusto
representante en la tierra.
Yo estoy obligado, señores, por la índole de mi con-
ferencia, á concentrar mis raciocinios. No me es dado
desarrollarlos debidamente, y tengo que limitarme á
sugerirlos, contando con que la comunidad de nuestras
ideas y sentimientos les dará pleno desarrollo en vues-
tro espíritu.
Vosotros sabéis como yo, y acaso lo sentís mejor que
yo, porque sois mejores, que el Divino Fundador de la
Iglesia alienta en ella eternamente. En nada se siente
más enérgicamente acaso el calor de su respiración crea-
dora, que en la continuada aparición del pontífice su-
premo que debe ser su representante, y la cabeza visible
de la Iglesia. Es una constante reaparición sin eclipse
de la luz de Cristo sobre la tierra: lumen in codo.
El divino Libertador del Mundo funda su Religión
l,i;<'>N Xlll V I-A A.Ml'OHICA LATINA ¡{O.'í
Hobríí la l)!is(> dci iiu polircí hombro, poscador fii un la^í)
circundado (le aldeas. Lo convierte en piedra an^jiular; lo
hace principo de au sangro divina, con sólo infundirlo
su palabra, y lo envía á Roma, á tomar posesión dol
reino nuovo, es decir, á morir clavado en su trono cruz.
He ahí, señores, la cuna de la interminable dinastía
de los pontífices romanos. La suprema condición del
primer soberano debía ser la de saber morir, la de re-
frendar con su sangre la nueva ley: quien vence con
morir es invencible.
Los sucesores inmediatos de Pedro salen taml)¡énde
los dormitorios subterráneos ; brotan de la sombra. Allí
los elige Dios, para ser nuevos vencedores según el con-
cepto cristiano ; nuevas hostias expiatorias y propicia-
torias, que se van heredando la divina legitimidad: el
derecho al potro giratorio de los mártires, que chispea,
salpicando luminosa sangre real, en medio á las tinie-
blas del paganismo, que ya empieza á ser tragado por
ellas. Era necesario insistir todavía en el triunfo del
dolor hecho cosa divina, en la suprema victoria de la
muerte hecha inmortal.
El imperio romano en descomposición se ha derrum-
bado, y se ha hundido en su propia noche infecta : los
bárbaros, como si vinieran caballeros en buitres, se aba-
ten desde el Norte sobre el cristianismo recién nacido.
Pero Cristo ha vuelto á aparecer, no ya en un viejo pes-
cador, sino en el majestuoso León el Grande, que de-
tiene á Atila con un signo de su dedo luminoso, salva
á Italia de la devastación, y á Roma de los horrores
del incendio y del saqueo, y defiende al mundo más
tarde de las garras de Genserico, el fiero halcón. Y no-
tadlo bien, señores, yo os lo ruego, porque esta será la
idea fundamental de mi discurso : los bárbaros destru-
304 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
yeu el imperio romano: sólo el papa los detiene; pero
los detiene para bautizarlos. Y es precisamente de esos
bárbaros vencedores, de esos hombres vellosos de ins-
tinto feroz, pero de sangre no contaminada, de los que
se ha de valer la Iglesia para echar los cimientos de los
pueblos occidentales ; de nuestras actuales sociedades
cristianas. Sí, señores : somos todos hijos de fieras do-
mesticadas por Cristo. ; No sin causa vemos reaparecer
la fiera entre nosotros, desde el momento en que desa-
parece de nuestro lado el divino domador!
Los pueblos occidentales cristianos han nacido, pues ;
han nacido á la sombra de la Iglesia ; nadie es osado á
negar ese postulado de la historia. Pero ya esos pue-
blos han comenzado á rebelarse contra su madre. Los
emperadores del sacro imperio romano germánico han
pretendido resucitar el cesarismo pagano : la absorción
del sacerdocio por el imperio. Pero ya es tarde para
conseguirlo : ya no es tampoco el viejo Pedro, el tosco
pescador del lago, quien encarna la presencia de Cristo
en este mundo : ocupa su lugar G-regorio VII, que, no
teniendo ja, el derecho de morir, sino el deber de vivir,
reivindica y conquista su independencia espiritual en
sus luchas con Enrique IV, y traza las fronteras del
reino de Cristo, alzando los baluartes definitivos del
circuito de la ciudad de Dios.
¡Cuan grato me sería, señores, recordaros, siquiera
fuese ligeramente, los rasgos característicos de los gran-
des pontífices que abonan mi tesis : los de aquel siglo dé-
cimo tercio, por ejemplo, del siglo poético de Dante y
San Francisco de Asís, para haceros ver destacarse so-
bre él la figura resplandeciente de Inocencio III ! Nó :
me es imposible : el pensamiento fundamental de mi dis-
curso, al llamarme á si, me empuja vertiginosamente
I,K»»N XIII V I.A A.\IKl;li A LATINA !50r
(l(wimil)rt' rn (UiMlirr; las v«'0 pasar como antorchas
volcánicas. Apenas si me es dado indicaros do paso e8<<
pontifico sideral, qne, con el nombre de León X, da sn
nombre al siglo del renacimiento, y es el principio de
acción de todos los grandes progresos que entonces rea-
liza la humanidad en marcha. Ni si(]uiera me es posiblo
recordaros con la debida atención los momentos pavo-
rosos por que atravesó el cristianismo, al sentir en las
puertas de sus fronteras orientales los golpes de la ci-
mitarra musulmana, y en su suelo, ya invadido j)or el
turco, el galopar siniestro de los potros de los bárbaros
orientales. Y sin embargo, me es indispensable dete-
nerme aquí un niomento; tengo que haceros notar la
diferencia que existe entre éstos y los otros bárbaros.
Estos no son, como aquéllos, el hombre primitivo de
sangre espumante propicia al bautismo ; traen la sangre
contaminada por el virus sensualista del Corán. No son
una aurora del Norte; son un crepúsculo caliente del
mediodía africano; son, como el imperio romano, el fin
de un mundo, cercado por las sombras hambrientas que
tienen que devorarlo. Así devoran las hienas á los ca-
dáveres insepultos inhábiles para la resurrección.
Entonces veréis surgir también, del fondo de esas ho-
ras negras, la forma providencial de otro gran pontífice,
suscitado por Dios para aquel momento ; veréis reapa-
recer á Cristo, no ya en la forma del mártir, sino en la
figura homérica de Pío V, á cuya voz apareja su escua-
dra nuestra madre España, é invocando á la Virgen li-
bertadora con el título de Auxilio de los Cristianos, su-
merge á los nuevos bárbaros, no en las aguas tranquilas
del Jordán que redime, sino en las airadas de Lepanto,
el impetuoso golfo exterminad or.
Pero no enumeremos más, señores : comj^rendo que
CONF. T DISC. 20.
306 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
la enumeración tiene que fatigaros; dejemos pasar las
cumbres ; no nos detengamos ni siquiera en esa elevadí-
sima en que resplandece la tiara de hierro de Sixto V ;
saltemos, á fin de arribar cuanto antes á los tiempos
modernos, en que nos espera otra invasión de bárbaros:
la revolución política de 1789, hija legítima de la re-
volución religiosa del siglo décimo sexto. Aquí veremos
coincidir con la revolución francesa, en el tiempo aun-
que no en el espíritu, el nacimiento á la vida indepen-
diente de nuestres repúblicas americanas; y aquí ve-
remos, una vez más, cómo el dedo de Dios marca á su
elegido en la frente, y lo toca en la boca, al suscitar en
su Iglesia el pontífice providencial.
Comprenderéis, señores, que no entra en las pro-
porciones de este mi discurso el proceso de la revolu-
ción francesa, que ha hecho Hipólito Taine, el ecuánime
pensador liberal, al llamarla á juicio para estudiar los
orígenes de la Francia contemporánea. Esa revolución,
que pretendió libertar el pensamiento humano, luchó
contra los agentes exteriores que, según ella, lo esclavi-
zaban; pero ni siquiera pensó, porque no creía sino en
las apariencias externas, ni siquiera pensó en los agen-
tes interiores^ en los verdaderos tiranos de nuestra vo-
luntad, en los que realmente, esencialmente imiDÍden
nuestra libertad de pensar, de sentir y de obrar, y son
los que dominaron la revolución en vez de ser domina-
dos por ella: el vicio, el sensualismo, el orgullo, el odio,
la ambición, la falta de energía para vencerse á si mis-
mo. En esos casos, señores, el pueblo no se liberta de
los déspotas, sino para sustituirlos, para convertirse él
mismo en opresor. Eso fué la revolución francesa.
LBÓN XIII Y I.A AM^KICA LATINA 3íl7
No es, puos, mi ánimo el reproduciros los cuadros en
que el ilustre crítico francés nos rotrata la nueva inva-
sión do bárbaros ndus cu/otte, esclavos do si mismos, y
(jue pretenden libertar á otros; invasión que sube au-
llando desde el fondo hasta la superficie de la sociedad
moderna; tampoco ho reproducido los cuadros simila-
res de los bárbaros que bajaron desde el norte para aba-
tirse sobro la sociedad antigua, y que fueron, no obs-
tante, los progenitores de Clodoveo y de Recaredo.
Debo haceros notar, sin embargo, el rasgo fundamen-
tal, no político sino sociológico, de esos acontecimientos
con que se inicia la historia contemporánea. De en me-
dio del derrumbe de las antiguas instituciones seculares;
de en medio de los errores y crímenes de la revolución,
un nuevo elemento ha surgido providencialmente, provi-
dencialmente, no rectifico mi palabra, reclamando ó rei-
vindicando la suprema intervención en la dirección de
la sociedad, y consagrando un nuevo principio, confuso
entonces, pero basado en la realidad: el gobierno debe
pertenecer á los más aptos de entre toda la sociedad;
el método para descubrir el más apto es indiferente ;
el que consiste en su designación por el consenso po-
pular es el más natural, y es la reacción natural tam-
bién contra el que consiste en la designación por el
simple nacimiento. Si aquel método no es perfecto ni
infalible, menos puede serlo este ; pero, sobre todo, am-
bos son medios de conseguir un fin: la mejor constitu-
ción de la autoridad ; la autoridad para el pueblo, nó el
pueblo para la autoridad. Y eso es verdad, señores.
Ese nuevo elemento que ha aparecido, es pues, el
pueblo precisamente; el pueblo que, considerando res
nullius la autoridad civil, se hace dueño colectivamente
de ella á título de primer nuevo ocupante, y la enajena
308 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
después, ó la delega en forma definitiva, en los hombres
que él cree más aptos para ejercitarla en beneficio
común.
¿ Y quién, si nó el pueblo, ha de reconstituir la socie-
dad, dándole autoridades, una vez que éstas han cadu-
cado?
¿Y quién podría negar, sin que esto importe aplicar
el raciocinio á un caso concreto, que hay momentos en
la historia de la humanidad, en que las autoridades, re-
sistentes á una evolución consumada, y á una- transfor-
mación necesaria, caducan y se extinguen, como una
luz que se apaga por falta de oxígeno en el aire reno-
vado?
La aparición imperiosa y brutal del nuevo soberano
originario, señores, ¿era un simple accidente transito-
rio? ¿O era el término, previsto por la ciencia, de una
lenta evolución de la humanidad, que la revolución pre-
cipitaba? ¿O era que las antiguas formas de toma de
posesión y ejercicio del poder público habían terminado
ya su ciclo histórico providencial, y reclamaban una
forzosa sustitución, más en consonancia con el desarro-
llo del principio cristiano, y de la conciencia humana,
forma que acaso hubiera venido por evolución ya ini-
ciada, si la revolución no la determina brutalmente?
En ese caso, si el nuevo imperante se presentó como
los bárbaros del Norte, como á los bárbaros del Norte
era preciso detenerlo, reducirlo, bautizarlo, hacerlo ser-
vir de base para las sociedades cristianas democráti-
cas del porvenir. Es el procedimiento histórico de la
Iglesia, y es el que la Iglesia ha adoptado en presencia
de la revolución moderna.
Para lo primero, para reducir á los bárbaros, Dios
suscitó en el seno del Catolicismo á León el Grande,
LKÓN XIII Y I, A AMl'cKirA LATINA ÍIOÍ)
(jur (lotiivo á Afila en Iiis pufitas de Kmna; j)ara lo k»'-
íj;un(io, Cristo lia reaparecido en otro Looi», lu» iik'iioh
ina<i;no (juo ol |)rimoro: eso es León Xlll; León XIII,
([uo ha (lado contestación categórica á las anteriores
preguntas: la democracia no es un accidente, es el th'-
mino de una evolución secular; no es un eclipse, es la
aurora de un astro nuevo. Es preciso aceptar sus for-
mas, y hacerla cristiana.
Esa es la piedra del ángulo del gran monumento po-
lítico de León XIII, monumento de piedra.
La Iglesia católica, señores, aunque jamás ha sido
obstáculo á las transformaciones sociales ó políticas
exigidas por la marcfia de la humanidad, no ha apresu-
rado tampoco la muerte de las instituciones humanas
consagradas por los siglos; ha contribuido más bien á
conservarlas, sin por eso reconocerlas como eternas.
Pero si bien no ha precipitado la muerte de esos orga-
nismos ó formas de gobierno de vida limitada, tam-
poco se ha identificado con ellos, de modo á creerse
obligada á seguir sus destinos atándose á sus cadáveres,
porque ella es lo inmutable y lo inmortal, en medio á
las transformaciones y las desapariciones. La frase es
de León XIII, señores: la Iglesia, ha dicho el gran
pontífice, no se ata á más cadáver que al de Aquél que
está El mismo atado en la cruz.
El santo Pío VII, el doliente asceta torturado, pro-
cura detener y reducir, á fuerza de bondades, al bárbaro
genial que arrastra en pos de si las muchedumbres fas-
cinadas, y azota ala Europa con la espada forjada para
él en las fraguas de la revolución. Por ver si es efecti-
vamente la encarnación genuína de la moderna irriip-
310 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
ción predominante, el papa consagra y corona á Bona-
parte bajo el dosel ojiv^al de Notre Dame. Tolerancia
paternal, pero inútil. Aquello es un meteoro luminoso
pero inconsistente que pasa. No es el pueblo coronado; ni
siquiera se llega al pueblo por él. Bonaparte ha comen-
zado, es cierto, por una fe en el hecho y en el espíritu
de la democracia; pero, al aspirar á la corona de empe-
rador de la sangre, de miembro de la dinastía austríaca,
ha tenido que abdicar la corona real, real en el sentido
de res^ cosa, realidad, esencia, nó en el sentido de rex,
rey; ha abandonado la democracia, para transformarse
en un César, un César más, un César ebrio, ebrio de
soberbia y de crímenes de gloria, que adopta, como
prueba de su instinto cesarista, hasta la nomenclatura
y los símbolos romanos. El pasa, porque es la aparien-
cia ; pero el pueblo, que es la realidad, permanece y acrece
de día en día su poder; permanece el niievo principio:
el gobierno para los más aptos; los más aptos designa-
dos por la nación.
Pío IX, el gran Pío IX, hace los últimos esfuerzos
por mantener la existencia de las instituciones interme-
diarias, por medio de las cuales la influencia del repre-
sentante de Dios se ejerce sobre los pueblos. Pero es inú-
til; esas instituciones no están ya identificadas con el
pueblo, y tampoco lo están, en general, con la Iglesia;
no sirven á su objeto. Recordad, si nó, aquella aristo-
cracia escéptica y disipada del siglo xviii; recordad á
los Choiseul, á los Aranda, á los Pombal ... y tantos
más, señores, tantos más. Lejos de acercar el pueblo á
la Iglesia, esas instituciones lo alejan de ella, haciendo
cargar á ésta con las culpas dinásticas; lejos de coope-
rar á que aquélla desempeñe su misión evangélica entre
la sociedad, le niegan sus atributos esenciales, le mi-
I.KÓN XIII \ I.A AMÍCHICA LATINA !U 1
iiiiii Sil |irt's( i^io y su aiit oriihid, !«• iinchiit ¡ni hms n--
CMUHOS.
¿A qué, pues, interraodiarioH entre Díom y el pueblo?
Es entonces, seílores, cuiiudo Cristo n-apurece en la
forma transj)arento como una visión profótica do nues-
tro pontifico León XIII, que se dijera sentado entre
un sepulcro y una cuna. Ks entonces cuando se oye salir
de los labios octo<;onarios del pálido pastor de las con-
ciencias aíjuella voz que rodó como un trueno bajo los
tronos y los poderes tambaleantes, y que recuerda el
« id y etiseñad d todas las gentes bautizándolas". ¡Allez au
peuple! dijo el papa desde lo alto; id al pueblo, pues;
id á él directamente ; sed el pueblo vosotros mismos,
pues el pueblo es la fuente de soberanía más indicada
por la naturaleza, y las leyes naturales son leyes de Dios ;
no os atéis servilmente á las formas accidentales, tran-
sitorias y caducas; no os amarréis á los cadáveres de sui-
cidas; aceptad la democracia, que es hija legítima de la
fraternidad de la cruz; si ella no es cristiana, arrojad
sobre su cabeza el agua lustral, y ella, como el fiero
sicambro, adorará mañana lo que hoy hace arder, y que-
mará lo que hoy adora, para arrojar incienso sobre las
ascuas.
La encíclica de León XIII, señores, su carta monu-
mental á los obispos de Francia, firme 3' serena como
una epístola de San Pablo, no inventa ciertamente una
doctrina. Los papas no inventan, señores: leen el Evan-
gelio inmutable y siempre nuevo en compañía del Espí-
ritu Santo, y lo releen al pueblo cristiano, en el mo-
mento oportuno, y traducido en lengua vulgar.
La doctrina de León XIII, que causó tanta sorpresa
en los hombres de fe estrecha que empequeñecen á Dios
hasta hacerlo del tamaño de sus rutinas: la doctrina del
312 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
grande anciano sobre el origen divino esencial de la
autoridad, y sobre sus formas accidentales, sobre la so-
beranía originaria del pueblo es]3ecialmente, no era otra
cosa que la doctrina planteada ya en Grecia por Aris-
tóteles, y proclamada en toda su plenitud por las escue-
las cristianas: por el genio portentoso de Santo Tomás
de Aquino; por los maestros de las universidades cas-
tellanas, y por los de la antigua Sorbona; por el Padre
Vitoria, por Belarmino, por el ilustre Padre Suárez en
pleno siglo decimosexto; por vosotros mismos, olí maes-
tros queridos de la Compañía de Jesús, que, al pisar
tierra americana, os sentís tan republicanos como nos-
otros, y, sofocando quizá tradiciones personales, nos
enseñasteis y enseñáis á nuestros liijos á amar y á glo-
rificar las tradiciones de la patria independiente repu-
blicana, nacida á la libertad por la voluntad y el es-
fuerzo soberanos del pueblo ungido por el sacrificio y
por la gloria.
La palabra de León XIII produjo, sin embargo, una
especie de pánico ó de consternación en muchos buenos
espíritus de Europa, adoradores de las formas ó acci-
dentes, idólatras sin saberlo.
¿ Qué será de la Iglesia, llegaron á decir, sin el apoyo
de los grandes ?
En vez de decir, como pensó León XIII: ¿qué será de
esos pequeños grandes sin el apoyo de la Iglesia?
¡La Iglesia sin el apoyo de los grandes!
¡ Como si pudiera haber algo grande al lado de Dios,
apoyo inquebrantable de la Iglesia de su Cristo !
¡ Como si, debajo del Solo Altísimo, pudiera conce-
birse en el orden social nada más alto y más poderoso
que el pueblo, cuando le llega la hora de ser el agente
de los designios de Dios!
LK<')N Mil V I.A AMI'OIMIA LATINA 313
¡El pueblo! ¡El piioblo soberano! No hay que des-
confiar do (^1, sonoros; liay qiio ir á él, como lo quiere
Loón Xlll; hay quo osporar en él, porque el pueblo es
bueno, cuando no lo hacen malo los que, después de sem-
brar vientos en su alma, lo ronief^an y lo incriminan por-
que salón de ella tempestades. Es verdad, señores, que,
en el momento más formidable de la historia, fué ese
soberano anónimo quien, bajo los balcones del pretorio,
reclamó la muerte del Hombre -Dios, y aclamó á Ba-
rrabás, el homicida y ladrón. Pero no es menos cierto
que, entonces como tantas otras veces, el pueblo pro-
cedía instigado por los grandes, por los escribas secta-
rios, por los fariseos opulentos, por herodianos dinás-
ticos. Y no es menos cierto que también fué el pueblo
el único baluarte humano del Justo divino ; no es me-
nos cierto que, por temor á una sublevación popular en
favor del Maestro, acusado de agitador, de sedicioso, de
enemigo del César, se buscó la complicidad de las som-
bras de la noche y los caminos menos concurridos, para
arrastrar al Divino Redentor ante el inicuo tribunal
perjuro.
Notad, por fin, señores, una circunstancia esencial de
la participación del pueblo en el drama santo de la re-
dención humana. Las muchedumbres que condenaron
al Justo fueron las turbas de la capital, acaudilladas por
los políticos; el pueblo amigo de Cristo fué el pueblo de
los campos, el que había venido á Jerusalén á celebrar
las fiestas, y acampaba en las orillas del Cedrón; el que
realmente representaba el instinto popular no contami-
nado. Los pobres son evangelizados.
La Europa católica ha tardado mucho, señores, en
compenetrarse del pensamiento genial del gran pontí-
fice, que ha envuelto en luz el problema sociológico
314 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
contemporáneo, y abierto nuevos rumbos á la humani-
dad cristiana. La Europa ha tardado en comprender que,
muy al contrario de lo que pretendieron algunos soña-
dores, que querían poner al servicio de la revolución se-
mi-bárbara la fuerza de la Iglesia, León XIII quiere po-
ner al servicio de la Iglesia la fuerza de la revolución
incontrastable, cuyas causas profundas y seculares no
deben buscarse ciertamente en el pueblo. Lo único que
ha hecho el gran pontífice ha sido cambiar de instru-
mento para ejercer su misión evangelizad ora, aceptar
el más eficaz, el solo eficaz, impuesto por los hechos
providenciales.
Pero si eso ha tardado en ser comprendido en Europa,
señores, aquí estaba nuestra América, bien predispuesta
á recibir esa doctrina, porque es la base de su ser in-
dependiente; aquí estaba nuestra América, democrática
y republicana de nacimiento, que, sin preocupaciones,
ni reatos, ni solidaridad con hombres ni dinastías, pudo
romper y rompió los vínculos políticos que la ligaban
con sus antiguos reyes y señores, sin por eso pretender
romper ¡ qué digo romper! sin por eso debilitaren lo
más mínimo los vínculos que la ligaban con su Dios;
antes por el contrario, recurriendo á Él en apelación de
los injustos procedimientos de los hombres. El es el rey
de todos los reyes, el señor de todos los señores, la fuente
única de toda soberanía, de todo imperio y de toda hu-
mana potestad; El es el que desata los vientos escon-
didos en el aire ; El, el que concita á los pueblos escon-
didos en la historia.
Nó, señores : la revolución de independencia de la Amé-
rica latina no fué la hija de la revolución anticristiana
I.IOÓN XIll V I, A AMKIíKA LATINA 816
europea, cualpsíiuiera que hayan sido laR ¡nflueiu;¡aH (pío
ésta haya podith) (\j('r(<M- |)ara (h't»MTniiiar d iijoiiHMito, y
aun para vul<;arizar, auiuiuc adulterado, el principio,
que era ya nuostro, de ser el pueblo la fuente más na-
tural de soberanía, y de q\u\ el í^obierno debe pertene-
cer á los más aptos. La revolución do nuestra América
tiene su carácter pro[)io. No es el desarrollo de una
teoría; es un hecho providencial procedente del Evan-
gelio ; es la inspiración del corazón popular no enfermo,
no contaminado; es la obra del instinto de libertad cris-
tiana, que hace que los hombres redimidos por Cristo
se sientan nobles por ese solo hecho, iguales ante Dios,
y obligados á inclinarse sólo ante El, ya que todo poder
y toda autoridad sólo de Dios j^roceden, y sólo al cum-
plimiento de su Voluntad suprema se encaminan. Ese es
el verdadero origen de los estados soberanos. Estos
se forman por la reunión de los hombres movidos por
una misma inspiración, unidos por un mismo propósito
de felicidad común, sometidos á una misma autoridad,
y dueños de una suficiente extensión de territorio, deli-
mitada por la acción de otros grujios de hombres que.
persiguiendo el mismo propósito, son dueños de los
territorios limítrofes. Cuando tales circunstancias se
reúnen, las nuevas naciones nacen, porque deben nacer,
porque quieren nacer, porque Dios quiere que nazcan,
sobretodo.
Observad si nó. señores, la diversidad de caracteres
entre la revolución europea del siglo pasado, y la gue-
rra de independencia de nuestra América latina. Ailí,
de las oleadas de las muchedumbres, empujadas por el
viento soplado por demagogos, brotaba un sordo clamo-
reo contra Dios, cuyos altares ardían; aquí, el pueblo se
reúne precisamente en torno de los altares; se congrega
316 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
en los mismos templos; sus aclamaciones son una so-
lemne plegaria, algo como el rumor de un bosque sa-
grado habitado por la tempestad. Allí, los generales que
enarbolaban la enseña roja ó la tricolor tenían muy á
menudo la blasfemia en los labios; las excomuniones
del papa, decía Bonaparte, no han de hacer caer los fu-
siles de las manos de mis soldados; aquí, el general Bel-
grano hace rezar el rosario á su ejército prosternado,
antes de la batalla, y depone, después de la victoria, su
espada vencedora á los pies de la Virgen de las Merce-
des. Allí, se imponía al clero católico la opción entre la
muerte y la apostasía ; el clero eligió la muerte ; aquí,
los sacerdotes americanos veían identificado su jura-
mento sacerdotal con el solemne de fidelidad á la Pa-
tria, y acompañaban sus ejércitos, y bendecían, en nom-
bre del Altísimo, sus banderas, y alzaban, en coro con
el pueblo, las acciones de gracias por las victorias. La
revolución europea, por fin, y es esto lo más esencial,
definió su espíritu y sus propósitos en declaraciones y
constituciones anticristianas, cuyos errores ha conde-
nado la Iglesia. Pues bien: yo os invito, señores, á re-
correr la serie de las constituciones de los estados la-
tino americanos, y á que me indiquéis una sola en que
haya dejado de consignarse, como base de la nueva
nación, la unión de Dios y de la Patria, el consor-
cio de la Iglesia con el Estado, la filial protección de
éste en favor de aquella; yo os invito á que me mos-
tréis una sola de esas constituciones en que se hayan
escrito principios que los hijos fieles de la Iglesia este-
mos en el deber de rechazar.
Ah. . . sí, los hay, es verdad; sí, los hay, señores, en
algunas constituciones americanas, Pero observadlo
bien: los errores que inficionan á veces esas cartas fuii-
l.KÓS XIII V I, A AMIOItKA LATINA 'M'
damentalesflo los |)uo1)los de Amórica, no provionon fi«!l
princ.¡[)¡o (lomocrútico ro[)ubIicano <]tio t-n ellas se ron-
sa¿j;ra; no son lujos del espíritu |)0I)u1hi' americano <|Uo
sustituyó al anticuo ('S|M'r¡tu dinástico; ni siquiera re-
])r('sontan el reíh^jo de los principios fie la revolución
francesa. Son precisamente todo lo contrario: son ios
hijos del viejo y funesto regalismo monár<iuico, señores,
que significaba todo lo oj)uesto á la soberanía pO])ular;
los hijos del regalismo, qutí tenía su orijjjen en la ley de
Partida que dice al pueblo que deve ver e cononcer, como el
nonie del Eeij es de Dios, é tiene sti lugar en la tierra O;
ó la que dice que el monarca será considerado como el
«Vicario de Dios » sobre la tierra, y como el propieta-
rio de todos los países del globo sujetos á su cetro ^2^;
son e\ patronato real, el exequátur, el placet regio, que,
aunque nacidos, es cierto, de un acto de amor y grati-
tud del Estado hacia la Iglesia, }'• de una concesión de
ésta, se había transformado, mucho antes del movimien-
to democrático moderno ¡mucho antes! en el gran re-
curso cesarista para maniatar á la Iglesia, para oprimir-
la, para humillarla, para arrebatarle, con su carácter de
sociedad perfecta é inviolable, sus atribuciones inalie-
nables ; para arrancarle, en fin, su divina primogeni-
tura, á trueque de un plato de lentejas rojas.
Oid, señores, lo que dice el esclarecido procer don
Nicolás Avellaneda, en el magistral estudio que nos ha
dejado sobre el congreso de Tucumán, que declaró la
independencia argentina el 9 de julio de 1816:
«No hubo jamás una asamblea más argentina, dice
el ilustre presidente de la república hermana: ninguna
(1) Partida ii, titulo xiii.
(2) Partida ii, titulo xiii, ley xxv.
318 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
que respondiese mejor al estado intelectual y moral del
país. Hablamos de la pureza de sufragios con que fue-
ron designados sus miembros, ya que el congreso mis-
mo volvía con complacencia los ojos sobre lo inmacu-
lado de su origen, recordando, en su manifiesto del 2
de Agosto, que casi todos los diputados habían renun-
ciado, y que los pueblos ratificaron su nombramiento...»
«Leamos ahora sus nombres, y no encontraremos, á
la verdad, los de los actores políticos que siete años de
revolución habían hecho famosos».
« Son eclesiásticos en su mayor parte, y doctores to-
dos de Córdoba y Chuquisaca. No habiendo vivido en
la ciudad capital del virreinato, y sin haber salido del
interior de su país, han permanecido naturalmente ex-
traños á las influencias que vienen de afuera. No cono-
cían los libros con que la Francia había removido los
espíritus en el siglo xviii ; y, si los acontecimientos de
la revolución llegaron á sus oídos, había sido solamente
para inspirarles un santo horror».
«Van á emanciparse de su rey, y toman todas las
precauciones para no emanciparse de su Dios ni de su
culto ; y es este recelo de sus espíritus el único senti-
miento que pudiera atribuirse á la advertencia de los
sucesos extraños» (i\
Ese es efectivamente, señores, el espíritu de la revo-
lución americana. Si esos doctores de Córdoba y Chu-
quisaca, y todos sus congéneres de América, tenían
errores que inficionaron algunas de sus constitucio-
nes, esos errores no eran hijos del espíritu democrático
republicano, sino residuos del regalismo tradicional,
que sólo la democracia debe extirpar, porque si se decla-
(1) Nicolás Avellaneda: Ensayo histórico sobre el Tucumán.
LEÓN XIII Y I.A AMÉIllCA LATINA 819
rase heredera rio jirivilejrios reales cesuriutas, renega-
ría, ])or eso solo hecho, do si misma.
No cabe, señores, en las ])ro|)orc¡ones de esta confe-
rencia, la demostración, (|U<' ¡)odría ser amplísima, de
esta mi afirmación fnndamental; pero bástenos recor-
dar que, después qn^^ el Rey Nuestro Señor Carlos III
expulsó á los jesuítas brutalmente de los dominios de
su corona, fundó en Buenos Aires, para sustituir sus
colegios, el Real Consisforio Carolino.
¿Cuál era su espíritu? No es posible dudarlo. Estu-
diad sus anales, señores, y veréis las doctrinas que allí
se enseñaban : el regalismo absoluto tradicional en la
monarquía, el regalismo universal, el verdadero cesa-
rismo. que hace de la lealtad al rey, considerado el
ungido directo de Dios, el dogma supremo, y niega á la
Iglesia el carácter de sociedad perfecta, independiente,
y de origen divino: plena heregía.
La doctrina católica, señores, sostiene el origen di-
vino de la autoridad. Sí, no hay duda ninguna; toda
autoridad viene de Dios; lo mismo la doméstica, deter-
minada por la generación, y que es indeleble en su
esencia, aunque puede ser caduca en su ejercicio, que
la civil ó política, determinada por los hechos en que
puede ó no intervenir la libre voluntad de los hombres,
y que es esencialmente caduca con relación á las per-
sonas.
Pero vosotros sabéis perfectamente, señores, que de
esa doctrina que establece el origen divino de la auto-
ridad, á la unción de Dios, directa, personal, perpetua,
atribuida á ciertos y determinados hombres ó familias,
considerados como seres superiores en la especie hu-
mana, hay un abismo. La primera es doctrina católica;
la segunda nó; la primera engendra naturalmente la de-
320 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
mocracia y la república, desde que el heclio más natu-
ral para determinar la autoridad es la designación po-
pular; la segunda es la madre del cesarismo que, en sus
relaciones con la Religión, se lia llamado regalismo.
En este está, señores, vuelvo á repetirlo, y no en el
principio democrático republicano, el liuevo de los erro-
res de algunas constituciones americanas.
En ese Real Consistorio Carolino de que os lie ha-
blado, se formaron los Larrafiaga, los Irigoyen, los
La- Robla; en él debe buscarse el origen de ios erro-
res regalistas del deán Funes, y de tantos otros, que
son legión. Fué en esa época, señores, durante el rei-
nado de Carlos IV, cuando se pretendió, contándose
con la anuencia de doce obispos, separar de Roma la
iglesia de España, á cuyo efecto, cuando ocurrió la
muerte del pontífice Pió YI, el rey Carlos IV prohibía
á todos los prelados de España y sus dominios que die-
sen noticia alguna sobre la elección del nuevo pontífice,
y sobre el estado de la iglesia universal, á menos que
esa noticia fuera recibida directamente del secretario
de su majestad.
Esa era la doctrina predominante en la monarquía
que la revolución democrática americana debía susti-
tuir por la soberanía emanada del pueblo. Convenga-
mos, pues, señores, en que nada hemos perdido con la
sustitución; convengamos en que los hijos fieles de la
Iglesia católica, aunque sólo fuera en el carácter de ta-
les, sólo podemos bendecir á Dios por la independencia
de la patria americana, y, muy es^iecialmente, por el
espíritu democrático republicano que fué su aliento, su
nervio, su vida intrínseca.
I, ICÓN XIII Y I, A AMKKK A LATINA !1'21
Pero, como miles lo hr arirmado, Boíloros, la rovolu-
ción do mu'slra Aiiiórica no fuó ol dn.sarrollo de una
doctrina; fu¿ un heclio del dinamismo popular. Kl pucMo
es su mentó, os su corazón, al mismo tiempo que su l>razo.
Pero es el pueMo del Cedrón, ontendedlo bien, el
anii^o de Cristo: nó el de la capital, (juo, incitado por
herodianos y fariseos, declaraba no (juerer más rey que
el César, y hacer de Barrabás su ])redilecto.
Por oso, señores, los grandes y clásicos caudillos de
la independencia americana; los quo de veras concen-
tran el espíritu flotante en su tempestad de gloria,
no son los hombres que bebieron inspiraciones en las
bibliotecas de la enciclopedia, ni en las antecámaras re-
galistas, ni en ios sanhedrines diplomáticos; no son los
que, venidos de la Europa revolucionaria, renegaban
del poder eficiente del pueblo, y fraguaban restauracio-
nes ó formaciones de monarquías americanas sobre la
base de los híbridos principios del 89; de aquellos de-
rechos del hombre sin deberes correlativos, de aquella
tendencia á encadenar los tiranos exteriores, con el solo
objeto de erigir en tales á los interiores, á los vicios y
las pasiones del hombre.
Los verdaderos caudillos americanos fueron aquellos
que bebieron toda su inspiración, y recogieron toda su
fuerza, y cifraron todas sus esperanzas en los puros
sentimientos populares, sentimientos esencialmente
cristianos; los que, conservando los principios de liber-
tad, de igualdad y de caridad, que habían sido traídos á
América por los misioneros, por los verdaderos liber-
tadores, no estaban contaminados j^or las rebeldías de
la razón, ni por las apostasías del sensualismo utilitario.
Hay una teoría alemana, señores, según la cual todo
período, toda nación, toda civilización, tienen su idea,
cosF. r Disc. 21.
822 CONFEJRENCIAS Y DISCUKSOS
que es como el gran niicleo cuya rotación atrae, deter-
mina y ordena todas las otras ideas. Donde Hegel, el
filósofo germánico, coloca una ¿dea^ Carlyle, el original
y conceptuoso escritor inglés, pone un sentimiento, que
él concentra en un héroe; Taine, el historiador soció-
logo francés, nos habla de un personaje reinante. Hegel,
siguiendo su método de las ideas madres, que funden en
la unidad hasta los mismos contrastes, busca la fórmula
de todo, de todas las cosas; Goethe, siguiendo el mismo
sistema, busca la visión de las ciencias, la visión de
todo, y lleva á Fausto á la mansión obscura de las ma-
dres ó de las causas.
El héroe, dice Carlyle, contiene y representa la civi-
lización en que está comprendido. El pensador inglés re-
sume, pues, en un hombre, todos los elementos disper-
sos que Hegel pretende concentrar en una ley, y Goethe
en una imagen. Aquellos viejos reyes del mar, dice Car-
lyle, silenciosos y sombríos, que, con los dientes apre-
tados, desafiaban al Océano embravecido, y á sus mons-
truos, y á todos los hombres, y á todas las cosas, igno-
rando que fuesen especialmente valerosos, son los abuelos
de nuestros Blakes y de nuestros Nelson.
La verdadera historia, dice Taine comentando á
Carlyle, no es otra cosa que la epope3'a del heroísmo.
Yo no acepto, señores, filosóficamente hablando, esas
teorías sobre la influencia del medio, como creadora de
una conciencia colectiva. Yo creo que, haya lo que haya
en el medio ambiente, concurran más ó menos eficaz-
mente las cosas y los hechos concomitantes á formar
una grande idea, ésta ha de presentarse la primera vez
en una conciencia. Y no hay más conciencia que la de
los hombres, la de un hombre. Pero diciendo transeat
á aquellas interesantes hipótesis, y hasta aceptando la
I.KÓN XIII Y LA AMÉSUICA LATINA 828
j)urt»« <1.' vcnliul »iin' tallas contienen, y que ch la que
piunle concillarse con la ])erHonaIidari y la libertad hu-
manas, y con la absoluta ini[)Utal)¡liílaíl de Ioh actos del
ser inteli^ontíi y libre, concí^ntrad, señoreH, en un hé-
roe, la idea ó fórmula deHegel.la visión de (loíthe, ó el
sentimiento heroico d»> Carlyle ó de Taine, para for-
mar la idea, <>1 héroe, la imagen ó el personaje rcMuante
de la revolución americana; elegid en nuestra América
el equivalente de aquellos viejos reyes del mar, abue-
los de Nelson, que glorifica el inglés contemporáneo, y
que, según él, tienen parte en el gobierno actual de la
Inglaterra; buscad el personaje original, clarovidente,
sin preocupaciones extrañas, en contacto sólo con lax
madres, ajeno por conipleto á la influencia de las gran-
dezas cesaristas, la quinta esencia de estos pueblos re-
cién nacidos á la libertad, y no hallaréis en la historia
del continente una figura más clásica ni más homérica,
que la que ofrece nuestra historia patria. Ese hombre es
ArtigaS; el jDrimer jefe de los orientales; el más calum-
niado, sin embargo, el más escarnecido de los héroes
americanos.
Examinad, señores, los rasgos fisonómicos de esa
genial figura, que se proyecta, inmóvil como un mito,
sobre el primer resplandor de nuestro patrio sol, y que
es, para nosotros, mucho más ciertamente de lo que
pueden ser para los ingleses aquellos viejos reyes del
mar. que enaltece Carlyle como los abuelos de Nelson
y como el genio de Inglaterra. El viejo Artigas, aun-
que de origen urbano y patricio, aunque de posición
social independiente y de educación y cultura descollan-
tes en su época, fué al pueblo, sólo al pueblo : creyó en
él, no desconfió jamás de sus energías, ni de sus virtu-
des; tuvo fe en la democracia nativa.
324 CONFEREJNCIAS Y DISCURSOS
El rechazó las dádivas y promesas de los poderosos,
porque ningún honor, según él mismo lo decía, podía
superar al de ser caudillo y conductor de su pueblo he-
roicamente indigente ; él, que pudo haber ocupado las
más encumbradas posiciones, obtenido los más altos
grados militares, conseguido el mayor predominio, y
formado una fortuna personal, fué siempre inaccesible
al soborno; se alzó con el pueblo y cayó con el pueblo;
vivió libre, en compañía de su visión 2:)rofética, y murió
mendigo, en compañía de un negro, soldado de su ejér-
cito sacrificado. Él, como el Fausto de la leyenda, estuvo
en contacto con las causas, las visitó en la caverna
obscura de los sueños, recibió de ellas la llave fantás-
tica; él, acusado y perseguido, no sólo por los extra-
ños, sino también por aquellos de los propios que rene-
gaban del evangelio democrático republicano, huye
como la fiera herida que lleva entre los dientes á sus ca-
chorros; huye con todo su pueblo, con sus familias, con
su miserable patrimonio ; huye con la patria á cuestas,
hasta ponerla en lugar seguro, hasta salvarla para la de-
mocracia.
¡ Extraña figura, señores, extraña figura! No en balde
ese genial personaje ha desorientado á tantos sociólo-
gos de segunda mano, que sólo han podido distinguir
en él las apariencias que lo confunden con los caudi-
llos anárquicos y sangrientos. Es necesario mucho si-
lencio, señores, para entrar en el secreto de los héroes.
En nuestra América, no se ha hecho bastante silencio
todavía en el sagrado de la historia en que los héroes
habitan.
Artigas es la lucha del hombre que tiene el pensa-
miento fijo en la real esencia de las cosas, contra los que
lo tienen puesto en las apariencias, como dice el mismo
LKÚN XIII Y I-V AMkltK A LATINA f)2B
Carlyl<^. Transformar lo accidontal on fKriiciiil; cr«'(n-
en las viojas t'»'>niuilas do organización social como en
el único medio dt> lornnir la patria, medio sin el cnal
sólo podía haber desipiicio y ananinía interminables,
eso fné lo <pie hicieron los hombres de la revolución
que, auntpic fueron grandes, no fueron genios. Artigas
no fué de esos: fué una intuición, una fe, una fuerza
nueva: la fuerza que al fin ha triunfado: la democracia
nativa. Por eso no podía fundirse ni confundirse con
los demás; describían órbitas distintas. Artigas era cen-
tro de nuevo sistema planetario; los otros eran astros,
pero astros del antiguo ; no concebían más sol que el
sol: el rey europeo ó incásico. Artigas creyó en el
pueblo, en la materia cósmica, más ó menos caótica,
pero capaz de ser fecundada por la palabra creadora.
El la fecundó, y de su aliento brotó la patria nueva, la
patria republicana de nacimiento.
Y digo más ó menos caótica^ señores, porque yo bien
sé que hay quienes, imputando á ese salto brusco y sin
preparación, del absolutismo colonial á la democracia,
todos los males sociales y políticos porque han atrave-
sado y atraviesan las repúblicas americanas, reniegan
del origen de la patria, y escarnecen y denigran á sus
primitivos héroes proféticos. Esos sociólogos hubieran
deseado tener la facultad de elegir madre antes de ha-
ber nacido, y hubieran elegido una gran dama aristo-
crática y opulenta. Pero la madre no se escoge, seño-
res; y^ sobre todo, para llegar á la 023ulencia bien nacida,
es preciso corhenzar por el trabajo, por el esfuerzo te-
naz, por el sacrificio heroico muchas veces.
Sí: es indudable que las cosas hubieran ido mejor, si
estos pueblos hubieran estado preparados prácticamente
al gobierno propio al hacerse independientes, como hu-
326 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
biera sido mejor que los bárbaros, base de los pueblos
occidentales, hubieran venido del Norte con alguna
práctica de la vida cristiana. Su civilización hubiera
sido más rápida, sin duda alguna; el feudalismo allá,
como el caudillismo acá, hubieran durado menos, y su
transformación hubiera exigido menores esfuerzos. Pero
eso, y perdónenme el desacato los sociólogos que tal
afirman, tiene mucho de verdad de Pero Grullo; ¿no es
verdad, señores? De eso no puede deducirse la condena-
ción de los dos grandes ideales : el ideal cristiano allá ;
el ideal democrático cristiano aquí; y mucho menos la
del héroe primitivo que desbravó la selva virgen, y
arrancó de la cantera inviolada el bloque de mármol,
duro pero sin grietas, en que modeló con su martillo
de hierro la estatua de la nueva diosa.
Ahora bien, señores, ¿ no es verdad que pudiera de-
cirse que ese hombre Artigas, tipo de la revolución
americana, había lanzado ó escuchado el grito de León
XIII ¡allez au peuple! ¡id al pueblo! con su mismo sig-
nificado, con su misma extensión, cien años antes de
haber sido pronunciado por el gran pontífice?
Artigas es, señores, la revolución americana; él es el
viejo abuelo impertérrito que venerarán las generacio-
nes futuras de América, cuando Nelson haj'a nacido en-
tre nosotros, y cuando el Carlyle y el Taine americanos
hayan hablado de los héroes. Hoy, en nuestra América,
no se habla, ó se habla muy poco, ó se habla muy mal
de los profetas.
Pues bien: si León XIII ha marcado en Europa
al pueblo, erigido en fuente inmediata del ¡Joder, como
la base de la restauración cristiana de los tiempos
I.KÓN Mil V Í,A AMi;lll( A LATINA I»27
luocloinoy, aun ♦•ii aijiiclliis síx.irdudcs en qu*- cxa has»*
parecía chocar con venerables tradiciones seculares : si
el gran pontífice ha sancionado expresamente la or-
ganización d<Mnocrática que se ha darlo una nación con
tantos reatos como la Francia, y bendecido sus ban-
deras, ¿con cuánta efusión no luil)ní bendecido las
nuestras americanas? /.Con cuánta no habrá confir-
mado nuestra pura democracia, estas nuestras repúbli-
cas recién nacidas, sin más base que los ])rincipios cris-
tianos de libertad, sin más tradiciones que los esfuerzos
y los sacrificios heroicos de un pueblo que siente 2)or
instinto la ley natural de su propia soberanía, con el
solo anhelo de constituir su propio hogar para ser fe-
liz, y para en él bendecir á Dios al bendecir á la patria?
Señores :
Cuando Colón, el cruzado navegante, con los ojos fijos
en la visión azul como el mar que brotó de su alma, y le
marcaba una ruta, emprendió su viaje para llevar la
cruz á las regiones ignotas, él. como vosotros lo sabéis,
no buscaba nuestra América: ni siquiera sospechaba su
existencia: iba en pos de las costas de la India: buscaba
sólo el oriente por el occidente. Ya lo he dicho en una
ocasión solemne: no fué Cristóbal Colón el que se pre-
sentó á América; fué América la i\ue salió de entre las
espumas del mar al encuentro de Colón, j^ara decirle:
¡Aquí estoy! ¡Esa cruz es para mí!
Cuando León XlII.después de hundir su pensamiento
luminoso en las obscuridades del prol^lema contemporá-
neo, más profundo que el mar tenebroso, salió con su
visión mensajera, é indicó el pueblo como el nuevo
328 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
mundo, base providencial de la restauración cristiana
de la sociedad moderna, tampoco pensaba acaso en
nuestra América: él pensaba en Europa, cuyos tronos
seculares, como los dioses liieráticos de la India, se al-
zaban en el mar de las tempestades populares; pensaba
especia.lmente en Francia, cuyas flores de lis se habían
marchitado ya para siempre al parecer.
Pero, como al paso de Colón desde el fondo de los
mares, sale nuestra América al paso de León XIII,
desde el fondo de sus tradiciones y sus glorias demo-
cráticas, y sus repúblicas independientes le dicen en
coro: aquí estamos, señor; somos nosotras; somos el
pueblo que ha pasado por tus visiones, el rey bueno del
porvenir y del pasado : el que, en el porvenir, restaurará
todas las cosas en Cristo; el que en el pasado fué el
amigo del Justo, porque, acampado en las orillas del
Cedrón, no fué el instrumento de los sanhedrines deici-
das, ni oyó la voz de fariseos y de herodianos.
Señores :
' Os prometí deciros algo de lo que yo había dicho á
León XIII, al contestar su pregunta. Advierto que he
estado con vosotros más locuaz, sin duda alguna, de lo
que estuve con el augusto anciano ; pero vosotros, se-
ñores, no seréis menos benevolentes que él, y me per-
donaréis. Lo qae os prometí deciros, bien ó mal, os lo
he dicho.
Ch¡le=Uruguay
Discurso pronunciado en e! banquete ofrecido por la Comisión Po-
pular uruguaya á la "Delegación Chilena en el Río de la Plata",
que visitó á Montevideo con ocasión del aiianzaraiento de ia paz
entre Chile y la Argentina — (3 de Junio de 1903).
Señores :
Es para mí un motivo de ingenua alegría el poder
decir algunas palabras en este banquete poi)ular, y, so-
bre todo, el que me haya tocado decirlas ahora, después
de haberse dado las primeras elocuentes bienvenidas á
nuestros ilustres huéspedes, y de haberse interpretado
el pensar y el sentir del alma colectiva de mi país, con
relación al alma nacional de la patria chilena.
Yo, por muchas razones, hubiera tenido que perma-
necer callado, j gozando de este amable espectáculo de
fraternidad chileno-uruguaya, si no me hubiera sido
dado el ofreceros, oh amigos, el tributo de mis afectos
personales. De tal manera dominan ellos mi espíritu
exclusivamente, en estos días de calorosas expansiones.
Yo estoy convencido como todos, por supuesto, de la
trascendencia de este cambio de manifestaciones amis-
tosas, tan espontáneas, tan abiertas, entre chilenos y
orientales, desde que. sea como diplomático, sea como
periodista, sea como oriental, he tenido que meditar
muchas veces sobre el problema internacional hispano-
americano, en sus relaciones con los destinos de mi país.
Pero yo os aseguro francamente que no es nada de eso
332 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
lo que recuerdo en este momento, que estimo un mo-
mento de felicidad. Yo estoj^^ recordando y quiero recor-
dar á mis viejos y queridos amigos de Chile ; yo quiero
vivir un momento, para vivirlo unido íntimamente con
vosotros, en aquella época de mi vida en que, pasada
ajDenas la niñez, y comenzada la primera juventud, se
abrió mi espíritu entre vosotros, á las primeras impre-
siones perdurables, á las germinales meditaciones, á los
nacientes afectos viriles, álos augúrales ensueños de glo-
ria. Todo eso se confunde en mi recuerdo, señores, con
vuestro Chile, dejadme que diga con nuestro Chile, tan
noble, tan bueno, tan valiente, tan generoso ; con las
azules transparencias de aquellos vuestros valles; con
vuestras blancas montañas esculturales y gloriosas, cu-
yos j)erfumes respiró con avidez, hasta saturarme de
patria chilena, en esa edad en que los dolores y los des-
encantos de la vida no han nevado aún sobre el alma,
ni han logrado todavía encanecerla.
¡Recuerdos, recuerdos amables! Tomadlos, oh amigos,
completadlos; yo os los arrojo sobre el alma, porque sé
que despiertan en ella melodiosas resonancias. Son mi
tributo, son mi obsequio.
Todo eso ha pasado en el tiempo, señores; pero no
pasa en el alma que vibra, que vibra con acorde musical.
Aquellos mis viejos amigos de adolescencia me es-
tán escuchando con vosotros, estoy seguro, en este mo-
mento en que hablamos de Chile con cariño.
¿Desde dónde?
No lo sé. La vida los ha dispersado. ¡ Oh buenos
amigos !
¿ Sus nombres ?
No quiero pronunciarlos individualmente; son legión
aérea que pasa melodiosa. Muchos de ellos llevan los
misinos apellidos viirstroM, olí nuncios d»- mwHtrfi friitor-
iiídad ; p^ro lodos ellos sr Ihunuii ¡miislad, triunfo do
amor sohrc el ti(Mn|)() y o\ cspiK'io. liOs Jinos d(í entre
esos amibos, que a])arecon en mi memoria, han (jiiedado
ocultos en la vida del hogar; los otros han hecho de
sus nombres resonantes otros tantos emblemas de glo-
ria chilena, y de esplendor americano.
Salta en este momento uno de esos nombres de entre
la legión (jue pasa: es el del amigo de ojos claros y se-
renos, do mirada profunda }' noble, de alma más noble
y más transparente que su mirada juvenil: se llama
Germán Riesco... Ali. señores, es verdad: hoy no puedo
pronunciará la ligera ese nombre sin irreverencia; hoy
tengo que detenerme á saludar en él al ilustre actual
Presidente de la República Chilena. Deteneos, pues,
conmigo, señores; levantaos conmigo, yo os lo ruego, á
saludar entre aplausos, al esclarecido ciudadano que
hoy rige los destinos de la gran nación hermana. . .
(El auditorio se pone de pie y aplaude largamente el
nombre del Presidente de Chile).
Y sin embargo, señores, otros amigos míos han su-
bido más alto que él, mucho más alto todavía: algunos
de ellos, algunos de los más queridos han muerto. . . y
han muerto por la patria I Arrojados al fuego de la ba-
talla, se han transformado en perfumes; sumergidos en
la noche de la muerte. . . se han convertido en auroras.
Vosotros comprendéis, señores, ¿no es verdad? que
esos recuerdos no pueden saber mentir; vosotros me
creéis, oh amigos los bienvenidos á mi patria, cuando
os digo que amo á vuestro Chile con toda mi alma de
oriental, y que esa mi alma transparente refleja el alma
buena de mi Uruguay, que os aclama sin reservas.
334 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
Pero tengo que seguir con mis recuerdos. Hay una
nación hermana en cuyo seno discurrieron fugitivos los
años de mi niñez, en que se ríe á través de las lágrimas.
Allí también amé^ allí también aprendí, allí echó pro-
fundas raíces mi corazón en flor, raíces que es imposi-
ble arrancar sin que el corazón se muera de sed. ¡Oh
buena, oh gloriosa patria argentina! ¡Oh amiga escon-
dida en las luminosas nieblas de mi primer recuerdo!
¿Cómo olvidarte en este momento de confidencias fra-
ternales, si tú eres y has sido siempre nuestro i'efugio
generoso, si eres la amiga de ayer, si eres la amiga de
hoy, si serás la amiga de siempre, porque Dios lo quiere,
y porque nosotros lo queremos?
Señores. . . no me miréis, aunque quizá lo merezco,
con ojos distraídos; no tachéis estas palabras, que voy
enhebrando sin concierto, de subjetivismo egoísta. Todo
esto es algo más que la historia amable de una alma:
es la historia del alma.
Todo eso os lo he mencionado, no sólo para ofreceros
y ofrecer á vuestro Chile el obsequio de mis recuerdos,
que &on tesoro, pero sólo para mí, sino para poneros de
relieve toda la angustia que se apoderó del alma uru-
guaya, cuando vio que, con intermitencias que se suce-
dían como llamaradas de incendio, sacaba la cabeza de
un cráter de los Andes una Medusa siniestra coronada
de serpientes; cuando vio que esas dos hermanas que de-
bían amarse entre si, aunque no fuera más que por la in-
genua razón de que nosotros las amábamos, estaban col-
gando crespones de un odio concentrado é inverosímil,
y enlutando para la muerte los horizontes americanos.
Yo he llamado á mis recuerdos para que os dijesen, para
que os contasen algo de la alegría que se ha apoderado
< Illl.K-UKUOt'AY il^iT)
(lo8j)U¿s (!«' nuestro espíritu, cuando hemos visto <|U<*.
vencetlore« do la liidra de cabezas renacientes, vence-
dores de vosotros niisjnos. p;randes y fuertes como nunca,
os arrojasteis el uno en brazos del otro; y, en medio de
los júbilos lio hi roconciliación ])ordurable, pensasteis
en nosotros, y recordasteis que os amábamos, y habéis
venido á recoger los í;ajes de nuestro afecto.
No hablemos más de todo eso, no hablemos más.
Hoy, señores, una luz tenuísima, una luz recién na-
cida, parece difundirse por nuestros cielos muy altos,
muy distantes; hoy parecen andar por ellos los can-
tos do la alborada de Belén: gloria á Dios en las alturas
y paz en la tierra á los hombres de buena voluntad ;
hoy la estrella, que es un sol, y el sol, que no »'S otra
cosa que una estrella, son astros buenos, astros amigos
que anuncian felicidad. Ya podemos, señores, jgracias
á Dios! trabajar tranquilos en nuestros días; ya pode-
mos dormir tranquilos en nuestras noches silenciosas.
Podemos dormir, y hasta podemos soñar: soñar en pros-
peridades inauditas, en fuerzas incontrastables, en so-
beranías intangibles de la América del Sud.
La gran república iberoamericana del Norte se ha
unido con nosotros á la gloria do vuestro triunfo : el
nombre de nuestro hermano el Brasil es aclamado en
estos momentos en Chile, como es exaltado el nombre
de Chile en el Uruguay.
Son las constelaciones que se reúnen, señores, obede-
ciendo á una ley de atracción providencial incontras-
table, buscando la sideral armonía.
Chile, la Argentina, el Brasil. Es verdad: son las tres
grandes potencias de la América del Sud.
Pero yo quiero recordaros, señores, que la constela-
ción clásica de nuestro hemisferio, la más hermosa de
336 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
las constelaciones celestes, es una grande cruz de estre-
las que sube y baja por nuestras noches australes.
En esa constelación, tres estrellas son de primera
magnitud. Pero recordad que en ella existe una cuarta,
que, no por aparecer como de segunda magnitud, deja
de ser un astro de luz propia y perdurable. Bien sa-
béis, señores, que la magnitud en los astros, como en los
estados, es sólo aparente.
Si escribís, pues, en los primeros de esos viajeros de
lo infinito los nombres resplandecientes de Chile, de
la Argentina, del Brasil, ¿qué nombre habéis de dar á
la cuarta estrella, indispensable para formar la conste-
lación indivisible del Sud, qué nombre habéis de darle
si no es el nombre querido de mi Uruguay?
Hacedlo así, oh amigos que habéis sido los portado-
res de la buena nueva; dejadme que os ponga en el
alma esa resplandeciente cruz de estrellas, como el re-
cuerdo cariñoso y perdurable que os entrego, en nom-
bre de mi patria, para que ilumine vuestras noches.
Señores: Brindemos á esa radiosa cruz de soles de
nuestro hemisferio austral; brindemos porque esa cons-
telación querida siga su ruta imperturbable en torno á
nuestro polo americano; brindemos porque con ella,
sigan también su curso feliz y eternamente armónico,
todos los astros que poblaron el cielo americano en los
días de nuestras glorias, brotando del vacío al fiat lux
omnipotente de la revolución de 1810.
Monseñor Jacinto Vera
Discurso pronunciado, en el atrio de la Catedral de Montevideo, ante
el cadáver del llustrísimo y Reverendísimo señor don Jacinto
Vera, primer obispo del Uruguay.
COKF. T DISC.
Señores :
Por comisión del Club Católico de Montevideo, tengo
que dar á la palabra dolorosa algunos momentos que
me veo en el caso de arrancar á las lágrimas: á las lá-
grimas que, en este momento, bañan mi alma, y el alma
del pueblo uruguayo enlutado y consternado
¡Padre!. . . ¡Maestro!. . . ¡Amigo!. . . ¿Dónde estás?
Dinos que es verdad que esos tus ojos están cerrados
para siempre; cuéntanos cómo esa tu mano ha caído
para siempre postrada á fuerza de bendecir: haznos
saber que la última sonrisa que debías cambiar con la
muerte, tu última amiga, es esa que tienes helada entre
los labios, y que en ellos quedará inmóvil para siempre;
danos la triste noticia de que ese tu corazón está por
fin deshabitado, deshabitado del amor que en él vivió,
que en él y con él se movió determinando sus latidos ;
dinos todo eso, por más amargo que sea. . . pero dínoslo
una vez siquiera, para que sintamos, una vez más, el
contacto de tu vida, para que podamos decir á nuestros
hijos, á las generaciones á quienes transmitiremos tu
memoria, cuál fué la última vez que escuchamos tu voz
340 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
que era armonía, tu voz que consolaba, que acariciaba,
que era verdad
Señores, hermanos, pueblo uruguayo : el santo ha
muerto. Su espíritu invisible anda en torno de nosotros,
y recoge nuestras lágrimas, que, en este momento, son
lluvia de la tierra al cielo.
Ha caído, señores, como él lo presentía, como él lo
anhelaba: en actitud de apóstol, andando, abrazado á su
cruz en medio de nuestros campos desiertos^ mártir de
su deber de caminante. Se ha desplomado en nuestros
brazos, como el águila herida de muerte en los aires,
que deja en ellos su vuelo, que es su alma, y devuelve
á la tierra lejana su cuerpo solo.
Él tiene derecho, oh, sí, tiene derecho, señores, á
arrastrarnos como nos arrastra en el dolor de su muerte,
porque siempre nos envolvió en las bendiciones de su vida.
Yo no tengo, oh hijos de ese padre común, oh her-
manos, yo no tengo una frase bastante dolorosa y jjer-
durable para que enterremos en ella su memoria. El
panegírico de sus virtudes lo ha meditado anoche sólo
mi llanto; perdonadme, señores, si mi palabra incohe-
rente sólo refleja el confuso pensamiento de las lágri-
mas de insomnio.
¡ El santo ha muerto !
Ahora, inmóvil pero expresivo aun en su último le-
cho, no más duro que los que ocupaba en vida, es una
sombra amiga. Vedlo: la misma muerte pierde su ho-
rror en su cara grave y apacible.
Nació predestinado á hacer la felicidad del pueblo
uruguayo, y ha cumplido la voluntad de Dios.
Fué verdad, fué abnegación, fué consuelo, fué paz,
fué ejemplo.
MONSICSOU .lACINTO VKKA ÍHl
KI [)()1)I('> (Ir palabras ac.oiiij)añanteH la soledad del !••-
cho do muertr de iiueNtros padres, de imestroH herma-
nos, de nuestros amigos. ¿R(H;ordáÍ8 su sonrisa? Klla
sola ahuj'entaba los rencores, oonciliaba las familias,
desarmaba á los (Miemigos. Hablaba con los hombres,
con la misma ingenua ternura que empleaba para ben-
decir á los niños. Y los hombres se sentían nifios cuando
estaban con él. Su sola presencia era una resignación
difundida; su voz curaba y alentaba: su plegaria fecun-
daba como un riego, como una lluvia lenta que eae so-
bre el cam})o mientras dormimos.
La historia de esto anciano muerto, señores, es la his-
toria íntima, amarga muchas veces, desconocida casi
siempre, del espíritu de su pueblo. ¡Oh santo mensa-
jero! El se ha llevado én el alma el alma de nuestros
dolores, al foco de las eternas redenciones: él es nues-
tra vida que alienta en la eternidad.
Maestro, buen maestro: las oraciones que nos ense-
ñaste perfumarán de incienso tu memoria, de incienso
ardiente. Duerme en paz, que nosotros velaremos.
Padre perdido para nuestro amor de la tierra: ensé-
ñanos á llenar el vacío que en nuestra alma dejas; ensé-
ñanos á llenarlo con los amores del cielo.
Amigo, santo amigo: te besamos en la frente, con un
beso húmedo en lágrimas que corren. Ayúdanos á seguir
el ejemplo de tu vida, como hemos seguido, oprimidos
y llorosos, el camino de tus despojos.
Padre, maestro, amigo . . . Dios lo ha querido : te de-
jamos en la soledad de tu sepulcro.
Cvímplase la voluntad divina é inescrutable. Bendita
sea la mano que nos castiga, sacándonos al que amába-
mos de nuestro lado.
Adiós, buen padre: la fe y las oraciones que nos en-
342 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
señaste serán nuestro tributo para tí. Tú has muerto
en el Señor. Duerme en paz, duerme en paz en su re-
gazo. Nosotros haremos silencio^ largo y acongojado si-
lencio . . .
Don Francisco Bauza
Discurso pronunciado en el Cementerio de Montevideo, al inhumarse
los despojos del señor don Francisco Bauza, el 5 de Diciembre
de 1899.
Señores:
La Unión Católica del Uruguay, el Club Católico de
Montevideo, que tengo el honor de presidir, y el Cír-
culo Católico de Obreros, me han dicho que venga aquí,
á decir adiós, en nombre do ellos, á ese muerto ilustre
que fué mi amigo, que es mi amigo. ¡Oh santa amistad
la de los muertos ! Y he venido, trayendo hasta aquí mi
corazón con esfuerzo; con mucho esfuerzo, señores, por-
que nada pesa tanto como el corazón, cuando está can-
sado.
¡Y yo tengo que hacer oir aquí la voz del mío á pesar
de todo!
Se acaba de decir, por bocas elocuentes, y en repre-
sentación de entidades excelsas del país, que la patria
ha perdido un grande hombre; que es la voz de la elo-
cuencia la que se ha extinguido en esa garganta que ya
no vibrará jamás; que una de nuestras hogueras inte-
lectuales se ha apagado en ese cerebro para siempre frío
bajo sus cenizas; que uno de nuestros hidalgos corazo-
nes ha quedado inmóvil para siempre en ese corazón
vacío.
Se ha recordado al procer, al soldado, al diplomático,
346 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
al escritor, al ministro de estado, al pujante batallador
de las luchas políticas.
Es verdad, señores: el senador don Francisco Bauza
fué un procer ilustre, fué un procer honrado. Amó á su
patria por ella misma; porque amarla era ley, necesi-
dad armoniosa de su esj^iritu; porque sentía identifica-
das con sus tradiciones domésticas todas las tradicio-
nes de la patria; porque las sentía en la médula de sus
huesos, que conservarán su huella aun después que se
desnuden de su carne; en los glóbulos de su saiigre, en
el calor de su vida; porque, con la convicción intuitiva
de su corazón, no concebía ni podía concebir una patria
más grande que la patria uruguaya, desde que sólo ella
era del tamaño de ese corazón, pues sólo ella lo llenaba ;
porque pasó su vida estudiando su pasado, luchando
por su presente, soñando en las grandezas de su porve-
nir. Bauza, señores, era un hombre para pensar; era un
atleta para luchar; era un niño para sentir.
Los hombres así, señores, prosperan muy poco gene-
ralmente en el mundo. Encerrados en si mismos, ajenos
al pensar de los hombres que los rodean, son mirados
como entes extraños. Van por la tierra tristes y solos
en su gloria, encerrados en la columna de humo que en-
volvió á Moisés en el desierto. Son muchas veces des-
graciados. Mueren pobres como ha muerto Bauza, por-
que para andar por el suelo estorban las alas.
Pero las injusticias de la tierra, llaman á la otra
vida, como llaman los niños desgraciados á su madre.
Oh nó, no hay ni puede haber una injusticia eterna
para el ser inteligente y libre; también las penas tie-
nen su día de alegría : el último de la vida. Llegan, se-
ñores, sí, tienen que llegar los momentos de las grandes
reparaciones para los hombres de bien, reparaciones
DOS FKANcisco iiAi;zÁ :H7
(j[Ue (Jtíbcn si'V para ellos y no puní nosotros. Y lo sorían
sólo para nosotros, en vez de ser para ellon, si esaH jus-
ticias reparadoras se limitaran á estas manifestaciones,
paramento tcrrtMias, fton (pío lionramos ú un homijre
ipio ya no está con su organismo sensitivo en la tierra.
Eso sería insistir en la injusticia, señores; sería hacer
servir una vez más al hombre ilustre para nuestro ho-
nor, para la «ijloria nuestra.
Por esa consideración, señores, llego naturalmente al
desempeño de la misión que me han confiado los cen-
tros católicos de Montevideo, que creen y esperan en
la permanencia de la persona humana al través de la
muerte. Es ahora cuando tengo que recordar y llorar,
no ya al procer de la patria, cuyo recuerdo será ¡íatri-
monio de todos, sino al hermano en la fe, al amigo que-
rido, al compañero de causa, cuya memoria no morirá
jamás en el alma de los que nos arrodillamos al pie de
los mismos altares, de los que libramos con él las luchas
cívicas por los mismos ideales cristianos, de los que con-
fiamos y esperamos con él en no ser desamparados en el
momento eterno, de los que con él creemos en Jesu-
cristo, divino redentor de la humanidad, y nos confor-
tamos con el vino de sus infalibles promesas.
Yo quisiera, señores, que todos los que, unidos en un
mismo sentimiento de respeto hacia ese muerto cris-
tiano, acompañamos contristados sus despojos, estuvié-
ramos también unidos en un mismo sentimiento de fe
en la inmortalidad, y tuviéramos en los labios la misma
fórmula de plegaria, la fórmula inefable que nos enseñó
el Maestro; que todos ¡pudiéramos pronunciar las divi-
nas palabras que, bajo la paternidad del Padre común,
348 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
consagran la fraternidad de todos los hombres ; que to-
dos pudiéramos arrancar en coro unísono de nuestras
entrañas dolorosas la plegaria inagotable, y decir al
cielo en los momentos de dolor y de amargura: ¡oh Pa-
dre, Padre nuestro que estás en los cielos!
Esa sería, señores, la felicidad; porque si el orden es
la armonía de las cosas, ¿qué es la felicidad sino la ar-
monía de las almas?
Pero ya que tanta dicha no es posible en este mundo
de contradicciones, dejadme que, en la representación
que invisto, haga pasar por esta atmósfera sagrada, al
despedir al compañero, al amigo, "al hermano querido
en la fe y en la esperanza, haga pasar por esta atmós-
fera sagrada las palabras que más gratas hubieran sido
á esos oídos que ya no oyen, y que, sin duda alguna, él
escucha desde el seno de la eternidad; dejadme aca-
tar, en nombre de la fe, los altos designios de Dios; de-
jadme decir, en nombre de esa fe que represento, las
palabras que son tributo expiatorio y suplicatorio por
los muertos : oh Padre, Padre que estás en los cielos ;
Vos nos lo disteis, vos nos lo quitasteis; acatamos, oh
Padre, tus soberanos designios ; Tú solo eres bueno ; Tú
solo justo; Tú solo altísimo. Que se haga, en todo, y
para siempre, tu santa, tu misteriosa voluntad!
Doña Sofía Jackson de Buxareo
Discurso pronunciado, el 4 de Septiembre de 1900. al inhumarse.
en el panteón de familia de la capiJIa de Jackson, en Larranaga.
los restos mortales de la señora doña Sofía Jackson de Buxareo.
Señores :
De nueve venimos á abrir, bajo el ábside ojival de esta
i<;lesia, ese venerable panteón de la familia Jackson, tan
conocido de la familia Oriental: tan amado y conocido
sobre todo de los flesgraciados.
En ese sepulcro, señores, han caído ya muchas veces
las lágrimas de este pueblo; lágrimas de dolor, de res-
peto, de amor, de gratitud. Al levantarse la piedra que
lo sella, parece que brotan, de su fondo lleno de noche,
memorias santas que se encienden en lo obscuro, y salen
á nuestro encuentro con la majestad de la muerte, de la
muerte que es corona, y nimbo de luz perpetua, y sere-
nidad celeste, en los muertos que se nos aparecen cuando
pensamos en Dios.
En ese sepulcro han dormido y duermen los hijos el
sueño eterno al lado de los padres: en él está Elena, la
mujer de puros ojos azules, reflejo de un alma todo trans-
pariencia. de ojos que se llenaron de noche en pleno día;
la amiga personal de los desvalidos; la que fué sonrisa
de dolores ignorados, y cuyo recuerdo pasa en este mo-
mento por nuestra memoria como un perfume de lejanos
paraísos. En él duerme Clara, aquella nobilísima ma-
CONFBKENCIAS Y DISCURSOS
trona; aquella madre impertérrita ante los dolores con
que la vida premió casi siempre sus heroicas y no olvi-
dadas virtudes; aquella mujer que, transformando su
hogar en santuario inaccesible al deleite, lo llenó del per-
fume de su propia alma de madre, y del incienso propi-
ciatorio que subía al cielo desde sus resignaciones y sus
ejemplos, desde las ascuas siempre encendidas de sus ca-
ridades. A él traíais ayer no más, señores, á don Juan,
á aquel gran ciudadano, varón sin tacha, alma de hierro,
forjada por Dios en nuestra tierra, para dejarnos un mo-
delo perdurable de virtudes cristianas, y para' que tam-
bién nosotros tuviéramos el tipo de la humildad en la
grandeza, del desprecio de toda vanagloria en la opu-
lencia, de la rectitud de intención en la caridad hecha
sólo por amor de Dios y sólo para su gloria, de la po-
breza 3'' de la humildad en medio de la riqueza, consi-
derada por el que la posee sólo como un préstamo de
Dios, y un instrumento de labor penosa y abnegada.
Todos ellos, señores, nos han estado aguardando en esa
tumba hasta este momento, y aquí les traemos contris-
tados lo que ellos esperaban. El último de los cuatro her-
manos Jackson que, durante cuarenta años, no han ce-
sado de derramar beneficios ámanos llenas en este nuestro
país, viene también por fin á esperar aquí la resurrec-
ción de su carne, al lado de sus mayores y de sus herma-
nos; á reunirse, al fin, al puro representante de la nueva
generación, que la muerte arrancó prematuramente de
su rama, para arrojarlo marchito en esa tumba.
La santa mujer que hoy traemos dormida á descansar
en el seno de los suyos, era la última hermana que nos que-
daba de la generación de benefactores de la sociedad que
en ella termina, para dar paso en la tierra á la nueva,
que está encargada por Dios de continuar la obra de
liOÑA SOFÍA JAUKMON UU llt \AUKr> HTiH
canda<l dosiis progonitoroN. En ella piín'cíiin luiberHore-
coiuu'udiitld todas las viiLiidcs de esc iipcllido ilii.strf oii
loH uiuilos de lii caridad uruguaya: ella r<iimía, á la did-
zura de los unos, la viril sonMiidad y la honda conciencia
de su misión do los otros; á las grandes rcsif^nacioneH,
las inagotables ansias do hacer cl bien : á las altiveces
d(^ la verdad y la virtud, las renuncias do todo prodomi-
nio mundanal; al esplendor de la caridad munificente y
generosa, la obscuridad do la vida que prejjara á la muerte
y predestina á la f^loria.
En ella, pues, parece querer reconcentrarse, en este
momento majestuoso, todo el homenaje de la gratitud
social; y por eso, congregados en torno de eso ataúd,
lloramos nosotros, en nuestras lágrimas, las lágrimas de
millares; elevamos, en nuestra oración, una solemne y
propiciatoria oración nacional.
Yo traigo aquí, señores, la misión de rendir un home-
naje postumo, abriendo la urna de la palabra dolorosa
que guarde la memoria de esa mujer fuerte, cuyos des-
pojos vamos á entregar á la tierra, que piadosa los reci-
birá en su seno; traigoesamisiónennombrede la Unión
Católica del Uruguay : me la ha dado el Club Católico de
Montevideo, que tengo la honra de presidir; me la han
confiado también los Reverendos Padres S ales i/i nos. las
Conferencias de San Vicente de Panl. la Cruz Roja Uru-
guai/a de Sefwras Cristianas.
Yo cumplo, señores, mi misión, pronunciando espe-
cialmente los nombres de esas instituciones. Pero á mí
me parece, al pronunciarlos, que cien voces, brotadas de
todos los confines de la república, se disputan el de-
recho de ser las primeras en hacerse oir. quieren á todo
OOXF. Y DISC. 'Si.
354 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
trance vibrar en mi voz, y reclaman el privilegio de
formar las primeras en el acorde de la gratitud que en
torno de este sepulcro se levanta, como un enorme esta-
llido de corazones reconocidos. Oigo gritos de niños
educados en los asilos, protestas de ancianos recogidos
en las mansiones de la vejez, voces de vírgenes del Se-
ñor, que enseñan y forman el corazón de la niñez des-
valida, que rezan por los que no rezan, que redimen la
sociedad con sus plegarias y virtudes ignoradas; escu-
cho bendiciones de familias socorridas, de dolores ali-
viados, y de grandes amarguras restañadas : resuena en
mi oído, señores, la voz salmódica de los templos cons-
truidos por la munif ícente caridad de esa gran matrona,
que puede decir con el salmo del divino rito: yo he
amado, oh Señor, el decoro de tu casa, y el sitio que es
la habitación de tu gloria; llega hasta mí el clamor de
todas las instituciones de beneficencia amparadas por
esa mujer, el de la prensa católica que protegió difun-
diendo ei ¡oeriódico y el libro conductores de la buena
nueva; el de todas las comunidades religiosas que ella
trajo al país y sostuvo con su dádiva generosa, para
difundir la verdad y el ejemplo, para esparcir por toda
la república simientes de vida en almas desiertas j
abandonadas, para repartir á manos llenas lo único que
el hombre puede dar sin tenerlo él mismo: la felicidad.
Esa gran mujer, cuyos despojos traemos acongojados
al sepulcro de los suyos, y cuya pérdida viste de luto á
la nación; ese corazón que ya no tiene ritmo, señores,
palpitó siempre, vosotros lo sabéis, movido por la pa-
sión del bien que es armonía; anheló la gloria de Dios
con la intensidad del apó.stol; buscó su reinado en las
almas y en la sociedad, con una tenacidad y una per-
severancia que absorbieron su vida casi entera, su inte-
DüS.V SOllV JACK80N ÜK HUX \UK<) 955
H^iMícia Imniíiosii, su voluntad in(jU<il)rai)t-Rl>l<'; alzó
sit'iu|)i'f los ojos iil cii'lo, piíni leer iii »''\ rui'il ••r>i la vo-
luntad d»i Dios, il fin di' r»!alizarla »'U ialit-rra: nti con-
sidoró siempiv como una simplo administradora d« los
«Iones de intel¡«>;enc¡a, de carácter y de fortuna de que
Dios la liahia dotado, y ha estado siempre j)re|)arada á
rendir (lUMila (<s(>ru|)ulosa de esa, administración ante
los triliunales eternos.
Hoy, señores, esa cuenta está rendida. Y no nos cn-
<>afia nuestro corazón, no nos engaña cuando nos hace
sentir en este momento, en torno del sepulcro de esa
mujer que reposa, el eco de las divinas absoluciones,
de los ósculos eternos, de las recompensas infinitas.
El duelo, señores, debe convertirse entonces en apo-
teosis solemne; las lágrimas deben perder toda su amar-
gura; el tributo de gratitud debe dirigirse, ya no sólo
á la memoria de la bienhechora de nuestra sociedad
cuya pérdida lloramos, sino al Dios de misericordia que
ha hecho cesar los dolores de su sierva para llamarla á
su seno, y para hacerle oir las palabras eternas, que son
el germen y la raíz de todas las grandes virtudes, de
todas las caridades heroicas que brotan á la sombra de
la cruz: Venid, benditos de mi Padre, á poseer el reino
que os está preparado desde la eternidad; porque tuve
hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de
beber, estuve enfermo y encarcelado, y me visitasteis,
y me curasteis, 3' disteis á mi corazón la palabra de paz,
la de consuelo. la de esperanza.
Paz á los hombres
Discurso pronunciado en el palacio de gobierno de Monlevidco, el 30
de Marzo de 1903, en el "meetinK* iniciado por la Cámara de
Comercio con motivo de la celebración de la paz.
SUMARIO
El espíritu de la multitud. - La guerra civil. — Sus verdaderas
cansas en el Uruguay. -L^ nueva solución. — Lo que sig-
nifica la manifestación popuiar iniciada por la Cámara de
Comercio. — El señor Batlle y Ordónez y los trabajos de
paz. — La gloria común. -La paz bija de paz.
Señor Presidente do la República:
La Cámara de Comercio, inioiadora de esta manifes-
tación popular, ha querido que sea yo quien os hable
en este momento; que sea yo, el más modesto de vues-
tros conciudadanos, quien recoja el espíritu de ese
monstruo de treinta mil cabezas y treinta mil corazo-
nes que acaba de pasar aclamando vuestro nombre por
debajo de los balcones de esta casa en que vive vues-
tra legítima autoridad, y lo infunda en algunas palabras
que palpiten y jDerduren.
Y eso no es posible, señor: la palabra no puede vivir
cuando el pensamiento que la habita la comprime de-
masiado : estalla y se desvanece en el viento, sin trans-
mitir la idea ni sugerir la emoción.
Esa multitud que os ha aclamado es muy gi'ande: su
espíritu muy complejo ; indefinible, para mí al menos,
esa su aun perceptible resonancia.
Ese clamor que acaba de pasar por aquí va sonando
á júbilo y á alegría indudalilemente, tiene acordes de
entusiasmo y de esperanza: eso se percibe claramente.
Pero ese grito tiene también mucho de un inmenso sus-
piro : en él se nota aún el dejo de las trémulas angus-
360 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
tias y de las negras congojas por que lia pasado este
pueblo en estos últimos días: algo de la sorpresa y del
pavor de que se sintió poseído, cuando, sin querer dar
crédito á sus propios ojos muy abiertos, tuvo que con-
ven cerce de que la guerra civil, ]a tenebrosa guerra ci-
vil, con todos sus desastres, iba á ser una vez más, si ya
no era, una verdad en nuestra tierra; de que una vez
más habíamos caído en nuestro delirio morboso, que ya
se creía extirpado en nuestro organismo para siempre.
¡La guerra civil! La hija del espíritu de soberbia que
perdió la facultad de perdonar y la potencia de amar!
¡La larva puesta tantas veces por el orgullo ó la in-
consciencia en las entrañas de la libertad impúber !
Ahí van, pues, palpitantes aún en esa multitud cla-
morosa, las exclamaciones de desaliento de los hombres
pensadores sorprendidos por los sucesos; las protestas
sofocadas de los que, sin fuerza moral bastante, se
veían arrastrados á la guerra fatal contra su propia vo-
luntad ; los sollozos de las madres, que veían desapare-
cer del hogar, acaso para no volver, á sus briosos hijos
adolescentes, llevados por el torbellino; los lamentos de
los hombres de trabajo, que sentían la temjDestad aba-
tirse sobre el surco recién abierto, y arrebatarles el pan
de su familia; los cantos tristísimos de nuestros cam-
pos, de ese nuestro gaucho desheredado, señor, tan no-
ble, tan valiente, y tan resignado á su destino, que no
ha sido otro sino el de ser empujado á la guerra y á
la muerte por el brazo férreo de su patriotismo incons-
ciente. Ruinas, desolaciones, amarguras de todo género,
profundas perturbaciones interiores, posibles y difíciles
complicaciones exteriores, todo se amontonó sobre nues-
tras cabezas en la nube tempestuosa que apareció en
nuestros horizontes ; todo eso, y mucho más, va reso-
I\/. Á I.OH HOMIIUKM :Uil
nando aún »»n ese enorme Muspiro dn multitud (\\w «ru-
za, como nna ráfa{j;ii d»« vi<iiito disipador fh* la tormenta,
á lo largo de niuvstras oullos.
/, Y todo eso por «juéy ^/fodo eso por (jiiién?
Sefior: recordemos nuestro jKisado: miremos dentro
de nosotros mismos, y enrontraremoH, en el fondo df*
nuestra alma, un irresistible y generoso sentimiento de*
piedad y dn indulgencia hacia nuestro ])reHente.
Fué el viejo espíritu, señor, al que no es ajeno nin-
guno de los (jue hemos nacido en esta tierra volcánica,
al ijue no se ha sustraído ninguno de nosotros, el i\ne
amenazó en estos últimos días la felicidad nacional. No
podemos ni debemos acercarnos á examinarlo con de-
masiada ])recipitación, porque acaso nos pasara lo que
al atrevido é irrespe.tuoso personaje de la leyenda, que,
al descubrir el ataúd, vio con pavor que era su propio
cuerpo el del muerto que llevaban á enteiTar.
Fué el inquieto espíritu heredado, el nativo genio tur-
bulento, al que debemos nuestras glorias y nuestros desas-
tres, y que no se resigna á quedarse sólo en el pasado ;
quiere á todo tranc<^ arrastrarnos hacia allá : atravesarse en
nuestro camino; cerrarnos el porvenir; fueron los acon-
tecimientos históricos, que se eslabonan de una manera
fatal, porque los hechos tienen su lógica inflexible; fue-
ron nuestros latentes problemas sociológicos y políti-
cos, que no habían hallado solución en la inexperiencia
del pasado, y se presentaban de nuevo á buscarla, una vez
más, en la madurez del presente; fué el complejo fenó-
meno morboso de nuestro organismo social, el antiguo
germen no extirpado de disolución, que hace su apari-
ción de vez en cuando, provocado por circunstancias
accesorias, y produce el vértigo que, perturbando la
conciencia, hace reaparecer la subconsciencia atávica.
362 OONl'^EIiENCIAS Y DISCURSOS
Era, pues, indispensable tentar esta vez nna nueva
-solución; no la antigua convencida mil veces de impo-
tente. Era indispensable hallar una fórmula hija de un
examen profundo de la conciencia nacional, del medio
ambiente, de las circunstancias atenuantes; una idea de
estadista, de sociólogo, de varón fuerte, y, sobre todo,
de patriota.
Para eso era necesario en el gobierno un hombre su-
perior, capaz de sustraerse al vértigo del abismo, de
comprender que se puede gozar de la libertad y de la
fuerza sin servirse de ellas, y que es posible ser ^ buen
patriota sin experimentar las perjudiciales pasiones de
la patria, como se puede ser buen hijo sin padecer las
enfermedades de la madre.
Lo que quiere decir, pues, en resumen, señor Presi-
dente de la República, lo que quiere decir esa solemne
aclamación que acaba de pasar por esa plaza, es que
ese hombre en el gobierno habéis sido vos. O es eso lo
que esto significa, ó no tiene significado alguno. Ha-
blan, pues, en mi voz, señor presidente, esos treinta mil
ciudadanos que van por las calles de Montevideo.
Bien ha comprendido ese pueblo, señor, las angus-
tias de vuestros combates interiores; pero por eso pre-
cisamente os aclama con mayor pasión ; bien ha sabido
que os habéis visto solicitado por tendencias radical-
mente opuestas, y sin embargo respetables, y por ra-
zones contrarias, y sin embargo poderosas; bien ha
sentido la lucha de un átomo con otro de vuestra san-
gre, que se ha librado en la soledad de vuestras arte-
rias; pero, precisamente por eso, ho}^ os proclama ven-
cedor; porque vuestra mente serena ha sabido dar el
I'A/ Á I, OS ii<iMi:i;i;s JWiJJ
triunfo ([ue le correspondía á la sangro generosa que,
enviada directamente por vuestro corazón á vuestro e»;-
rebro, hizo florecer en óstc el ]tensaniÍHtito gerinin»! d»*
la tolerancia y de la j)az.
El pueblo, señor, que no se engaña en sus grandes
instintos, ha sabido (¡ue habéis padecido en su carne:
que habéis vivido tantas vidas cuantas se vieron ame-
nazadas por h\ guerra inminente; que habéis palpitado
en tantos corazones cuantos estuvieron acongojados por
las angustias de estos días.
Por eso os aclama, señor, como símbolo de fortaleza
y al par de justicia; por eso estáis realizando en estos
momentos el supremo y difícil ideal de la democracia :
ser á un tiempo mismo el jefe del poder piíblico y el
de la opinión.
Y nosotros especialmente, señor, nosotros, los (jue en
distintas formas os hemos asediado sin compasión en
los momentos de ansiedad, reclamándoos la paz, la paz
á todo trance, la paz á toda costa, y haciendo cargar,
acaso injustamente, sobre vuestro espíritu, todo ei peso
de la responsabilidad de un momento supremo; nos-
otros, que sabemos que el consejo es una es^^ecie de pa-
ternidad que crea deberes en quien lo da, venimos leal-
mente, y con resuelta satisfacción, á cumplir nuestro
compromiso de honor: á rodearos y á estimularos en
este momento de gloria, en que la inmensa aclamación
del pueblo agradecido es la consagración solemne, defi-
nitiva, irrevocable, de vuestra conducta de magistrado,
y justifica también la nuestra de agentes de concordia
cívica, y de cívica esperanza.
En aquellos instantes de angustia, cuando se llegó á
364 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
temer que una sola cláusula, al parecer poco importan-
te, de las bases de pacificación, estaba á punto de ha-
cer desmoronar las esperanzas del pueblo, vos, que
queríais sinceramente la paz, permanecisteis, sin em-
bargo inflexible en vuestra primitiva exigencia. Pero
en esa inflexibilidad liemos visto, señor, no sólo el pro-
pósito de conservar incólume, como lo habéis conser-
vado, el principio de autoridad y el prestigio de vues-
tro gobierno, sino algo más grande y más generoso:
hemos visto el propósito de compartir con esos mismos
hermanos que se habían alzado en armas frente^ á la
autoridad constituida, la gloria, la transparente gloria
de haber cedido ellos también, ofreciendo así, también
ellos, en esta fiesta lustral de los holocaustos patrióti-
cos, una ofrenda propiciatoria á la patria ; pudiendo así
también ellos, en esta pascua de nuestras esperanzas
nacionales, comer con todos sus hermanos el pan sin
levadura y el cordero sin mancha de sangre, que sim-
boliza la nueva era; la era de la paz de noble estirpe ;
la era de la paz hija legítima de paz.
Así, y solo así, vigorizaremos el principio de la auto-
ridad constituida, emanación del pueblo libre; uniendo
al pueblo y al Gobierno en una sola aspiración de paz
y de justicia, superior á toda otra aspiración; así apre-
suraremos, como dice el poeta pensador, el camino de
la razón en las almas retardadas, el advenimiento de la
época en que todos los que sean fuertes tendrán miedo
de su fnerza, y en que, poseídos de un santo temblor,
temblarán á un tiempo mismo, el poder, en presencia
de sus deberes, los pueblos, en presencia de sus dere-
chos.
Obra de paz
Discurso pronunciado, en el "Teatro Larrañaga" de la ciudad del
Salto, en el banquete ofrecido por el pueblo al presidente de la
república, don José Batlle y Ordóñez, ei I." de Octubre de 1903.
SUMARIO
Las manilestaciones al presidente de la república. Su si^aifi-
cado. — El pueblo se aclama á si mismo. — El principio de
autoridad. — El acatamiento al fsllo del sufragio. La bao-
dera y el abanderado. — El ciudadano Batlle y Urdónez. -
Sus títulos. — Los palmares de Soto. —La mujer ea la obra
de paz. — El brindis.
Señor Presidente de la República:
Señores :
Nó, no ha sido un triunfo de la generosa y elocuente
insistencia de mi ami^o el doctor Blixen, como él lo
acaba de afirmar, el hecho de haberme yo levantado á
dirigiros la [palabra. Si vosotros no me hubierais pedido
que os hablara esta noche, yo os hubiera rogado que
me escucharais, pues para eso acepté reflexivamente, y
muy agradecido, la invitación á acompañarlo en este
viaje, con que me honró el presidente de la república:
para proclamar, definir y comprometer opiniones arrai-
gadas en mí, tras larga y concentrada meditación: para
unir mi adhesión, por insignificante que ella sea, á la
que el pueblo del Uruguay quiere ofrecer y ofrece, en
su devorante anhelo de paz y de iiormalidad, á la si-
tuación política que preside el ciudadano con quien be-
bemos en esta mesa el vino generoso de las cívicas
cordialidades; para estimular intenciones buenas, y vi-
gorizar esperanzas firmes: para unirme d vosotros, se-
ñores, en el ejercicio de la virtud ciudadana que con-
siste en prestar franco y valiente apoyo á los gobiernos
368 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
dignos de él por su origen y por sus actos, virtud que
representa muy á menudo muclio maj^or fortaleza é in-
dependencia mayor que la que consiste en combatir las
tiranías. — (Aplausos).
Todo es sugestivo, señores, en el ambiente de entu-
siasmo que liemos respirado y respiramos desde que,
hace algunos días, dejamos, con el presidente de la re-
pública, el puerto de Montevideo. Pero yo lie creído
distinguir una idea protagonista en medio de esta serie
no interrumpida de aclamaciones populares. Estas ma-
nifestaciones completamente espontáneas, y en las que
nadie podrá encontrar ni un átomo de esas imposicio-
nes oficiales ó de esas lisonjas falaces que no son raras
en casos análogos, son la proclamación del gran j^rinci-
pio, alma mdter del régimen democrático republicano
que todos amamos: el soberano originario, ó, más bien
dicho, la fuente inmediata del poder es el pueblo; él es
el nervio de la soberanía. Y si hoy aclamamos al hombre
que preside este banquete augural^ es porque vemos en
él la huella luminosa del dedo j)opular, que lo ha to-
cado en la frente, y le ha ungido la cabeza con el óleo
sagrado del sufragio libre. — (Grandes aplausos).
Es el pueblo el que se dignifica y ennoblece, por con-
siguiente, señores, con estas m^anifestaciones de respeto
á esa entidad consagrada que acata sin temer; con ellas
se aclama altivamente á sí mismo, porque con estas acla-
maciones, más aún que al abanderado, saluda y rinde
tributo á la bandera, al pabellón de las instituciones
libres, del orden, de la normalidad, del respeto á la ley,
(Si bien en las piezas oratorias que forman este libro se han suprimido
las manifestaciones ó movimientos del auditorio, se han conservado en el
presente discurso, tomado de la versión publicada en El Día de Montevi-
deo, por juzgarlo así necesario á la comprensión é integridad de la obra).
oiiKA i>i-: i'AZ 809
(k'l imperio do lu justicia, «'luariiutlos vu la p«THona del
primer magistrado (1«í la nación. — (ApIau80Hj.
Vo he creído ver y palpar en las manifestacioneH di-
ayer »mi Paysandú, y en las no menos vibrantes d»* hoy
en el Salto, un hecho esencial. Vosotros m»- diréis, se-
ñores, si es ó no exacta mi observación. O mucho m«*
equivoco, ó una parte de esas aclamaciones al jefe legí-
timo de la nación han brotado de- labios y corazones
de hombres <}Ue, en la reciente cami)aíia electoral, no
fueron partidarios de la candidatura del ciudadano
Batlle y Ordóñez, para presidente de la república.
(Varias voces: es cierto, es cierto).
Pues bien: ya que ello es cierto, digamos que, si to-
das las manifestaciones de adhesión que han poblado y
})ueblan el ambiente qiíe respiramos son briosas }' son
fecundas, ninguna es más amplia, ninguna más libre,
más democrática, que la de esos ciudadanos que fueron
los adversarios del hombre que hoy acatan y sostienen :
porque ella denuncia la convicción, instintiva en unos,
científica y reflexiva en otros, de que la persona es lo
accidental, de que lo esencial es el principio de autori-
dad encarnado en ella, y respetado como condición sine
qua non del ejercicio de todas las libertades: que la ban-
dera es el símbolo; que la realidad amable ante todo es
la patria, la patria definitivamente constituida y apta
para la democracia, libre, feliz, próspera por el funcio-
namiento ordenado de su robusto organismo institucio-
nal: porque eso indica que ya nos vamos convenciendo
de todo lo estériles que son las luchas fuera del orden,
y de que ellas son la causa de todos nuestros males: por-
que eso revela, en fin, señores, que nos vamos inclinan-
do á seguir el ejemplo de la gran democracia del norte,
en donde, después de la más reñida de las elecciones
COSF. Y DISC. 24.
370 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
presidenciales, la primera mano que se tiende muy
abierta, muy grande, muy llena de jugo del bravo co-
razón norteamericano al candidato vencedor, es la mano
del candidato vencido, derrotado en buena lid. Eso es
lo noble, señores, eso lo valiente, lo fecundo ....
(Grandes aplausos y aclamaciones).
¿Qué virtud cívica esencial entraña la aclamación que
tributamos al amigo personal, ó á la persona que nos es
simpática y de quien somos bien queridos,, cuando esa
persona es elevada por el triunfo cívico ?
¡Valiente virtud, señores, valiente virtud! La palabra
virtud viene de vis, fuerza, y para aclamar al amigo triun-
fante no es necesario hacernos fuerza alguna.
La virtud está en lo contrario: en la aclamación y el
estímulo 'ofrecidos al adversario legalmente vencedor,
en el acatamiento democrático al principio que él ha
triunfado.
Alzarse contra el resultado de una elección en que se
ha tomado parte libremente, y alzarse contra ella por-
que no ha vencido nuestro candidato ó nos es anti-
pático el triunfador, es algo que casi deja de ser culpa-
ble á fuerza de ser pueril. Sí, señores, eso tiene algo del
niño que se somete á tirar á la suerte con sus hermanos
pequeños el juguete apetecido, pero sólo en el caso en
que la suerte le sea favorable.
Nos vamos, pues, haciendo hombres, señores: nos va-
mos convenciendo de que los destinos de la patria no son
juego de niños voluntariosos y consentidos, que pue-
dan depender de nuestras simpatías personales. Ya era
tiempo, ciertamente, ya era tiempo. (Grrandes aplausos).
oiij:a i»k vkv. Ít71
Pero auiKHK^ «'s eso el Hignificado raán amplio «le
estas maiiilostaciones altivas, sofior«vs, ellas revelan
también, pues no es posible negar la luz á medio día,
«jue el pueblo oriental está persuadirlo de que, en este
raso, el abanderado os dif^no df la bandera. . . ( ff ron-
den aplausos ¡nterninipen al orador) está convencido de
(jue el abanderado es digno de la bandera, y j)or eso
confunde, en una sola aclamación, los colores de ésta con
las virtudes cívicas de aquél.
( Aplausos prolongados ).
El ciudadano Batlle y Ordófiez, señores, ha exhibido
sus títulos bien saneados al sufragio popular que ha un-
gido su cabeza; él no es uu advenedizo afortunado; él
ha sido, durante su vida entera, un soldado de la liber-
tad política; cualesquiera que hayan sido y sean nues-
tras divergencias de principios y aspiraciones en otros
terrenos, en ese, que es fundamental, él es el coreligio-
nario de todos los hombres libres; él ha luchado, con-
fundido con todos nosotros, por el reinado de las insti-
tuciones; él ha padecido, con todos sus buenos conciu-
dadanos, las grandes persecuciones jDor la justicia.
El discurso que acaba de pronunciar en este acto,
firme y diáfano como un cristal de roca, es de una in-
genuidad 3'^ de una intensidad tales, y tan entrañables,
que es muy difícil que sean percibidas y aquilatadas en
una sola audición; el país lo verá mañana hasta el
fondo, y sabrá apreciarlo en toda su profunda transpa-
rencia. Sí, ha dicho en él el presidente, mostrando su
alma abierta de par en par, porque nada tiene que
ocultar en ella: sí, yo he luchado, en lucha franca y
leal, por la presidencia de la república ; mis actos per-
tenecen al juicio de mis conciudadanos; jDero más que
ejercitar un derecho, he creído cumplir con ello un de-
372 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
ber : el deber de ocupar el puesto en que más eficaz-
mente podía realizar nuestros comunes ideales de liber-
tad y de justicia. Es el pueblo el que ha subido en mí, y,
como supremo estímulo de mis actos de magistrado, yo
he traído á la presidencia de la república mi concien-
cia, que es la misma, exactamente la misma, que rigió
mis actos de ciudadano batallador. No es un candidato
el que habla así, señores, es un presidente, en los mo-
mentos de su mayor apogeo.
(G-randes y repetidas salvas de aplausos).
Yo acabo de cruzar, señores, por la primera vez, al
través de las colinas de esta ondulante región del Norte
de mi tierra, que es, toda ella, una continuación de mi
ciudad natal ; y al mostrárseme á lo lejos un grupo de
palmeras, que el ferrocarril iba dejando atrás lenta-
mente, y que parecían girar en la cumbre de la colina
lejana ; al decírseme que esos palmares eran los palma-
res de Soto, una niebla pensativa, tristemente lumi-
nosa, brotó, como una aurora sideral, del fondo de mis
complejos recuerdos . . . ¡ Oh recuerdos, recuerdos que
os movéis en la bruma blanquecina, y habláis en ella
largas palabras, y reproducís azuladas tragedias melan-
cólicas !
Allí se luchó : esos palmares, que son símbolo de paz,
y al mismo tiempo de gloria, lloran con el viento su
larga elegía; lloran por todos los caídos en el regazo de
la batalla, por los de una y otra parte ; á todos los con-
funden en una perpetua lamentación que parece ma-
ternal, porque brota de las entrañas del sagrado suelo
patrio, sube con la vida del árbol, y se difunde entre el
cielo y la tierra en los rumores musicales de sus hojas
suplicantes.
( Grrandes aplauso s . — / Bien ! ¡ Muy bien !)
UliHA DK l'A/ 878
Allí Imliü á mu'stro ludo, ««'íioreK, el ciudadano liatlle
y Oidüfiez, por la libertad y por la junticia ; yo no puedo
olvidarlo; desde allí ha ido escalando lentamente la
cumbre, dejuiulo muclia saii<jjre d<' suh pies ««n «d áspero
camino; ha suicido mezclado á la larga peregrinación de
los romeros del derecho, confundido con todos nosotros
en la ambición de libertad cívica, cualesquiera que ha-
yan sido nuestras discrepancias de doctrina y nuestras
diferencias de criterio en lo relativo aciertos hechos con-
cretos ; desde allí ha subido, jjor fin, con nuestros princi-
pios democráticos á cuestas, hasta la cumbre en que hoy
aclamamos, y en que debemos sostener, en un acto de
consecuencia y en un transporte de esperanza, como
presidente de la república, al viejo soldado de esos pal-
mares de Soto que hemos visto al pasar esta tarde, en
la cumbre de las colinas solitarias. (Aplausos repetidos).
Hoy, señores, el que fué ^propagandista ardiente y
soldado ciudadano, proclama la paz honrosa que él
mismo, mezclado al pueblo, ha conquistado para el pue-
blo, á fuerza de sacrificios. Es que ha llegado, señores,
para este país, pues algún había de llegar, el momento
de realizar algo que es más difícil que sacrificarse : el
momento de poseerse, el de preparar unidos el campo
de batalla en que libraremos después entre nosotros mis-
mos los combates incruentos de la idea.
Hoy, el antiguo soldado de los palmares ama y pro-
clama la paz, no como una inconsecuencia ciertamente,
sino como la más ceñida de las consecuencias lógicas;
no como la base de su gobierno solamente, sino como
la hija de sus entrañas de ciudadano, como el fruto de
los sacrificios comunes de veinte años, como el depósito
374 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
sagrado que el pueblo ha confiado á su energía, y que
él está obligado á custodiar.
Por eso, sin duda alguna, siente un amor apasionado
hacia la normalidad institucional conquistada; por eso,
al imaginársela injustamente amenazada, siente en su
naturaleza, en general poco expresiva, movimientos de
celosa angustia, y se oyen notas de serena firmeza en
las vibraciones de su voz.
Yo, señores, no formo parte de los consejos del señor
presidente de la república, ni de su gobierno; no pue-
do constituirme en intérprete autorizado de su Intimo
pensar; no estoy vinculado, por otra parte, á ninguno
de los partidos políticos de mi país; no tengo, pues,
ninguno de los grandes recursos de hermenéutica polí-
tica. Soy un principio que flota en medio de vosotros,
una convicción que palpita, una voz impersonal que
pasa por el viento. Pero con el simple buen sentido que
Dios me ha dado para sustituir la falta de una inteli-
gencia superior que tanto desearía en estos momentos
para inocular en mi país la convicción que está en mi
espíritu; con mi simple buen sentido, yo he visto bien
claro, en el insistente anhelo de paz que, en varias for-
mas, todas ellas amables y sentidas, ha manifestado en
este viaje el presidente de la república, un grito pre-
mioso en el que dice á todos los hombres de buena vo-
luntad : dejadme haceros bien ; dejadme concentrar to-
das mis horas, todos mis pensamientos á ese solo objeto.
Que no se atraviese, por Dios, en mis meditaciones, la
idea de que existe el mal, y de que yo, como presidente
de la república, estoy en el deber de prevenirlo, y con-
jurarlo y reprimirlo. Yo os prometo, una vez más, si es
necesario, libertades, justicia, bienestar, prosperidad.
Si no creéis en mis palabras, dadme tiempo para hace-
itIlUA DK I-A/. B7B
io.s ficfi (11 lilis ln'clíDS. Pero os razoniiljli- <jin- ( h-íu.s
en mis promesas, (jiu< ul)oiio con una vida «üitera (!<• lu-
cha por la libertad. Yo estimularé la ganadería, la agri-
cultura, el comercio; yo haré profundos y accesibles
vuestros puertos, transitables vuestros caminos, invio-
lables y seguros vuestros hogares; yo no puedo hacer
más, para abonar mis ])rome8as, de lo (jue ahora estoy
haciendo: arrojaros mi corazón, (pie es transparente,
para que lo examinéis hasta el fondo. Pero cooperad
todos vosotros á la obra; cooperad á ella, haciendo un
postulado nacional de la paz, de la condenación enér-
gica de todo pensamiento que tienda á arrancarnos de
sus brazos, ó á arrebatarnos la fe en la eficacia de las
instituciones, haciéndonos fundar una esperanza preca-
ria y dolorosa en la destrucción y en el derrumbe.
Proclamad eso ante todo, porque la unión de todos
en esa fe inquebrantable es la base indispensable de todo
progreso político y material; no permitáis que se me im-
ponga á mí esa preocupación, que debe ser la de todos
y cada uno de vosotros; no queráis que se me grave con
esa tarea, porque no es posible que yo me concentre al
mismo tiempo á defender la puerta de la casa amena-
zada, aunque lo sea por fantasmas, y á realizar en el
interior de ella la mayor suma de bienestar: porque no
es posible, en fin, como lo dice el adagio vulgar, repicar
en la torre tocando á rebato, y andar al mismo tiempo
en la procesión.
(Grandes y repetidas salvas de aplausos).
El presidente tiene razón, señores, y no es sensato
ver en sus palabras otra cosa que una nueva prueba del
angustioso anhelo que siente porque el país lo deje ha-
cer bien, todo bien, y nada más que bien. Démosle lo que
pide, señores, porque es justo, porque es conveniente:
376 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
démosle fe; demos apoyo, como lo estamos haciendo por
medio de estas desinteresadas manifestaciones popula-
res, á su autoridad, que es emanación legítima del pue-
blo; seamos todos pacificadores en la más honda de las
pacificaciones, que es la única que acaso nos queda por
realizar: en la pacificación de los espíritus, en la paci-
ficación de los deseos, de las intenciones, de las espe-
ranzas. — • ( Aplausos ).
¿ Y cómo no recurrir á vosotras, oh señoras, que sois
el principal esplendor de esta fiesta, como no recurrir á
vosotras, para la realización de esa obra que podríamos
llamar de evangelización política?
La empresa debe ser vuestra en gran parte; la obra es
digna de vosotras; tomadla, hacedla vuestra con gene-
rosa pasión: trabajad por la paz; matad con el amor
todo germen de odio que sintáis brotar en el alma de
aquellos sobre quienes ejercéis vuestro irresistible as-
cendiente de ternura: sobre vuestros esposos, sobre vues-
tros hijos, sobre todos los que obedecen, aun sin quererlo,
la inerme tiranía de vuestro amor omnipotente. — ( Gran-
des aplausos).
Yo bien comprendo que la mujer no puede menos de
compartir los sentimientos de su esposo, de sus herma-
nos, de sus hijos, desde que su corazón, que es maravi-
lloso instrumento de armonía, tiene que ajustarse al
ritmo de los que ama, so pena de dejar de amarlos. Pero
la nota de vuestro corazón, señoras, puede ser, sin desen-
tono, la nota de la ternura, de la caridad, del perdón, en
el acorde doméstico. Llevadla siempre á él, señoras;
aplacad las pasiones, sin contribuir jamás á exacerbar-
las; sed siempre el espíritu cristiano dentro de la tra-
OIIKA l»K TAZ M77
(li(M(Mi |>iirti(luriii; s)m| 1h ixiliiiira (jii<< ¡iplacu, iu lú^ninu
ijue pordona, el suspiro qiin se rosi^na, la mano débil y
suplicanto que dotiono ol brazo armado. Kse es el divino
mensaje que tenéis en el fondo devuestrasalmatí; loedlo
en ellas; leedlo bien, y trasmitidlo en nombre d»' Dios á
esta sociedad, tan perturbada tcxlavía por las rf'li<|uias
de sus pasadas convulsiones.
Vuestro sexo, señoras, que ha sido llamado sexo débil,
es el sexo fuerte por excelencia, cuando se encierra en
su misión de amor: vuestra mente es de luz para la intui-
ción, de hierro es vuestro corazón para el dolor; la pri-
mera no se ofusca cuando ve; el segundo no se quebranta
cuando ama. Ved, pues, claro en este asunto, y amaréis
enérgicamente, y seréis la paz.
Tened fe en vosotras mismas; en todas las grandes
empresas, en las divinas y en las humanas, la mujer ha
sido siempre la fe vidente. Cuando el Hombre Dios,
abandonado por sus amigos que huyeron ante el peli-
gro, recorría su calle de amargura, sólo mujeres le die-
ron lágrimas y consuelo: sólo una mujer se desciñó las
tocas de su cabeza para enjugar la sangre y restañar
las lágrimas de su rostro luminoso profanado. Cuando,
en la cumbre de la colina sacrosanta, abrió sus brazos
la cruz, como el iris de paz encendido entre las iras del
cielo y los pecados del mundo, casi sólo mujeres estu-
vieron al pie del patíbulo del Justo, sólo ellas vieron
gotear la sangre de la Víctima divina, sólo ellas oyeron
el testamento de Dios, y aceptaron por nosotros y nos
trasmitieron nuestra herencia de redención . . .
(Largos aplausos repetidos).
Y cuando el genio errante por Europa con un mundo
en la cabeza, pisaba desamparado la tierra española y
pedía agua y pan para su hijo en las puertas del con-
378 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
vento de la Rábida, ya lo esperaba en tierra española
un amor de mujer capaz de acompañarlo y de alentarlo,
y un genio de mujer capaz de comprenderlo, y que, se-
gún la expresión del poeta, de su corona desprendió un
tesoro, para engastar un mundo en su corona.
(Bravo, bravo, aplausos ).
Señores, brindemos: brindemos á la bandera de las
instituciones republicanas, por cuyo triunfo, dentro de
la normalidad y la paz, estamos librando estas batallas;
brindemos á su actual abanderado, que para ella recoge
nuestras viriles aclamaciones; brindemos á la realiza-
ción del ideal que aconsejaba un día el presidente Roose-
velt á sus conciudadanos, en un acto como éste, y en un
discurso memorable: hagamos de modo, les decía, que,
llegada la hora de nuestra muerte, podamos morir en
la convicción de que la humanidad es un poco mejor,
porque nosotros hemos vivido; brindemos, por fin, al
inapreciable concurso de la mujer en nuestra obra de
justicia, de progreso, de libertad, de amor. . .
( Grandes aplausos. La concurrencia, puesta de pie,
aclama largo rato al orador).
Las Misiones Salesianas
Conferencia dada, el 14 de Noviembre de 1900, en la tercera sesión
pública del Congreso de Cooperadores Salesianos celebrado en
Buenos Aires.
SUMARIO
El derecho de conquista sobre los primitivos pobladores de Amé-
rica. — Las diferentes doctrinas al través del tiempo. —
La doctrina verdadera. — La Conferencia de Berlín. — Las
soberanías africanas. — Los indios no constituían una per-
sona política capaz de soberanía, pero eran personas hu-
manas con la plenitud de los derechos de tales. — Las doc-
trinas de los teólogos españoles del siglo \VI. Fray Barto-
lomé de Las Casas é Isabel la reina. — El soldado y el mi-
sionero. — Las misiones jesuíticas del Paraguay. — Los mi-
sioneros salesianos. — Don Bosco. — Su semblanza. — Su
vocación de misionero. — San Francisco de Asís y don Bos-
co. — El ensueño de don Bosco. — Su realización. — La
concesión de almas. — El imperialismo salesiano. — La
independencia de América. — La sociabilidad americana.
— Su composición étnica. — El misionero en el pueblo. — La
civilización es inseparable del cristianismo. — La democra-
cia. — Uua balada alemana. — Gratitud.
Excelentísimos señores ;
Señoras :
Señores : "
Algunas de las personas que me escuchan lo saben fe-
lizmente: me he encargado sólo á última hora del des-
arrollo del primer tema de esta tercera sesión pública del
congreso de cooperadores salesianos: las misiones.
¡Y me encargué, sin embargo ! ¿Por qué lo habré he-
cho? ¿Por qué no insistí mucho más en la necesidad de
que un asunto tan vasto, tan sugestivo, tan acreedor á
una larga preparación, fuera tratado aquí por voz más
elocuente que la mía? Es ahora, en vuestra presencia,
ilustres prelados que me escucháis, es ante vuestra pre-
sencia, oh señoras y señores que formáis con ellos esta
imponente asamblea, es ahora cuando siento todo el
peso del irreflexivo compromiso que contraje, y todas
las exigencias del asunto que acepté.
¡La noche de las almas! ¡El hombre salvaje! ¡El mi-
sionero! ¡El sembrador peregrinante del Evangelio, que
traza con su sangre la primer senda para la civilización
382 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
cristiana en el desierto, y enciende en él sus palabras,
é ilumina lentamente con ellas la soledad!
¡Don Bosco! El salesiano, el buen salesiano!
Todo eso, señores, y tanto más que sugiere mi asunto,
produce una enorme resonancia en las almas armonio-
sas. Yo he creído escucharla muy á lo lejos, al ponerme
á meditar sobre lo que estaba en el deber de deciros en
esta sesión; pero la ráfaga musical pasó por mi espíritu,
como el viento entre los árboles, sin desprender de él
las palabras maduras que hubiera debido ofreceros ; sólo
tengo, señores, ideas aun informes, palabras sin bas-
tante sol. El tema quedará casi desierto. ¡ Qué le hemos
de hacer!
Sírvame, sin embargo, de disculpa el hecho de haber
aceptado mi compromiso con resistencia, y sólo á falta
de mejor intérprete para mi asunto, y entremos de lleno
á nuestro tema: las misiones salesianas, es decir, la di-
fusión del Evangelio, por los peregrinos de don Bosco,
entre los hombres de nuestra tierra que no están aún
incorporados á la civilización cristiana.
Nosotros, señores, hombres de raza europea ó caucá-
sica, vivimos en una tierra que hasta hace cuatro siglos,
bien poco tiempo, por cierto, no pertenecía á nuestra
estirpe ; otra raza, que la habitaba desde los tiempos
sin historia, fué desalojada á viva fuerza por unos con-
quistadores venidos en carabelas desde el otro lado del
mar. Y esos conquistadores son nuestros padres; de ellos
heredamos esta tierra.
No creo necesario demostrar que nosotros descende-
mos de los conquistadores, á despecho y pesar de los
cantos líricos indígenas de nuestra independencia poli-
LAH MI8I0NEH HALE8IANAM 883
tica; ninguno de entre nOHOtros ao cree deHcendiente de
los para{)as, do los í|ii(»randíí's (') <!•' los charrúas.
Ahora bien, st«fiores: ¿Fls l('f¡;ítinui nuestra lierencia?
¿Es justo, y no precario, nuestro título ? Kxistió en nues-
tros causantes el derecho de conquista sobre las tribus
indias que poblaban esta tierra que hoy llamamos nues-
tra? ¿Quó derechos tienen los vestin;ios de luiuellas ra-
zas, los hijos do los conquistados, que aun viven en los
desiertos, sobre nosotros, los hijos de los conquistadores,
que hemos edificado ciudades y cultivado campos?
He aquí, señores, la porfiada controversia del si-
glo XVI que reaparece, y que recobra su interés en nues-
tros días. Estamos en época, no de descubrimientos,
pero sí de exploraciones y de conquistas, de expansio-
nes territoriales, de' imperialismos como hoy ha dado
en llamárseles. Y yo, que voy á ocuparos una hora para
hablaros de una especie de imperialismo, del imperia-
lismo de un rey, (hablo de don Bosco) debo comenzar
por plantear y resolver esa cuestión secular.
Vosotros conocéis las distintas fases por que ella ha
pasado. Ora se ha sostenido que los pueblos salvajes ó
las tribus bárbaras no tienen derecho alguno personal
sobre las tierras que ocupan, ni de propiedad, ni menos
de soberanía; ora se ha dicho que tales pueblos sólo
pueden pretender una soberanía limitada por los dere-
chos de la colonización y de la civilización ; ora, por fin,
se ha proclamado á grandes voces, en nuestros días so-
bre todo, el derecho de aquellos grupos humanos á la
independencia como entidad jurídica, á la pro|3Íedad co-
lectiva de la tierra, y aun á la soberanía y al respeto ab-
soluto de los estados cristianos, que les deben hasta el
comitas gentium.
Es esta última doctrina la que prevalece teóricamente
384 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
en el derecho de gentes moderno. En éste, la concesión
pontificia de los antiguos tiempos, ó la prioridad en el
descubrimiento, ó la posesión más ó menos ficta que se
invocaba como modo de adquirir el dominio por parte
de los estados descubridores, han sido sustituidas por la
toma de posesión real y efectiva^ notificada á las demás
potencias colonizadoras. Esta tesis, adoptada por casi
todos los tratadistas, desde Bynkershoek, Vatel y Mar-
tens, ha sido incoriDorada, como sabéis, al derecho in-
ternacional positivo, desde la conocida conferencia de
Berlín de 1884 y 8B, en que se establecieron las formas
de ocupación de las costas del continente africano.
¡El respeto absoluto ala soberanía salvaje! ¡Los tra-
tados y convenciones con los jefes de tribu! ¡Las cesio-
nes voluntarias de territorios, y los protectorados pater-
nales !
Ah, seiiores: todo eso está muy bien escrito en los
libros ; pero todo eso no es verdad en los hechos. El rei-
nado de la fuerza no ha terminado en el mundo : se ha
vestido de abalorios solamente. Si aun rige entre los
pueblos civilizados ¿qué sucederá en las relaciones de
éstos con los salvajes?
Ha dicho un gran pensador inglés, señores, que « las
filosofías del hombre son generalmente el suplemento
de su práctica, una especie de barniz lógico con que se
adorna, una epidermis de inteligencia articulada con
que se recubre, y con la cual se esfuerza por hacer ad-
misibles sus actos instintivos y ciegos después que los
ha realizado».
A nada sería más aplicable esa profunda observación,
señores, que á las relaciones entre los pueblos, aun en-
tre los estados cristianos ; cada pueblo tiene su filosofía
internacional. Recordemos, si nó, esa llamada doctrina de
I, AS MINIONKN HAI.KHIANAH 886
AUiiiroo, (>s|)('('i<' (le canmhMJii doriido (juí*, di'spuó.s (!«•
cobrar tantos colores como rayos (U' sol han tocado hu
piel articulada, ha dejado de ser una doctrina interna-
cional como se creía, para transformarse ó confenarst'
lo (ju(^ si(>ni|)re ha sido: un simple aforismo de política
interna do un gran pueblo.
Bien sabéis, señores, que ese respeto á las soberanías
africanas proclamado en nuestros tiempos tiene mucho
de olímpica hipocresía, y que, si algún progreso entraña
en la vida internacional, es sólo porcpio la hijjocresía
puede ser un tributo que el vicio ó el error suelen ren-
dir á la virtud ó á la verdad ; bien sabéis que ese respeto
á las soberanías salvajes en nuestros días, y los tratados
que se celebran con. los jefes de tribu, más que una
proclamación del derecho de los conquistados, es una
precaución adoptada por los conquistadores, á fin de
que las potencias puedan tomar más fácilmente pose-
sión de los nuevos territorios, sin lastimarse mutua-
mente; es, en una palabra, la tan criticada bula de
Alejandro VI, expedida previamente por los grandes
pontífices imperiales; bien sabéis por fin, señores, que
la conquista moderna del África no difiere fundamen-
talmente de la antigua conquista de América, á pesar de
los congresos y conferencias.
¿Por qué no establecer entonces, señores, con hon-
rada sinceridad, los verdaderos principios, que son los
eternos de la filosofía cristiana?
Voy á exponéroslos en la forma somera que con-
siente la naturaleza de mi discurso.
Yo creo que el título de propiedad sobre nuestra tie-
rra que. como persona colectiva, hemos heredado de la
COKF. Y DISC. ^.
386 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
otra persona internacional que fué nuestra metrópoli es
un título perfecto, pues perfecto fué el modo de adqui-
rir de nuestros causantes, los bravos descubridores y
conquistadores de estas tierras.
Recordemos ante todo que, para concebir el derecho,
el hijo de la justicia, que es relación jurídica entre per-
sonas, tenemos que concebir una persona que sea sujeto
del derecho, y otra que sea su término ó su objeto. No
es menos esencial el recordar que existen dos clases de
personas: la persona física, el hombre, y la persona co-
lectiva ó jurídica. Vosotros sabéis que, en derecho in-
ternacional, las entidades que son objeto y término del
derecho no son las personas físicas, no son los hombres ;
son las personas internacionales, los estados ó sus re-
presentantes, las agrupaciones de seres humanos que,
en posesión estable de un espacio determinado de la
tierra, constituyen esa especie de organismo persistente
al través de los tiempos y generaciones, capaz de vida
interna y de vida de relación con los demás organismos
de su especie, que llamamos sociedad política, estado
independiente, nación soberana.
Ahora bien, señores: las tribus americanas que po-
blaban nuestro Río de la Plata, ¿constituían esa per-
sona colectiva, ese organismo vivo, articulado, cons-
ciente, apto para ser objeto y término del derecho que
rige las personas internacionales?
Estoy firmemente persuadido de que nó, señores;
estoy convencido de que aquel hombre triste y melan-
cólico que recorría desnudo, en número exiguo, un espa-
cio capaz de servir de vivienda á cien millones de seres
humanos ; aquel hombre sin fe, sin ideal alguno de pro-
greso, sin concepto alguno de soberanía ni de vida de
relación, no ocupaba propiamente esta tierra; pasaba
LA8 MI8IONBH 8ALHRIANAfl 887
por ella nomo el pájaro por sus aires, como el avestruz
por sus llanuras. Esos pjru|)os do hombres, obscuros pe-
regrinantes (le la soledad, no constituían un organismo
(le la misma especie de las personas colectivas que son
sujeto y término del derecho de gentes. Yo bien sé, se-
ñores, que la sociedad civil se constituye, ipno fado é
ipso JiO'í'^ por la coexistencia de los hombres, ó más
propiamente de las familias, (]ue son la unirlad primitiva
de esa sociedad, y que hallarán su unidad definitiva en la
unión organizada de los estados civilizados; yo bien sé
que no es concebible una reunión permanente de seres
liumanos que no constituya una sociedad con deberes y
derechos inherentes; pero de esa sociedad civil primi-
tiva á la .sociedad política formada, organizada de modo
á constituir una perdona internacional , hay una enorme
distancia. Y si bien no nos es dado establecer de una
manera precisa el minirmim. de condiciones requerido
para que aquella persona se considere existente, es in-
dudable que ese mínimum no era alcanzado por las
tribus nómades de los territorios rioplatenses primi-
tivos.
No habiendo, pues, señores, una persona colectiva
apta para tomar posesión, como tal, de nuestra tierra,
era ésta res nuUius^ á los efectos del dominio eminente,
en la época de la conquista: perteneció pues al primer
ocupante animo domini, á la j^ersona internacional
que primero se estableció en ella, y que primero echó
los gérmenes de las actuales sociedades políticas cris-
tianas
Ahí está, señores, á mi sentir, el verdadero título de
dominio de nuestros causantes; ahí está el origen de
nuestro propio dominio sobre nuestra tierra.
388 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
Pero sólo sobre la tierra, señores, sólo sobre la tierra;
jamás sobre el hombre, que no es objeto de más domi-
nio que el de Dios. Porque si es verdad que en el con-
junto de los hombres salvajes no existía una persona
jurídica capaz de dominio eminente, es indiscutible que
cada uno de esos hombres era una persona humana, libre,
inteligente, no sólo capaz de deberes y derechos, sino
idéntica por su naturaleza, por su origen, por su destino
inmortal, al más encumbrado de los seres que forman
la humanidad; idéntica al rey que conquistaba estas tie-
rras, idéntica al mismo pontífice augusto que entonces
las concedía en el nombre de Dios. Ese hombre, señores,
era y es un hijo del mismo Padre común que está en los
cielos, era j es un descendiente de Adán el primer pro-
genitor, un expatriado, como él y como todos nosotros,
del Paraíso en que tuvo su divino origen; ese hombre
heredó como nosotros la culpa original, germen de su
infeliz decadencia; y, título supremo de suprema digni-
dad, señores, por ese hombre, como por todos nosotros,
el Verbo de Dios se hizo carne, hombre como el indio,
y Cristo murió por él en la cruz. Era pues, nuestro in-
feliz coheredero ; era un rey, el rey de la creación.
Esa persona humana, señores, tenía, como tal, la fa-
cultad lícita é inviolable de obrar que compete á la
persona; la inviolable potestad de usar de las facultades
propias de su naturaleza, de unir á esa persona, por
medio de los actos de esas facultades, los bienes exte-
riores, y de disponer de ellos como de su propiedad.
Porque ese hombre tenía un fin idéntico al nuestro,
tenía el deber de cumplirlo, y la necesidad de usar para
ello de sus facultades y de las cosas de este mundo,
Y si en él residía la facultad moral llamada derecho,
en todos los demás hombres, en todos, señores, y en la
LAH MIHIONKM SAI.KSIANAS 389
sociedad (\\\e estos fonnahau, residía d dcIxT correla-
tivo: el do reeonooerle, como ohjt-to d»- perfección, un
fin propio, no subordinado al de suh semejantes, un fin
superior »l las criaturas, desde que las criaturas son,
cuando más, sus if^uales en naturaleza; el de no tratarlo,
por consiguiente, como un medio para que otros reali-
cen su destino; el de acatar á esa persona como sagrada
é inviolable en si misma, y en todo aquello que le está
unido por naturaleza ó por acto de sus facultades; el
de respetar, por consiguiente, su vida, su integridad, su
libertad, su propiedad, su excelsa dignidad de persona
humana.
Ese deber histórico asistió, por consiguiente, á nues-
tra raza, con relación, al primitivo poblador de nuestra
tierra; no podía exterminarlo, no podía hacerlo esclavo,
no podía despojarlo de su propiedad individual; tenía
el deber de incorporarlo, en la plenitud de sus derechos
y de su dignidad de hombre, á la sociedad civil y polí-
tica que formaba en la tierra que aquel pisaba; tenía,
por consiguiente, el deber de conquistar su inteligen-
cia á la verdad, su voluntad al bien, su persona entera
á la civilización cristiana. Y ese deber de nuestra raza,
señores, ha pasado íntegro y reside en. nuestros estados
independientes; y el derecho correlativo reside aún en
los vestigios de aquella raza, en el hombre de nuestro
pueblo.
Esa es la doctrina, señores, la vieja doctrina cris-
tiana, que hoy suele reproducirse, más ó menos frag-
mentaria, como una conquista de los tiempos modernos,
en los congresos y conferencias internacionales, cuando
no se proclama la ley modernísima de selección ó de evo-
lución en la escala ascendente de la vida animal; era esa
la doctrina que informaba las monumentales Leyes de
390 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
Indias, y las que proclamaban los teólogos españoles,
Victoria, Soto, Fray Melchor Caro, Fray Antonio de
Córdoba, el Padre Suárez, que son los verdaderos fun-
dadores, antes de Grocio, del Derecho Internacional, y
sobre los cuales descuellan, como símbolo viviente y
encarnación práctica de esas ideas, la figura monolítica
de Bartolomé de Las Casas, el fraile blanco, y la trans-
parente figura de Isabel de Castilla, la reina católica,
que hasta en su testamento escribía: «Por cuanto, al
tiempo que nos fueran concedidas por la Sede Apostó-
lica las islas y tierra firme del mar océano, fué nuestra
principal intención la de procurar inducir y traer los
pueblos de ellas, y los convertir á nuestra santa fe cató-
lica, y enviar á las dichas islas y tierra firme prelados
y religiosos para instruir y enseñar buenas costumbres
á los moradores de ellas: Por ende, suplico al Rey mi
Señor y á la princesa mi hija y al príncipe su marido
que así lo hagan y cumplan, y que este sea su princi-
pal fin; y no consientan ni den lugar que los indios re-
ciban agravio alguno en sus personas y bienes; y, si
algún agravio han recibido, lo remedien y provean por
manera que no se exceda en cosa alguna».
Ya desde entonces se inicia, sin embargo, señores, la
pugna, que aun no ha terminado, entre el soldado, con-
quistador de tierras y de cosas, y el misionero, conquis-
tador de almas; el uno es el derecho de posesión sobre
la tierra, á la que tiende á encadenar el hombre como
un accesorio ; el otro es el deber de justicia y caridad
hacia el hombre, desprendido de la tierra, y señor y do-
minador de ella.
Es verdad, señores, que esos dos elementos debieron
LAS MIHI0NR8 HAI.BHIANAH MMl
y deben ser complomentarios ; es verdad que máH de una
vez lo han sido: pero confesemos, Hefiores, (jue general-
mente no lo i'iK'i-on, (¡up p;on«Talm('nto no lo son. Haga-
mos nuestro examen de conciencia social, y confesemos
honradamente, confiésenlo todos, aun los que no pien-
san con nosotros, que, á no haber existido el misionero
nadie, desde los tiemjios de la con(piista hasta nuestros
días, nadie hubiera pensado jamás acercarse con respeto
al indio, sólo para decirle que es un hijo de Dios, y que
tiene un alma que ennoblecer y que salvar: nadie se hu-
biera llegado á él para llamarle hermano ; nadie para
cumplir los deberes fundamentales de la raza cristiana
conquistadora sobre los vestigios de la desventurada
estirpe con(|UÍstada.
Ahí están, señoreé, al lado nuestro, las ruinas de las
antiguas reducciones jesuíticas del Paraguay. La sole-
dad que las habita habla largas palabras melancólicas.
Esos escombros son el gran monumento levantado al mi-
sionero en el desierto americano. Allí vivió el salvaje al
lado del evangelizador; el indio era allí un hombre; creía,
trabajaba, amaba, era feliz. El misionero aplicaba á
aquel hombre niño, á aquella raza infantil, el método
racional educativo; el mismo que hoy prescribe para
casos análogos la psicología pedagógica moderna con
su criterio experimental. La apología de esa coloniza-
ción acaba de hacerla, al decir la última palabra de la
ciencia económica, el eminente Enrique George: ese
estado social de las misiones paraguayas, dice el gran pen-
sador protestante, constituye el eterno honor de los je-
suítas. Efectivamente, señores, allí se realizaba el ideal
de la ciencia económica; allí el trabajo era reconocido
como el elemento predominante de la producción; allí,
ni la tierra ni el capital menoscababan, con las tiráni-
392 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
cas exigencias de la renta ó del interés irracional, el
fruto sagrado del esfuerzo humano. Es cierto que se ha
hablado de libertad al denigrar las misiones. Compa-
rad señores la situación del indio en su reducción con
la de muchos obreros modernos en sus fábricas, y de-
cidme cual de ellos es más libre, más feliz, más hom-
bre. Fué arrojado el misionero de las misiones : fueron
expulsados los jesuítas ; triunfó allí la tendencia del sol-
dado. Y el indio volvió á su selva, y olvidó el nombre
de Dios, y reanudó su vida nómade y salvaje, y se de-
rrumbaron los templos y las felices reducciones, como
si se echaran á llorar la ausencia eterna de un espíritu ;
y la maleza envolvió todo aquello ; y los tigres tomaron
posesión de las viviendas del hombre, y el hombre fué
á habitar las viviendas de los tigres, y á cruzar de nuevo
como ellos, desnudo y receloso y fierO; la inmensa sole-
dad de los desiertos.
Oh, sí, señores; confesemos honradamente que el sol-
dado, lo mismo el armado de arcabuz que el que dispara
el fusil moderno de repetición, que mata tanto en tan
poco tiempo, no es el que lleva al indio la prueba de que
la raza conquistadora es más virtuosa que la doliente
estirpe conquistada; confesemos que sólo el misionero
ha sido siempre, y es, y seguirá siendo el único intér-
prete del Evangelio de caridad ; el único que siente el
supremo respeto por la persona humana del salvaje, el
solo que lo eleva realmente, no en la teoría sino en la
práctica de la vida, á la igualdad absoluta de naturaleza
con los demás hombres ; el único que realmente lo siente
y lo llama hermano, pues sólo él se arrodilla á su lado,
y, levantando los ojos á las estrellas, le hace decir al
unísono con él: « Padre, Padre nuestro que estás en los
cielos».
I.AN MlHigNKH NAIJCNIANAN ¡MtH
Liis aniionías (li'I ruciorinio f¡loH<'»f'ií;o al)Htiit< ;<• m'
han ulojudtí (luizá (l«'masiuflo dr mi tom»i. sefíon-H. Pít-
Honadme; vaniOH á M.
Ah, h{, hímiÍm los l)i«'nv»<iU(los ú mirstiii tima, uh los
buenos in¡s¡on»Mos Balfsianos. ¿ Hul)óih \<<ni(lo áella ;, no
es verdad? liabais venido á oumjilir por nosotrOM el de-
ber de nuestra raza jiara con el liombn* cuya tierra es
nuestra tierra?
¿Pero no sois vosotros los hijos de aquel Don Hosco
que comenzó su apostolado reuniendo en torno suyo los
niños haraposos (juc corrían ¡)0r las calles d»* Turín?
¡Don Bosco! ¡Oh! ¡ Bien lo recuerdo, bien lo veo en
mi imaginación (pie ha ocupado tantas veces, con su
cara sonriente, y sus ojos llenos de luz tranquila y de
bendiciones plácidas! Lo veo rodeado de niños ])oV)res
bajo los árboles de los suburbios de la ciudad italiana.
Lo circundaba el portento ; un efluvio de compasiva
ternura parecía brotar como una aureola luminosa de
su vieja sotana negra: el birrete (jue ceñía su cabello y
dejaba en él su huella circular, parecía piedisponer para
el nimbo aquella nobilísima cabeza que se inclinaba sin
abandono sobre el hombro derecho en actitud de per-
manente indulgencia. ¡Y qué firmeza de resolución ha-
bía en aquella frente erguida en su humildad, é inacce-
sible al desaliento! ¡Qué reposo en aquella boca que,
pensando siempre en el cielo, nos hablaba del paraíso
con sólo sonreir!
¡Don Bosco, el buen Don Bosco, el celestial amigo!
Seáis los bienvenidos á nuestra tierra, oh vosotros
sus heroicos mensajeros, oh vosotros que vivís de su
recuerdo y de su espíritu!
¿Pero cómo os habéis convertido vosotros, los hijos
de Don Bosco, en misioneros de indios, si parece indu-
394 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
dable que la vocación de vuestro padre no era otra que
la de acudir al gran peligro de las modernas sociedades,
amenazadas, no tanto por los salvajes del desierto, cuanto
por los no menos temibles que hoy preparan en las ciu-
dades la tercera invasión de bárbaros que registrará la
historia, y que, como las anteriores, sólo el cristianismo
podrá desarmar? ¿Cómo se transformó Don Bosco en
misionero de las regiones patagónicas ó ecuatoriales de
América?
Señores: la historia de los peregrinos sembradores
del Evangelio por el mundo, desde los apóstoles hasta
nuestros días, es la historia del heroísmo humano en su
más alta expresión; la vocación del apóstol, el impulso
que pone un báculo en la mano de un hombre y una
alforja en sus espaldas, y lo hace andar remotos cami-
nos en busca de hombres desconocidos, de otra patria,
de otra raza, con el solo objeto de predicar á esos hom-
bres la fe, y disj)uesto á dar por ello la propia vida, es
un perpetuo milagro psicológico, pues interrumpe las
leyes naturales del espíritu humano; sólo un agente
supernatural "extraordinario puede determinar ese im-
pulso.
Don Bosco, como hemos dicho, no lo sintió al prin-
cipio de su vocación. Si esa inspiración pasó alguna vez
por su mente; si hasta llegó á comunicarla al pontífice
Pío IX, se vio obligado á desecharla, por consejo del
mismo gran pontífice. Pensad en consolidaros en Italia,
le dijo. Y los niños abandonados de las ciudades euro-
peas continuaron siendo el único objeto de su caridad.
Eso parecía bastar, y aun sobrar, para llenar sus ambi-
ciones de inerme conquistador; muy poco parecía una
vida, aun siendo la de Don Bosco, para tan grande em-
presa.
I.AH MISIONKM HAI.RMIANAM ÜMft
Pero <l»«rr«'|»«Mit«*. y cuando mu filua <lul»ii jiim-híih muh
primeroH vacilttnt»».s pasos on Italia. la sug«'8t¡ón li»Toica
reaparece en su alma, en forma imperioHa, irreMÍMtible.
Don B08CO Miente el anhelo de la aventura evangélica,
de los desciihrimientos de almas desronoíriflas; es el im-
perialismo de la caridad, señores. Ciñiere salir, no sólo
de Italia, sino también de Europa ; el mundo le parece
estrecho: quiere correrlo, y dar á sus hijos la consigna
que el pobrecito de Asís, el primer sucesor directo de
los apóstoles, había dado seis siglos antes á sus frailes
menores: Su miei figli. tpargeteci peí mondo *• annuuziate
la pace. Ea, hijos míos, esparcios por el mundo, y anun-
ciad la paz.
¿ Habéis notado, señores, las analogías entre don Bosco
y San Francisco de Asís, entre la obra del pobrecito
del siglo XIII y la del pobrecito del siglo xix? Habéis
visto cómo la índole de ambos los induce á reclutar sus
hijos en el pueblo, á confundirse con él, á ceñirse una
cuerda, á tomar un báculo y una alforja casi vacía, y ca-
minar los caminos del universo sin más guía ni apoyo
que la Providencia de Dios? ¿Habéis %'isto la analogía
entre los terciarios de San Francisco y los cooperado-
res salesianos? ¿Habéis notado la tendencia á hermo-
searlo todo con el arte, que acerca á Don Bosco y á
San Francisco ?
No cabe, desgraciadamente, en las proporciones de
esta conferencia, señores, el estudio interesantísimo de
ese parangón : debo sólo deciros cómo y cuándo cayó en
el alma de Don Bosco la semilla inflamada del misio-
nero peregrino por el mundo.
Ella cayó, señores, desde la región misteriosa de los
sueños.
Don Bosco, en medio á las dificultades de sus prime-
396 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
ras fundaciones, soñó durante una noche entera, hasta
ser despertado por la aurora. Y no soñó con sus niños
desvalidos que necesitaban pan ; no vio las calles de las
ciudades europeas, en que otros niños esperaban su am-
paro.'
Voy á contaros lo que soñó.
Escuchadme, predisjDoniendo vuestro espíritu á escu-
char una historia amable, de esas que se cuentan á los
niños, para que se duerman pensando en el cielo, y en
los ángeles de alas blancas y transparentes.
Don Bosco vio una llanura; el desierto inconmen-
surable; ni colinas, ni montes; enjambres de hombres
de largas cabelleras negras, todo desnudos, con pie-
les de animales colgadas de los hombros, y armados
de lanzas, recorrían aquellas pavorosas soledades; los
vio muy bien; distinguió su color, sus rasgos antropo-
lógicos. Algunos llevaban clavados en la punta de las
lanzas trozos de carne sangrienta, otros cazaban bes-
tias feroces; unos grupos peleaban contra grupos de
su propia raza; otros luchaban contra soldados euro-
peos. Luchaban ferozmente; el suelo estaba sembrado
de cadáveres. En esto asoma, en la extremidad de la
llanura, un grupo de misioneros. Don Bosco los mira;
no los conoce. Los misioneros avanzan, y son destro-
zados por los salvajes. La batalla se renueva con sus
escenas sangrientas. Otros misioneros asoman por el
horizonte. Don Bosco los mira, los reconoce; ah, sí,
los reconoce bien; son sus hijos, sus salesianos; reco-
noce personalmente á algunos, á los que vienen en pri-
mer término ; pero á los otros nó, aunque también son
salesianos ; estos son el porvenir sin duda alguna. Quiere
detenerlos, para evitarles el destino de los otros misio-
neros; pero los salesianos avanzan rezando el rosario en
i.AH MIOIONKN NAI.KNIANAH ■'til?
VOZ alta; juMM^truii «'iitir Ioh Halvaj»«H, . . . KhIoh corren
hacia ellos, y ue detionen aHombradoH; ue ahupan, vo
arreinolinaii, 1í>h a^n-n paso, fornuui ala, y los inÍHÍonero8
sipiUMi avanzando; lh';;aii hasta el centro de la ininenHa
muchoduniltre (jiie los rodea, y se arrodillan. Los sal-
vajes dejan sus lanzas en el suelo, y se arrodillan tam-
bién; sus ne«j;ras caholleras cuelfjjan desde sus frentes
hacia la titura polvorosa. Y se oye entonces una melo-
día, una enorme sinfonía que se difunde como una ola
resonante sobre el desierto; el cántico saj^rado sube al
cielo; salvajes y misioneros cantan unidos; sus voces
forman un solo acorde sinfónico, como forman una sola
armonía en la naturaleza las voces de los nidos y las
de las cavernas y madrigueras, la de los tigres y la de
las alondras; salvaje? y misioneros cantan unidos el
cántico sagrado: Laúdate Maña, o lingua fideJe.
¡Enorme sinfonía, señores, enorme sinfonía de los
desiertos y de los cielos! Bethoven, el genio musical
cristiano que da nombre á su siglo, no soñó nada tan
grande. ¡Oh, si él hubiera escuchado y contado en su
divino idioma ese armonioso ensueño de Don Boscol
Pues ese ensueño, señores, es el germen de las misio-
nes salesianas; de ese ensueño venís vosotros, oh los
buenos peregrinos del hombre santo que duerme en Val-
salice.
Don Bosco se siente misionero : él ha visto la tierra
que Dios le depara, ha visto ios hombres que la habitan,
los hombres que le están destinados.
Pero ¿dónde está esa tierra? ¿Dónde esos hombres?
Es preciso encontrarlos, y Don Bosco se lanza en su
busca; su pensamiento comienza á recorrer los mato-
rrales de la tierra.
Piensa primeramente que su región soñada debe ser
398 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
la Etiojjia. Interroga, recoge datos .... Nó, no ve allí
su ensueño; aquellos hombres negros no son sus hom-
bres; no es su desierto aquel desierto abrasado. ¿Será.
Hong-Kong, la isla de la China? DonBoseo detuvo en
ella su pensamiento por algún tiempo; pero pasó; tam-
poco aquello coincidía con lo que vio en sueños ; ni los
hombres amarillos ni las cosas. He aquí que se ofrece
á su vista el continente oceánico: es la Australia. Don
Bosco cree haber dado con la realidad de su ensueño.
Y tan llega á creerlo, que encarga á dos de sus hijos que
se consagren sin dilación al estudio de la lengua in-
glesa. Pero muy pronto su ilusión se desvanece; el ras-
tro se pierde por ese lado, y la Australia es reemplazada
por Mongolor, la isla de la India. Hubo un momento en
que no se veía en manos de Don Bosco otra cosa que
mapas de la India cristiana, libros é informaciones so-
bre la región asiática.
Estaba en esa tarea, cuando llegó á sus manos una
carta de América, de la República Argentina, en que
se le invitaba á mandar allí sus hijos.
¡América! ¡La República Argentina!
¿Y si fuera esa tierra la tierra de su ensueño?
Su pensamiento acude al nuevo rastro. Busca libros,
estudia, y una impresión solemnísima se apodera de su
alma. En aquellos libros ve reproducido gráficamente
su ensueño ; aquellas llanuras sin límites, aquellos hom-
bres cobrizos, huraños, de pómulos salientes, de cabellos
y ojos negros, son sus llaniu^as, son sus hombres. Eran
los patagones. No queda en el alma del apóstol ni el
más mínimo resquicio de duda. Cree firmemente, y esa
fe triunfará. Ha triunfado, señores: las misiones sale-
sianas, que hoy agrupan millares de indios, desde el
Ecuador hasta Patagonia, en torno á los hijos de Don
I.AH MIMIONKH «AI.KNUNAM M'J{)
BoHco, 11») s(ui olla cusa 4110 los «uiHiuiñoH (lo «'•«to ijur hm
han posado en América. No me pidáin datOH PHtadiHÜ-
oos Hobr«> ellas, Hcñores; ni los números ni las informa-
ciones niinnciosas pueden caber en los líniites de esta
conlemiciu de índole j)uraniente sugestiva. Basto recor-
dar ijue la enorme sinfonía que oyó. Don Bosco reHuena
en estos momentos en muchos de.sierto8. Las multitudes
salvajes cantan en torno de los salesianos: multitudes
de niños, de mujeres, de hombres evangelizados.
¿Hay alguno de entre vosotros que sólo oye en mis
palabras algo así como un cuento fantasmagórico, ó la
narración de un caso patológico de perturbación mental?
Podéis creerlo así todos vosotros, señores: podéis
creerlo sin desacato. Debo haceros saber con sinceridad
que estaréis en buena compañía, cuando menos, pues así
lo creyó el virtuoso cardenal Barnabó, cuando Don Bosco
le hizo la narración que acabo de haceros, y aun cuando
el pontífice reinante le ordenó emitir un dictamen sobre
los propósitos del nuevo misionero. Es una fantasía, dijo
el ilustre purpurado: no hay tales pueblos desconocidos
en la América del Sur. Son utopías. . . ideas de mente
enferma.
Sí, señores ; todo esto no es dogmático, no es artículo
de fe ni mucho menos ; jDodéis dejar de creerlo. Pero si
los que dudan tienen buena compañía, nosotros, los que
creemos en la realidad de ciertos ensueños, la tenemos^
mucho mejor. Pío IX. el gran Pío IX, creyó con nos-
otros, á pesar del dictamen adverso del cardenal Bar-
nabó; creyó en el sueño de la noche de Don Bosco. Y,
sin vacilar, dio su aprobación al pensamiento, otorgó el
permiso necesario, armó á Don Bosco caballero del
400 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
Evangelio, y le dio en propiedad las almas de los indios
americanos que se le aparecieron en sueños.
¿ En propiedad ?
Sí, señores : es una concesión de almas. Puede discu-
tirse, podemos discutirlo aun los católicos, el carácter
en que el pontífice- Martín Y acordó en el siglo xv á
los portugueses los países que descubrieran más allá del
Cabo Bogador; el de Nicolás V y Sixto IV, al conceder
al mismo pueblo la soberanía de la Guinea, en 14B2 y
54; el de Alejandro VI, al trazar con su báculo, en su
famosa bula de 1493, la línea divisoria entre los domi-
nios españoles y portugueses en nuestra América. Yo
mismo os he indicado ese problema al principio de esta
conferencia; yo mismo disiento de los que, con Perin, el
eminente autor del « Orden Internacional » , atribuyen
esa facultad al Vicario de Jesucristo, como inherente
á su misión divina. Pero si es inacej)table la facultad,
con origen divino, de Alejandro VI, para atribuir la ju-
risdicción temporal á los descubridores de tierra ameri-
cana, es indiscutible la de Pío IX para señalar su juris-
dicción espiritual á los descubridores y conquistadores
de almas. Eso sí que es de origen divino, señores; eso
sí que se basa en las palabras más poderosas y perma-
nentes que los cielos y la tierra: Id y enseñad á todas
las gentes.
Don Bosco, se sintió, desde aquel momento, dueño de
aquellas almas ; las amó como cosa propia ; vio aquellas
regiones, su. presente, su porvenir, con una intensidad
asombrosa, guiado por el espíritu de sus ensueños. Se
dijera que había recorrido á pie toda la América Meri-
dional. En la conferencia geográfica que dio en Lyon,
en 1883, tuvo suspenso durante hora y media á su nu-
meroso y escogido auditorio, hablando de la geología, de
I.A» MINIONRN HALBNIANAH 401
la etnología. (i« las minaH, (1<> la orografía, du la hidro-
grafía, do la fauna y de la flora de nuestra» regiones.
con una procisión de explorador científico.
Con eso título, sefioreH, Don Bosco lanzó á hu tijército
á la conquista de su conceHÍón de almas, y le dio el
santo y seña inmortal: Ihi mihi animas, cietera tolli'
Dad me las almas, t/ quedaos con todo lo demds.
Ks la coníjuista, el imperialismo, señores; pero no el
imperialismo moderno reglamentado en el Congreso de
Berlín: es el famélico imperialismo del celo por la glo
lia de Dios, famélico, sí, señores, no rectifico mi pala-
bra; con hambre de almas, con hambre y sed de jus-
ticia y caridad.
Últimamente, señores, un gran estadista de Inglate-
rra, el pueltlo protestante conquistador, establecía la
siguiente fórmula del procedimiento tendente á re^i-
lizar su expansión en el mundo : primeramente se envía
el misionero bien rentado; después el cónsul; después
el general. Comparad esa fórmula, señores, con la fór-
mula de Don Bosco, que envía el misionero,}' después el
misionero, y siempre el misionero. Las dos interpretan
fielmente los dos imperialismos modernos : dadme tie-
rras, dadme subditos, dadme nuevos mercados para mis
productos, dice la una: dadme almas, dadme esas almas
que son mis hijas, las hijas de mis ensueños, dice la
otra.
No ha faltado, sin embargo, señores, quien haya di-
cho y repetido en nuestro país, en circunstancia so-
lemne : ¿ á qué hablarnos de misiones, si ya no hay
indios entre nosotros?
¡Entre nosotros! No los hay, efectivamente, señores.
COSF. T DISC. 26.
402 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
al menos con sus atributos exteriores, en la Plaza de la
Victoria de Buenos Aires, ó en la de la Independencia
de Montevideo; no parecía tampoco que los hubiera,
capaces de redención al menos, y dignos de otra cosa
que de la descarga de Máuser del soldado, aun en las
apartadas regiones de los territorios argentinos, antes
de establecerse las misiones ; ]jero han penetrado en los
matorrales esos. . . ¿me permitiréis la expresión? han
penetrado en los matorrales esos lebreles de almas
amaestrados por el espíritu de Don Bosco, y las almas
aladas y huérfanas han brotado en bandadas innúmeras
de las malezas. Era preciso optar entre exterminar esos
hombres ó reducirlos por el misionero. No hay término
medio, señores. Y allá están agrupados, desde las sole-
dades del Ecuador hasta las espesuras de Matogrosso ;
desde los bosques del Paraguay hasta nuestras pampas
y desiertos patagónicos: son hombres arrancados acaso
al exterminio é incorporados á la vida por el misionero;
son como creaciones de la caridad, señores; sin ella,
esos hombres hubieran muerto, esas almas hubieran
sido acaso desterradas para siempre del cielo y de la
tierra. Yo bien se, señores, que hay quienes, proclamando
esa ley de selección ó evolución en la escala de la vida
animal de que antes he hablado, hubieran mirado con
indiferencia cuando menos el exterminio de esos hom-
bres; pero ese criterio, que convierte al que lo adopta
en el verdadero salvaje, no merece el examen de las
almas honradas; sólo sirve para demostrar hasta donde
puede conducir al hombre la ausencia del espíritu cris-
tiano.
Y por otra parte, señores: ¿acaso termina el indio allí
donde no existe el hombre que come carne cruda?
He aquí, señores, otro aspecto que nos ofrece este fe-
I.AS MlilONKM NAI.KHUNAN 40M
cnndo tema; Tin intí»rPRanto pstndio dn psicolop^a Hocial
se ofrec't' á nurstru coiiHidoración.
Os he hablado (h< hi ooiKiiiista OHpafiola; oh he rocor-
(hido el Inihihiiiti» primitivo d(^ estas rociones, y lie in-
dicado los víjiculos jurídicos (jue lo ligan con uosotros,
Pero pasó la época de la conquista; pasó la del colo-
niaje español. Nos emancipamos de la metrój)oli, y re-
clamamos nuostra hcrenciii; nos hicimos duefios de esta
tierra, y formamos en elhi nuestra patria inclependiente
y democrática.
¿Cambió por eso el problema? ¿La tran.sformación
|)olítica produjo acaso una transformación sociológica?
Todo lo contrario, señores. Para formar la patria tu-
vimos que recurrir al pueblo, á la gran masa, sin dis-
tinción de razas, con 'todos sus vicios y sus virtudes.
Esa gran masa respondió al llamado de la libertad, tal
como era. Desde los batallones de negros de San Mar-
tín; desde las indiadas semisalvajes de los caudillos in-
teriores, hasta los hijos de los hidalgos españoles, todos
lucharon por la patria, todos sintieron el amor más ó
menos instintivo de la bandera, escalaron las cumbres,
recorrieron las llanuras en sus potros sin domar, hicie-
ron la nación independiente, con su carácter propio,
con sus profundos sedimentos de influencias étnicas,
sobre los cuales se han depositado los enormes aluvio-
nes de las inmigraciones europeas.
Es sobre esa patria, sobre toda ella, y no sobre la que
nos fingen los ideólogos, sobre la que es preciso traba-
jar para perfeccionar el organismo nacional, señores.
Veamos, pues, su verdadera estructura. Hoy se estudia
nuestra psicología social, y se busca en razones étnicas
ó antropológicas las causas de nuestros males políticos
y sociales. Un escritor ha dicho, después de estudiar la
404 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
composición étnica del pueblo argentino, que « el rasgo
capitalísimo común á negros, á mestizos y á mulatos, á
los que atribuya gran influencia en la idiosincrasia na-
cional; es la falta de un sentido moral cristiano. Este
sentido moral, agrega, este imperativo categórico de
nuestra conciencia es una aptitud que los europeos he-
redan de veinte siglos de ascendientes cristianos y que
no es posible improvisar en conciencias mestizas».
Oh, señores, todo eso, y todo lo que con tales consi-
deraciones se relaciona, llama más la atención por el
brillante cascabeleo de su tecnicismo científico que por
su verdad intrínseca. Yo no niego la influencia del or-
ganismo sobre las operaciones del alma; tampoco pongo
en duda la de la herencia, la de las predisposiciones
atávicas, la de todo cuanto constituye la biología psi-
cológica moderna, sobre las acciones de los hombres y
los destinos de los pueblos. Eso no es nuevo ; bien sa-
bemos que la unión del alma con el cuerpo es una unión
sustancial; que el hombre es un espíritu servido por
órganos; y nadie ignora que el dogma del pecado ori-
ginal, la herencia morbosa moral de la humanidad, es
el dogma fundamental de la doctrina cristiana. Pero
nada de eso puede hacer desaparecer la libertad humana,
el libre albedrío, la conciencia, la imputabilidad de los
actos á la persona que los realiza, la influencia decisiva
de la educación y del espíritu cristiano sobre el hom-
bre; la influencia de la gracia de Dios sobre todo, la mis-
teriosa influencia de lo sobrenatural en la humana na-
turaleza perturbada por la culpa. Para el cristianismo
no hay diferencias de razas, no hay estigmas somáticos
ni psíquicos que diferencien sustancialmente los hom-
bres. Cristo redimió á todos por igual ; para todos pre-
dicó el mismo Evangelio de caridad; por todos murió
LAN MMIONKN HALI-ltlANAN 406
<n la cruz. Todo« fueron bárbaro.s. udi- .^ d»- (Jrihi.., io-
dos han sido y során civilizados por ('riHlo. por mu ley
de gracia, por su ley de amor.
El proMoiiia. pues, seftoreH. no es etnológico, no es
antropológico solamente; es casi exclusivamente socio-
lógico. Es (|no en nuestras tierras ha continuado y con-
tinúa en mu( lias partes el desierto, aun en las regiones
habitadas por hombros de las razas superiores; es <|ue
en nuestro país casi despoblado, donde se cuentan tres
ó cuatro seres humanos en el mismo espacio en que
se cuentan 110 en Italia, 130 en Inglaterra, 225 en
Bélgica, existen multitudes que, aun(jue incorporadas
á la vida natural del organismo social, y decoradas con
el nombre de miembros de la soberanía nacional, no
pueden considerarse aún incorporadas á la civilización
cristiana; no viven la vida sobrenatural; son multitudes
que, como el indio primitivo, no han oído pronunciar el
nombre de Dios, ni el de Jesucristo Redentor de la hu-
manidad ; hombres que no han oído hablar de deberes
morales, de vínculos sagrados de familia, de mansedum-
bre y de perdón, de sanciones de ultratumba, de desti-
nos superiores. Y el hombre en esa situación, señores, es
salvaje cualquiera que sea su raza: no hay rasgo antro-
pológico, no hay imperativo categórico de la conciencia
que subsane la ausencia del Evangelio, y el ascendiente
milagroso que ejerce sobre el hombre la palabra de
eterna caridad que redimió al mundo de la barbarie an-
tigua. El bárbaro de raza caucásica es y será tan bár-
baro como el aborigen americano primitivo, como el
meztizo, como el cafre ó el hotentote : y el indio y el
hotentote, por el contrario, pueden hacerse santos, con
solo amar á Cristo y observar sus mandamientos.
Si hay algo indiscutible, señores, es que la civiliza-
406 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
ción moderna es inseparable del cristianismo. Basta
abrir los ojos, para que penetre hasta el fondo del espí-
ritu más prevenido ese postulado histórico ; los límites
de la civilización están determinados en el mundo por
la difusión del Evangelio. Ahí está la Turquía mahome-
tana, al lado de la Europa cristiana ; ahí están las an-
tiguas regiones cristianas de África, vueltas á la barbarie
en cuanto el cristianismo las abandonó ; aquí está nues-
tra América: la noche primitiva continúa entre noso-
tros, allí donde no ha penetrado el sol de la palabra de
Cristo que pronuncia el misionero. El fenómeno es
constante é idéntico, señores, se repite en todos los
climas, entre todas las razas, cualesquiera que sean las
predisposiciones del hombre. ,
¡Y ha}'', sin embargo, quienes combaten el cristia-
nismo en el seno de los pueblos civilizados!
¡Y hay quienes hostilizan al misionero en su con-
quista de almas para la civilización!
Esos hombres que se dicen no cristianos en plena ci-
vilización no se dan cuenta de que no ven su propio
cristianismo, por la misma causa que les impide ver
sus propias pestañas: por tenerlas demasiado cerca de
los ojos; no ven que ellos mismos están compenetrados
del espíritu cristiano, que están sumergidos en él como
en el aire que respiran ; que todo lo bueno que piensan y
sienten y ejecutan no es otra cosa que el reflejo incons-
ciente de esa atmósfera en que viven. Ese hombre que
alza su copa en el banquete de la civilización americana,
señores, para execrar el cristianismo, no se da cuenta de
que, sin el cristianismo difundido por el misionero, esa
copa que levanta estaría llena de sangre de yegua sal-
I.AM MIMONKN NAI.KNIANAM 4()7
\aj<', ni i\i' i|ii<' los |)i'nHamicnt-os (¡lu' l»rotjin <mi hu ce-
rohro Hi«ríiiii los itonsuiniriitoH dt'I |)iiin|ia. dfl |»ii«'lcli<'.
del qufrandí ó d»«I charrúa.
El uristianiHino »».s como el úrl)ol d»d sándalo, ii»d iju»'
so ha dicho (juc pcrtiima ol hacha (\\u- lo hiere. ¿Re-
cordái.s la Icycnchi ah-nnina? íjniero t|ne me traigaM el
corazón d«' tu niadrr, dijo la hermosa mujer perversa á
su joven amante calcinado por la pasión. Yo quiero el
corazón de tu madre. Y el joven fué; y abrió con el jju-
fial cincelado el pecho de su madre; y le arrancó el co-
razón. Y volvió con él á su amada; y el corazón goteaba
sangre, Y el joven corría con los cabellos erizados; veía
sólo los ojos de su amada que brillaban siniestros frente
á él; no veía el camino. Y tropezó, y cayó.
Y del corazón que llevaba en la mano, goteando san-
gre, salió entonces un grito dolorido y anhelante. Y'
salió de él una voz que decía llena de sobresalto, de an-
gustia y de ternura: ¿te has hecho daño, hijo mío?
j Oh, la Iglesia de Cristo perseguida, señores, la Igle-
sia lastimada en plena civilización cristiana!
Las naciones modernas le arrancan el corazón mu-
chas veces, para obsequiar con él á la amada infernal
de ojos siniestros, de carne envenenada, de abrazo mor-
tal; y es de ese corazón de donde brotan los más inten-
sos y dolorosos quejidos por los dolores que sufre la
sociedad apóstata perturbada: es en ese foco de amor
materno inextinguible en donde se esconden las más
negras congojas ante la gran caída que amenaza á las
modernas sociedades; es la Iglesia la que pugna sin des-
canso por la paz internacional, difundiendo el principio
de justicia; la que busca la paz social saliendo á la de-
fensa de los débiles oprimidos : es ella la que procura
conjurar la tempestad que se acerca, y es á ella á la que
408 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
se volverán por fin, en busca de refugio, las sociedades
atribuladas después del inevitable desastre.
Es ella la que os envía á vosotros á nuestra América,
oh misioneros salesianos, á fin de que cumpláis por noso-
tros el deber que contrajimos para con el indio primi-
tivo que nos cedió su tierra; el que nos vincula á la masa
de nuestro pueblo que nos dio su sangre ; el que tenemos
para con la democracia que formamos.
Vosotros, que os envolvéis en la humildad de esa so-
tana salesiana, que es la sobreveste que cubre vuestra
resplandeciente armadura de conquistadores de almas
abandonadas, vosotros nos llamáis cooperadores, y nos
pedís auxilio para vuestra obra, cual si reclamarais un
favor. Y sois vosotros, sin embargo, los que venís, en-
viados del cielo, á cooperar á la obra nuestra funda-
mental; al cumplimiento de nuestro deber, ó más bien,
á cumplirlo por nosotros. Somos, pues, nosotros, los
que tanto blasonamos en América de hijos predilectos
de la democracia, los que debemos inclinarnos ante vos-
otros que asistís á nuestra madre.
Y sin embargo, besáis, como si fuerais mendigos, la
moneda que ponemos en vuestras manos para esa ma-
dre democracia; y sin embargo, nos hacéis creer que sois
los servidos, cuando sois los abnegados servidores; y nos
dejáis, sin embargo, proclamar en las ciudades nuestro
amor y nuestra sumisión á la soberanía de los pueblos,
mientras sois vosotros los que allá, en la soledad de los
campos, de los desiertos, de los aduares, os inclináis
ante el pueblo desheredado y casi abandonado, ante ese
mismo á quien nosotros llamamos soberano, y que sólo
recibe inmediatamente, sin embargo, los santos home-
najes de vuestro amor y de vuestro sacrificio.
Es este, señores, el momento de las grandes gratitu-
I, AS MISinNKN HAI.KHIANAH 409
<les imcioiuilcs, (l<> lu.s gratitudes hiihm'k-íiuuh Íiucíh f\
tipo del inÍHÍonero, desde el frunciHcutK» <jue batitizó el
primer indio, desde el jesuíta «jiio implantó la primera
reducción, Imsta el salesiano que, stiHcitado expresa-
ment»» para las exip;encias de los tiempos modernos, es
la últinuí pahihni del verbo de caridad, y, realizando los
ensueños de Doíj Bosco, toma posesión en nombre
nuestro, y para nosotros, de esas almas rea nulliuM.
No es sólo, por consipjuiente, la voz de la fe. señores,
la que se levanta en mis palabras como un incienso que
arde, al elevar esta protesta de gratitud hacia el misio-
nero salesiano ; es la voz de la democracia, la de la ci-
vilización : es el eco de aquella enorme sinfonía que
oyó don Bosco en su ensueño memorable y fecundo ; el
de aquel canto litúrgico de la inmensidad, que, fun-
diendo en un solo acorde las esperanzas del misionero
y las del salvaje, hizo descender el cielo hasta el de-
sierto americano, y levantó el desierto á la visión es-
plendente de los cielos estrellados.
Cárcel de mujeres
Discurso pronunciado, en la inauj^uración de la Cárcel de mujeres
de Montevideo, el 14 de Enero de 18^
SUMARIO
El deber social. — L«s penas y so ejecncióo. — El derecho pe-
nal y el derecho natural.- El origen del derecho de casti-
gar. — La misión de las cárceles. — La construcción de la
Cárcel de mujeres. - Las hermanas del " Buen Pastor".—
Caridad. — La crímioologia moderna. - La ciencia y su es-
fera de acción. — La enfermedad de la delincuencia. — El
delito y el pecado. — Misericordia.
Señoras :
Señores:
He recibido ayer, de la comisión de Damas que ha
dado cima á la construcción de esta cárcel de mujeres,
el encargo de pronunciar ahora en su nombre algunas
palabras, que sean algo así como la tradición ficta de
esta obra, su entrega á la sociedad con cuyo concurso
se ha realizado.
Si es deber del orador, según dicen, el procurar colo-
carse á la altura de su auditorio, ¿cómo llenar ese deber
para con vosotras, señoras, que venís á ser auditorio y
orador en este momento, pues debéis escucharme y
hablar en mí al mismo tiempo? ¿Cómo dar forma, no
sólo á lo que vosotras quisierais escuchar, sino á lo que
quisierais decir y diríais en mi voz? ¿Cómo expresarlo,
si no tengo la sensibilidad de vuestras almas, para po-
der arraigar en ella mis palabras, y hacerlas florecer
con el amable perfume que tendrían si fueran vuestras ?
Yo espero, sin embargo, que vuestra bondad hará
que no os desconozcáis por completo al escuchar á
vuestro intérprete.
¿No estamos acaso en un acto de caridad?
414 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
Señores :
En nombre de la Comisión de Damas, pongo en vues-
tras manos, entrego á nuestra sociedad esta su propia
obra, que, aunque modesta materialmente, puede lla-
marse obra grande.
Si bien lo examináis, esta cárcel de mujeres repre-
senta, sin duda alguna, un nuevo gran paso que damos
en el sentido de nuestra definitiva organización de pue-
blo culto y cristiano; boy que la tenemos, nos parece
imposible, ¿no es verdad, señores? nos parece imposi-
ble que no la hayamos tenido hasta hoy.
Muchos esfuerzos y muchos sacrificios ha impuesta
su adquisición ; por largo tiempo, el anhelo de poseerla
ha permanecido in pectorCj como una espina clavada en
la conciencia nacional, que sentía de vez en cuando,
para olvidarla en seguida, la desazón que esas espinas
producen; pero al fin la cárcel está aquí, gracias á
Dios; al fin, señores, nuestro gran deber de conciencia
está cumplido.
He dicho el gran deber, y debo desarrollar esa idea.
Según un tratadista ilustre, señores, la teoría de la
ejecución de las penas se ha formado fuera de la cien-
cia del derecho penal; ésta, una vez pronunciada la
sentencia, abandona al reo dentro de los muros de la
cárcel, para hacerle sufrir su castigo. Pero si eso fuera
cierto, señores, en cuanto al derecho penal, no lo es ni
puede serlo en cuanto al derecho natural, que jamás
abandona al hombre, así sea el más odioso de los cri-
minales. Sí, señores; hay un derecho tutelar que sigue
al criminal más allá de los muros de su encierro. Ese
derecho, y el deber correlativo que reside en la socie-
dad, son los que han construido esta prisión.
cARCMI. DK Ml'JKHKM 415
Kl <»stailo, 1h autoridHd, tieno el ílfp'clio, ó, máv bien
dicho, el penoMO deber de caNti^ar. Kl origen moral
de oHa facultad jurídica ha HÍdo, conu» HabéiH, muy om-
tndiado y discutido; lo vh todavía, y lo será haNta lo
infinito.
La ciencia, se ha dicho, comienza por t'\ asombro, y
tennina por el as(»nil>ro. ¡Olí, el enigma de laH causas!
No he de desarrollar en este momento ese debatido
problema; pero yo creo que, al través de todaw las teorías
y disputas, se percibe clara y distintamente, como ba«e
do aquel derecho, un principio de justicia absoluta,
una ley innata, escrita en la trama misteriosa de la na-
turaleza humana, que hace aparecer indisolublemente
unidas en nuestra conciencia, como el cuerpo }• su som-
bra, la idea de crimen y. la idea de castigo. Las injus-
ticias y las violencias de la tierra claman á Dios, lla-
man á la justicia armada y fuerte, señores, como los
niños lloran llamando á su madre, y la llaman á gritos
cuando se les hace sufrir.
La conservación ó la defensa de la sociedad agredida
por el crimen; el propósito de prevenir la comisión de
nuevos delitos; la intimidación, la mejora del delin-
cuente, y tanto más de que hablan los libros clásicos
de ciencia, todo eso es ó puede ser, no lo pongo en duda,
efecto de la pena: pero no es su razón de ser moral, no
es su causa primera. Esta no puede encontrar.se sino en
el orden, en la armonía, en esas armonías que, viniend'
desde muy lejos, se difunden en la soledad de la con-
ciencia humana, subiendo hasta ella desde los venera-
bles silencios de una misteriosa subconciencia, como se
propagan en los espacios las armonías de los orbes re-
gulando su marcha, como se difunde por los organismos
el ritmo de las moléculas determinando v sosteniendo
416 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
y reproduciendo la vida, como se inoculan entre las
almas, constituyendo la felicidad humana, las eternas
armonías del amor. Y todo eso, señores, no es otra cosa
que el espíritu del Creador que alienta en las criaturas;
la voluntad del divino artífice que permanece en sus
obras, y hace sonar, en la propia esencia de los seres, la
nota que les corresponde para no desentonar en el
acorde universal de lo creado. La ciencia no puede ser
otra cosa, señores, que la investigación de esa volun-
tad; descubrirla, es la verdad; seguirla, es el bien. Os
estoy hablando, señores, en lengua filosófica cristiana;'
bien sabéis vosotros que es mi lengua materna.
Si hubiera, entre los que me hacen el honor de escu-
charme, alguno que hablara otra lengua, acaso le fuera
fácil traducir á ella mis palabras ; con sustituir el santo
nombre de Dios Creador por uno de los vocablos idea-
dos para no pronunciar ese nombre, mi raciocinio esta-
ría traducido; pero confesemos, que muy poco ganaría
en la traducción.
Sí, señores : es justo, es necesario, es conveniente que
la autoridad castigue los delitos ; eso es lo que nos dice
nuestro sentido íntimo, y no es menester que consulte-
mos otro consejero: no lo hay mejor ni más sabio.
Pero lleguemos por fin al objeto de este mi raciocinio,
señores: cuando la autoridad pública, ejerciendo aquel
derecho, condena al hombre, en castigo de su culpa, á
perder sus bienes ó su libertad, no por eso le extingue
su personalidad inalienable, ni los derechos que en ella
radican : el derecho al amor de sus semejantes, á la vida,
al honor, á la rehabilitación, á la conquista de una
nueva fortuna moral ó material, una vez que haya sal-
dado su deuda con la sociedad. El antropófago, seño-
res, se come al vencido; el salvaje lo mata; más ade-
uAkcml or mi'Jkkicm 417
Iant€)RP le ntili/a, iiuci/Mi(lülueH(!luvo ó liacién(Jr)lf ^>a^ar
811 reMcatt*. ll<>y, (Íi*s|)Iióm que habló CrÍNto, mh lu iuipidn
hacer mal como t'iu'ini^o, pero kp I»» r»'H|>eta, y aun «e le
ama como homhn*.
Por t'Ho, s««fi()rt».s, si s<« concleiiu iil criininal, <|Uh es
también un vencido, á la pérdida de la libertad, sólo
libortail debe arrancársele; uo vida, haciendo la cárcel
un tormento <jue la acorte: no dignidad, haciendo del
presidio un muladar (jue la infecte y la mutile ó ani-
quile para siempre.
Nuestro país, señores, esperó durante largo.s años,
después de constituido en estado independiente, la
construcción de una corcel penitenciaria que hiciera
prácticos esos principios elementales del derecho cris-
tiano. La obra se llevó, por fin, á término: una buena
cárcel fué construida en Montevideo con arreglo á los
dictados de la ciencia, y en ella se han procurado apli-
car, y se aplican hoy en lo posible, los más adelantados
sistemas penitenciarios.
Pero la obra no había quedado terminada con eso.
Fué la Comisión de Damas la que lo advirtió, al ejercer
la obra de misericordia de visitar los encarcelados : ella
vio que una parte de los desgraciados que en la cárcel
purgaban sus delitos no había sido atendida con arre-
glo á los principios de la ciencia del corazón: la ca-
ridad. Y esa parte era acaso la más digna de atención:
era la mnjer, que también tiene derechos. ^;no es ver-
dad, señores? era la pobre mujer caída, que también
clama al cielo por su regeneración, aun desde el fondo
del delito y de la culpa.
No era posible, por razones que caen de su peso,
COSF. Y DISC. 27.
418 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
responder á ese justo clamor, sin la construcción de
una cárcel especial, distinta y separada de la del hom-
bre delincuente, destinada á la mujer culpable. La Co-
misión de Damas se puso á la obra con el apremio de
la caridad; era preciso no perder un momento, no so-
meterse á las interminables esperas de las obras públi-
cas. Recurrió, pues, no sólo al Estado, sino al concurso
popular; golpeó todas las puertas y todos los corazones;
colocó la primera piedra del edificio, y sólo se ha sen-
tado á descansar sobre la última, que ahora me ofrece
como tribuna para deciros, señores, en su nombre, que
nuestro deber social está, por fin, cumplido también en
esa parte. Aquí está, dicen las damas que me han di-
putado ante vosotros, aquí está esta modesta cárcel de
mujeres, que, confiada á la dirección de la benemérita
congregación del Buen Pastor^ tan acreedora por tan-
tos títulos á la gratitud de nuestro país, es un modelo
de organización interna. Ved esas mujeres que están
ahí encarceladas: son delincuentes; pero son personas
en la plenitud de los derechos inherentes á la persona
humana; deben á la sociedad una parte de su libertad;
pero nada más que eso; si algo más les arrebatara la
sociedad, ésta, más aún que ellas, sería la delincuente.
¿Y á quién hubiera podido confiarse la aplicación
de esos principios que nos son comunes en el régimen
interno de esta prisión, señores, á quién hubiera po-
dido confiarse mejor que á esas mujeres á quienes las
penadas llamarán hermanas, y que se llaman á sí mis-
mas hijas ó hermanas de la Caridad?
¡ Caridad ! La palabra misteriosa, la inmensa palabra,
la eterna palabra! Ella permanece inmutable, inque-
I'AIMKI, OK MI'.rKKI'.M f)|()
brauUl)!.' al trav.'s ,|,. Ium variación. -m do rNciu-IaM y >U*
(I«)(!l.rinas; »^lla t-H y Hnni la Hola cn-a.lí.ni, la .s..|u ,,,u-
HtM-vadora do todo ciiHiito cxiHt,»'.
Yo hien s<^. s.M-ion.s, .|ii<> la (•¡••iiria «li-I d.-n-clií) cii-
luiíiHÍ al.ni\ i.'sa .u ...stos uioiiu'ntos i.or una ítísím íiuh
tiende á dnstronar, á olvidar dcsd^noHann-nt.* cuando
menos, .'sas |)alalM'as el.. mas, esas ^ran.l.'s id.Mis nni-
dnss .|u.. |uilj)iuiu eoino corazones en o\ c.-rehro huma-
no, y han sido y son la norma d.. .•ouducfa d- la hunui-
ni.lad. La ci.Mn-ia, [.rocinando |.r,.scÍM(lir .le la noción
s.-frún la fual .d homhr.' es un ser intelifrente y lihre, y
está dolado .1.. una alma subsianeial, orifr¡uariamente
hhre y causa concurrente de sus actos, .luierc ver en la
|>ersona linmana un simple mu I.-0 .le energías .pie se
modirica hajo el inllujod.. una fuerza ext.-rior de .esen-
cia y de finalidad misteriosas. De ahí .|U.' las investi-
gaciones científicas tiendan á concentrarse casi por
completo, so pena de no ser consideradas tales, al es-
tudio del organismo Iiumano, al de sus funciones, á la
estadística, á la antropología criminal, al de las causas
físicas y so.'iales que pueden determinar la criminali-
dad, al descubrimiento de ciertos supuestos morhosi.s-
mos congénitos determinantes imperiosos del delito, al
estmlio de la herencia, del temperamento del clima,' de
la alimentación, del medio social.
Líbreme Dios, señores, de mirar sin respetuosa ad-
miración la actividad científica moderna, .pie á todos
nos arrastra en su anhelo de verdades experimentales
inauditas. Sigamos hacia adelante con nuestros métodos
perfeccionados; reproduzcamos artificialmente los fe-
nómenos físicos, y aun los psí.iuicos de introspección,
para interrogarlos, y confrontarlos, y forzarlos á reve-
larnos su ley: arranquemos al organismo humano la ley
420 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
de sus funciones más recónditas, la de sus relaciones
más íntimas con las operaciones de ese yo permanente
que habita nuestra carne sin ser carne, y cuya activi-
dad precede á la manifestación del ser sensible, man-
tiene su unidad al través de las modificaciones, y dirige
su evolución según el tipo que debe realizarse ; arran-
quemos á la célula el secreto de su misteriosa vibración,
y el de su afinación intrínseca con la universal armo-
nía; pero confesemos, señores, que las conclusiones de
la ciencia experimental en esas materias son instables, '
son frágiles y variables; las hipótesis, esos inspirados
poemas de la ciencia, que es también poesía, se suce-
den sin cesar, se rectifican, se devoran las unas á las
otras; los sabios se contradicen, ó nos ofrecen sólo ver-
dades provisorias, que serán ó nó confirmadas por las
investigaciones futuras.
Y mientras los sabios se ponen de acuerdo, señores,
el tiempo pasa y pasa indefinidamente. Y la humanidad
no puede sentarse á esperar, para saber á qué atenerse
en materia de conducta; no puede sentarse á esperar
el término, que no existe, de la investigación científica.
Todo el bien que pudiera hacer la ciencia experimen-
tal no sería comparable, por consiguiente, al mal que
produciría, si ella, para vivir, tuviera que matar ó de-
bilitar esas verdades permanentes, esas palabras eter-
nas á que antes me he referido, y que no son el simple
resultado de los raciocinios ó de las vacilantes expe-
riencias del hombre.
Recuerdo en este momento, señores, una profunda
observación de Taine en su estudio sobre la literatura
inglesa. « Un inglés que entra en la vida, dice el ilus-
tre pensador, encuentra respuestas hechas sobre todas
las grandes cuestiones; un francés que entra en la vi-
< AKCRK l>K MIMKHKh 421
da, n<) (wu'Ui'ulrH sttliitt lo(liis Iuk ^rtiiidoN ciioHtionnM,
sino (Imlus |»iu|)u<'sf.aH. Lo ch iu'cohhimo, «ii ohU^ con-
flicto (Ir (»|»iiiinin's, lia«»Ms«< la Ir pnr si iiiÍHnio, y, no
pudit^ndo hacf'i' la! <ii la mayoría d«« los caHOH, hu f'Kpí-
riüi (ju«<da al)¡orto i'i lerdas las incorl-iduinhrps, expUí^Hto
H f.odas las curiosidades, presa fio todas las angUHtiaM».
La t;i<MU'ia <'s y im ininlr menos de sei* benéfica, se-
fiores, en todas sus apüíMciones, incluso las que so re-
fieren al der(>clu) criminal, al tratamiento de los delin-
cuentes, al régimen de las prisiones; pero es ¿condición
do (jueno pretenda ajiagar, ni si(piiera nublar á los ojos
del hombre, la luz d«d sol (pie brilla en el cielo, á título de
(pie ya existe, [)ar.i sustituirla con ventaja, la lampari-
lla eléctrica encendida por el sabio en su mesa de la-
bor; es á condición do'ciue no intente desalojar con sus
hipótesis y sus ex[)eriencias las grandes verdades evan-
gélicas (jue son la base de la sociedad cristiana; es á
condición de que el ministro de la ciencia no se consi-
dere incompatible con el ministro de la caridad.
Hoy se sostiene, señores, que el criminal es un en-
fermo. Yo, por mi parte, aun dentro de mi criterio cris-
tiano, puedo asentir sin violencia á tal proposición, sin
por eso, confundir en absoluto la ciencia penal con la
ciencia antropológica. Sí; hay mérito en ser bueno,
porque se lia nacido malo ; sí, señores, el hombre es
un enfermo, el criminal es un enfermo. Y precisamente
por eso, es la caridad la que ante todo debe presidir
nuestro criterio al jienetrar en estas cárceles, y es la
hermana de caridad la que debe ser el agente de la so-
ciedad cristiana en su régimen interno.
Es verdad, señores, que la ciencia del derecho penal
no confunde ni puede confundir el delito con el peca-
do; pero si eso acontece en el orden jurídico, no acón-
422 CONFERENCIAS Y DISCURSOS
tece otro tanto en el orden moral, en lo relativo al
sentimiento que el criminal debe inspirarnos; si eso
acontece en las relaciones del hombre con la sociedad,
no sucede lo mismo en sus relaciones con sus semejan-
tes ante el tribunal de Dios. ¡Cuántos de los penados
de esta cárcel, señores, no serán menos culpables que
yo á los ojos de Dios que mira los corazones! ¡Cuántos
no se presentarán menos confundidos que yo, el día en
que, según la expresión de JKempis, aparecerá el Maes-
tro de los Maestros, Cristo, el Señor de los ángeles,
para oir la lección de todos, esto es, para examinar la
conciencia de cada uno! Entonces, dice la ciencia del
espíritu cristiano, registrará á Jerusalén con lámparas,
y se pondrán de manifiesto los secretos de las tinieblas,
y enmudecerán los argumentos de las lenguas.
Así habla, señores, la ciencia del espíritu, que es
también una ciencia; según ella, todos somos enfer-
mos, todos tenemos iiecesidad de compasión; según
ella, el delincuente jurídico debe hallar en nosotros, lo
que nosotros, delincuentes morales, tenemos necesidad
de encontrar en el Supremo Juez : caridad, misericordia.
Es ese el espíritu que nos garante en el interior de
esta Cárcel (pie inauguramos la presencia en ella de
esas mujeres vestidas de blanco á quienes las penadas
llamarán hermanas, y que siguen las huellas del Buen
Pastor, del que abandonó el rebaño para ir á buscar la
oveja extraviada entre las malezas, y cargarla sobre
los hombros para devolverla al aprisco.
¡Pobres mujeres culpables! Ahí quedarán, señores,
dentro de los muros de esta Cárcel que les hemos cons-
truido para que paguen su deuda á la sociedad. No es
posible que dejemos de experimentar, pues somos cris-
tianos, un sentimiento de conmiseración y de |)ena al
CAHOBI MI', MrJKHBS 42K
flojarlns cii su |iiiNitiii ; pno rs hkIikIhIiIí' (jin- nuMsira
pona s(> at<'in'ia, y casi se disipa por ((iiiipU'lo, a) p«»i-
s)U" «pK', al mismo l.ioiii|i(t (pie ol caHf.i^o, Ihh hnmOH
dado tíidos los <'l»«tni>iitoH d»^ reg('iipra(!Í(')n y do paz.
Y («xarniíK'inos hioii ese g.^neroso movimiíüito (\f nues-
tro eH|)írit,u, sonoros: nnoHlro consuelo no sci l)asa hóIo
en el hecho de |»od»>r decir " <piedan en manos do la cien-
cia» ; se tunda sohrt* lodo en el hecho de poder decir, al
mirar esas hermanas ({ue permanecen encarceladas con
ellas, « quedan á la sombra de la Car^iad ».
íNDirp:
nenciihrimipnto y conquintn del Rio «le la Plaln
SUMARIO: Exor<ln>. — Kl continrntc anieri'-ano.— Kl homhrp «nipri-
cano. — La llegada Hcl hombre europeo. .Juan I>laz He
SolU. — El rio do la Plata. — La conquista — El charnía. —
Magallanes y Elcano.— Oaboto. — Don Pedro de Mendoza.—
Ayolas. Irala.— Alvar Núñcz. — Don Juan de ífaray.— Fun-
dación lio ciuilades. Buenos Aires. — Asunc¡<\n. Caráoter
especial do la colonización del Río de la Plata. — Don Bruno
Mauricio de Zabala. — Montevideo 1
El mpnNRjje de América
SUMARIO: La sugestión de las cosas: Kl Monasterio de la Rá-
bida, el Puerto de Palos, el Odiel. la barra del Saltes, los
habitantes do la región, las carabelas. — La persona Hispa-
nia. — Lo que es una nacionalidad. — La nacionalidad ibérica.
— Su curso al través del tiempo y del espacio. — Dos men-
sajes: el de América á España; el del mundo español al
genio hispánico. — Gloria A Dios 41
Derecho Internacional
SUMARIO: Contestación al saluilo del señor Cánovas del Castillo.
Objeto y naturaleza del Congreso Jurídico Ibero- Americano.
— Las personas internacionales. — La sociedad internacio-
nal. — El derecho entre personas internacionales. — La au-
toridad internacional. — Derecho individual y derecho social.
— La guerra. — Las revoluciones.^ Ideal remoto del derecho
internacional. — El arbitraje. — Derecho internacional pri-
426 ÍNDICE
vado. — Divergencia posible de criterio entre los estados eu-
ropeos y los americanos. — Ley personal y ley territorial. —
El Congreso de Montevideo. — El hombre conao persona de
derecho internacional. — La nacionalidad ibero -a.niericana. 55
^ La Lengua Castellana
SUMARIO: El descubrimiento de América, hecho inicial de la
edad moderna. — La lengua castellana en América. — Nece-
sidad y conveniencia de su cultivo y consci-vación, ante
todo en España y para España. — Proporciones y efectos de
su difusión en América. — El maestro Lebrija y su primera
gramática. — Necesidad y conveniencia de la conservación
del castellano en América. — Proposición de don Andrés
Bello. — La unidad de lengua signo de progreso y esplendor.
—Las lenguas americanas. — Su infinita variedad. — Causas
de ésta. — La procedencia del hombre americano. — Las tri-
bus aisladas. — La conservación del idioma concillada con
su vida y su desarrollo orgánico. — La influencia popular
concillada con la científica. — Influencias que han obrado
sobre la lengua ca.stellana en América. — Acción de las len-
guas extranjeras. — El vocabulario y la sintaxis. — Principios
fundamentales de Max MüUer. — La herencia común 83
Núñez de Arce
SUMARIO: «Nuestro» poeta. — Añoranzas de América. — Glorifica-
ción de España en el poeta español. — El poeta y la poesía.
— La forma rítmica. — La región de las madres. — El que
viene de allá. — Los que reciben el mensaje musical. —Lo
qu.e trajo Núñez de Arce á su regreso. — La aclamación de
la raza 111
Congreso Pedagógico
SUMARIO: Los debates del Congreso. — El propósito común de di-
fundir la instrucción educadora. — Adhesión á él del Uru-
guay.— La pedagogía como ciencia y como arte. — Sus re-
laciones con el hombre y con las naciones. — Unión de España
y los estados hispanoamericanos para su estudio. — La anti-
gua y la moderna pedagogía. — Sus transformacioues.— Raza
latina y familia hispánica. — La independencia americana.
— Su carácter. — Después de la lucha. — El valor pagano y
el valor cristiano 121
i'El idealismo hispánico
SUMARIO: Una lismona del Uruguay. —El espíritu de caridad.—
La intención actual y la virtual. — Las fiestas paganas y las
iNDiCB 437
crintiniinii. Kl Miifilmi rn FI»vio. Kl i<l«'AlMni<i /. K» un
<l<<fo<'lii il<* Ik rii«N? - Kl iilitHlinnio (•N|int'iol i|f<hi'iil>ri<'> AnW)-
rJc'M. Lm «iniirmii ili< (^«lUn. Lit loiMirii il« C'nlfSn y lo rl»
Kt.|>iiAii. Kv<)nHoi<^^ >\t< Isütwl, Ih rnujfr roiiiM Hu Mp*ri
t'ión. Kl h<\roi< y el pnohl»» i-n <|in» urrnign. Lo» i<in*l«a
quo •"• vüii. Kl Í'IxhI t-n Ih hoI» r<>iili<lH<i. - ('onHr-rVArii'tn rlM
loM Ki'H"'^'"'' i'lcnli"4 cu i'l fiiM'lo ilfl nlnii* hinpánif'H 187
l-:ii la llt'Hl .\«>iiil«*m in l';«*|ti<ii<tl<i
SIM AHIO: I.H AniKlcmiii KspHñdln. «ftsH RDlur <l<' lii leiiKOn liir.pA-
nica. — l'n «iiticiin HÍifto. Su origen. Su tranRÍorirmción.
— ronvoniem-ia común fio hi autorMaH rio la Aca-lemi». --
Como la Aca<lomia Española abre sus puertas al verl'O ame-
ricano
F:n lii Kt'Nl /\«'a(l«-mÍH fl<- Ih IIÍMl<»i-in
157
Pnlahm- v'"""""*-*''*''*'' t'n la Acarlprnia He la Histfiria He MaHríH
n\ incorporarse á ella, y contesiaHas por el señor Antonio
Cánovas Hcl Castillo. presiHente He la AcaHcmia I'i5
Ln música
SUMARIO. De paso por la patria. - El arte. — E.í educaHor en si
mismo. — Sobre la fórmula «el arte por el arte». — El arte
al través ilel tiempo. -La música. — Es ciencia, es arte y es
lengnaje. Resumen He su histDria. — El nuevo dia cristiano.
— El Dante y San Francisco. — Los grandes nombres. — El
arte en el siglo XIX. Lo que es la creación artística. — El
siglo de Bcthoven. —Los grandes nombres contemporáneos.
— ¿Dónde está santa Cecilia?— No fué música, pero es y
debe serla patruna del arte musical. — Historia melodiosa
de la virgen romana. — La música es sugestión ; es desperta-
dora de lo dormido: exige predisposición en el alma y en
el organismo. —Oración panegírica de Cecilia. Una frase
de Pasteur. - Camino de la Iuí; armoniosa 171
A trabajar en paz
SUMARIO : Diputado católico.--Su carácter como representante del
pueblo y su programa. - La confirmación social de sus po-
deres.— Ratificación de sus invariables declaraciones. — La
frase-programa del Presidente de la República: «A trabajar
en paz por los intereses de la Patria •. — Puesto y programa
de los católicos en la ejecución de ese propósito. — El pro-
greso matcriul y el progreso moral.— No sólo de pan vive
el hombre. — La riqueza. — El dinero.- La inmigración y el
428 ÍNDICE
Págs.
hombre de la tierra. — Lo que es la virtud del patriotismo.
— El gaucho. — La única entidad que se acerca al pueblo
para elevar su nivel moral. — La organización católica. — La
parte que en ella corresponde á la mujer. —La revolución
del Quebracho.— Ineficacia de las revoluciones para el mejo-
ramiento moral del pueblo. -El único recurso eficaz 193
A los amigos
SUMAEIO : Contestando la bienvenida del prelado. — Agradeciendo
á los amigos. — Yo creo, Señor; ayuda Tú mi incredulidad.
— La obra literaria. — La labor diplomática. — Lo que es la
fe, — El ciego de Jericó. — Los servicios á la causa católica.
Retribuyendo el abrazo de la amistad 219
El Arzobispo de Montevideo
SUMARIO: Ofrecimiento. — Monseñor Soler, tercer obispo de Mon-
tevideo. —Las circunstancias de su elección. —El Arzobispo
de Montevideo en el Concilio Latino-Americano. — Concepto
de que goza Monseñor Soler en el Vaticano.— Monseñor So-
ler se debe á su patria. — Las actuales perturbaciones del
mundo, y la parte de responsabilidad que corresponde á los
católicos en ellas. — La voz de León XIII. — El significado
de las manifestaciones populares á Monseñor Soler. — El brin-
dis filial • • 231
Unión Católica del Uruguay
SUMARIO: El tercer Congreso Católico Uruguayo.- Un lapso de
siete años. — Causas. — La Unión Católica. —No se refiere á
los artículos de la fe. — Tampoco á formas de gobierno ó tra-
diciones políticas.- Objeto característico de la Unión Cató-
lica del Uruguay. — El partido católico del porvenir.— Cifras
de su programa. —Muertos, dormid; no es hora todavía.— El
« leader» del futuro. — Clodoveo el sicambro. - Cristo vive,
reina, impera
Bodas de Plata del Club í',atólico
SUMARIO: El Club, casa madre de todas las instituciones laicas
de -la república. — Su fundación por Monseñor Vera.— Situa-
ción del pais en aquel entonces. — Sus jóvenes fundado-
res.— Horacio Tabares, primer presidente. —El doctor Soler.
— El primer Arzobispo de Montevideo. — Obras que se han
desprendido del Club. —«El Bien PLiblico», los «Círculos de
Obreros», la «Unión Católica del Uruguay ». — Misión que se
ha reservado el Club. — Paz y alegría. — Los coros de niñas.
— La poesía • •
241
259
iNiun-; 4*¿9
l.ii%iill<>jn
si MAKio: Kl uiiDKiitii <li> lit Kloiiilii. Kl Ii/mch' •Ih Iii |in(ria.
Alii t'vtiV. Kl liiiiiiH) <l<- Ion liiniruiN: \t% M>■lllllmrll^|| impti-
lur. ('i'iiint nitcM'ii liiM initrliin. Arti^uH i-l tiii<n*iiJrro. — |,a
iii(l)<|M>iiil«<n(<iii ilitl l'rti|{ii.i,v, ley ((<">l''*KÍ''<ti ittiiolf^gtcK, gno»
KriVrica .V Hi)('i(il('iKÍ<^ii; 1«.V MU|)i<ri()r A lii voluiita'l ilu loa
liaiiibros ó irr<ni)(!Hl)lo. Lu l<<iiiiu lifri<lii. ArtlKiio "" l><>
iiio. — La oNjK'c.tativii iln lii |iiiti-iii iiluiiiclunndit. ~ Kl nui'Vit
iinKÍ>t<> hiiVMlh'jit. - Kn lii AKriciitilH. A |>í<<. Unit |>á-
Kinii lio HoiDorc). -• ('lii'VoHte volvt«rá, y volverá ron niltallo*.
1jHVh1I*'Jii A c'iiliallo. Kl caballo do Laval lo ja- — Artiga*,
Uiveru y Lavall»>ja. -Lo» tres vértifíea 'MI
León XIII y la Ainórifa i. aliña
SUMARIO: CAmo la misma Santidad de JiOÓn XIII jiroitiiso e»e
tema al orador. Rof-nerdo d<>l gran pontlfire.— Lo/m XIII en
el pontlfioc suscitado i>or Dios para fonfirmur. on forma
fxpresa, la indepondonniade la Amérira Latina, cnyos «'stadoü
son hijos de lu di-mocraola cristiana. — La perpntua reapari-
ción do Cristo en la serie de los j)ontlfices romanos — La
cuna de la dinastía sagrada. — Pedro el pescador y sns suce-
sores. —Tocando las cumbres. — Kl imperio romano; los bár-
baros; fundación de las sociedades cristianas sobro la base
de los bárbaros convertidos. — La nueva invasión. — La revo-
lución de I78H. — Los bárbaros < sans onlotte». — Un nuevo
elemento. — El pueblo. — El origen del poder público.— La so-
beranía popular. - Una evolución natural precipitada por
la revolución. — L(!Ón XIII aplica á los bárbaros modernos el
mismo px'ocedimiento aplicado por la Iglesia á los antiguos
bárbaros.— El procedimiento de la Iglesia.— Pío VII y Napo-
león. — Pío IX. — Las dinastías. — «i Allez au penple!». —El
nuevo soberano originario. — La América democrática y re-
publicana. — La revolución americana no es hija de la revo-
lución francesa. — Caracteres que las distinguen y diferen-
cian. — El regalismo. — Opiniones de Avellaneda sobre el Con-
greso de Tucumán. — Teorías de Hegel, Goethe, Carlyle y
Taine. — Artigas como espíritu de la revolución americana.
—La América al encuentro de Colón.— Sale al encuentro de
León XIII 297
Chile -Uruguay
Discurso pronunciado en el banquete ofrecido por la Comisión
Popular urugnay.t :l la « Delegación Chilena en el Rio de
la Plata», que visitó A Montevideo en ocasión del afianza-
miento de la paz entre Chile y la Argentina — (3 de Janio
de 1903) 329
430 ÍNDICE
Págs.
Monseñor Jacinto Vera
Discurso pronunciado, en el atrio de la Catedral de Montevideo,
ante el cadáver del Ilustrisimo y Reverendísimo señor don
Jacinto Vera, primer obispo del Uruo:nay 337
Don Francisco Bauza
Discurso pronunciado en el Cementerio de Montevideo, al inhumarse
los despojos del señor don Francisco Bauza, el 5 de Diciem-
bre de 1899 343
Doña Sofía JackNon de Buxareo
Discurso pronunciado, el 4 de Septiembre de 1900, al inhumarse,
en el panteón de familia de la capilla de Jackson, en La-
rrañaga, los restos mortales de la señora doña Sofía Jack-
son de Buxareo 349
Paz & los hombres
SUMARIO: El espíritu de la multitud. — La guerra civil — Sus ver-
daderas causas en el Uruguay. — La nueva solución. — Lo
que significa la manifestación popular iniciada por la Cá-
mara de Comercio. — El señor BafcUe y Ordóñez y los tra-
bajos de paz. — La gloria común. — La paz hija de paz 357
Obra de paz
SUMARIO: Las manifestaciones al presidente de la república. —
Su significado. — El pueblo se aclama á sí mismo. — El prin-
* cipio de autoridad. — El acatamiento al fallo del sufragio. —
La bandera y el abanderado. — El ciudadano BatUe y Ordó-
ñez. — Sus títulos. — Los palmares de Soto. — La miijer en la
obra de paz. — El brindis , 365
Las Misiones Salesianas
SUMARIO: El derecho de conquista sobre los primitivos pobla-
dores de América. — Las diferentes doctrinas al través del
tiempo. — La doctrina verdadera. — La Conferencia de Ber-
lín. — Las soberanías africanas. — Los indios no constituían
una persona política capaz de soberanía, pero eran per-
sonas humanas, con la plenitud de los derechos de tales.
— Las doctrinas de los teólogos españoles del siglo xvi.
Fray Bortolomé de Las Casase Isabel la reina. — El sol-
dado y el misionero. — Las misiones jesuíticas del Para-
guay. —Los misioneros salesianos. — Don Bosco.— Su sem-
blanza. —Su vocación de misionero. — San ;Prancisco de
Asís y don Bosco. — El ensueño de don Bosco. — Su reali-
iMillK
4U1
/.iicl.'.ii. I,H ri)nr«iHÍi'iii lili aliiiUN. Kl iiii|ii.iiii||Mino «uin-
Nimio, hii iii<li<|i«n<ltiiirin dn AitiArim. I.n •nicUItlIlcJiíd
iiiii..rlrniiu. Hii inuiiKiMiriúii «Uní. a. Kl iiii.iniu.rii nn «I
pu.l>lo Kh civiliKiicli'in KN iiiH.-|iiiral>li- iImI <ri-iiiitnUiii.i.
i. 11 .IfiiiiMi lililí. Hiiii liiilii<l:i iiliiiiiiiiiii. (Ir^titiiil
l'áK.
ar,y
SITMAHK); Kl <l..li..i- KKüiftl. - Lhm pcnim y un »>j«ruri<'ii». ■ Kl
.I.T.riio piMiiil y I-I .l..iiM-h() imtiiial. Kl orÍK..n <Ji.l .l«r«-
«•ho (lo ••iiHtÍKiir. I.a inÍNÍi'>n de Iah f.ároí'lBH. — La riiriH-
flucción il». Iii »;iirc..l ,!•• mujorcH- Las h^rnianas del «Itiinn
Pastor». (;nrida.l. ha iTÍmiii(il»)t{la iiiodcriiH. — La cii-n-
cirt y su esfera de acci.'m. |,i, ciifernií'cjail de la delin-
ciiencia. Kl dclit.. y d |)i.cado. Misericordia
411
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PQ Zorrilla de San Martin, Juan
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